Por Chris Foley
Desde
Kabul
En esta ciudad, en la que el
deporte comienza a emerger nuevamente tras la caída de los talibanes,
Mike Tyson sigue siendo el campeón del mundo de boxeo de los pesados
y el español Juan Antonio Samaranch presidente del Comité
Olímpico Internacional (COI).
En un despacho destartalado ubicado sobre la gran tribuna del estadio
de Kabul, Mohamad Zia Dashty, presidente del Comité Olímpico
Afgano, hace el inventario de las necesidades para restaurar las instalaciones
deportivas del país. Este hombre, que organizó los Juegos
Olímpicos de la Alianza del Norte en el valle del Panchir
para los deportistas que combatían en las tropas del comandante
Ahmed Sha Massud, sueña con recuperar los tiempos gloriosos en
que los luchadores afganos Sadiq Zargar y Nasar obtuvieron medallas en
los Juegos de Asia. De esto hace ya veinte años.
Dashty comenzó la tarea de recuperación del deporte afgano
enviando un fax al COI solicitando un millón de dólares
para comprar equipamiento básico y restaurar las instalaciones.
Con este fin se dirigió al presidente del máximo organismo
olímpico, pero sin precisar su nombre. Del último que tenía
noticias era de Samaranch, quien abandonó el cargo en julio pasado,
reemplazado por el médico belga Jacques Rogge.
En un gimnasio cercano, donde los vidrios de las ventanas, destrozados
por los disparos de obuses, fueron reemplazados por trozos de tela de
plástico, el boxeador Wahid Ahmad habla de sus héroes mientras
castiga el punching-ball.
Alguien me dijo que el campeón del mundo de los pesados es
alguien llamado Rahman, pero yo creo que es Tyson, dice en una sala
donde los único detalles decorativos son una foto de Mike Tyson
cortada de un periódico y fotocopias de otras de Mohammed Alí
en su juventud, cuando todavía se llamaba Cassius Clay.
Sobre el actual campeón, Lennox Lewis, comenta: Escuché
su nombre. ¿Es el campeón? ¿Qué le pasó
a Tyson?
Wahid Ahmad ha sido dos veces campeón de Afganistán de la
categoría, hasta 67 kilos. No pudo defender su título en
octubre pasado. El campeonato fue suspendido a causa de los ataques de
la aviación estadounidense. Cuando las fuerzas de la Alianza del
Norte entraron en la capital del país, el 13 de noviembre, lo primero
que hizo Ahmad fue afeitarse la barba que los talibanes obligaban a todos
los hombres a dejarse crecer.
Ahmad es entrenado por Mohammad Maruf Raghbat. Este, por su parte, en
1998 viajó a Karachi, la capital de Pakistán, al frente
de un equipo de boxeadores afganos para participar en una competición,
pero éstos no pudieron subir al cuadrilátero puesto que
los reglamentos del boxeo aficionado internacional prohíben combatir
con barba.
En el polvoriento campo de juego del estadio de Kabul, que los talibanes
utilizaron para ejecutar, amputar, lapidar o flagelar a sus opositores
o a los que no cumplieran al pie de la letra los preceptos integristas,
tiene lugar el primer torneo de fútbol desde la caída. Algunos
de los equipos han tenido dificultades para juntar once jugadores, porque
muchos huyeron de la ciudad como consecuencia de los bombardeos.
Los participantes visten ropa deportiva recién llegada desde el
vecino Pakistán, disfrutando del placer de jugar con pantalones
cortos tras años de haberse visto obligados a hacerlo con otro
modelo, largos y amplios.
Precisamente, como consecuencia de utilizar pantalones cortos, los integrantes
de un equipo juvenil paquistaní, que se encontraba de visita en
Afganistán, fueron detenidos en mitad de un partido y les raparon
las cabezas.
Teníamos muchos problemas explica Ahmad Zia Azimi,
ex jugador de la selección nacional afgana. Los espectadores
tenían prohibido aplaudir, los talibanes nos hacían rezar
en el descanso de los partidos y, enverano, nos obligaban a jugar durante
el día con temperaturas muy calurosas, en lugar de hacerlo por
la noche, agregó.
Para la Copa del Mundo 2002 de Corea-Japón, Azimi apuesta por Brasil
para lograr el título, ignorando las serias dificultades que tuvo
el Scratch para pasar las Eliminatorias Sudamericanas.
OPINION
Por Diego Bonadeo
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Pocoloquismo en el
rugby
El pocoloquismo es como un estado de ánimo
o una cultura, definido así en ciertos círculos vinculados
a la música, a raíz de uno más de los convencionalismos
difundidos hace algunos años, pergeñado por Sergio
Denis en el que se hablaba habrá optimistas o distraídos
que supondrán que se cantaba algo así como ...
y me pongo un poco loco..., como si ponerse muy loco
pudiera suponer arrugarse las mangas del saco arremangado a
lo Mateyko, o que el pelo prolijamente despeinado volviera
a sus orígenes desprolijamente peinados.
El pocoloquismo supone ser un poquito contestatario
no más allá del envase, por supuesto pero
de ninguna manera transgresor. Tiene que ver con un montón
de pautas estéticas, vinculadas a la ropa, a la manera de
hablar imprescindible decir boludo casi todo el
tiempo, a los lugares que se frecuentan, inclusive a lo que
se come. El propio Denis, Suar, Lerner, Badía, Julián
Weich, el Puma Rodríguez, Los Nocheros, los opinólogos
televisivos de toda laya, los muchísimos que portan barbas
candado, anteojos apoyados sobre la cabeza y no sobre la nariz,
y tantos más, bien podrían formar parte de esta fauna
cuyo ¿todo tranqui...? reemplaza periódicamente
al hola o al buen día en medio de
la cultura del mirar para otro lado, para no quemarse con las llamas
que incendian este mundo de índices mervales y riesgospaíses.
Más de una vez nos hemos ocupado de la hipocresía
que durante muchísimos años ha sido común denominador
de ciertas decisiones tomadas por la dirigencia del rugby argentino
respecto de las cuestiones vinculadas al amateurismo, al amateurismo
marrón y al profesionalismo. La asamblea extraordinaria de
la Unión Argentina de Rugby decidió oficializar la
posibilidad de que los jugadores que integren seleccionados nacionales
y sus entrenadores reciban remuneraciones, quedando el resto de
los jugadores en condición de aficionados. En muchas circunstancias,
un eufemismo. De todas maneras, los jugadores solamente recibirán
retribuciones cuando sean convocados a la Selección, 200
pesos diarios para giras fuera del país, 100 cuando estén
concentrados en la Argentina y una suma a determinar por partido
jugado, de acuerdo al adversario.
Pero el pocoloquismo de quienes tomaron una decisión
postergada por décadas para blanquear una situación
absurdamente disimulada, llegó sobre el final de la asamblea
cuando a la propuesta de que la reforma fuese leída, los
propios representante se opusieron. Claro, de eso no se habla...
por lo menos en voz alta.
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