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ENTREVISTA A FLAVIO CIANCIARULLO, UNO DE LOS LIDERES DE LOS CADILLACS
“Ojalá nos pase como a los Rolling Stones”

Junto con Vicentico forman la columna vertebral de la banda, blanco de rumores que hablan de una posible separación. Flavio lo desmiente, pero a punto de radicarse temporalmente en México, le dio curso a su carrera solista y armó un nuevo trío. Con esta agrupación participará hoy del Festival Tribulaciones Avant Music, evento en el que también actuará, el domingo próximo, el guitarrista Víctor Biglione.

Por Roque Casciero

Para Flavio Cianciarullo, el presente es un tiempo de cambios. Cambio de aspecto: ya no luce la barba y el pelo largos, y volvió a aparentar algo menos de los 37 años que tiene (aunque por ahora deba apoyarse en un bastón cargado de calcomanías tipo Cartoon Network, que debe usar por un mal movimiento durante un partido de fútbol). Cambio de residencia: está programando radicarse por un tiempo en Monterrey, México, la ciudad de la que es oriunda su esposa. ¿Cambio de banda? El bajista y compositor ha sido el primer integrante de Los Fabulosos Cadillacs en firmar un disco solista, Flavio solo, viejo y peludo, en el que se da el gusto de hacer versiones de temas de Eduardo Mateo, Luis Alberto Spinetta y el Cuchi Leguizamón, además de algunos propios, con sabores que fluctúan entre el jazz, el folklore y la música uruguaya. Además, anoche debutó con su Flavio Calaveralma Trío en La Fiesta Final, en Montevideo, y hoy toca con esa formación (con la que grabó un cd, El marplatense, que será editado el año próximo) en el Festival Tribulaciones Avant Music, en La Trastienda.
Sin embargo, hay que insistir con una frase que ya es una muletilla en las notas a los integrantes principales de LFC en los últimos dos años: los Cadillacs no se separan. “Van a cambiar los tiempos y las formas de la banda, pero no da para decir que nos vamos a separar”, afirma Cianciarullo, en la entrevista con Página/12. “La verdad es que no tenemos ninguna razón sustancial como para separarnos. Lo haríamos si no nos bancáramos, pero nos bancamos todos. Digo que van a variar los tiempos porque, como me voy a México, todo lo operativo va a cambiar. Pero eso hasta puede ser una ayuda. Voy a hacer una comparación muy fuerte: los Rolling Stones no viven uno al lado del otro, pero se juntan, graban y tocan. Eso me parece interesante, vamos a ver si nos pasa a nosotros.”
–¿Habrá pronto un nuevo disco de los Cadillacs?
–Estamos pensando en grabar un disco, pero por ahora nos concentramos en los shows para terminar el año (el sábado tocan en Hangar). A mí me gusta grabar cuando el aire está especial por los cambios. Muchos podrán pensar: “Bueno, no tenemos compañía (la banda terminó su contrato con BMG), uno se va, mejor esperemos”. Esperemos, un carajo: grabemos, a ver qué sale de todo eso. Capaz que soy un demente, pero me gusta la idea.
–Usted ha dicho que estaba harto de salir de gira...
–Sí, me cansan mucho y eso ha influido para que quiera cambiar el modo de trabajar. En un punto, la vida pop me rompe las pelotas.
–¿Qué es la “vida pop”?
–Esa frase la leí en una nota de Andrés Calamaro y me encantó. Vida pop son las giras y los hoteles de cinco estrellas, que al principio te obnubilan, pero que después ves asquerosos. Levantás el teléfono y siempre es la misma voz que te dice: “Room service”, pero vos no querés room service, querés estar en tu casa, con tus nenes, viendo a los Teletubbies (risas). Por otra parte, uno piensa en que no debe escupir al cielo, que tiene que mantener lo que logró. Lo que me rompe las bolas es extrañar, no me lo banco. Ahora encontré un gran antídoto, porque Astor (su hijo mayor), que ya tiene cuatro años, me acompaña en algunas giras. Con él me siento más contenido, entonces zafo un poco más. El se banca los ritmos de la gira, porque soy muy tranquilo: cuando termino de tocar, me voy a dormir. Por otra parte, no me gustan los aviones: sufro, me siento mal. No llego a un estado de desesperación, pero subo como con tristeza, depresión, no sé qué hago ahí arriba. Por ahora sigo condenado a viajar.
–¿Los nuevos tiempos con los Cadillacs implican que le va a dedicar más energías a su trío?
–Sí, bueno, trato de dedicarle más tiempo a la música. Quiero ocupar todos los lugares en los que haya música en mí, desde estudiar hasta irme de gira o tocar con el trío. Gustavo (Liamgot, tecladista) y José (Balé, baterista) no son dos tipos que me acompañan a mí, somos un grupo, el Flavio Calaveralma Trío. De hecho, tocamos temas de Gustavo y hacemos la música que nos gusta a los tres.
–Hace poco, Vicentico dijo en Página/12 que no estaba aburrido de cantar los clásicos de los Cadillacs. ¿Y usted?
–Tampoco. No me cansan, para nada. Tal vez me cansan más las giras y ciertas cosas operativas de una forma de vida que me gustaría cambiar en algún momento. Y creo que no hay que separarse de una banda para poder hacerlo. Por otra parte, no me gustaría enfrentar una etapa de decadencia. Preferiría retirarme campeón, como Carlitos Monzón... aunque sin hacer lo que él hizo después (se ríe).
–¿Cómo concibió su disco solista?
–Fue una tarea fácil, porque lo grabé en mi casa. Ojo, no tengo un estudio ni a palos, apenas lo mínimo. Nunca me puse las pilas para tener un estudio propio, siempre preferí gastar la plata en otras estupideces. Y el chiste del disco es que fue grabado así, en casa, con una porta, haciendo las canciones que me gustan e incluso grabándome a mí mismo, porque ni siquiera llamé a un técnico. Obviamente, cuando canto estoy lleno de imperfecciones, pero ése soy yo. Si me pongo a arreglar cada palabra, se me va a escuchar mejor pero, ¿soy yo? Prefiero que la gente me escuche cantar así, entre bien y un perro (risas). Me gustaría hacerlo como Joni Mitchell o como Atahualpa, pero...
–¿Cuándo fue que empezó a interesarle estudiar música?
–De grande. Cuando era más joven lo intenté varias veces, pero era negligente con mi instrumento y vago. Iba a un profesor, pero estudiaba como en el colegio, en los recreos. Mi negligencia era tal que durante buena parte de la carrera de los Cadillacs no tuve un bajo en mi casa; tocaba cuando ensayábamos, nada más. Y de grande empecé a tenerle amor a levantarme a las nueve, hacerme unos mates y ponerme a estudiar hasta las dos de la tarde. Adquirí un método, una gimnasia de estudio, y llegó un momento en que eso empezó a darme placer. Después sentí que daba siempre vueltas sobre lo mismo, así que necesitaba una guía y acudí a Javier Malosetti. Entonces me puse a estudiar en serio, de corazón y con ganas. Y sigo haciéndolo: soy un estudiante de música. Eso me curó muchos males. Cuando a uno le va bien con una banda de pop rock o rock pop –no sé bien cómo carajo se le llama a los Cadillacs–, se puede pensar que no se necesita aprender nada. El estudio baja mucho el copete, es como una buena terapia. Y me sirvió como un antídoto ante mis inseguridades. Por ejemplo, cuando sale una mala crítica, me duele mucho. Y lo curo con el estudio.
–En los últimos tiempos, los cambios de formación de LFC siempre parecieron obedecer a una búsqueda de mejores instrumentistas. Como usted es el que estudia música, se lo ve como el motor de esos cambios.
–Sí, soy uno de los que motorizaron eso. Y me parece sano querer tocar mejor y que los que están en la banda también lo hagan. Otros podrán verlo como algo muy careta o muy tiránico, pero creo que así deben ser las cosas. No es por el hecho de ver quién toca mejor, sino a ver hasta qué punto estamos comprometidos con la música. No se trata de tener más o menos talento, sino de ponerse el overol para mejorar. A mí me hizo bien estudiar, pero tampoco voy a ponerme en músico virtuoso que descarta a los que no estudian por salvajes.
–A los Cadillacs, el salvajismo les dio buenos resultados.
–Más vale. Tampoco puedo compararme con tipos que estudian música desde chicos. De hecho, sigo pensando que menos es más y que la complejidad en sí misma no sirve de nada. Creo que estudiar me hizo bien al alma, básicamente. Se me convirtió en un vicio y no quiero dejarlo. Además, tengo la suerte de estudiar con un tremendo maestro como Malosetti, cuyo ser entero es música. Creo que mi mayor mérito, últimamente, es haberle hecho caso a él y a Norberto Minichilo (baterista de jazz, invitado en el disco solista de Flavio).
–Algo que muchos fans de los Cadillacs podrían discutirle.
–Sí, quizás esto que digo a ellos les parezca un horror. Y bueno, viejo, lo veo así. El que me acompañe, será bienvenido.
–En los últimos shows de los Cadillacs hizo varios solos de contrabajo.
–Eso me encanta. Capaz que queda fuera de contexto...
–Bueno, cuando tocan a las cuatro de la mañana al aire libre, sí.
–Es verdad, es algo egoísta de mi parte, pero lo necesito. Preciso salir, en el medio de una lista de temas, a tocar “La pomeña”. Me hace bien y me gusta. Aunque sí, a las cuatro de la mañana (se ríe)... seguro que me debe haber salido como el orto, porque a esa hora nada sale bien.
–¿Esos proyectos forman parte de la necesidad de tocar otras cosas?
–De esa necesidad y de mucho más. No quiero que parezca que estoy apresado en el pop. La ecuación es más simple: hago lo que me gusta.

 

Un relax a la mexicana

La mudanza transitoria de Flavio Cianciarullo y familia a México no será tan inmediata como se anunció en algunos medios. Tampoco tiene que ver con la situación del país, aunque eso ayude al bajista a tomar la decisión. “Hace rato que tenemos ganas de irnos un tiempo, porque mi esposa es de Monterrey. Todavía estoy viendo cómo hacer todo y no sé cuándo nos iremos”, confiesa el autor de “Matador”.
–¿Tiene algún proyecto musical en vista en México?
–No, no. El viaje sería para relajarme allá y, lógicamente, hacer todo lo que pueda musicalmente. Pero no es que alguien me dijo: “Flavio, vení que hay tal cosa”. Es obvio que no voy a ir a armar una banda de rock para salir a tocar. Eso no me interesa; para eso tengo los Cadillacs. Iré a estar un rato ahí, a producir bandas y después volveré. Pero todavía falta, porque tengo que dejar la casa en orden y eso no es fácil. Por lo pronto, voy a ir en febrero a producir a Panteón Rococó, que nos abrieron algunos shows en la última gira mexicana, y voy a aprovechar para ver cómo está la historia allá. Ese será un viaje de observación, con fecha de vuelta pautada. Ahora volví a tener ganas de producir. En una época sentía que me sacaba mi tiempo, por eso dije que no a algunas cosas. Igual, trabajaré en México, más que nada, porque acá no me llama nadie.

 

Las idas y vueltas de un “brasileño” de San Telmo

Por R. C.

Víctor Biglione bien podría decir “toco con todos”, como León Gieco en “Orozco”. Realmente impresiona repasar el currículum de este guitarrista nacido en San Telmo (“Estados Unidos y Defensa”, precisa) y radicado desde los seis años en Río de Janeiro: han contado con su música Gal Costa, Chico Buarque, Lee Konitz, Steve Hackett, Eumir Deodato, Sergio Mendes, John Patittucci, Manhattan Transfer, Caetano Veloso, Djavan, Maria Bethania y Milton Nascimento. También hizo un disco a dúo con Andy Summers (The Police), que presentaron en la Argentina, y trabajó con Litto Nebbia en Buenos Aires. Ahora Biglione está a punto de volver para tocar a pocas cuadras de donde nació: el domingo próximo se presentará al frente de su trío en el Festival Tribulaciones Avant Music, en La Trastienda.
Aunque muchas biografías lo cuenten como brasileño, el guitarrista dice estar muy orgulloso de su origen argentino. Y, en conversación telefónica con Página/12, lamenta su poco contacto con la música de su país natal: “Domino la bossa nova y tengo experiencia en rock, jazz y blues, pero no viví el tango como para poder tocarlo. Porque, por más nociones teóricas que tenga, al tango hay que transpirarlo y yo no lo hice. Obviamente, me encantan Piazzolla, Gardel, Troilo, Julio Sosa, Néstor Marconi... Lástima que el tango no esté en mi amague, en mi gambeta”.
–¿En su casa no se escuchaba tango?
–Sí, claro. También sonaban Tom Jobim, Led Zeppelin, Chico Buarque, Charlie Parker... Mi viejo era más tanguero tradicional; mi vieja, en cambio, me llevaba a ver a Piazzolla. En Brasil se mean por Piazzolla.
–¿Tocar con Gal Costa fue el despegue de su carrera?
–Claro. En ese momento tenía 22 años y Gal estaba en un momento excepcional, así que era un trabajo difícil, porque había que tocar de todo. Después grabé con Chico Buarque y comencé a tocar con él, así que se me abrieron muchas puertas como acompañante. Pero hace cinco años decidí no salir más de gira con cantores, aunque sigo con las sesiones. Paré porque quería desarrollar más mi carrera personal. De todos modos, ese primer trabajo con Gal Costa fue como debutar en la Primera de River.
–Ya que menciona el fútbol, se le deben complicar los sentimientos cuando juegan Argentina y Brasil.
–Mire, voy a hablar bajito porque acá hay gente: en esos casos, hincho por la Argentina. Me enloquece el fútbol argentino, es el más lindo. Desde chico, mi vieja me hizo leer a Cortázar, Borges y Sabato, pero mi viejo me pasaba El Gráfico. Ya llevo más de veinte años leyendo esa revista casi todas las semanas. Acá dan el campeonato argentino, por eso sigo mucho a D’Alessandro, que me encanta. Lo descubrí en el Juvenil y me enloqueció cómo la pisa. Y me quedé tristísimo con lo que pasó con Boca: no entiendo por qué se colgaron de los palos, como se dice en la Argentina.
–¿Cómo será su show en Buenos Aires?
–Iré desde lo acústico, con temas que grabé con Andy Summers, hasta la electricidad más fuerte. Pasaré por el jazz brasileño, el jazz de fusión, y llegaré a Hendrix a través del blues. Siempre con la preocupación de armar frases, que es lo que me diferencia de la mayoría de los guitarristas actuales. No estoy cerca de esa cosa circense, repleta de efectos, de músicos como Steve Vai. Las frases son mucho más consistentes culturalmente, porque remiten a otros lugares y situaciones. Las frases de una guitarra pueden contar historias.

 

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