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Erin Brockovich y una vida de película después de la película

Su vida se hizo famosa en la película, pero siguió igual de agitada después. Ganó 2,5 millones por su trabajo en el juicio. Dos de sus ex intentaron extorsionarla y terminaron grabados por la policía. Recibió las más variadas ofertas. Y ahora publicó un libro.

Por Duncan Campbell *
Desde Los Angeles

La vida no se ha quedado quieta para Erin Brockovich, la mujer que inspiró la película por la que ganaron este año el Oscar tanto su estrella, Julia Roberts, como su director Steven Soderbergh. Desde los hechos que se cuentan en la película, Erin sufrió intentos de extorsión y juicios, tuvo ofertas de Playboy, nuevas demandas judiciales y suficientes idas y vueltas de su vida como para hacer una segunda parte. Pero no habrá secuela. El último evento es la publicación de su primer libro: Tómelo de mí: la vida es una batalla, pero uno puede ganar.
Nacida como Erin Pattee en Lawrence, Kansas, estudió Administración en Dallas antes de pasar por los más diversos trabajos: desde una tienda hasta una empresa de ingeniería, una firma de agentes de Bolsa y una compañía de publicidad. Antes fue coronada Miss Costa del Pacífico 1981, produjo tres niños, y adquirió y se desprendió –aunque no del todo– de dos maridos y un novio motociclista. Así llegó al momento en que consiguió un trabajo en la firma de abogados Masry y Vivitoe, de modo bastante parecido a como lo presentó la película.
Está ansiosa de subrayar, tanto en el libro como personalmente, que la verdadera historia no es sobre ella sino sobre el juicio histórico que forma el corazón de la película, que se llevó adelante en nombre de los ciudadanos de Hinkley, California, contra Pacific Gas and Electric. El juicio, en que la persistencia y capacidad de investigación de Brockovich tuvieron un rol fundamental, terminó con un acuerdo por 333 millones de dólares para los demandantes que habían sufrido cáncer, abortos espontáneos, y afecciones digestivas y de piel, debido a que la compañía arrojaba desechos contaminados en pozos que afectaban al agua que bebía la ciudad.
Brockovich es la primera en admitir que el caso le cambió la vida. Para empezar, recibió 2,5 millones de dólares como parte de sus honorarios por el acuerdo, lo que significó que pudo mudarse del sucucho plagado de cucarachas en el que vivía a una mansión en Agourra Hills, en los suburbios de Los Angeles. Pero el dinero obtenido y la película que siguió también le trajeron problemas: sus dos hijos mayores, aún adolescentes, han tenido que hacer rehabilitación como resultado de hábitos adquiridos cuando llegó el dinero.
“Algunas veces creo que esta casa es una maldición”, dice, vestida con un saco de cuero y jeans en el living de su mansión. “Mis hijos no estaban acostumbrados a este tipo de casa, fue como ir de la pobreza a la riqueza de la noche a la mañana y creo que los catapultó a un estilo de vida muy veloz, a un grupo de gente al que no estaban acostumbrados, a posesiones materiales, a la experimentación con drogas. Yo estaba tan acosada por la culpa, por mis ausencias y el trabajo, que me encontré a mí misma dando y dando y dando.”
El grueso cheque se fue rápido, con un millón en impuestos y 250 mil en honorarios de rehabilitación. Luego, sus ex –su primer marido, Shawn Brown, y su viejo novio, Jorge, que en la película aparece como el motociclista que cuidaba a los chicos mientras ella investigaba– reaparecieron. Contrataron a un abogado que amenazó con decirles a los medios que ella había sido una mala madre y que había tenido un affaire con su jefe, Ed Masry (interpretado por Albert Finney en la película) a menos que les diera 310 mil dólares. Las afirmaciones eran falsas, de modo que Brockovich acudió a la policía y los tres fueron arrestados después de que una reunión entre Erin y ellos fuera grabada por los investigadores. El abogado fue a la cárcel por seis meses, le impusieron una multa de 10 mil dólares y se le impidió volver a ejercer. Los cargos contra los otros dos finalmente fueron abandonados.
A Brockovich todo este proceso la descorazonó, no sólo porque Jorge ya le había iniciado una demanda de 3 millones después que rompieron, que ella saldó con “un cheque por única vez y para siempre de 40 mil dólares”.Ya le había regalado una Harley-Davidson de 20 mil, cuando le pagaron su dinero por el juicio, de modo que se sintió doblemente agraviada por el reclamo. “Esa extorsión realmente me puso furiosa. Espero que ellos tengan una buena vida y encuentren la riqueza que tanto desean. Pero no quiero ser parte de nada que tenga que ver con ellos... nunca más.”
Su segundo marido, Steve Brockovich, operador de Bolsa, tampoco se anotó muchos puntos, pero el marido número tres, Eric Ellis, un muchacho de Burbank, disc-jockey y actor, se cuenta entre los tres hombres de su vida junto a su padre y a Masry. Se casaron en Hawai en 1999.
Pero la principal preocupación de Brockovich sigue siendo su trabajo, los juicios contra corporaciones. En un caso, Kettleman contra PG & E, también en torno a la contaminación con cromo 6, ella representa a unos mil demandantes. “Duplica la cantidad del caso con Hinkley y pelearemos tanto como en esa oportunidad.” Dice que espera haber concluido en un año. Ahora está en el circuito de las conferencias y en proceso de hacer dos programas piloto de televisión. En el libro y en su vida es cándida sobre los problemas que ha enfrentado, desde la dislexia en su infancia a la anorexia en la adultez o la falta de confianza que la llevó, durante su infeliz segundo matrimonio, a implantarse siliconas, una parte de su pasado sobre el que no se lamenta: “Consideré que la mejor forma de elevar mi autoestima era elevar mi pecho, y funcionó”.
También tuvo ofrecimientos de Hollywood, pequeños papeles, pero ninguno le gustó porque prefiere la realidad a la fantasía. Pero no habrá una Erin Brockovich II, excepto que alguien tome lo que ella escribe hacia el final del libro: “No me gusta idealizar a gente que no existe. Prefiero idealizar a la gente real, a los héroes desconocidos que pelean contra los males de la América corporativa, a aquellos que no tienen más elección que vivir en un mundo del que otros quieren sacar ventaja. Sería una gran película, ¿no creen?
* De The Guardian, especial para Página/12.

 

 

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