Por Carlos Rodríguez
Elvira Bustamante, a los 54,
abuela y viuda, se emocionó cuando desde el escenario le agradeció
a su señorita Adriana (Monzani) la ayuda que le brindó
para que ella pudiera aprobar la escuela primaria. Con el diploma en las
manos, estaba feliz porque por primera vez en su vida puede leer
los carteles en la calle, escribir cartas, sacar las cuentas. Elvira
sabe que no puede volver a ser niña, pero tenía la alegría
de los 12 años y la madurez para saber que había logrado
algo muy importante. La misma sensación vivió
Ana María Ponce, 42 años y 11 hijos. El menor, de apenas
cinco días, iba dormido en sus brazos. Ella tampoco había
ido jamás al colegio, pero se preocupó para que sus chicos
lo hicieran porque el que no estudia no es nada. Con ingenuidad
y esperanza, sueña ahora con ser alguien. Las de Elvira
y Ana María son apenas dos historias recogidas entre centenares
de egresados del Programa de Alfabetización organizado por la Secretaría
de Educación del Gobierno porteño.
Con cierto desorden, propio de los actos escolares, 259 adultos recibieron
ayer su diploma en el anfiteatro del Smata, en Belgrano al 600, entre
ellos muchos mayores de 60, algunos jóvenes que rondaban los 25,
un grupo de ciegos y una travesti paraguaya, tímida, algo nerviosa,
que contó que estaba muy contenta porque ahora se anotó
para seguir el bachillerato y puede aspirar en el futuro a seguir una
carrera terciaria. Nilda Monti, de 63, del barrio de Paternal, había
abandonado la primaria en 1952 sin llegar al título. Ahora busca
un título comercial, luego de haber logrado por inquietud
personal, sin tener una educación formal trabajar en tareas
docentes en varios establecimientos educativos.
Ramón Oscar Salgado, de 43, vive en el barrio Los Piletones, en
Villa Soldati. Misionero, desde los 12 años trabajó en un
aserradero, en pleno monte, y su vida transcurrió lejos de la escuela.
Apenas llegué a segundo grado y ahora estoy aquí porque
el padre Raúl (dice que no sabe su apellido), de Los Piletones,
me convenció para que me anotara. Su vida en el monte se
terminó hace siete años, cuando quebró el aserradero
de Bernardo Lagier y se quedaron sin trabajo más de 200 personas.
Amalia Oviedo, de 62, es vecina de la villa Zavaleta. Está soltera
y bastante sola en la vida desde que murieron sus padres, en Tucumán,
hace ya un montón de años. En Buenos Aires vive
con una parienta lejana y volver al colegio fue para ella una bendición
señor, sentir que había gente que quería ayudarme
y eso es mucho, mucho. Sus ojos se llenan de lágrimas pero
ella ríe.
Alicia Cárdenas, de 60, hoy es una de las coordinadoras del Programa
de Alfabetización, pero hasta hace poco fue tan solo una
alumna. Durante muchos años vivió en la ex villa
y ahora barrio obrero que está frente a la sede social del
club San Lorenzo, en el bajo Flores. En poco menos de cuatro años
terminó el primario y todo el secundario. Esta boliviana, con 52
años en la Argentina, exhibe con orgullo su título de Auxiliar
en Medios de Comunicación y da clases de artesanía
para que los alumnos puedan tener una salida laboral. Sus
seis hijos argentinos fueron o van religiosamente al colegio.
A los 42 años, Ana María Ponce, recibió su diploma
mientras llevaba en sus brazos al más pequeño de sus once
hijos, Gabriel Román, que debe su segundo nombre a la presión
de sus hermanos mayores, todos hinchas de Boca, todos fanáticos
de (Juan Román) Riquelme. Ella cree desde ayer que su vida
puede ser mejor, porque ahora estoy contenta, puedo ayudarlos con
los deberes a mis hijos más chicos; es muy feo que una madre sepa
menos que sus hijos, es como no ser la madre. ¿Me entiende?.
El secretario de Educación, Daniel Filmus, al hablar en el acto,
felicitó a los egresados y algo más: Ustedes han hecho
un gran esfuerzo. La solución no va a venir de los que nos hablan
muchas veces por la televisión. Cuando uno se educa está
luchando por la libertad, está más cerca de la libertad,
como hoy me decían los presos que recibieron su diploma en la cárcel
de Devoto. Filmus le dijo a este diario que la importancia del Programa
radica en que los adultos no tienen que ir a la escuela sino que
la escuela es la que va a buscarlos. Las clases se dictan en 84
centros de la Capital Federal, la mayoría en barrios marginados
o villas. Cerca de 800 personas estudian y no solo se les enseña
a leer y a escribir sino que pueden aprender un oficio, para poder buscar
trabajo. La capital es el único distrito donde sigue vigente
el Plan Nacional de Alfabetización.
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