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UN TESTIMONIO EXCLUSIVO DESDE
LAS MONTAÑAS Y CAVERNAS DE AL-QAIDA EN TORA BORA
Lo que quedó de las posiciones de Osama bin Laden

Un periodista estuvo en los campamentos y las cavernas abandonadas de la red terrorista Al-Qaida en las montañas del este de Afganistán y ofrece aquí su testimonio de primera mano de lo que quedó luego de la implacable lluvia de bombas de la aviación norteamericana.

Por Rory McCarthy
Desde Tora Bora, Afganistán

La ceniza de las fogatas de campamento de Tora Bora en el corazón de las Montañas Blancas de Afganistán todavía está tibia. Alrededor de las cajas de munición de alto calibre en la boca de una caverna puede verse una jeringa descartable endovenosa, todavía manchada con gotas de sangre. Por más de una semana, los combatientes de la red Al-Qaida de Osama bin Laden se aferraron desesperadamente a su última plaza fuerte, escondiéndose en cavernas mientras aviones B-52 y cazas hacían llover miles de kilogramos de la armería más destructiva de Estados Unidos sobre las montañas de Tora Bora. Ayer, finalmente, 800 combatientes –tal vez con Bin Laden entre ellos– brotaron de los profundos y rocosos valles bajo rondas de fuego de tanques y morteros. Los quebrados combatientes árabes no podían resistir más. Huyeron de sus cavernas, corriendo en retirada sobre la alta cima de Enzeri Zur rumbo a las gélidas cadenas de montañas sobre la frontera paquistaní.
“Ya no hay forma de que se escapen. Hemos entrado en sus cavernas y los hemos echado a las montañas –dijo Hazarat Ali, uno de los tres comandantes pashtunes que están liderando el ataque–. Hemos capturado un montón de cavernas y de munición gruesa.” En cuestión de horas se arregló un cese del fuego, y lo último que quedaba en Afganistán de la fuerza de Al-Qaida recibió un plazo hasta las 8 AM locales de hoy para rendirse o enfrentar un nuevo ataque. En los valles detrás de ellos, dejaban una escena de devastación. Alto en la línea de montañas en Tora, un bosque estaba hecho pedazos. Por cientos de metros en todas direcciones la corteza de los árboles estaba desprendida de los troncos hechos jirones. La semana pasada, ese bosque brindaba cobertura para las posiciones de ametralladoras y morteros de Al-Qaida. Pero cuando los combatientes mujaidines entraron ayer, los bunkers de piedra de Al-Qaida estaban en ruinas. Ropas agujereadas y manchadas de sangre yacían entre los polvorientos escombros o colgaban de algunas de las pocas ramas que quedaban. Una camioneta Toyota estaba en el medio de un cráter destruida por bombas de fragmentación. A un lado estaba una gran lámina de metal norteamericano con la inscripción “Vector y bomba, aeronave CBU 87B/B”, el envoltorio para la bomba de racimo que aplastó esta cordillera. Un puñado de desesperados soldados mujaidines buscaba pedazos de metal entre las docenas de pequeñas bombas amarillas y cilíndricas antipersonal sin explotar. En una segunda lámina de envoltorio metálico verde un soldado norteamericano llamado Gary había escrito su propio, breve mensaje antes de cargar la bomba de racimo en el disparador de uno de los B-52. “Para aquellos cuyos sueños les fueron arrebatados –escribió– aquí van unas pocas pesadillas. Esto va a brillar como un diamante en el culo de una cabra.”
Para la hora del almuerzo ayer, el comandante Ali lucía una amplia sonrisa junto a un pequeño rancho de ladrillos supervisando de pie a las tropas que avanzaban en torno suyo y dando órdenes a sus comandantes por teléfono satelital. “Hemos capturado la cima de la montaña y les hemos dicho a los árabes que se rindan –dijo–. Seguiremos combatiéndolos, matándolos y capturándolos. Ahora no necesitamos más bombas norteamericanas. Así es como funciona la guerra de guerrillas: a veces es fácil, a veces es difícil.”
Del propio Bin Laden, sin embargo, no había ninguna señal. El principal objetivo de guerra de Estados Unidos –capturar al terrorista saudita, como famosamente dijo el presidente norteamericano George Bush, “vivo o muerto”– es tan elusivo hoy como lo fue el 11 de septiembre. Los soldados mujaidines dicen que los aldeanos creen que a menudo permanecía en el centro de comando. Un soldado dijo que el disidente saudita fue visto el lunes por buscadores locales. Los altos comandantes mujaidines, ansiosos por la continuación del apoyo militar norteamericano, insisten en que todavía está cerca. “Está aquí. Estoy un 100 por ciento seguro de eso -dijo el comandante Ali–. Tenemos informes de inteligencia de que hasta ayer se encontraba en esta área.”
Bin Laden tiene varias rutas de escape a través de las montañas. Algunos caminos llevan al oeste, hacia el centro de Afganistán. Otros llevan al sur, a través del nevado Paso de Kharoti hacia el área de Khurram en Pakistán, donde 8000 a 9000 tropas militares y paramilitares se encuentran ahora desplegadas a lo largo de la frontera para evitar que se filtre cualquier combatiente de Al-Qaida.
Pocos esperan que los leales a Bin Laden desciendan los rocosos valles de Tora Bora con sus manos en alto. Antes de los hechos de ayer, los combatientes de Al-Qaida, que se piensa que son al menos 700, no habían dado ninguna señal de que se fueran a rendir tan fácilmente como el hoy difunto régimen talibán, que les brindó hospitalidad por cinco años. Cada palabra de un combatiente árabe que pudo captarse a través de la radio sugería que estaban dispuestos a una lucha a muerte. “Hemos llegado aquí para ser mártires. Estamos listos a enfrentar las tropas norteamericanas”, dijo un combatiente árabe en un mensaje radial antes del ataque de ayer.
El comandante Ali era reluctante a admitir el rol de la docena de soldados de las fuerzas especiales estadounidenses que han estado viviendo en una escuela abandonada cerca de la línea del frente por la pasada semana, yendo al frente todos los días en una camioneta verde 4 por 4 con los cristales ahumados, ordenando ataques aéreos y -anoche- lanzando operaciones comando contra posiciones de Al-Qaida. “Los soldados norteamericanos están en mi bolsillo”, dijo, sonriendo.
Durante varias horas en la mañana, sus comandantes mujaidines enfrentaron una dura resistencia a medida que presionaban para avanzar. En determinado momento, varios comandantes debieron echar el cuerpo a tierra en lo alto de la montaña debido a fuertes disparos desde un nido de francotiradores. Pero para la hora del almuerzo las posiciones fueron arrasadas y los comandantes mujaidines ordenaron un cese del fuego mientras negociaban por radio con sus contrapartes árabes. “Vamos a parar el combate por 30 minutos, no disparen sus armas –dijo a sus tropas por radio Mohammad Zaman, otro de los comandantes principales–. Los árabes van a enviar una delegación a reunirse con nosotros. Dicen que porque es Ramadán quieren terminar esto sin más combates.” Una delegación de dos hombres fue enviada, hubo breves discusiones y se ordenó la rendición de los combatientes de Al-Qaida. El comandante Zaman dijo que los combatientes que se entregaran enfrentarían juicios internacionales. La batalla por Tora Bora, aunque fue feroz, dejó pocas bajas de Al-Qaida. Sus ranchos y posiciones armadas fueron destruidos pero casi todos los combatientes se las arreglaron para escapar. Incluso los bombardeos parecen haber causado pocas muertes. Las cavernas todavía están intactas y habrían provisto santuario durante los ataques de B-52.
Un camino polvoriento lleva desde la cresta de la montaña a las profundidades del valle, donde un río barroso goteaba a la entrada de la primera caverna. Por un camino sobre el río, altas, angostas ranuras, de apenas un metro de ancho, habían sido talladas en la piedra y protegidas con bolsas de arena y cajas con cargas de ametralladora y morteros de 82 milímetros. En la esquina, un pequeño agujero negro lleva dentro de un oscuro espacio cavernoso, casi seguramente aún protegido por minas escondidas y trampas cazabobos. “Adentro vimos munición y frazadas, colchones y almohadas –dijo Naseem, uno de los primeros soldados mujaidines en llegar ayer a las cavernas–. Tenían una posición de mortero aquí en el frente y cada vez que venían las aeronaves norteamericanas corrían dentro de la caverna para protegerse. Hay más cavernas a ambos lados de ésta. Incluso sus familias vivían aquí con ellos, pero ahora se han escapado todos, con sus mujeres y niños.”
Fuera de las cuevas había una serie de ranchos de ladrillo y piedra, la mayor parte bombardeados y destrozados. Alrededor de ellos pueden verse los elementos para la vida humana de una posición armada de Al-Qaida:vacíos cartones de leche, latas de pasta de tomates, cajas de caldo de pollo, rollos de papel higiénico rosado, docenas de baterías de radio y el envoltorio de plástico de un par de medias confeccionadas en China. Un poco más arriba en el piso del valle había un centro de comando más grande: docenas de ranchos construidos sobre diversos niveles de tierra, ahora una polvorienta tierra baldía de arcos de madera destrozados y residuos salpicados de restos de bombas norteamericanas y circuitos impresos de sistemas de armamentos guiados, todo custodiado por un tanque T-55 destruido. Uno de los ranchos había sido una vez una habitación de entrenamiento, con pesas de concreto, un viejo par de guantes de box y pesas de metal. En el piso había un descartado blanco de papel, impreso por el vociferante lobby de las armas en Estados Unidos, la Asociación Nacional del Rifle, lleno de agujeros de bala y nombres y puntajes escritos en árabe.
Mientras soldados mujaidines sin nada que hacer se jactaban ayer de su victoria antes de la caída del sol, las primeras bajas de Al-Qaida eran bajadas de la colina. Los dos cuerpos fueron dejados sobre el suelo, y rodeados por muajidines felices. El primero estaba respetuosamente envuelto en una prolija frazada gris. El segundo no estaba tan bien cubierto. Los dos habían sido bajados del nido de francotiradores: los últimos dos soldados a quienes se ordenó seguir en sus posiciones el día que los combatientes de Bin Laden huyeron de Tora Bora.

 

Cuando Europa baja el pulgar

Hasta la Unión Europea, conocida por sus posicione antiisraelíes, se sumó ayer al coro internacional que le reclama a Yasser Arafat cesar la violencia en Oriente Medio, Y lo hizo de modo enérgico, pidiéndole nada menos que el fin de la Intifada que lanzó en setiembre del año pasado. El alto representante de Política Exterior y Seguridad Común de la Unión Europea (UE), Javier Solana (izq.) habló ayer con el líder palestino (der.) antes del inicio de la conferencia de prensa que se realizó en la ciudad cisjordana autónoma de Ramala, situada al norte de Jerusalém, para conversar sobre la difícil situación existente entre israelíes y palestinos, enfrentados por las armas desde hace más de quince meses. El responsable europeo también mantuvo encuentros con el premier israelí Ariel Sharon y con el emisario estadounidense Anthony Zinni.

 

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