Por Carlos Polimeni
Desde que el rock comenzó
a ser considerado cultura en los años 60, para docenas de
sus artistas merodear el mundo de las orquestas fue una obsesión,
aun antes del apogeo del rock sinfónico. En ese terreno no todo
fueron los arreglos de George Martin para The Beatles, está claro:
ahí había una sutileza que aún hoy impresiona. El
trabajo con orquestas resultó casi siempre, y algo previsiblemente,
un gesto pretencioso, cuando no un modo de renegar de los orígenes
bastardos del género. El hecho de que muchos grupos rústicos
y potentes, de Deep Purple a Metallica, pasando por Procol Harum, hayan
experimentado ese sendero, habla bien del carácter simbólico
de la tendencia, a veces similar a las historias de vida de los nuevos
ricos, a sus modales. En la Argentina, salvo una versión de La
Biblia de Vox Dei, por La Pesada comandada por Billy Bond y el Ensamble
de Buenos Aires al comando de Pedro Ignacio Calderón, no hubo grandes
aportes a la tendencia. Hasta ahora. Esta semana está saliendo
a la venta 11 Episodios Sinfónicos, un notable disco de Gustavo
Cerati que se transformará en una pieza de colección, en
una rareza histórica. Debería decirse un notable disco de
Gustavo Cerati y el arreglador y director Alejandro Terán, que
condujo un ensamble de 40 músicos sinfónicos argentinos.
El disco fue grabado en vivo en un recital del 6 de agosto en el Teatro
Avenida colmado de invitados especiales.
El disco tiene sus pasajes beatles y sus pasajes purple. En aquellos,
temas como Corazón delator, Persiana americana,
Signos y Canción animal, clásicos
de Soda Stereo, alcanzan una carnadura diferente, llena de encantos y
sugerencias, como si sus versiones originales hubiesen sido bocetos de
este trabajo. Esos temas, que Soda grabó hiperproducidos, pueden
producir la sensación que emana del proyecto de Anthology que recuperó
el sonido de las canciones beatle antes de que Martin las pasara por el
tamiz de su producción sonora, la mejor de la historia del género.
En este caso, queda claro que el hecho de que el disco haya sido grabado
en vivo es anecdótico, ya que hay un largo trabajo de posproducción
en estudios. El arreglo de Corazón delator es ejemplar:
brotan del tema líneas melódicas que subyacían en
el original, flotan amenazas hechas violines, el ensamble instrumental
sostiene, empuja y eleva al solista. La performance vocal de Cerati es
sencillamente descomunal.
Pero otras veces, en el mismo disco, en el costado purple del proyecto,
la química no funciona: una ambición desmedida convierte
a esta versión de Bocanada en un comentario de la original,
grabada en el primer disco solista de Cerati; transforma a Sweet
sahumerio en un previsible paseo por la música oriental leída
desde la ecuación George Harrison. Es posible que la inclusión
de estos temas sea producto del deseo del propio intérprete, desoyendo
un llamado de la lógica: en un proyecto así el efecto de
los arreglos trabaja también sobre la memoria emotiva, es una relectura
que parte de cierta complicidad del oyente. Ningún grupo o solista
de rock grabaría en este formato sus canciones por primera vez,
ya que probablemente eso no sería rock, ni sería otra cosa,
sería la nada del querer parecer antes de ser. El rock sinfónico
dejó de evolucionar, para estacionarse y convertirse en dinosáurico,
cuando creyó que podrían escribirse sinfonías de
rock.
Más allá de ciertas obviedades y pomposidades, los arreglos
de Terán, que trabajó ya bastante en dotar de espesor el
sonido de grupos de rock, incluido Soda, funcionan porque tienen como
denominador común no situarse jamás por encima de las canciones.
Terán opera al servicio de Cerati, sin competirle, y ganan los
dos. Un disco como éste, ambicioso, extraño, sofisticado,
amanerado, no sería posible aquí de no estar involucrado
un músico como Cerati: nadie en la historia del rock argentino
cantó con tal solvencia técnica, nadie podría parecer
tan pez en el agua vestido de Principito, flotando sobre paredes sonoras,
ya no sónicas.
Pablo
Milanés y los suyos vs. �el disparate bíblico�
Gabriel García Márquez, Caetano Veloso, Charly
García, Gal Costa, Fito Páez, Joaquín Sabina y Armando Manzanero,
entre muchos otros, participan del CD doble de homenaje �Pablo Querido�.
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Por
C.P.
Hace ya demasiados
años para recordarlo, Pablo Milanés fue objeto de un homenaje
discográfico, llamado Querido Pablo y capitaneado por Víctor
Manuel y sus huestes de amigos españoles. El mundo no lo sabía
por entonces, pero el cubano portaba una forma de cáncer que amenazaba
con quitarle la vida. Pero la vida pudo más que el cáncer,
y Milanés se recuperó de forma notable, por lo cual aquel
disco doble fue producto de una especie de premonición errada.
A Pablo la idea le gustó, sin duda, y al comenzar el siglo XXI
participó de otro homenaje, en el cual puede afirmarse que fue
sujeto y no objeto: participa en los 19 temas, de los cuales 18 son suyos,
al comando de una Armada Brancaleone de talentos y personalidades del
arte hispanoamericano, entre ellos Caetano Veloso, Charly García,
Gal Costa, Fito Páez, Joaquín Sabina, Armando Manzanero,
Juan Formell y los Van Van, Milton Nascimento, Soledad Bravo, Alberto
Cortez, Iván Lins y Tania Libertad. En un esfuerzo de producción,
el trabajo incluye un prólogo sonoro del Premio Nobel de Literatura,
Gabriel García Márquez, cuya voz gastada, sin las resonancias
metálicas de otrora, llena de calidez la banda uno del disco uno.
El proyecto se llama Pablo Querido.
El trabajo, que acaba de ser lanzado en la Argentina, elige subrayar el
perfil de compositor de grandes temas de amor (y desamor) del cubano por
sobre su perfil militante. En eso, está claro, se lee su propia
decisión, su ánimo a esta altura de las cosas. No en vano
el primer tema que se escucha es Proposiciones (Propongo
disfrutar esta jornada/ inquietando tu gusto en dos sentidos/ una paloma
que bata tus oídos/ y un cocodrilo verde en tu mirada) y
el último que suena es Si ella me faltara alguna vez,
que interpreta a dúo con Fher Olivera, el líder del grupo
mexicano Maná. El público politizado que Milanés
tuvo en la Argentina, acaso porque llegó en los tempranos 80
junto a Silvio Rodríguez, extrañará canciones fundamentales
de su repertorio, pero tal vez comprenda. Al Pablo querido, al querido
Pablo, tantas certezas le hicieron daño.
La capacidad de Milanés como cantante, la calidez negra de su voz,
su limpieza técnica, ponen en apuros a varios invitados. Fito y
Charly participan en dos de los temas más complicados de todo el
proyecto, Sábado corto y Los años mozos.
El rosarino pilotea con profesionalidad el compromiso, casi hasta el final,
y Charly opta por tirarse a la pileta, una especialidad de la casa, sin
pensarlo dos veces. En ambas versiones, honestas y con garra, falta, sin
embargo, algo del humor caribeño con que otros intérpretes
se pliegan al proyecto. No es fácil cantar con Pablo: la impresionante
voz de Gal Costa parece poco en Amame como soy, Armando Manzanero
se empequeñece, más aún, en esa canción tremenda
que es Para vivir, y hasta Caetano Veloso suena cohibido y
extranjero en la cadencia de Comienzo y final de una verde mañana.
Sin embargo, está claro que este disco no es un maratón
de egos como al parecer entendió Sabina, que impuso al proyecto
un tema suyo, en que Pablo lo acompaña sino un esfuerzo combinado
para que sea Milanés el que salga ganando. Sale.
Este disco es una casa sin puertas ni ventanas, explica sobre
un colchón de cuerdas García Márquez, al principio
de todo. Es una casa ambulante, abierta a los amigos del mundo entero
en que sólo se habla una lengua común, la música.
He tenido el privilegio de asistir durante años a la evolución
de este milagro y hoy sé que no hay felicidad más pura que
la felicidad de cantar (...). En la casa de Pablito era imposible caminar
por entre baterías atravesadas en la sala y saxofones sentados
en las sillas (...) Creo que así surgió la idea maravillosa
de convertir esa realidad en esta experiencia masiva de un disco en el
que todos cantan para todos, o para si mismos, (...) en una tentativa
feliz de derrotar, todos juntos, el disparate bíblico de la torre
de Babel. Palabras de Nobel.
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