Por Luciano Monteagudo
¿Quiénes son
los ladrones de bancos más famosos de Estados Unidos? ¿Butch
Cassidy y The Sundance Kid? ¿Bonnie & Clyde? Para Vidas bandidas
se trata de entronizar en ese sitial a Joe (Bruce Willis) y Terry (Billy
Bob Thornton). La prensa amarilla los llama The Sleepover Bandits, por
su afición a pasar la noche con el gerente del banco y su familia
y al día siguiente entrar con él por la puerta grande, caminando
tranquilos como si fueran viejos clientes. En la intimidad, son como
todo el mundo un poco más complicados, sobre todo cuando
el dúo se convierte en trío, con la incorporación
de Kate (Cate Blanchett), una ama de casa que decide seguir los pasos
de Thelma y Louise, o sea, abandonar la triste rutina del hogar por la
aventura del camino y los peligros de vivir fuera de la ley.
No es casual que aparezcan tantos nombres legendarios a la hora de repasar
Bandits. A pesar de sostenerse sobre un guión original de Harely
Peyton (libretista de un par de episodios de Twin Peaks, de David Lynch),
la película de Barry Levinson parece deberle siempre algo a alguien,
todo el tiempo. Si hasta Willis y Thornton dan la impresión de
ser una versión posmoderna de Jack Lemmon y Walter Matthau, una
extraña pareja de esas que por su sola incompatibilidad se supone
hacen reír. Algo de eso hay, debe confesarse. De acuerdo con el
imaginario colectivo construido por Hollywood, Willis es, una vez más,
el hombre de acción, capaz de improvisar tanto una fuga de un penal
de máxima seguridad como de asaltar sin armas un banco, todo con
éxito y con una sonrisa a flor de labios. Por el contrario, Thornton
se presenta como un hipocondríaco grave, que no puede dar un paso
sin pensarlo antes y que se revela físicamente intolerante a todo,
desde la lactosa hasta las antigüedades.
Por supuesto, a Kate le resulta difícil decidirse entre ambos,
lo que la lleva a descartar la idea de quedarse sólo con uno, para
terminar eligiendo a los dos. Una vez constituido, el trío aprovecha
algunos buenas escenas de humor, que funcionan básicamente a partir
de citas de películas (Lo que sucedió aquella noche, de
Capra) o canciones (Holding out for a hero, por Bonnie Tyler).
Pero lejos de la ironía y la acidez de la sátira política
Wag the dog que disfrutaba de un guión de David Mamet,
el director Barry Levinson (el mismo de Rainman, donde jugaba con otra
pareja despareja) nunca alcanza a definir el tono y el objetivo de la
película, como si quisiera complacer a todos los públicos
al mismo tiempo: al masculino que según la idea estereotipada
de Hollywood sólo pide acción, y al femenino que quiere
romance y sueña con liberarse de la sumisión conyugal. Peor
aún, en sus excesivos 123 minutos, recargados de adornos y tomas
de atardeceres de tarjeta postal, Vidas bandidas se transforma más
de una vez en un largo videoclip, con escenas enteras resueltas a partir
de la machacona banda de sonido, como si se tratara de vender discos en
vez de contar una historia.
PUNTOS
HORMIGAS
ENTRE LAS PIERNAS
Un pene aburrido
Por Martín
Pérez
Si los personajes de Tarantino
en Perros de la calle resignifican el Como una virgen de Madonna, e incluso
el propio Tarantino reinterpreta Top Gun en clave gay en un film estadounidense
de adolescentes, el alemán Marc Rothermund quiso estar a tono con
estos tiempos revisionistas y eligió arrancar el segundo opus de
su filmografía repasando la historia de los Pitufos. Aun antes
de los títulos, ahí está Red Bull un personaje
que carga con los mejores textos de esta fallida American Pie alemana
horrorizando a una compañerita al explicarle su teoría de
que la Pitufina debía ser la puta del pueblito de los Pitufos.
De otra forma, arguye Red Bull, no se explicaría la permanente
felicidad de su población casi totalmente masculina. Gracias,
me arruinaste toda mi infancia, dice la niña antes de huir
entre lágrimas.
Comedia sobre la iniciación sexual narrada en voz alta por el pene
de su protagonista, la atrevidísima trama de Hormigas
entre las piernas deviene rápidamente en inocua e inocente comedieta
de acto escolar. Eso sucede porque el verdadero protagonista del film
que, como en una historieta italiana que en su momento publicó
la revista SexHumor, efectivamente habla en voz alta rápidamente
se queda sin nada que decir, y es entonces cuando los sexuales devaneos
naïf de los jóvenes del film huelen cada vez menos a espíritu
adolescente. Y sus disparates sexuales, que en estos tiempos sólo
serían creíbles e incluso divertidos en la boca
de niños de diez, suenan aburridos, previsibles y hasta inocuos
en boca de chicos de quince.
Si a su excesivo desenlace con el pene en silencio en medio de una eterna
representación escolar de Romeo y Julieta se le suma el hecho de
que la copia se presenta para su exhibición local doblada al inglés
y luego subtitulada, Hormigas entre las piernas califica casi a último
momento pero por derecho propio al podio del peor estreno del año.
Una lástima por Red Bull, un personaje que sin embargo tiene el
destino que se merece en una comedia intrascendente que termina aburriendo,
incluso con un pene parlante en su reparto.
PUNTOS
El
día que las mujeres se adueñaron del mundo
Por Horacio Bernades
Opera prima de la argentina
Gabriela Tagliavini, treintañera y radicada desde hace casi una
década en Los Angeles, La mujer que todo hombre quiere es, a todos
los efectos, una producción estadounidense. Se filmó allí,
está hablada en inglés y sus actores y mayoría de
técnicos son de ese origen. Aunque el cine independiente norteamericano
no carece de bodoques propios, la elementalidad de este film, sus desaciertos
e inconsecuencias, el carácter por momentos amateur (en el peor
de los sentidos) llevan a pensar en otras épocas del cine argentino,
cuando la sola procedencia garantizaba la condición de bodrio.
Típico de esa clase de películas hechas al descuido, la
primera línea de la gacetilla de prensa se contradice con el primer
cartel que aparece en la película. Según la película,
la historia transcurre en el año 2025, pero la gacetilla prefiere
ubicarla cinco años más tarde. Da lo mismo. En lo que coinciden
es que transcurre en Estados Unidos. Esto queda claro de entrada, cuando
la presidente del país hace su descargo sobre cierto affaire sexual
que habría tenido con un pasante apellidado Lupensky. ¿Suena
conocido? Todo un anticipo del nivel humorístico y creativo de
esta comedia de ciencia ficción, por darle algún nombre.
La premisa es que dentro de 25 años (o 30) la sociedad está
regida por mujeres, y que éstas se comportan como una exacta reversión
del machismo actual. Son ellas las que dirigen, gozando de privilegios
que se les niegan a los hombres, como la posesión de robots-acompañantes
sexuales. Los hombres se dejan seducir y cortejar, y en los ratos libres
se miran al espejo y se someten a tratamientos de belleza. Si el planteo
es de por sí esquemático, eso no garantiza coherencia con
los propios postulados, ya que el protagonista y su amigo están
tan hambrientos de mujer como los de Hormigas entre las piernas (ver crítica
en estas páginas).
De hecho, ese hambre motoriza la acción. Diseñador de objetos
de plástico, Guy (Ryan Hurst) conoció un gran amor en París,
pero duró poco. Desde ese momento anda solo y buscando, pero como
es chapado a la antigua, rebota sistemáticamente ante mujeres que
sólo quieren sexo rápido. Unica solución: una buena
mujer robot, preparada para satisfacer todos sus deseos. Primero es el
paraíso, después Guy descubre que no hay nada más
aburrido que una geisha, y finalmente hay dos vueltas de tuerca que no
sorprenderán a nadie que haya visto Blade Runner, por la sencilla
razón de que han sido textualmente copiadas de allí.
Como comedia, La mujer ... no ranquea por encima de Un argentino en Nueva
York. Como película de ciencia ficción, adhiere a un feísmo
rasca, con decorados de dos por dos, en tonos verde desesperanza y anaranjado
viejo. Al final le da por el drama romántico, pero no sólo
es tarde sino que, para peor, a la realizadora no se le ocurre nada mejor
que citar Ultimo tango en París: la soga en casa del ahorcado.
Con la única excepción de la alemana Daniela Lunkewitz (dueña
de una de las mejores voces que se hayan oído, de Kathleen Turner
para acá) las actuaciones son asimilables a las de un teatro de
revistas. En cuanto a los personajes, baste citar al padre judío
del protagonista, estereotipo racial digno de Adolfo Stray, para darse
una idea.
PUNTOS
BESOS
PARA TODOS, DE D. THOMPSON
Solos de violín
Por L. M.
Llega la Navidad y, con esa
fecha tan temida, aparecen también los problemas familiares. Se
supone que todo debe ser armonía, pero, ya se sabe, los reencuentros
siempre reavivan viejas heridas. Eso al menos es lo que sucede en la familia
de la venerable Yvette (Françoise Fabian, la memorable protagonista
de Mi noche con Maud, el clásico de Eric Rohmer). Sucede que Yvette,
en medio de los villancicos navideños, acaba de perder a su segundo
marido. Y el primero, el violinista ruso Stanislas (Claude Rich, el galán
de Fiebre de Jacques Demy), vuelve a la carga, pensando que después
de 25 años todavía tiene la oportunidad de reconquistar
a su viejo amor. En medio de ambos, están las hijas, cada una con
sus propios problemas: la mayor, Louba (Sabine Azema), hace más
de una década que comparte clandestinamente sus tardes con un hombre
casado; Sonia (Emmanuelle Béart) está casada con un ejecutivo
y tiene todo lo que el dinero puede comprar, menos la felicidad; y la
menor, Milla (Charlotte Gainsbourg) no sabe aún qué hacer
con su vida sin arruinar la de los demás.
En su primera incursión como directora, la experimentada guionista
Danièle Thompson (hija del prolífico director de comedias
Gérard Oury) descansa básicamente en la solvencia de su
elenco, todas glorias del cine francés, el de hoy y el de hace
treinta años. La idea es que cada uno tenga su pequeño monólogo,
un solo de violín por seguir el leit motiv de la película
en el cual pueda lucir su histrionismo en el marco de una historia televisiva
en su forma y sentimental en su contenido, pero exenta de golpes bajos.
PUNTOS
|