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No se puede conformar a todos;
el Gobierno conforma al Fondo

La concertación se ensombrece para el Gobierno. Oficialistas y peronistas no aceptan el mayor recorte que requiere el FMI para aprobar su programa. Reuniones de Colombo con diputados, senadores y Kirchner. Las vueltas de Rozas.

Por S. M.

Chrystian Colombo está conforme con el saldo que dejó el encuentro entre Carlos Menem y el presidente Fernando de la Rúa. El coup de force contra la devaluación, teatralizada por el actual y el ex, cree, aventa fantasmas y emite un mensaje a una parte del empresariado y al PJ. Precisamente la reacción que supure del encuentro el –mayoritario– resto del peronismo preocupa al laborioso jefe de Gabinete. Tanto como la casi imposibilidad de consensuar con todos los sectores, incluido el oficialismo, para recortar el Presupuesto 2002 a gusto y piacere del Fondo Monetario. Y, por si fuera poco, vencer las reticencias que demuestra el todopoderoso organismo internacional a la hora de creer los números que les presenta Domingo Cavallo.
Colombo, además de participar en la cumbre con Menem, siguió trajinando celulares y despachos. La rueda de conversaciones continuó ayer con los diputados Horacio Pernasetti y Darío Alessandro, cabezas del bloque oficialista, su par de senadores, el radical Carlos Maestro y el gobernador chaqueño y presidente de la UCR, Angel Rozas. Al cierre de esta edición, el jefe de Gabinete tomaba un enésimo café, esta vez debatiendo con el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner.
Con Rozas se creó una situación, por llamarla de alguna manera, curiosa. El miércoles a la noche, hombres cercanos al Presidente y al jefe de Gabinete hicieron un intento por convencerlo para que asistiera al encuentro con Menem. La idea era mostrar que “la política cierra filas” ante la crisis y la foto Menem-Rozas-De la Rúa serviría internacionalmente para exhibir cierta coherencia en la política interna.
Rozas quedó en pensarlo, pero había varias cosas que no le encajaban en la movida. El chaqueño está convencido de que existe en la sociedad la impresión de que Menem es uno de los grandes responsables de la situación actual. Aparecer dándole la mano era como blanquearlo y dentro del radicalismo, un gesto de esa naturaleza no caería bien. También cree que Menem no es una pieza clave del tablero político del PJ, hoy más hegemonizado por los gobernadores; o sea que ni siquiera el rédito para la concertación sería demasiado grande. Rozas no llegó a la Rosada a las 9,30, pegó el faltazo y recién apareció después del mediodía para reunirse con Colombo.
Quienes trabajan la concertación desde el Gobierno están preocupados y se nublan cuando hacen números. Uno de ellos explicaba a Página/12: “En el Fondo no nos creen un carajo cuando les decimos que vamos a inventar más recaudación. Ello implica que hay que cortar; si en 2002 pagás el aguinaldo, tenés que cortar más del 13 por ciento los sueldos y las jubilaciones. Esto no se lo traga nadie, ni los nuestros ni mucho menos los peronistas”.
Según el funcionario consultado, “el presupuesto se compone, grosso modo, de 17 mil millones de pesos para jubilaciones, seis mil de sueldos, 13 mil de transferencias a las provincias y siete mil de intereses de la deuda. Si no tocamos la deuda, de algún otro lado hay que cortar. El futuro de la concertación es tan negro como eso”, describió, como si fuese un responso.

 

OPINION
Por José Pablo Feinmann

El águila y la mosca

Probablemente la frase sea de Napoleón. Los grandes de la Historia suelen decir grandes frases, frases sonoras; encuentran en ese matiz otro de los rostros de su propia grandeza. Y, al cabo, el hombre que ha dicho la frase (el hombre que ha dicho: “Las águilas no cazan moscas”) se asume como discípulo o continuador o (a esta altura de su megalomanía) continuador-superador de otro grande amigo de las grandes frases: Perón. Que solía, por ejemplo, decir: “Como dijo Licurgo: en la lucha en que se disputan los destinos de Esparta sólo dos cosas son imperdonables: estar en los dos bandos o no estar en ninguno”. Así, el hombre que ha dicho la frase se siente Napoleón, se siente Perón y, cómo no, hasta se siente Licurgo.
Que se cree Napoleón ya lo sabíamos, pues el hombre que ha dicho la frase estuvo, hasta hace muy poco tiempo, preso y ahí, preso, se paseaba por unos jardines leyendo una biografía de Napoleón con el propósito de que lo vieran los periodistas y advirtieran que quien estaba preso no sólo era él, sino también el ilustre detenido de Santa Elena. (Analicemos, brevemente, el siguiente hecho: que el hombre de la frase se sintiera Napoleón. No cualquiera se siente Napoleón. Hay que tener una alta estima de sí mismo o hay que estar, sencillamente, algo piantado, ya que –es un dato fácilmente verificable– la mayoría de las personas que se sienten Napoleón habitan el Borda.)
Como sea, el Napoleón, no de Santa Elena sino de la quinta de Gostanián, ahora está libre como, sí, las águilas, y ha identificado a la libertad con el arte de volar. Desde sus alturas desdeña a todos. O, al menos, a todos aquellos que intentan oponérsele o dicen cosas que no son de su agrado. A estos bajos seres los califica de “moscas”. Y tanto los desdeña que ni se propone cazarlos. O sea, ni se propone enlodarse con ellos, polemizar o meramente responderles porque (y ésta es la frase del hombre de la frase) “las águilas no cazan moscas”, ha dicho y seguirá diciendo. En tanto, algunos miembros de la comunidad nacional (ciudadanos comunes, por decirlo así), a quienes el águila llama –no sin razón– la “gilada”, se han largado a decir que “Carlitos sabía gobernar”, “Carlitos tenía autoridad” o “Carlitos nos metió en ésta y él nos va a sacar”. Porque, cariñosamente, llaman “Carlitos” al águila. Acaso como le decían “Pocho” a Perón o “Napo” a Napoleón, dato, este último, que, para ser sincero, no he verificado.
Como sea, aquí está. El águila anda suelta. Y hasta lo ha recibido su sucesor, a quien le dicen, no águila, sino “Chupete”, que da tierno, algo infantil y poco guerrero. Ya veremos qué nombre se pone el anfitrión del águila cuando se califique a sí mismo. Cosa que no ha hecho. Sólo ha reclamado para sí la honorable y hasta heroica condición de “bombero”, que tanto dignificó Steve Mc Queen en “Infierno en la Torre”. Así, el águila y el bombero se han reunido y dicho una serie de cosas para, suponen, tranquilizar al país. Y el águila volvió a decir su frase. Salió de la reunión con el bombero y –entre otras muchas otras cosas que dijo– volvió a decir:”Las águilas no cazan moscas”. Relacionemos, ante su insistencia, a estos dos seres de la creación: el águila y la mosca. El hombre de la frase acaso no ha reflexionado que el águila es un ave de rapiña y que, la sociedad, a él, lo acusa exactamente de eso, no de ser un águila sino de rapiñarse todo el país que hoy no tenemos. Acaso tampoco ha pensado que, si bien las águilas no cazan moscas, las aves de rapiña -cuando están en el Gobierno y disponen a su antojo de las riquezas del país para enajenarlas o enajenárselas– se quedan, no con las moscas, sino con una mosca, con la gran mosca: con “la” Mosca. Eso que hoy le falta al país, eso que no tenemos sus habitantes, eso que tristemente y en el modo supremo de la humillación le pedimos al Fondo: mosca, mosca, mosca. Porque el águila tuvo muchas águilas amigas, llenó el Poder de águilas, y ninguna de esas águilas perdió el tiempo en cazar moscas, pero “la” Mosca se la llevaron toda.

 

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