Por Luciano Monteagudo
Desde el año pasado,
es el nuevo director artístico del Festival de Cannes, el más
importante del mundo, el que decide a cara o cruz la suerte de un film
o un director. Se llama Thierry Frémaux, tiene 40 años,
fue nombrado directamente por el legendario patron Gilles Jacob (que ahora
ocupa el cargo de presidente de la muestra) y llegó de manera sorpresiva
a Buenos Aires, para ver cine argentino. No me gusta esperar en
París a que me traigan películas, sino ir al encuentro de
los films, conocer a la gente, interiorizarme de la situación de
cada país, dice Frémaux en un fluido castellano. Su
padre, un ingeniero especializado en energía eléctrica,
trabajó en la Fundación Bariloche y Thierry guarda una relación
personal con el país. Su pasión, desde siempre, fue el cine.
Es director del Institut Lumière, en Lyon, un museo-cinemateca
de reconocido prestigio, del que ni siquiera las luces de Cannes lograron
apartarlo. Me gusta guardar un pie en Lyon, donde tenemos 25.000
alumnos y la calle llamada Rue du premier film, que es donde Louis Lumière
puso la cámara para filmar a los obreros saliendo de su fábrica,
aclara. En diálogo con Página/12, Frémaux que
guarda absoluta reserva con respecto a los films que vio en Argentina
habló de la significación de un festival como Cannes, de
la diversidad del cine y de su futuro.
Hasta hace poco, el Festival de Cannes no se acercaba de esta manera
a América latina. Pero el año pasado vino uno de sus programadores
y ahora vino usted como director artístico. ¿Qué
cambió?
Queremos saber qué está sucediendo. Desde junio estoy
viajando por Europa, por Asia y ahora por América latina, porque
es mejor conocer la realidad directamente. La semana pasada estuve en
Brasil, que fue una buena experiencia. También supe que hay un
par de films en Uruguay y algunos en Chile. Pero para mí, el viaje
era sobre todo a la Argentina, porque se sabe en Francia, en Europa
que hay aquí un pequeño movimiento. Y lo quería ver
con mis propios ojos. Además, nuestro trabajo es hacer un festival
internacional: Cannes es un viaje a través del mundo y es nuestra
misión también hacer entender que Cannes no es una montaña
imposible, que se puede tratar. Claro, hay que hacer buenas películas,
porque la única regla es la calidad.
¿Cuál es la percepción que se tiene del cine
argentino?
Una percepción ligera, pero de que hay algo nuevo y joven.
Nuevos directores, pero también nuevos productores. Argentina es,
para nosotros, un país lejano... ¿Cómo podemos tener
noticias? Hasta ahora, era a través del fútbol, la música,
la literatura. Y ahora también podemos tener noticias a través
del cine.
La libertad fue aquí en Argentina una película muy
controvertida, defendida por la crítica pero ignorada por el público.
¿Qué es lo que le interesó a Cannes?
Esa película representa la nueva escuela del cine argentino:
un film diferente, no convencional. Cannes tiene siempre proposiciones,
hipótesis y La libertad es precisamente eso, una hipótesis,
una búsqueda. Por eso era importante para Cannes mostrar La libertad.
Claro, no se puede imaginar un mundo de cine sólo con La libertad.
Pero tampoco se puede imaginar un mundo de cine sin La libertad.
Después de ganar un premio en Berlín, Cannes convocó
a Lucrecia Martel para su Cinéfondation. ¿Por qué?
Ella es la prueba de que algo está pasando en el cine argentino.
Cinéfondation es una beca, como la Villa Médicis en Roma,
una manera de reunir cinco, seis, siete jóvenes directores de todo
el mundo, que hayan hecho un primer largometraje, y ayudarlos a desarrollar
un segundo proyecto. Es la posibilidad, también, de vivir unos
meses en París, la capital mundial del cine, donde se puede ver
todo el cine del mundo. Y donde se puede encontrar a grandes directores,
como Tsai Ming-liang o Hou Hsiao-hsien, que han hecho sus últimas
películas en coproducción con Francia.Usted dice que
Cannes no es una montaña inaccesible. ¿Pero cómo
hace Cannes para incluir nuevos cineastas en una competencia que ha estado
dominada en los últimos años casi solamente por grandes
maestros, como Manoel de Oliveira, Jean-Luc Godard y Shoei Imamura?
Los grandes maestros no siempre lo fueron. Cannes necesita tener
sangre joven, incorporar nuevas cinematografías y nuevos directores.
Pero la única regla, insisto, es la calidad de las películas.
La calidad de Oliveira, de Imamura, de Jacques Rivette es incontestable.
La vez pasada una periodista en Francia me decía: Bueno,
está bien, pero son tan viejos.... Y le contesté:
Yo no soy médico, soy seleccionador de Cannes, qué
me importa la edad. Entiendo que la gente del cine, los periodistas,
quieran novedades. Y también es parte de nuestro trabajo. Por eso
programamos en el último festival la película bosnia No
Mans Land, de Danis Tanovic, una nueva manera de hacer cine; o la
película de los esquimales, Atarnajuat, de Zacharias Kunuk. Las
dos son operas primas. Cannes no es una montaña inaccesible. Pero
la regla es la misma para David Lynch o para un desconocido total: la
calidad. Las películas nuevas de hoy son películas radicales,
son películas que buscan límites. Los grandes autores de
hoy buscan límites, como Hou Hsiao-hsien: Millenium Mambo no es
una película fácil, para el gran público. Es tal
vez uno de los más grandes directores del siglo. Sucede como en
la literatura: James Joyce era un gran escritor, pero también un
gran experimentador. Los grandes cineastas, como Hou Hsiao-hsien, son,
como Joyce, grandes experimentadores. Pero también es nuestra misión
encontrar al próximo Billy Wilder.
Hablando de Wilder... ¿Cómo es la relación
con el cine norteamericano?
Muy buena. Lo que sucede es que Cannes se celebra en mayo, que no
es un buen momento para que las compañías norteamericanas
estrenen sus grandes producciones. En Europa, Berlín abre la temporada
de invierno y Venecia la de otoño, por lo cual es mejor para Hollywood
tener allí sus películas. Por otra parte, Cannes es el festival
de mayor exigencia y últimamente la producción de Hollywood
no siempre ha estado a la altura. Cuando dos años atrás
ganó la película belga Rosetta, de los hermanos Luc y Jean-Pierre
Dardenne, mucha gente no entendió nada, pero otros entendieron
el mensaje: se puede ganar Cannes con una producción muy pequeña,
pero que es un gran film. En Cannes seguimos, a nuestro modo, el primer
artículo de la declaración de los derechos del hombre: todas
las películas nacen libres e iguales. Por eso mismo este año
programamos, en competencia, un dibujo animado como Shrek. El boss de
DreamWorks, Jeffrey Katzenberg, se puso feliz como un niño cuando
le anunciamos la decisión de incluir Shrek. También pusimos
en competencia a Moulin Rouge, que fue el film de apertura, y a The Pledge,
de Sean Penn. Creo que fue un buen año para el cine norteamericano.
El suyo es un lugar de mucho poder. ¿Cómo se lleva
con el poder?
Intento llevarme lo mejor posible. En primer lugar, Gilles Jacob
es un profesor perfecto. Me siento muy protegido por él. Y además
yo vengo del Institut Lumière, de Lyon, que es un museo y una cinemateca,
y como seleccionador mi misión es elegir las mejores películas
posibles. Hay presiones, pero le diría que las presiones son sobre
todo de orden humano. La única consideración es la verdad.
Nuestra verdad, que no es la única. Sabemos que podemos cometer
errores, pero que trabajamos a partir de la honestidad. Por ejemplo, el
año pasado vimos 850 películas, de las cuales yo personalmente
vi 500. Y entonces uno tiene que decir 450 veces no. Es un trabajo en
el que se dice muchas más veces no que sí. Y es particularmente
difícil en el caso del cine francés, donde tengo muchos
amigos, a quienes también les he tenido que decir que no.
Para el centenario del cine se habló mucho de la llamada
.muerte del cine.. Godard incluso hizo un film sobre el tema. Pasado elcentenario,
esa preocupación parece haber quedado atrás. ¿Hacia
dónde va ahora el cine?
El sentimiento de la muerte del cine apareció con fuerza
en los años .80, con cineastas como Wim Wenders y críticos
muy importantes, como Serge Daney. El centenario, en este sentido, funcionó
como el punto final de esta idea. A partir de allí, no se habló
más del tema y quedó claro que el cine está más
vivo que nunca. Cada año hay algo nuevo, que puede ir de Moulin
Rouge a La libertad, que es una película muy radical, de búsqueda.
Y a su vez Moulin Rouge es un espectáculo, pero al mismo tiempo
un film de autor. Las tecnologías cambian pero, un siglo después,
la idea de Lumière sigue en pie: reunirnos en una sala a mirar
juntos una película proyectada sobre una gran pantalla. Todos vemos
cada vez más cine en video y en DVD, en nuestras casas. Pero la
ceremonia, el ritual de reunirnos en una sala de cine no por eso se extingue.
Al contrario. Este año en Francia no lo podíamos creer.
Tuvimos 180 millones de espectadores, todo un record para los últimos
30 años. También creció la cantidad de pantallas.
Y el cine francés logró casi el 50 por ciento del mercado
para sus películas. Esto tiene que ver con una política
de estímulos, que se inicia desde el colegio. En Francia, una película
como La regla del juego, de Jean Renoir, está en el programa de
enseñanza oficial, a la par de la obra de un dramaturgo como Molière
o un escritor como Marcel Proust.
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