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Para escuchar al pianista que triunfa en el mundo

Adrián Iaies fue candidato al Grammy latino, enloquece a los españoles y tocará en el Lincoln Center. Hoy y mañana actuará en Buenos Aires y compartirá el programa con Manolo Juárez.

Adrián Iaies tocará hoy y
mañana a las 22, en Notorious.

Por Diego Fischerman

Adrián IaIaies, en los últimos dos años, pasó de ser una de las figuras locales más promisorias a consolidarse como un músico importante en el mundo. Grabó en España para el sello catalán Ensayo, allí llenó teatros y participó en festivales importantes y, además, fue candidato al Grammy latino. Lo que sigue no es menos impactante. Entre enero y abril de 2002, estará en el Festival de Lapataia (en Uruguay), volverá a España para realizar una nueva gira y actuará en el Lincoln Center neoyorquino, en un ciclo de tres noches dedicadas a otros tantos pianistas latinos: él, Bebo Valdes y Arturo O’Farrill. Mientras tanto, hoy y mañana a las 22 tocará en Notorious (Callao 966) junto a quien considera su principal maestro, Manolo Juárez. Hoy, ambos actuarán en dúo, con el bandoneonista Pablo Mainetti y con el bajista Bucky Arcella respectivamente. Mañana serán solos de piano. Y aunque no hay hasta el momento nada preparado, IaIaies sospecha que “algo haremos a cuatro manos”.
El pianista atribuye parte de su éxito en España a una característica del público de ese lugar. “En general no les interesa escuchar músicos de jazz europeos. Prefieren que sean norteamericanos y negros. Pero, curiosamente, sí están muy atentos a lo que llega de Buenos Aires”. La explicación de IaIaies es, por supuesto, modesta. Su estilo –en que un pianismo depurado y un notable conocimiento de la tradición del jazz le permite abordar improvisaciones sobre tangos sin el menor grado de artificialidad ni impostura– resulta sumamente atractivo en un medio en el que todo se parece cada vez más a sí mismo. El toque del bandoneón es, en ese sentido, otro detalle importante. “Ahora querría grabar otro disco de trío en Buenos Aires”, dice el pianista que, con el anterior, Las tardecitas de Mintons, revolucionó el alicaído panorama local en la materia.
En Tango Reflections, que grabó en Barcelona, tocan el contrabajista Horacio Fumero (que fue integrante del grupo de Teté Montoliú durante años), el baterista David Xirgu y Mainetti. En el que grabaría aquí tocaría nuevamente Fumero (“aprovecho que estará aquí, porque va a tocar conmigo en Punta del Este”) y Fernando Martínez en batería. El encuentro con Juárez es, en realidad, el encuentro con “un músico extraordinario y un maestro como posiblemente ya no queden”. IaIaies cuenta: “La primera vez que escuché a Bill Evans me lo hizo escuchar él. En la primera entrevista de admisión me puso dos discos, a ver cómo reaccionaba. Creo que me tomó como alumno porque conocía el primero que me puso, Ionisation de Varèse. Del segundo, que era el Köln Concert de Jarrett, no tenía ni idea pero me voló la cabeza. Cuando terminaba mi clase yo hacía café para el que venía después, él para el que le seguía y, mientras tanto, todos nos quedábamos. A las 8 de la noche éramos veinte vagos analizando la Patética de Beethoven. Era bárbaro. Yo no he hecho tanto pero, de todas maneras, mi historia musical no podría ser explicada si no se supiera que estudié con Manolo. El es una referencia muy fuerte. No había otro maestro así, que supiera de música clásica y de música popular, y no sé si lo hay ahora”.

 


 

OPERA EN VERSION DE EXCELENTE NIVEL MUSICAL
El encanto de ser creativos

Por D. F.

Las óperas del barroco francés son atípicas como óperas y como barrocas. En la primera de estas categorías, su refinamiento, el énfasis poético de la mayoría de los textos y una cierta distancia (o más bien idealización) de las pasiones humanas, la distinguen con claridad de sus contemporáneas italianas. El uso de disonancias como adornos casi sobre cada nota, las rítmicas asimétricas y un movimiento que parece sacudido por impulsos, frenos y arremetidas, diferencian a toda la música francesa de finales del siglo XVII de cualquier otra estética de la época. El resurgimiento de todo este repertorio que había permanecido olvidado un poco menos de trescientos años tuvo que ver, precisamente, con la exhumación de tratados de práctica musical que demostraban hasta qué punto hacer estas obras era, mucho más que leer una partitura, conocer toda una gama de sobreentendidos y códigos virtualmente secretos que convertían lo que estaba escrito en algo tan creativo como inesperado.
Argentina, un país en el que la práctica historicista de la interpretación de la música antigua estuvo, a pesar de las limitaciones técnicas, a la par de la europea (por lo menos en información y en ganas), produjo un conjunto de grandes instrumentistas y cantantes especializados (o casi) que en la actualidad se desenvuelven en papeles protagónicos dentro de la escena internacional. Que en la mejor versión discográfica editada de la ópera Orfeo y Euridice de Gluck, dirigida por René Jacobs, las tres cantantes sean nacidas aquí (Bernarda Fink, María Cristina Kiehr y Verónica Cangemi) es un dato. Que en el magnífico Orfeo de Monteverdi que se presentó este año en el Colón gran parte del elenco, vocal e instrumental, fuera argentino, es otro elemento a tener en cuenta. Y que esta otra Orfeo, compuesta en París en 1680, por Marc-Antoine Charpentier, haya sido producida por entero aquí, con músicos y cantantes residentes en Buenos Aires y en Rosario, termina de confirmar que el nivel en la materia es altísimo.
La orquesta dirigida por Gerszenzon (dos violines, liderados por el excelente Rodolfo Marchesini, dos flautas dulces, dos violas da gamba, violoncello, tiorba y clave) tocó con precisión, ajuste y, lo más importante de todo, liviandad. Las frases siempre tuvieron una cualidad aérea, de absoluta naturalidad. O, como hubieran reclamado los tratados del barroco, vocal. El coro y los solistas (excelentes Pollitzer, Rewerski –que alternó el papel con Ana María Moraitis– Meerapfel y Moruja) tuvieron una actuación notable y la régie, ascética, si bien no agregó demasiado al propio texto y a las virtudes musicales, tampoco interfirió con ellos. Una escenografía limitada a unos paneles movibles (el bosque del fondo cambia a unas llamas infernales en la segunda parte) y la ausencia de iluminación acercó la puesta a una versión de concierto. En realidad, un concierto magnífico.

 

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