Contaba la historia de estas
pampas (si usted prefiere, una versión de esa historia) que el
gaucho fue más que un gaucho cuando tuvo su lanza y su caudillo,
que el ciudadano lo fue más cuando tiempos del yrigoyenismo
libreta de enrolamiento en mano, supo valerse del voto. Y que el laburante
tuvo su cuota de poder cuando el carné sindical cambió en
algo la correlación de fuerzas. Movimientos populares debatidos,
limitados, reformistas las más veces permitieron que muchos argentinos
disputaran el espacio público. Lo hicieron usualmente con arrogancia,
con prepotencia y aun con un jacobinismo mal direccionado que los aislaba
de potenciales aliados. Pero, así y todo, hubo tiempos no
siempre breves en que ser gaucho, ser argentino, ser trabajador
era una condición honrosa y hasta desafiante. En todo caso, la
memoria de esas épocas permite que, a despecho de lo ajado de sus
pergaminos, el radicalismo y el peronismo sigan teniendo quien los represente
en todos y cada uno de los confines de la Argentina.
La lanza, la libreta de enrolamiento, el carné sindical vinieron
apareados con colectivos que potenciaron a sus integrantes, les permitieron
mejorar sus condiciones de vida y hasta les dieron el orgullo de ser lo
que fueron. ¿Qué diantres tiene qué ver esa historia
con un país en el que un buen tramo de sus pobladores de
hecho no lo más sojuzgados- transita su vida, cual si fuera un
purgatorio, de casa al cajero automático y del cajero a casa, y
cuyo único signo palpable de identidad es el CBU?
Quizá conserve algo en común. Es el actual, algo se husmea,
un país que no se banca más. Y, acaso, broten cenizas de
los pasados fuegos. Dos hechos, aislados entre sí por obra y gracia
de la fragmentación social, permiten suponerlo: el cacerolazo y
los saqueos.
El cacerolazo superó las previsiones de sus organizadores, de los
medios que debían cubrirlo, de sus propios protagonistas que minutos
antes de lanzarse a meter bulla no lo tenían agendado. Ese colectivo
improbable, incómodo, pero ineludible porque expresa el tono de
los tiempos la gente se hizo sentir y cómo.
Como suele ocurrir si se afina apenas la mira, hay más mujeres
que hombres en la gente.
El cacerolazo fue impensado, toda bronca acumulada que detonó en
alegría, en ese sentimiento incomparable que brota en cualquier
persona de bien, aun aquellas de tendencia individualista, cuando se suma
a algún hecho colectivo, así sea una batucada informal.
No nos convocó nadie se preciaban (palabra más,
palabra menos) las vecinas y vecinos detrás de esto no hay
ni un sindicato ni un partido. Tenían razón, pero
tal vez andando el tiempo deberán reparar que la pura espontaneidad,
la falta de orgánicas y de proyectos de poder es más un
problema que un logro. Al fin y al cabo, mediaron casi dos meses entre
el triunfo del voto bronca y el ruido de las ollas y en el
medio la mayoría silenciosa siguió siendo ambas cosas, amén
de inerte.
Pero el fenómeno no es menor y el Gobierno lo registró.
Es la clase media que nos da la espalda analizó frente
a este diario un integrante del ala política del Gabinete
estamos como Menem en el 97. Es la primera derrota de
la Alianza en Capital se estremeció una alta espada del Gobierno.
Bien o mal, acá ganamos las elecciones de octubre. Ahora
nos gritan que nos vayamos. La potencia de las frases sólo
se mide bien si se recuerda la proverbial tendencia al autismo y a la
sordera que campea en la Rosada. Pero la surtida protesta de estos días
pareció encontrar antenas mejor orientadas, como se ve.
Ocurrió lo mismo con los saqueos. Son espontáneos.
No los capanguea la izquierda ni la Corriente (Clasista y Combativa),
diagnosticó un importante funcionario de Interior y eso lo preocupa.
Es que el Gobierno cree tener bajo control a la izquierda social, aun
a la más organizada y, de mínima, conoce sus límites
numéricos. Pero la reacción de pobres noencuadrados hace
temblar todo el tablero. Los saqueos comenzaron en el mismo lugar que
el 89, lo que prueba que la realidad ama las simetrías, las
metáforas... quizá las profecías.
Es posible y hasta probable que las reacciones de estos días se
repitan y potencien. Y no tienen por qué quedar confinadas a la
Capital y Rosario. En la provincia de Buenos Aires, el ministro de Seguridad
tiene desde hace varios días un informe que hace fruncir su ceño
y los del gobierno nacional que (vía Ministerio de Defensa) ya
lo conoce. Preanuncia, para la semana que empieza mañana, la inminencia
de acciones masivas reclamando alimentos y productos de primera necesidad
frente a supermercados, que de no ser acogidos podrían
derivar en saqueos. La información no fue compilada apenas por
los usualmente paranoicos y poco perceptivos servicios de Inteligencia.
También aportaron data intendentes del sufrido conurbano y funcionarios
de los ministerios de Trabajo nacional y provincial. Todos prevén
un incremento del conflicto social para las Fiestas, con inicio ya
se dijo en los próximos días.
Para prevenirlo el vicegobernador Felipe Solá viene urdiendo un
acuerdo entre los principales hipermercados de la provincia y dirigentes
de la Corriente Clasista y Combativa (CCC): la entrega de bolsas de comida
para necesitados, cuyo costo será soportado por mitades entre la
provincia y los híper. En Provincia no saben si esta medida alcanzará
para evitar más reclamos y movilizaciones. Sobre todo si provienen
de pobres no contenidos por la CCC o por otros encuadramientos políticos
o sindicales.
Al fin y al cabo, explica en riguroso off the record un peronista intendente
del conurbano, el argentino todavía piensa tener derecho a poner
algo digno en su mesa para las Fiestas. Y las que se vienen, con el aguinaldo
en jaque para los privilegiados que trabajan y todo aún
peor de ahí para abajo, pintan como para hacer perder la paciencia
a los más pacientes.
King makers in the Pink
house
La corporación política no atraviesa sus mejores días
ni su mejor año. Su tendencia a la autodestrucción a veces
parece irrefrenable. Varios senadores de la Nación dedicaron el
fin de semana pasado a mejicanearse los despachos, con maniobras propias
de una estudiantina, y desesperación similar a la de los pobres
que piden comida. Son los primeros senadores elegidos por voto directo,
deberían haber desempeñado un debut más acorde. El
retorno de Carlos Menem a la Casa Rosada, el día en que una huelga
medía inapelable el malhumor de todo el país, mucho más
allá de los trabajadores dependientes, también fue una señal
indigesta. La concertación que convoca el Gobierno ya es bastante
enclenque como para inaugurarla con la presencia del más
desmerecido y desacreditado alto dirigente del PJ. Fernando de la Rúa
lo puso por delante de su propio partido, de los gobernadores del PJ,
de fuerzas sociales y sindicales... él sabrá por qué
lo hizo. Ciertamente no para recuperar buena onda de quienes lo votaron
en masa hace dos años y hoy hacen cola para insultarlo. Pruebas
al canto: una encuesta de una consultora afín al Gobierno registra
que un 0 por ciento (cero por ciento, no hay error) lo considera muy bueno
y menos del 1 (uno, leyó bien) lo estima bueno. Los
talibanes deben medir mejor, aún hoy, en Afganistán.
Menem no se privó de nada. Desoyendo consejos de sus aliados más
moderados, no se contentó con ir acompañado por Rubén
Marín y Eduardo Bauzá, junto a él las máximas
autoridades de su partido. Vamo a ir también con los
muchachos, se entusiasmó ante un confidente y allegó
a Alberto Kohan a su comitiva. Por ahí, en la próxima le
toca a Víctor Alderete.
La gente del común barrunta acuerdos urdidos debajo de estas mesas
de consenso. No les falta lógica a esas sospechas, que no se pueden
probar. En igual sentido, algunos intérpretes más calificados
traducen como un pago al menemismo el ingreso de Miguel Kiguel
al equipo económico. En Hacienda se indignan con la especie. Dos
fuentes consultadas por Página/12 insisten en que Domingo Cavallo
tenía a Kiguel in pectore desde hace meses, cuando Menem moraba
en Don Torcuato. Sólo la obstinación del Presidente y de
Chrystian Colombo en evitar la renuncia de Daniel Marx (no podemos
cambiar de caballo en mitad del río, arguyó en varias
situaciones límite el jefe de Gabinete) demoró su llegada.
Lo cierto es que el recambio ocurrió justo ahora y, en temas tan
sensibles, cuesta creer en coincidencias.
Hay, por lo pronto, algunas coincidencias objetivas de intereses entre
el actual Presidente y su predecesor:
Menem en aras de su proyecto
personal necesita tiempo para reposicionarse y le conviene largamente
que ese lapso sea el de un patético gobierno radical, algo que
De la Rúa le garantiza con creces. Por eso es el menos apurado
de los dirigentes del PJ.
El odio y el antagonismo con
Carlos Ruckauf.
Algunas amistades económicas
transversales en el CEMA y el CEA.
En la Rosada registran eso y acaso fabulan que Menem puede domeñar
la hidra de cien cabezas que suele ser el peronismo. En ese aspecto el
riojano le dio una lección de elegancia a De la Rúa. Cuando
éste le pidió apoyo para el presupuesto 2002 y la ley de
participación (al fin y al cabo, el plato principal, el postre,
y el café de la concertación), Menem eligió una verónica
lujosa. Le comentó que esos temas eran competencia del Congreso
y de los gobernadores. Una forma simpática de asumir que no puede,
ni por asomo, conseguir apoyos significativos en esos ámbitos.
Menem quiere agenda y la Rosada le viene de perillas, explica
una de sus espadas. El ex presidente no se privó de reunirse con
el general Brinzoni, una tenida con tufillo filogolpista, otro mal trago
innecesario.
Para el riojano todo fue ganancia. Recuperar protagonismo le sabe a gloria.
Y va por más. Algunos de sus allegados más moderados Carlos
Corach entre ellos piensan que ya está a tiro para ser el
gran elector en la madre de todas las batallas: la interna del PJ. Puede
ser el King maker comentó Corach entre amigos, el que elige
al rey, según la voz que viene de la historia del Medioevo y que
la práctica política norteamericana aplica a los popes de
los grandes partidos. Bien puede que ese logro que significaría
la lápida de las ambiciones de Ruckauf a Menem le parezca
escaso. Como fuera, el jueves no cabía en sí de gozo.
El Gobierno cosechará tempestades en el radicalismo y en el resto
del peronismo. Ruckauf salió presto al cruce diciendo que Menem
y De la Rúa son lo mismo. Dijo lo que piensan casi todos
los dirigentes, pero no se animan, interpretó un importante
dirigente justicialista que no ama especialmente al gobernador bonaerense.
Por arriba de la mesa, toda pérdida para el oficialismo. Por abajo,
cada uno ve lo que quiere ver. La foto del encuentro sugiere algo más
estructural que algún pacto de coyuntura: la continuidad esencial
entre el anterior gobierno y éste. O mejor aún, entre los
últimos cuatro años del menemismo y la administración
De la Rúa. El período 89 al 95 incluyó,
guste o no, años de aparente prosperidad, una burbuja si se quiere
engordada por las joyas de la abuela, pero al fin y al cabo no sólo
malaria. Y apoyo masivo. Lo que ahora prosigue es la decadencia comenzada
en 1995 y salvo el relevo de caras y de estilos la existencia
de una casta gobernante desdeñada por la población y aislada
de la realidad, sólo atenta a las señales del
poder financiero.
3800 palos en Boneda
Le dicen Boneda chancean funcionarios
y gobernadores. Cavallo prefiere llamarlo seudo moneda. ¿Cuánta
plata hay en Lecop, patacones y esas yerbas? indaga Página/12
ante una importante voz del Gobierno.
3800 millones.
¿Tres mil ochocientos? Página/12 sabe que los
números en la Rosada son aproximativos, redondeos generosos, pero
igual le parece mucho. Y se llevará una sorpresa.
Bueno sonríe de buena gana el interlocutor, algunos
fajitos más habrá dando vueltas. Alguna emisión sin
registrar, travesuras de los gobernadores. En Tucumán aparecieron
algunos bonos mellizos. No falsificaciones, mellizos hechos en las imprentas
oficiales. Tal vez haya ... ¿mil palos más?
Quien dice mil, dice dos mil. Tres mil ochocientos, cuatro mil millones
de moneda que circula, sin generar inflación alguna. Sin mellar
la recesión, sin recalentar una economía exangüe. Toda
una demostración de que muchos dogmas de los economistas expectables
están tan licuados como el prestigio de Cavallo. A la corporación
de economistas se le quemaron todos los libros. Sigue fijada en la híper
como único término de referencia de sus profecías.
Pero la híper es remota en la historia y en el imaginario de los
argentinos de a pie cuyo karma actual es la depresión, la falta
de actividad.
Hemos sido fieles a la regla: la convertibilidad exige para afrontar los
desequilibrios, reducir actividad y quemar moneda. Y vaya si hemos reducido
y quemado. Y acá estamos, con las provincias pidiendo boneda como
si fuera maná.
Acaso haya que cambiar los ejes de análisis, pensar otra vez en
producir, en orientarse al mercado interno (Mercosur incluido), en limitar
importaciones, en adecuar la producción al pobre mercado local,
en vez de flotar como una piragua inestable en el maremoto de una globalización
que nos arrasó como Estado, como nación y que amenaza arrasarnos
como comunidad.
Poco puede esperarse de una corporación económica que reinó
sobre este país a golpes de decretos de necesidad y urgencia, pidiendo
facultades extraordinarias (casi siempre de dudosa constitucionalidad
y siempre de nula popularidad) y siguiendo un libreto único que
nadie jamás votó. El Cavallo de hoy es una parodia o una
exacerbación de lo que, en tiempos menos excitados pero no distintos,
fueron Roque Fernández o José Luis Machinea.
Todo da señales de agotarse, pero no aparecen discursos políticos
que recojan el guante y digan algo diferente. La consulta popular promovida
por el Frenapo propone algo distinto, un cambio de eje, otra forma de
mirar al país. Pocos dirigentes políticos se animan a acompañarla
y menos aún tienen voluntad de discutirla en vez de comentar sólo
lo que hace o deja de hacer Cavallo.
El déficit cero es una falacia, la boneda inunda al país,
la malaria crece. La corporación política, bien gracias.
La clase media empieza a desperezarse. Los pobres se hicieron ver. ¿Por
dónde se romperá el frágil equilibrio de una estabilidad
pantanosa, más que falsa? ¿Por la economía, por la
política, por lo social?
Si puede, lector, vaya al cajero, saque hasta 250 pesos y haga juego.
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