Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


KIGUEL SE SUMA, JUNTO A CAVALLO, AL DESCONCIERTO GENERAL
Dolarizar, devaluar o quién sabe

Dicen del flamante jefe de asesores de Domingo Cavallo que es un dolarizador. Pero nadie piensa igual dos días seguidos.

El salido Daniel Marx (Finanzas) y el entrante Miguel Kiguel (asesor en jefe de Economía).

Por Julio Nudler

¿Kiguel es un dolarizador?, le pregunta Página/12 a un economista que lo conoce desde hace tiempo. “Miguel quizá piense un día que hay que dolarizar, y al siguiente que es mejor devaluar, como le pasa a su amigo Roque Fernández”, contesta entre serio y divertido. En síntesis, al nuevo jefe de asesores de Domingo Cavallo le sucede lo mismo que a éste y que a la generalidad de los economistas: no tiene idea de cómo salir de esto, y probablemente sospeche de que no hay salida, aunque no pueda confesarlo. Ya antes de asumir el cargo compartía la perplejidad común a todos sus colegas, que se la pasan peloteando diferentes alternativas posibles. Y por eso quería Kiguel quedarse en la presidencia del Banco Hipotecario, y debió ser presionado intensamente para que cediera. De lo que no hay duda es de que, desde anteayer, el que está mejor de los dos es Daniel Marx, que logró escabullirse de la conducción económica antes de lo que la mayoría presagia como el inevitable derrumbe final, más allá del resultado global del canje de deuda. Lo que más divide las opiniones es cuándo estalla esto. Ni siquiera se ve cómo presentar un Presupuesto creíble para 2002 si no hay manera de pronosticar la recaudación impositiva en medio de esta depresión y con el sistema bancario tabicado. Propuestas no faltan (ver una de ellas en página 14), pero son parte de una discusión que se dispersa en esquemas alternativos, cada uno con sus pros y sus contras.
Si el gobierno de la Alianza cometió su gran error inicial al optar por mantener la Convertibilidad con dólar a un peso, hoy ya es tarde para que lo corrija racionalmente. Sólo podría salir por vía de una explosión. A Fernando de la Rúa no le queda tiempo, poder político ni credibilidad para implantar un nuevo régimen, aguantar toda la vorágine que se desataría con una devaluación y demostrarles a los argentinos, finalmente, que las nuevas reglas de juego son mejores. En este sentido, está con Cavallo en el mismo barco, tratando juntos de salvar lo irremediable. Y esperando un milagro, que en economía siempre puede ocurrir, como dar vuelta el marcador en tiempo de descuento.
Un problema central es el sistema financiero. Teóricamente podría esperarse que los bancos internacionales respalden plenamente a sus filiales en la Argentina y esto permita liberar la extracción de depósitos y levantar las restricciones cambiarias. Pero hasta ahora, la banca extranjera desvió la mirada porque no siente disposición alguna a sostener a sus sucursales en el país. La razón es que éstas tienen en sus activos un conjunto de créditos anotados a valores irreales: con esta depresión, quizá valgan apenas un tercio de lo que figura en los balances. Mientras tanto, los pasivos (depósitos) valen efectivamente el ciento por ciento. Sin una punción de los plazos fijos y las cajas de ahorro, las cuentas de los bancos no cierran.
Otra parte problemática del activo, los títulos públicos, fue transformada por el Gobierno, al borde de la quiebra, en préstamos con un techo de 7 por ciento en la tasa de interés. Tras ese “canje”, cuando los bancos intentaron reducir también sus tasas pasivas los dueños de los plazos fijos decidieron huir en masa. Pisarles los depósitos fue, el 1 de diciembre, la solución desesperada, generando un nuevo y complicadísimo problema de total desconfianza. Como sin crédito la economía se congela, algunos creen inevitable, para reabrir los bancos plenamente, un nuevo Plan Bónex. O bien desdolarizar y devaluar, lo que de paso equivaldría a admitir que, además del financiero, la Argentina tienen problemas de insolvencia y falta de competitividad. En síntesis, la pérdida la harían los depositantes que no escaparon a tiempo. ¿Pero después del corralito y de una eventual licuación de depósitos, cuánto tardaría la gente, como mínimo, en volver a llevar su dinero a los bancos?
Lo que ya se sabe es que la deflación con que quiso evitarse la devaluación tiene costos tan desagradables como ésta. Se cocina a fuego lento, pero es un guiso igual de indigesto. Y finalmente también obliga aromper contratos y estafar la confianza. Pero para los economistas que suministran estos venenos vale siempre la misma excusa: “El día que lo hice no quedaba otro remedio”. La pregunta es cuánto vale realmente un argentino. Para 1998 parecía arañarse un ingreso per cápita de 10.000 dólares anuales. Ahora anda en los 7000, pero es posible que por vía de una devaluación o más deflación deba caer hasta unos 5000 por habitante/año. Es la conclusión de quienes dicen: “Somos pobres. Asumámoslo.”
Para los convencidos de que el país empezó a decrecer en 1998 por culpa del déficit fiscal, causado por un exceso de gasto público, y el consiguiente endeudamiento progresivo, en un contexto de “shocks externos negativos” (lugar común en la jerga), la combinación de Déficit Cero y reprogramación de deuda debería permitir que la economía vuelva a expandirse. Esta ha terminado siendo la guerra en dos frentes que libra Cavallo: la del ajuste y la del canje, dos dimensiones interconectadas por el hecho de que los servicios de la deuda son un fuerte componente del gasto público.
Sin embargo, el propio Cavallo llegó en marzo a Economía con un diagnóstico diferente: el de la sobrevaluación del peso, que lo llevó a lanzar los planes de competitividad, para bajarles costos a las empresas, y la convertibilidad ampliada, idea bastante inútil mientras no metiera al real en la canasta de monedas y que le complicó terriblemente la vida.
Como quiera que sea, si hay un problema de tipo de cambio, ni el (además inalcanzable) déficit cero ni el canje pondrán en marcha el círculo virtuoso, calesita cuya yegua es la entrada de capitales. ¿A qué van a venir, a transables sin rentabilidad y no transables sin demanda?
Cuando Cavallo asegura ahora que la dolarización es sólo una variante extrema de la convertibilidad, a la que se llegará si el público lo desea, mientras además se ve obligado a desmontar los planes de competitividad -y, por tanto, volver a elevar los costos empresarios–, ¿cómo explica toda su política inicial, con la que quiso atacar el retraso cambiario?
Dolarizar 1 a 1, además de resultar ya imposible, pretendería congelar una situación de precios relativos insostenible. Pero las inconsistencias de Cavallo sólo se notan más porque él es el ministro. Si sólo fuera un economista más, discutiendo en el llano, sus opiniones cambiantes y contradictorias no llamarían la atención de nadie.

 

PRINCIPAL