Por Julio Nudler
¿Kiguel es un dolarizador?,
le pregunta Página/12 a un economista que lo conoce desde hace
tiempo. Miguel quizá piense un día que hay que dolarizar,
y al siguiente que es mejor devaluar, como le pasa a su amigo Roque Fernández,
contesta entre serio y divertido. En síntesis, al nuevo jefe de
asesores de Domingo Cavallo le sucede lo mismo que a éste y que
a la generalidad de los economistas: no tiene idea de cómo salir
de esto, y probablemente sospeche de que no hay salida, aunque no pueda
confesarlo. Ya antes de asumir el cargo compartía la perplejidad
común a todos sus colegas, que se la pasan peloteando diferentes
alternativas posibles. Y por eso quería Kiguel quedarse en la presidencia
del Banco Hipotecario, y debió ser presionado intensamente para
que cediera. De lo que no hay duda es de que, desde anteayer, el que está
mejor de los dos es Daniel Marx, que logró escabullirse de la conducción
económica antes de lo que la mayoría presagia como el inevitable
derrumbe final, más allá del resultado global del canje
de deuda. Lo que más divide las opiniones es cuándo estalla
esto. Ni siquiera se ve cómo presentar un Presupuesto creíble
para 2002 si no hay manera de pronosticar la recaudación impositiva
en medio de esta depresión y con el sistema bancario tabicado.
Propuestas no faltan (ver una de ellas en página 14), pero son
parte de una discusión que se dispersa en esquemas alternativos,
cada uno con sus pros y sus contras.
Si el gobierno de la Alianza cometió su gran error inicial al optar
por mantener la Convertibilidad con dólar a un peso, hoy ya es
tarde para que lo corrija racionalmente. Sólo podría salir
por vía de una explosión. A Fernando de la Rúa no
le queda tiempo, poder político ni credibilidad para implantar
un nuevo régimen, aguantar toda la vorágine que se desataría
con una devaluación y demostrarles a los argentinos, finalmente,
que las nuevas reglas de juego son mejores. En este sentido, está
con Cavallo en el mismo barco, tratando juntos de salvar lo irremediable.
Y esperando un milagro, que en economía siempre puede ocurrir,
como dar vuelta el marcador en tiempo de descuento.
Un problema central es el sistema financiero. Teóricamente podría
esperarse que los bancos internacionales respalden plenamente a sus filiales
en la Argentina y esto permita liberar la extracción de depósitos
y levantar las restricciones cambiarias. Pero hasta ahora, la banca extranjera
desvió la mirada porque no siente disposición alguna a sostener
a sus sucursales en el país. La razón es que éstas
tienen en sus activos un conjunto de créditos anotados a valores
irreales: con esta depresión, quizá valgan apenas un tercio
de lo que figura en los balances. Mientras tanto, los pasivos (depósitos)
valen efectivamente el ciento por ciento. Sin una punción de los
plazos fijos y las cajas de ahorro, las cuentas de los bancos no cierran.
Otra parte problemática del activo, los títulos públicos,
fue transformada por el Gobierno, al borde de la quiebra, en préstamos
con un techo de 7 por ciento en la tasa de interés. Tras ese canje,
cuando los bancos intentaron reducir también sus tasas pasivas
los dueños de los plazos fijos decidieron huir en masa. Pisarles
los depósitos fue, el 1 de diciembre, la solución desesperada,
generando un nuevo y complicadísimo problema de total desconfianza.
Como sin crédito la economía se congela, algunos creen inevitable,
para reabrir los bancos plenamente, un nuevo Plan Bónex. O bien
desdolarizar y devaluar, lo que de paso equivaldría a admitir que,
además del financiero, la Argentina tienen problemas de insolvencia
y falta de competitividad. En síntesis, la pérdida la harían
los depositantes que no escaparon a tiempo. ¿Pero después
del corralito y de una eventual licuación de depósitos,
cuánto tardaría la gente, como mínimo, en volver
a llevar su dinero a los bancos?
Lo que ya se sabe es que la deflación con que quiso evitarse la
devaluación tiene costos tan desagradables como ésta. Se
cocina a fuego lento, pero es un guiso igual de indigesto. Y finalmente
también obliga aromper contratos y estafar la confianza. Pero para
los economistas que suministran estos venenos vale siempre la misma excusa:
El día que lo hice no quedaba otro remedio. La pregunta
es cuánto vale realmente un argentino. Para 1998 parecía
arañarse un ingreso per cápita de 10.000 dólares
anuales. Ahora anda en los 7000, pero es posible que por vía de
una devaluación o más deflación deba caer hasta unos
5000 por habitante/año. Es la conclusión de quienes dicen:
Somos pobres. Asumámoslo.
Para los convencidos de que el país empezó a decrecer en
1998 por culpa del déficit fiscal, causado por un exceso de gasto
público, y el consiguiente endeudamiento progresivo, en un contexto
de shocks externos negativos (lugar común en la jerga),
la combinación de Déficit Cero y reprogramación de
deuda debería permitir que la economía vuelva a expandirse.
Esta ha terminado siendo la guerra en dos frentes que libra Cavallo: la
del ajuste y la del canje, dos dimensiones interconectadas por el hecho
de que los servicios de la deuda son un fuerte componente del gasto público.
Sin embargo, el propio Cavallo llegó en marzo a Economía
con un diagnóstico diferente: el de la sobrevaluación del
peso, que lo llevó a lanzar los planes de competitividad, para
bajarles costos a las empresas, y la convertibilidad ampliada, idea bastante
inútil mientras no metiera al real en la canasta de monedas y que
le complicó terriblemente la vida.
Como quiera que sea, si hay un problema de tipo de cambio, ni el (además
inalcanzable) déficit cero ni el canje pondrán en marcha
el círculo virtuoso, calesita cuya yegua es la entrada de capitales.
¿A qué van a venir, a transables sin rentabilidad y no transables
sin demanda?
Cuando Cavallo asegura ahora que la dolarización es sólo
una variante extrema de la convertibilidad, a la que se llegará
si el público lo desea, mientras además se ve obligado a
desmontar los planes de competitividad -y, por tanto, volver a elevar
los costos empresarios, ¿cómo explica toda su política
inicial, con la que quiso atacar el retraso cambiario?
Dolarizar 1 a 1, además de resultar ya imposible, pretendería
congelar una situación de precios relativos insostenible. Pero
las inconsistencias de Cavallo sólo se notan más porque
él es el ministro. Si sólo fuera un economista más,
discutiendo en el llano, sus opiniones cambiantes y contradictorias no
llamarían la atención de nadie.
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