Por Miguel Bonasso
José Ricardo Furey,
un ex agente de inteligencia de la dictadura militar que brindó
con varios jefes militares festejando el asesinato del obispo de La Rioja,
monseñor Enrique Angelelli, ocupará el segundo puesto administrativo
del Senado Nacional. Llega al puesto apadrinado por su jefe y amigo, el
senador justicialista Eduardo Menem, con quien está relacionado
desde hace casi 30 años. La designación de Furey que
presta servicios en el despacho del senador Menem desde 1992 iba
a discutirse en plenario la semana pasada, pero quedó diferida
para la próxima por diferencias internas en el bloque justicialista.
Algunos senadores, como el también riojano Jorge Yoma, su par entrerriano
Jorge Busti y la santacruceña Cristina Fernández de Kirchner,
se oponen a que el antiguo informante del servicio de informaciones del
Ejército sea uno de los nuevos funcionarios clave del Senado.
Información obrante en la Comisión Investigadora sobre violaciones
a los derechos humanos de La Rioja y en el CELS corrobora que el hombre
patrocinado para el desacreditado Senado de la Nación no sólo
festejó el asesinato de Angelelli en 1976, sino que además
delató públicamente como comunistas a diversos
ciudadanos de La Rioja.
Furey, que está virtualmente en funciones como prosecretario de
Coordinación Institucional, revista como empleado del Senado en
la categoría A-1, planta permanente, nivel director, y además
de prestar servicios en el despacho del senador Eduardo Menem fue designado
por éste como interventor de la DAS (la obra social del cuerpo),
donde se le critica duramente que encontrara una caja con un superávit
de dos millones de pesos en juicios ganados contra el sistema de salud
mental y la dejara tras 18 meses de gestión con un
déficit de 3.500.000. Diferencia que algunas fuentes atribuyen
a la decisión de haber contratado a la empresa Silver Cross S.A.
(Sanatorio Güemes), actualmente en convocatoria de acreedores en
el Juzgado Comercial número 14 de esta Capital.
Pero el dato dista de ser lo más grave en su prontuario. En 1985,
María Cristina Caiati (actualmente a cargo del centro de documentación
del CELS) escribió una conmovedora crónica acerca del asesinato
de monseñor Angelelli y el brindis ulterior de sus asesinos, que
sólo quiso publicar el periódico Nueva Presencia, que dirigía
Herman Schiller. Allí dice textualmente: En la noche del
14 de agosto de 1976, Jorge Pedro Malagamba y Héctor Pérez
Battaglia (que entonces revestían con el grado de teniente coronel
y coronel, respectivamente) se reunieron con el licenciado (José)
Furey (gerente de El Sol) y en su propio despacho brindaron por el éxito
del operativo en el que había muerto ese día, en la ruta
del Chamical a La Rioja, el obispo subversivo. El dato
no había salido de la imaginación de Caiati, sino de la
causa por el asesinato del obispo de La Rioja que, como tantas otras investigaciones
judiciales sobre el genocidio, se disolvió en la impunidad.
Según fuentes riojanas consultadas por Página/12, el gerente
Furey cultivaba el bajo perfil en El Sol, pero era quien realmente manejaba
el diario fundado por Tomás Alvarez Saavedra, un astuto comerciante
vinculado a dirigentes nazis de la dictadura del general Juan Carlos Onganía,
que era dueño de los hoteles Sussex de Córdoba y Mendoza,
y desembarcó en tierras riojanas para edificar el hotel Gran Casino.
Iniciativa que fue duramente resistida por el obispo Angelelli y apoyada
por dos hermanos abogados que alcanzarían notoriedad política:
Carlos Saúl y Eduardo Menem.
María Cristina Caiati escribió en aquel artículo
de Nueva Presencia que tanto Alvarez Saavedra como su hijo, (que) trabaja
ahora en la revista católica Esquiú, ambos fueron miembros
de los servicios de inteligencia de la dictadura. Un dato interesante:
cuando el diario salió a la calle el 22 de mayo de 1972
figuraba como director Eduardo Menem, que acababa decesar en sus funciones
como ministro de Gobierno de la penúltima dictadura militar en
la provincia.
Las mismas fuentes señalan que Furey era un asiduo visitante del
Batallón de Ingenieros en Construcciones 141, a cargo del coronel
Pérez Battaglia, y estaba caracterizado localmente como agente
de la SIDE en la provincia y buchón del Ejército.
Se recuerda que hizo publicar en El Sol la lista de los comunistas
riojanos, lo que en aquel momento equivalía a una sentencia
de muerte o desaparición. Si bien no está mencionado expresamente
en los anexos del informe de la Conadep, sí figura en el de la
Comisión Provincial de Derechos Humanos de La Rioja.
En cualquier caso, la prosa del diario no deja lugar a dudas. En un artículo
editorial fechado el 20 de abril de 1976, a menos de un mes de instalado
el régimen militar, el periódico que conducía Furey
decía textualmente: Los centuriones llegaron con el amanecer.
Para salvar a la Patria y conducirla a su destino de paz. Por eso vestían
el color de la esperanza. No pidieron nada porque venían a darlo
todo. Por eso renunciaron a las retribuciones materiales. En cambio, invocaron
a Dios para ser justos. (...) No eran dioses pero trataron de imitar a
Cristo como lo propone Kempis. Hora que regresan a su origen, nos dejan
la confianza como herencia. Que nadie traicione su pureza de intenciones,
su honestidad plena, su sacrificio total. Que nadie jamás pretenda
convertirlos en pretorianos. Porque son centuriones.
Ilustrando esa prosa venían seis fotografías, las del entonces
teniente coronel Jorge Pedro Malagamba (ascendido a general en 1984 con
acuerdo del Senado); el vicecomodoro Luis Estrella; el capitán
Marcelo Ricardo Neumann; los mayores Aurelio Muñoz y Enrique Antonio
Peña y el coronel Osvaldo Héctor Pérez Battaglia.
El hombre que brindaría junto con su colega Malagamba y el gerente
Furey por el éxito de uno de los asesinatos más alevosos
de la dictadura: el que había acabado con la vida del obispo Angelelli.
Aún hoy ignorado por la jerarquía católica.
Furey fue propuesto inicialmente por Eduardo Menem para hacerse cargo
de las vitales y nutritivas funciones de secretario administrativo del
Senado, pero no pudo imponerlo por la activa resistencia de su comprovinciano
Jorge Yoma. Tuvo que resignarse a proponerlo como número 2, proyecto
que también fue rebotado en favor del radical José Canata.
De cualquier manera es interesante notar cómo algunas posiciones
de la Cámara alta se articulan con las tareas de espionaje. En
la etapa anterior, cuando el escándalo tapado de los sobornos,
la Secretaría Parlamentaria fue ocupada por el radical Mario L.
Pontaquarto, actualmente en París, a cargo hoy de la misión
de la SIDE en Francia, no obstante su ignorancia supina del francés.
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