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PAMI LES PIDE SU PROPIEDAD A ANCIANOS QUE NECESITAN UN GERIATRICO
La casa a cambio de una cama

Marta de Martín necesitaba, por recomendación médica, internarse
en un asilo de PAMI. Pero le informaron que no había vacante, a menos que entregara su departamento en comodato para que allí vivieran otras personas. A la familia le dijeron que cuando muera les devuelven el departamento.

Por Alejandra Dandan

Primero le pidieron cuarenta años de aportes, ahora también piden su casa. Es la única opción de Marta de Martín para conseguir un lugar en un asilo de PAMI. Si no lo hace, quedará eternamente en la cola. En estos días, la delegación que atiende a esta jubilada descubrió que era propietaria: supuesta condición de privilegio entre los afiliados de la obra social. Sólo por eso le exigen su departamento en Caballito como condición para internarla. Esta sorprendente política está legitimada por un reglamento interno con poca difusión, pero con 5 años de antigüedad. El programa se llama Convivir y es un recurso que sólo se aplica en Capital Federal. Con él PAMI ha ganado unas 150 casas a costa de pura desesperación. Ninguno de sus dueños puede conseguir sitio para internarse si no las entrega. Página/12 fue testigo de una de estas ofertas propuesta por la jefa del servicio social del distrito 5 de la ciudad, cuya sede está en Ecuador 650. Ahí, y en secreto, una grabadora fue registrando paso a paso las ofertas que la empleada le hacía a esta cronista convertida durante un rato en familiar de una afiliada.
El caso presentado por este diario no fue parte de la farsa. Es la experiencia de una jubilada y pensionada atendida por médicos de la obra social que recetaron “urgente” una internación. Este diagnóstico disparó la búsqueda del alojamiento y, después, la indignación de los familiares ante un recurso dudoso, ofrecido a afiliados con algún título de propiedad.
El programa Convivir creado por PAMI en el ‘95 tiene un doble discurso. Pedro Albanese, responsable del área de Vivienda de la gerencia de Prestaciones Sociales del PAMI, le explicó a este diario las causas que promovieron el programa: “Lo pusimos en marcha por la falta de vacantes en los asilos de ancianos y geriátricos subsidiados por la obra social”. El programa intenta resolver estos problemas tomando en comodato la casa de alguno de los jubilados que necesita internarse.
El caso de Marta M. empezó así. Cuando sus familiares pidieron su incorporación a un geriátrico por recomendación médica, les dijeron que todos los lugares estaban completos y que no habría vacantes en, por lo menos, seis meses. Esto mismo suele repetirse en todas las consultas. Así, PAMI encuentra alguna base para ofrecer una de sus propuestas más insólitas.
–¿Discúlpeme, su mamá es propietaria?
–Sí, ¿por qué?
Aquí empieza la oferta:
–A las personas que tienen algo se lo pedimos prestado para pagarle la internación: por un año, dos, el tiempo que la persona esté internada.
El comodato que en este caso ofrece la licenciada María Inés Binsenti se reviste de urgencia social: de acuerdo con el PAMI, dice, las prestaciones sociales se otorgan teniendo en cuenta el grado de necesidad del jubilado. Como el alojamiento en un asilo es una prestación social, el jubilado más pobre es el primero que tiene derecho a entrar. El resto tendrá que esperar. Por eso a un propietario “jamás le llegaría el turno de internación”, admite ahora y casi sin darse cuenta Albanese, el jefe del Programa.
Frente a la perspectiva de una espera que amenaza en volverse eterna, el comodato es una solución para los desesperados familiares que así consiguen rápidamente una ubicación. Cuando entregan la casa, PAMI hace un contrato con ellos por el término de un año. Durante ese tiempo la casa no queda vacía, ni se alquila: la obra social la usa como propia. “Designamos a un grupo de dos o tres personas que no tienen recursos para que vivan en la casa mientras dure la internación”, explica Albanese. En este momento, existen unas 150 casas usadas de este modo en la ciudad de Buenos Aires. En ellas se alojan, según los datos de Albanese, unos 400 afiliados que no tienen recursos. El contrato se renueva tantas veces como años viva el anciano en el asilo. En ese lapso PAMI irá ocupándose de los nuevos moradores de su vivienda. María Inés, la asistente social del Servicio del distrito 5, explica el resto:
–Los que viven en la casa se hacen cargo de las expensas mientras tu mamá está internada. El día que llegara a fallecer... lo cortamos cuando se termina el contrato y se te devuelve la vivienda, pero vos la tenés cero kilómetro. Y aparte te pagan todos los gastos.
–¿No hay otras opciones?
–Así, techo y comida no le va a faltar. Antes, le hubiésemos dicho que no teníamos nada para ofrecerle: al que tiene vivienda no lo atendemos porque puede usufructuarla.
La licenciada no tuvo tiempo de comentar el cálculo que ya hizo el PAMI con todo esto: “En el 99 por ciento de los casos, los abuelos no dejan el geriátrico, mueren ahí”, dice más tarde Albanese calculando los años que PAMI tendrá la casa en sus manos. Cada afiliado internado cuesta unos 600 pesos por mes. En las casas, PAMI no tiene costos: puede alojar a unas tres personas generando un ahorro a costa de un recurso ajeno.
–A esta gente no tiene sentido internarla –afirma la empleada–. Los ponés todos juntos en una casita y van y vienen, así pueden tener una mejor calidad de vida. ¿No es cierto?
–No nos queremos equivocar –dice dubitativo el familiar.
–Entiendo, pero los grandes van para arriba, no vuelven para abajo. No la lleves a tu casa porque después tenés a tus hijos con psicopedagogos.
–...
–Vos fijate; si vos querés hacer el trámite acá, me venís a ver.

 

La historia de Marta

Marta ni siquiera pudo conocer de cerca todos los traspiés que iba dando su historia clínica en los escritorios del PAMI. Hace poco más de un año, esta mujer, una jubilada de 69 años, se cayó en la bañera de su casa. Julio, uno de sus dos hijos, se convirtió a partir de ese momento en testigo de la larga fila de especialistas que la fueron transfiriendo de lugar en lugar dentro del laberíntico mundo del PAMI. Hace unos días conoció el veredicto final y la orden de internación. Mientras buscaba un sitio para alojarla, se encontró con el Plan Convivir, la última gota de un vaso cargado y listo para explotar.
Para el PAMI, Marta de Martín no es una jubilada común, más bien todo lo contrario. No está en la calle, ni cobra la mínima, ni está sola. Por todo eso es una “privilegiada”: “Vos tenés una situación de privilegio, otros no tienen nada”, les explicaba a Julio y a esta cronista la asistente social del PAMI cuando ofreció el comodato. Marta tiene exactamente tres cosas: jubilación, pensión y un departamento como bien de familia en Caballito. Y además una carrera: 40 años de aportes como administrativa en el Hospital de Clínicas.
Cuando se cayó en la bañera, Julio pidió una consulta con un neurólogo de la obra social. El médico la atendió todo este tiempo hasta que, un día, Marta se perdió en la calle. Fue muy poco tiempo, pero por este antecedente se ordenó una interconsulta.
Julio se encontró así con el universo kafkiano entre los pasillos del PAMI. Caminó con aquella orden por cada una de las delegaciones a donde lo fueron derivando, hasta que lo atendieron en la de la calle Ecuador. Allí lo recibió un médico. “Le hizo un par de preguntas a mi vieja –dice Julio–, no más de dos y la hizo salir para hablar conmigo.” Fue terminante: dijo que el diagnóstico del neurólogo que la venía siguiendo “estaba mal” y prescribió la internación “urgente” en un asilo. Enseguida le ofreció el nombre de la jefa del servicio social de la delegación para que hiciera las averiguaciones del caso. Allí, Julio supo que era un privilegiado y que por eso mismo tenía que estar contento de tener un departamento para entregar.

 

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