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LA EDICION DEL COMPILADO “ECHOES” REAVIVA EL MITO DE UNA BANDA UNICA
El cíclico regreso de Pink Floyd

El encumbramiento de Radiohead, el concepto de �rock progresivo� otra vez en boga y el auge de cierta música electrónica se presentan como los síntomas más evidentes de la enorme influencia que las canciones de Barret, Waters y Gilmour tienen para la historia del rock.

Por Esteban Pintos

El mar vuelve hecho nuevas olas, un axioma siempre probable en la historia del rock. Así es que una sucesión de pequeños acontecimientos musicales entre los cuales se destacan el ascenso de Radiohead al Olimpo del rock (del Rock, con mayúscula debería decirse), la aparición de una generación electrónica que se apoya en el concepto de chill out –una relajación meditabunda y obnubilada– y la recuperación de lo “progresivo” como una manera de interpretación y actitud artística ubican a Pink Floyd en el centro de todas las miradas, otra vez. Acorde a los vientos de reivindicación tácita que estas prácticas conllevan, sin olvidar que uno de los más rotundos slogans punks rezaba “I hate Pink Floyd” (Odio a Pink Floyd, tal como se leía en una remera del icono Johnny Rotten), la reciente aparición del compilado Echoes representa un subyugante recorrido por la obra de una de las ¿cinco? bandas más grandes de la historia y también permite la oportunidad de entender dónde comenzó todo esto que hoy pasa.
Dividido en dos cd cuyo orden aleatorio habla mejor aún del legado de la obra del grupo, Echoes también puede ser visto como la contracara perfecta para 1, el supercompilado de singles números 1 de Los Beatles. Si aquel era una combinación irresistible de canciones inolvidables, pequeños fragmentos de tiempo asociados a la vida de millones de personas en todos los rincones del planeta Tierra, éste reúne momentos y sensaciones auditivas que se disparan a partir de otras canciones, ninguna con la redondez propia de un hit, pero sí con el peso específico suficiente para quedar grabadas en la memoria colectiva también. Pink Floyd fue, es y seguramente será un grupo de iniciación rockera para millones: desde finales de los sesenta y hasta hoy, varias generaciones abrieron sus puertas de la percepción escuchando un disco del grupo, una canción que los llevó a cierto lugar en donde poder pensar el mundo y pensarse dentro de él. La obra de Pink Floyd, plagada de enormes discos y canciones para la historia, tiene esa particularidad única, distintiva. Pensar al individuo y de allí al mundo recorre la espina dorsal en la vida de un grupo que ya demostró levantarse y andar un par de veces. Si cuando Syd Barret se fue del mundo exterior y de sus obligaciones de estrella pop, se pensó en el final, ahí llegó David Gilmour. Con él en la formación, siempre con el talento torturado de Roger Waters como guía conceptual, Pink Floyd vivió sus años de oro, con discos como The dark side of the moon, Wish you were here y The Wall, por citar tres. Después, cuando el conflicto interno dio lugar a una larga batalla judicial por la posesión del nombre y los derechos de las canciones, que motivó el alejamiento de Waters, los sobrevivientes supieron al menos mantener una llama encendida, la del show en vivo.
Mientras esto sigue sucediendo, el permanente interrogante sobre un “regreso” con nuevo disco y nueva megagira, hasta ahora concretado siempre con mayor o menor cantidad de tiempo muerto de por medio –sobre todo luego del destrabe del conflicto legal–, vuelve a ocupar la atención de los medios especializados. Feliz con sus caballos y su avión ultraliviano, desde una casa de campo ubicada a doscientos kilómetros de Londres, David Gilmour resultó más tajante y menos ambiguo que de costumbre. “No quiero decir que todo terminó completamente, pero podría ser. Con la gran cantidad de tiempo pasado desde que estuvimos juntos, no siento que nos extrañemos ni que extrañemos volver a tocar. No quiero salir más de gira. Tengo 55 años y salir a tocar durante más de un año por todo el mundo es un juego para la gente joven.” Gilmour parece rotundo cuando afirma lo que afirma. Dice que Echoes se hizo con el acuerdo de los miembros de la banda, Waters incluido, pero que no hubo “cumbre” entre él y el bajistacompositor exiliado. “Roger y yo no hablamos o hemos compartido un mismo espacio desde que él se fue en 1987. Hay algo que tengo claro: cuandoRoger se aleja de alguien, se aleja de verdad.” Y aporta, malicioso en la entrevista publicada por la revista inglesa Mojo: “Ustedes no quisieran escuchar su lista de canciones. No creo que seis tracks de The Final Cut es lo que la gente quiere”. Dudas, certezas e indirectas no tan indirectas al margen, en marzo de 2002 Roger Waters, un Pink Floyd auténtico (ver aparte), tocará por primera vez en Argentina y saldará al menos en parte una deuda histórica que el público rockero local tiene: ver, escuchar, sentir las canciones de Pink Floyd en vivo. Gilmour, mientras tanto, es rotundo en su afirmación: “No tenemos ningún proyecto en mente”. ¿Fin de la cuestión? Nadie podría afirmarlo tajantemente, ni siquiera ellos mismos.
Igualmente, Echoes es un alucinante viaje por 36 años de historia en una banda que lo tuvo todo, se aprovechó de eso, incurrió en excesos de ego tanto como patentó una manera de concebir su arte y, sobre todo, tradujo en su obra a lenguaje rock varias de las grandes cuestiones existenciales de la humanidad. No puede pensarse en otra cosa al escuchar “Another brick in the wall”, “Hey you”, “Money” y, sobre todo, “Confortably numb”. Una canción ubicada en la gigantesca The Wall que retrata el momento en alguien, la estrella de rock, el obrero, el millonario o el marginal, ven transcurrir su vida y cómo el tiempo a veces pasa sin que suceda lo que alguna vez fue deseado. Una canción sobre la molesta placidez de quién se ve y siente confortablemente adormecido: un tipo de resignación psíquica que pocas bandas de rock lograron traducir al formato de canción. Vaya si Pink Floyd lo consiguió. Con semejante arsenal a disposición, Echoes reavivó el mito más allá de lo esperado y permanente –ahí está, si no, el impresionante record de permanencia de The Dark side of the moon del top 200 de los Estados Unidos–, debutando en el número 2 del ranking USA por la venta de 215.000 copias en la primera semana de su aparición en el mercado. El dato, menor frente a la magnitud de las 26 canciones –con el agregado de “When the tigers broke free”, una canción sólo publicada como single promocional de la película The Wall– y su permanente resignificación sonoro-conceptual, sin embargo sirve para volver a creer que algunas cosas todavía funcionan bien en el mundo. Por ejemplo, para saber que este “debut” superó en cifras al megapromocionado regreso del “Rey del pop” Michael Jackson y el esperado lanzamiento de la chica virgen Britney Spears. Hey you, Pink Floyd sigue vivo. Esa es la buena noticia.

 

Radiohead, pobres pibes
David Gilmour ofreció algunas pocas entrevistas “promocionales” del lanzamiento de Echoes, aunque no esquivó ningún bulto. Entre ellos, el inevitable comentario acerca del legado y la influencia floydiana sobre algunos de los artistas en boga dentro de la escena rockera mundial. Mención recurrente, entonces, para el parentesco que puede establecerse entre el Pink Floyd clásico de las grandes cuestiones existenciales y el sonido “progresivo”, y la versión actual de Radiohead, tal vez la única banda que disfruta en la actualidad de éxito masivo y prestigio crítico. Desde su pedestal, Gilmour comentó con brutal honestidad: “Cuando la gente dice que escucha a Pink Floyd en un grupo como Radiohead, no estoy de acuerdo con esa visión. Debe ser una pesada carga para estos pobres chicos ser referidos como los próximos Pink Floyd. Ellos merecen ser reconocidos como Radiohead. Es más, creo que siempre tratamos de escapar a cualquier categorización sobre nosotros. Nunca fui un gran fan de eso que insisten en llamar rock progresivo. Soy como Groucho Marx: no quiero pertenecer a ningún club que me cuente como socio permanente”.

 

Waters, por primera vez
Mientras David Gilmour anticipa el final, Roger Waters –el adversario judicial e irreconciliable– se muestra en plena forma y actividad con una gira mundial y un nuevo disco por grabar. Pero hay algo que es mucho mejor para los fans argentinos de Pink Floyd: Waters tocará por primera vez en Buenos Aires el 7 de marzo de 2002, en el estadio de Vélez. La gira que lo traerá a Sudamérica, concebida como una continuación del exitoso tour reflejado en el disco doble en vivo In the flesh (editado el año pasado), se iniciará el 28 de febrero en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y concluirá el 26 de junio en Londres. La puesta en escena, como todo espectáculo concebido e interpretado por Waters, se anuncia impactante: pantallas gigantes de video, interpretaciones teatrales de las canciones, efectos especiales y sonido “cuadrafónico”. Por encima de todo, claro, las canciones. Waters no le teme al fantasma del pasado y pone toda la carne en el asador. Desde el comienzo del show, con “In the flesh” justamente, pasando por “Wish you were here”, “Another brick in the wall pt. 2”, “Mother”, “Shine on you crazy diamond”, “Money”, “Confortably numb” y un cierre que en Argentina tendrá doble significación, exactamente en el año en que se cumplirán 20 años de la guerra de Malvinas. Según las reseñas del espectáculo ya visto en Estados Unidos, Waters y su banda cierran su actuación con “Southampton Dock”, una de las canciones de The Final Cut, el disco en el que se mencionaba explícitamente el conflicto bélico entre Argentina e Inglaterra. Por otra parte, Waters ya está trabajando en un nuevo disco, el primero en ocho años, sucesor de Amused to death (1992). Según declaró recientemente, el disco –sin título ni cantidad especificada de canciones todavía– girará en torno del amor, específicamente el concepto subyacente en la canción “Each small candle”, ya interpretada en vivo. “Sigo haciendo canciones de Pink Floyd porque yo las compuse, pero además porque ahora bien pueden adquirir una nueva significación, mucho más universal que cuando fueron escritas. ‘Wish you were here”, por ejemplo, trata sobre una ausencia en particular, pero terminó convirtiéndose en una canción sobre la pérdida de algo preciado”.

 

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