Por
Susana Viau
Hacía tres años que Nina iba dos veces a la semana. La empleadora
sabía que esa mujer menuda, enérgica, con treinta y pocos
años y dos hijos no era nada común. Lo había descubierto
la mañana en que Nina apagó la aspiradora y se quedó
mirando el noticiero que informaba de un congreso feminista. ¿Te
interesa? preguntó con curiosidad. Y casi se cayó
de espaldas cuando Nina dijo: Estuve ahí el fin de semana.
En la comisión que discutía la cuota alimentaria.
Después, por goteo, Nina fue contando. Militaba en la Corriente
Clasista y Combativa, formaba parte del Movimiento de Jubilados y Pensionados.
Era la compañera de Raúl Castells. A veces, Nina avisaba:
Terminé. Me voy antes porque tengo... y se reía
mientras hacía un gesto de irse con los pobres, pobrísimos,
de su Villa Fiorito, a exigir comida a un supermercado. Nina organizaba
el Centro donde se nucleaban, clasificaba la ropa que les llegaba donada,
los organizaba. La primera vez que habló en público se puso
nerviosa. Fue en un acto en la Federación de Box. La antigua empleadora
la seguía viendo por televisión, reclamando la libertad
de Castells o entregando una torta luctuosa y gigantesca en el edificio
donde vive Domingo Cavallo al cumplirse diez años de convertibilidad.
La semana pasada volvió a escucharla: era la oradora principal
de la tribuna levantada frente al Congreso. En su último trabajo
doméstico, la llamaban Norma Rae.
¿De dónde es usted?
Del campo. De Corrientes. Trabajé desde los siete años
en el campo. Eramos 15 hermanos ¡Quince! Cosechábamos zapallo,
tomate. Pero lo más importante, de lo que vivíamos, era
el tabaco y el algodón. Eramos trabajadores rurales. Así
fue hasta los dieciséis, que me vine a Buenos Aires con mis abuelos.
Trabajé en un frigorífico y después mucho tiempo
en una industria plástica. Al principio la fábrica era chiquita,
precaria. Con el tiempo creció, hicieron un edificio. Pero nosotros
no progresábamos de la misma manera. Yo no entendía por
qué pasaba eso. Si yo trabajaba 9 horas, desde las siete de la
mañana a las cuatro de la tarde. Cuando me presenté como
delegada, me despidieron. No me querían pagar los dieciséis
años. Reclamé y como no me hacían caso tomé
la fábrica yo sola. Todo el tercer piso. Las chicas no me podían
acompañar porque tenían miedo. Nunca había pasado
algo así en la fábrica.
¿Le costó mucho el tránsito de mujer común
a activista?
No me costó porque veía lo injusto que estaba viviendo.
Había tenido mi primer hijo y pensaba que si no lo hacía
entonces, no lo hacía más. Mis compañeras me habían
insistido para que me presentara. Había una delegada, que creo
que lo sigue siendo hoy, trabajaba igual que nosotros pero la manejaban.
Creo que no tenía dignidad. Fui aprendiendo con la gente. No lo
hice por beneficio propio. Porque tuve y tenemos ofertas de todos lados.
Siempre hay disponible algo de dinero, o algún privilegio para
que uno se calle la boca y no diga lo que siente y lo que piensa. Yo soy
clasista.
¿Le interesa la política?
La partidaria no. Me interesa la que combate la injusticia. Entender
por qué dicen que no hay lo que nosotros sabemos que hay. Por qué
de arriba decían que no había pero había para coimas
en el Senado o por qué Carlos Menem regaló Aerolíneas
mientras se hacía la pista de Anillaco. La gente está asqueada
de los partidos, no quiere nada con ellos. Sabe que si le dan un paquete
de fideos le están comprando el voto y se olvidan hasta la próxima.
Con todo lo que ha pasado en este país, con el miedo que le metieron,
la gente sigue peleando. Aunque al que pide, leña, palo, cárcel.
Como a Castells. María Julia no está presa. Alderete tampoco.
Yo sabía las dificultades que esto acarrea, pero no podía
soportarlo sin hacer nada. Mire, yo iba a la escuela sin delantal y sin
zapatillas. Nos levantábamos a las cuatro y media para ir a trabajar
a la chacra. Pasaron casi cuarenta años y hay otros chicos que
están igual o peor de lo que estábamos mis hermanos y yo.
Eso es lo que me empuja. Estoy con gente más pobre de lo que cualquiera
pueda imaginar. Comen zapallo hervido, fideos hervidos quetraen del Mercado
Central. O polenta. Carne, ni hablar. En un país donde se tira
una semilla en la vereda y crece lo que uno quiere.
¿Y qué hacen para ayudar a sus compañeros más
necesitados?
Al principio armamos roperos comunitarios pidiendo ropa por todos
lados. Lo hicimos bien, mandamos a las provincias. Este invierno zafamos.
Con la comida, empezamos a hacer huertas. De ahí se distribuyen
alimentos. Ahora estamos con conejeras, criando conejos, gallinas, preparándonos
para los ajustes que no paran. Juntamos lo que venga, ropa, comidas, puertas,
chapas, tenemos una salita, nos traen medicamentos.
Se llaman Movimiento de Jubilados pero nuclean a desocupados y jóvenes.
A los jóvenes los estamos organizando. Hay muchos chicos
que quieren estudiar y muchos de los que tienen la beca la usan para comer.
Si no llegan es por eso. Porque no son menos inteligentes que los hijos
de los abogados o de los funcionarios. Los organizamos por la beca, por
puestos de trabajo, como el Plan Bonus, que es de cien pesos.
¿La militancia es bastante para sacarlos de la marginalidad?
Yo creo que sí, aunque solos no lo vamos a lograr. La lucha
es saludable, obliga a conocerse, conocer el país y saber quiénes
los apartan porque son pobres, morochos y viven en calles de tierra. Aprenden
a decir con todas las letras lo que quieren y lo que piensan, a hacerse
respetar porque son personas. Teníamos un compañero que
no quería ser presidente del Centro porque no sabía leer.
Le dije que tenía que aprender porque es necesario progresar y
tener cultura. Pero mientras tanto sabía hablar y sabía
lo que quería. Todos los que mandaron a nuestros padres y
a nuestros abuelos eran abogados, médicos, intelectuales. Y fíjese
cómo estamos. Usted tiene que ser presidente del Centro,
eso le dije.
¿Siente impotencia?
Muchas veces, todo el tiempo. Si en las movilizaciones se nos desmayan
los compañeros por mal comidos.
¿No le produce zozobra la situación de Castells, entrando
y saliendo de la cárcel?
No. Yo sabía que molestábamos y no nos iban a dejar
crecer. Que te van a encerrar o te van a reprimir. Pero sé que
no está preso por ladrón, por haber sido un funcionario
que robó al Estado. Está donde está porque hay gente
que vive con un peso por día. No me angustia que esté preso
porque él ahí está demostrando que no todo tiene
precio, que no todo es comprable. Nosotros no tenemos precio, somos gente
de dignidad.
Nina, ¿qué hubiera querido ser?
¿Yo? Abogada. O estudiar algo que tuviera que ver con el
campo, con la agricultura. Igual sé ¿eh? Sé bastante.
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