Por
Sergio Kiernan
¿Qué
es el hábitat popular?
Hábitat son los espacios que tienen que ver con nuestras
vidas y que van más allá de nuestra vivienda. Lo de popular
lo refiere al pueblo más humilde. Es el ambiente de las personas,
el espacio de la educación, de la salud, de los vínculos
sociales, los vecinos, el contexto de la vida de la gente. No es lo mismo
que la vivienda popular, un aspecto por supuesto muy importante pero que
no es lo que más trabajamos porque requiere presupuestos muy grandes
y por lo tanto organizaciones con más recursos que la nuestra.
Nosotros trabajamos el contexto a partir del barrio, de sus instituciones,
de la iglesia porque hemos tenido amigos curas con esta misma visión
de la organización de la comunidad. Trabajamos con los vecinos,
algunos que tienen algún tipo de organización previa, cosa
que se da en pocos casos, muchos que se acercan a participar y decidir
a partir de un planteo concreto de hacer algo. Nuestras experiencias más
ricas fueron en trabajos con vecinos de lo más desposeídos,
de los más pobres, generalmente mujeres solas con hijos, con escasísimos
vínculos sociales con su barrio. Las instituciones aportan acceso:
en las villas no se entra saludando y diciendo hola, vengo a ayudar.
Hay que pasar, por ejemplo, por la capilla, para acceder a los vecinos.
No va a hacer un trabajo, va a organizar que lo hagan ellos.
Si el trabajo no tiene como esencia la capacidad de autogestión,
no funciona. Hay que tener paciencia, insertarse de a poco en el trabajo
que tienen los asistentes sociales, los párrocos, los de la guardería,
y desde ahí, a partir de necesidades claras y comunes ir generando
el proyecto. Siempre hay algo que uno trae prearmado, construir baños,
una sala común... una idea de lo que debe ser más necesario.
Por ejemplo, el trabajo que hicimos en Merlo de construir baños
para algunas viviendas, fue una decisión nuestra, del grupo, elegida
entre todas las necesidades que tiene la vivienda de un barrio carenciado
donde siempre hace falta un dormitorio más. Lo pensamos porque
hacer baños significa traer agua potable, sea por la red o por
un pozo, porque es mucho más que reemplazar un pozo por un lugar
cómodo para hacer pis. Es también cerrar una fuente de infección,
de enfermedades, como es la letrina apiñada en un lugar urbanizado,
que contamina napas y terrenos. Para eso se hacen cloacas o al menos pozos
ciegos apropiados, que eviten que los chicos acaben en terrenos contaminados.
Esta propuesta la tenés que llevar despacio, imponerla como necesidad,
convencer, esperar a que se haga por decisión democrática
de los involucrados.
¿Pero sirve ir con una propuesta o es mejor ir a escuchar
y descubrir?
Sirve, agiliza, ayuda a hacer foco. Después hay que hacer
el proyecto entre todos: cómo quieren que sea el baño, pedir
los presupuestos, organizar el trabajo solidario. Sabemos que no podemos
responder económicamente en ningún sentido, tenemos que
tratar de conseguir los materiales y nuestro gusto sería generar
algún empleo, que el que construya los baños o cualquier
otra cosa reciba una compensación. Como eso es muy difícil,
intentamos un intercambio de trabajo solidario, que todo el mundo ayude
a todo el mundo.
Tu equipo no es sólo de arquitectos o constructores, es definido
como interdisciplinario. ¿Qué profesiones participan?
Somos tres arquitectos, un enfermero, una periodista, un analista
de sistemas que vive en el barrio y trabaja con los pibes, una psicóloga,
que es mi esposa y lo que hace es darle apoyo escolar a los chicos. Cuando
hicimos lo de los baños había una asistente social que hizo
el relevamiento, el contacto con la gente, ayudó a conformar el
grupo que participó. Es que cuando iniciamos el trabajo lo hicimos
en una zona delimitada por una mutual, que abarcaba 250 familias. De ésas
invitamos a 20, después de un proceso piloteado por la asistente
social.
¿Cómo se forma este equipo? Espontáneamente,
como todo. En 1989 comencé a trabajar con un cura de acá,
de la Villa 20 de Lugano, que tenía la idea de un centro comunitario.
Comenzamos a laburar a partir de la comunidad capillera, gente de compromiso,
que visitaba a los vecinos y ayudaba, y empezamos a formar un grupo que
le dio forma a lo que iba a ser el centro comunitario. Nos juntamos con
los vecinos, hablamos de qué sería el centro, comenzamos
a juntar recursos, hicimos el proyecto edilicio con dos arquitectos y
los vecinos, juntando pedacitos de cartón para la maqueta. A medida
que conseguíamos recursos comenzamos el trabajo, con grupos a los
que sí pudimos pagarles.
Ustedes hicieron gran cantidad de salones comunitarios y de uso
múltiple, de hecho, la amplia mayoría de sus trabajos son
de ese tipo. ¿Por qué?
Un salón comunitario o de uso múltiple es un ambiente
lo más grande posible con el mínimo de infraestructura,
un par de baños, un lugarcito para cocinar algo, que sirve para
reunir gente. Los motivos son desde una actividad organizada a un velorio,
un cumpleaños. Cuando me preguntan qué hago contesto que
de todo menos arquitecto, porque en el centro comunitario tenemos apoyo
escolar, grupos de abuelos, de discapacitados. Es todo disperso y cuesta
explicarlo, pero lo que pasa en mi equipo es que cada uno, además
de ganarse la vida, tiene un lugar de más inserción, de
más presencia. Mi lugar de trabajo, por ejemplo, es el centro cultural
Luján de los Obreros, el primero de los que construí. Estoy
allá desde 1989. Lo fuerte que tenemos es una escuelita de deportes,
apoyo escolar, salidas en campamentos, excursiones, algún teatro,
microemprendimientos de costura, de reposterías, de pan dulce,
de sandwiches... poca arquitectura, ¿no?
¿Es el edificio el que crea estas actividades?
Existían dispersas, el centro físico es un patio de
reuniones del barrio que facilita hacer cosas juntos y las potencia. El
nuestro no recibe subsidio, es estrictamente del barrio, vive de la mano
en el bolsillo propio, del trabajo voluntario. Lo notable es ver que los
vecinos, aun desde su pobreza, tienen ganas y capacidad, y saben, hacer
trabajo social, un trabajo de entrega, de acompañar, de ayudar
en algo. El centro comunitario es un lugar donde el vecino puede hacer
eso, dar un cursito de serigrafía o cestería, escuchar a
alguien que necesita que lo escuchen, ayudar a los pibes con los deberes.
Hablando como arquitecto que tiene experiencia en este ámbito,
¿cuál es el edificio más requerido, la obra que más
hace falta en una villa?
La vivienda. Sea tenerla, sea mejorarla. En la villa se expanden
permanentemente excepto cuando hay dictadura y las reprimen. Por eso hay
construcciones muy amorfas pero las villas son notablemente sólidas.
No hay que olvidarse de que en este país muchos villeros son albañiles
y saben construir. La precariedad está, pero se va solidificando.
Cuando el barrio sube en densidad es muy importante la infraestructura,
calles, cloacas, agua, luz. Acá en la Villa 20 hay un sector muy
deprimido, muy bajo, terrenos de relleno a lado de un gran depósito
de autos de la policía, que construyó un paredón
de más de 10 metros de altura con coches viejos. Es un terreno
que necesita desagües, es insanitario. La gente además pide
siempre escuelas, algo que obviamente supera a grupos como el nuestro,
y centros sanitarios. En la villa hay mucha vida social, mucha política,
muchos grupos, colectividades, con sus propias vidas, que necesitan y
usan el salón comunitario. Hay fenómenos como las guarderías,
que en muchísimos casos empezaron con señoras que se hacían
cargo de los chicos ajenos y terminaron organizando instituciones, recibiendo
subsidios.
En todos los casos que menciona aparece una gran capacidad de organizar
cosas, de gestionar, sostener actividades en el tiempo. ¿Cómo
es la interacción con gente así?
Hay mucha actividad y lo que crece mucho es la organización
política, hay muchas listas para la junta vecinal, para los delegados.
Creció mucho la cantidad de gente que participa en el proceso del
autogobierno de las villas y los barrios carenciados. El presidente de
la junta, el presidente del barrio, es el que está entre la gente
y el gobierno de la ciudad donde esté la villa. Por ejemplo, en
los planes Arraigo, que generan titularidad de los terrenos, que a su
vez generan una gran necesidad de organización, de trazado de calles,
planos, límites, que también genera mucha construcción
de viviendas. Las juntas están en todo esto. Claro, hay un sistema
clientelista, de punteros, que administran estos recursos. Muchas veces
el beneficio no llega completo a los vecinos. Por ejemplo, cuando se construyen
viviendas, llegan primero a los que están cerca, a los que son
más amigos. Nosotros, en el equipo, tratamos de no meternos, nos
excede.
Cuando ustedes llegan con un proyecto, no traen una empresa constructora
que lo hace y listo. Tienen que organizar recursos y hablar con la gente
para que preste atención y lo haga. ¿Es difícil?
No. Sí. Es difícil organizar un grupo que tenga continuidad
y termine el proyecto. Hay mucho desgaste. Las obras duran mucho más
de lo que deberían, porque no hay plata, porque todo se demora,
es disperso. Hay un desgaste si el trabajo es pago, porque la gente no
puede tomarlo como un empleo sino una changa y se va cuando sale otra
cosa. Y si el trabajo es voluntario, mucho más, si consiguen laburo
por supuesto que tiene que cumplir con eso. O sea, a ver si soy claro:
es fácil convocar, la gente atiende, pero es difícil sustentar,
por la falta de recursos. En Luján de los Obreros, por ejemplo,
la única persona que es de afuera de la villa soy yo, más
algunas chicas que dan apoyo escolar. El resto de los que participan son
vecinos muy pobres. Sería muy egoísta decirles que no busquen
laburo para atender el trabajo voluntario. Por suerte, hay mucha gente
que colabora, mucha gente que aparece. Hay mucha gente con la que se puede
trabajar. Por ejemplo, cuando hicimos lo de los baños lo encaramos
como un trabajo solidario con asistencia técnica. Costó
bastante hacer entender que no estábamos pidiendo nada a cambio,
que lo único que tenían que hacer era atender su trabajo
y obtener un baño. No podíamos hacer los veinte baños
juntos a la vez, teníamos poca gente porque mucha gente afectada
eran mujeres y el trabajo de albañilería es bastante rudo
y no se aprende en dos días. Lo que costó que entendieran
era que a cambio de los baños no había que salir a hinchar
por nadie, ni votar, ni ir a un acto, sólo trabajar para conseguir
el baño.
Claro, es difícil de creer en todos lados...
Sí, y hubiera sido mucho más difícil hacerlo
en una villa de la Capital.
¿Sí? ¿Qué diferencia hay en que una
villa esté en el conurbano o en la ciudad?
Hay diferencias de todo tipo. Por ejemplo, lo urbano: hay poco lugar,
las casas están pegadas, estás en tu casa y es como si estuvieran
en la de tu vecino. Esto por un lado crea una gran necesidad de estar
bien con el de al lado, de llevarte, de estar bien en la comunidad y ayudar
al otro. Pero por el otro, la villa de ciudad no escapa a la atomización
de la vida urbana, a la tendencia a cuidar tu cascarita, tu lugarcito,
sin prestar atención a los demás, y tampoco escapa al problema
de la inseguridad, al chorrito. La gente cree que en la villa el chorro
vive y después sale a robarle a los demás, lo que no es
cierto: también ataca a su vecino. Todo esto resiente el sentido
comunitario y se nota más en la Capital, donde el hacinamiento
y el bombardeo político es mayor.
En la villa también hay muchos inmigrantes. ¿Eso genera
tensiones?
Sí, claro. La villa es un lugar muy hacinado, con poblaciones
muy densas donde se mezclan muchos bolivianos con paraguayos y argentinos.
Y esa idea que pusieron desde el gobierno anterior de que Argentina es
el Ministerio de Acción Social de Latinoamérica por cómo
atiende al inmigrante, que fue una manera de echarle la culpa de los problemas
alextranjero... y, cala en la gente. Se nota la agresividad, sobre todo
con los bolivianos. Se los culpa de los problemas, se los maltrata, son
víctimas de criminales más seguido que otros, porque son
mucho más vulnerables. Esto apoya la fragmentación.
¿Y en la provincia?
En la provincia la vida es mucho más como en los barrios
de antes de la ciudad, la gente se conoce más, encara otros vínculos
que desaparecieron en Buenos Aires. Hay más espacio entre las casas,
la retícula de un asentamiento es igual a la de un barrio urbano
o un pueblo, con calles rectas y veredas, con terrenos más grandes.
El hacinamiento se da porque las casas son chiquititas, pero tienen espacio
alrededor. Es más rural.
¿Qué diferencia de costos hay entre construir organizando
a la gente y construir comercialmente?
No sabría calcularlo, son mundos totalmente distintos. Nosotros
le ponemos costo a la mano de obra solidaria en el presupuesto. Por ejemplo,
una ONG española nos dio el dinero para los materiales del proyecto
de los baños, y nosotros teníamos que poner el trabajo,
porque obviamente no nos daban ni un peso para salarios. Nosotros, en
los proyectos, ponemos el precio de mercado por metro, de modo de obtener
un poco más de recursos y por una cuestión si se quiere
de justicia: la persona que trabajó puso su trabajo a cambio de
obtener el baño, por lo que se suma su trabajo a los materiales
y el costo final debe ser más o menos el mismo que el comercial.
Lo que sí, no hay intercambio de dinero.
Creo que quedó muy en claro su trabajo como organizador social,
lo que todavía ni mencionó es qué hacer específicamente
como arquitecto.
Bueno, lo que los arquitectos sabemos hacer básicamente es
dirigir una obra ¿no? Es lo que hacemos con los salones o los baños.
El resto lo hacemos por gusto personal, por inclinación, sin habernos
preparado para eso en particular.
¿Y cómo empezó a hacerlo?
Medio sin darme cuenta (se ríe). Fue por amistad con este
cura de la villa de acá, de Lugano, Raúl, un tipo con mucho
compromiso. De compartir cosas con él, de compartir la fiesta de
los bolivianos en la villa, de acompañarlos en alguna actividad,
ir a una fiesta, ir a rezarle a alguien que se murió... No es que
yo sea un activista católico, fue que me empezó a gustar
estar ahí. Cuando estudiaba arquitectura no pensaba en ser arquitecto
en las villas. Y ahora es lo que me gusta, lo único que me gusta.
Claro que también me encantaría hacer un museo o un gran
edificio, pero me gusta más trabajar con los vecinos, hacer lazos
de amistad y afecto en muchos casos. Me gusta, aunque es muy angustiante
por lo que se ve y por la esquizofrenia de trabajar en arquitectura comercial
para vivir, aunque como están las cosas cada vez hay menos trabajo.
Pero si pudiera optar entre los dos mundos, yo sé donde está
mi opción. Pero hay que vivir de algo.
POR
QUE CLAUDIO ABEL FREDA
Por
S.K.
�Afable,
sencillo�
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En
un barrio como aquellos de cuando éramos chicos uno esperaría
sin pestañear al lechero con su carro de caballos hay
una casita pequeña y prolija. Una puerta, un pasillo largo,
varios apartamentos tipo casa y en uno de los últimos el hogar
de este arquitecto de 36 años, con cara de español,
esposa hija de españoles y suegra española de Galicia,
hace mucho experta en cebar amargos. A Claudio Freda le cuesta bastante
hablar de sí mismo, mezcla de timidez, de modestia y de un
vago asombro de por qué tanto escándalo. Todavía
le dura la sonrisa por haber ganado el premioFrancisco García
Vázquez que cada año otorga la asociación mutual
de la Sociedad Central de Arquitectos al Colega Solidario.
Freda fue candidato por propuesta de la Asociación Médicos
del Mundo. El texto de la candidatura es por lo menos curioso: destaca
que es afable, sencillo y se gana el cariño y el respeto
de la gente. El arquitecto lleva años trabajando en barriadas
pobres y carenciadas, lo que resultó en un grupo de amigos
que formó el Equipo Técnico Interdisciplinario para
el Hábitat Popular.
Como él cuenta, todo empezó por casualidad, por amistad
con un padre villero que lo fue invitando a actividades y fiestas
y le abrió un mundo y una vocación. En 1989, Freda construyó
su primer centro comunitario, el Luján de los Obreros. Después
le siguieron el San Cayetano, el Guadalupe, El Vivero, El Porvenir,
el Casa del Joven, el 24 de Noviembre, el Latinoamérica, El
Huerto. En el medio hubo una parroquia, una guardería, algunos
comedores populares, un hogar de niños de la calle, un centro
recreativo, un proyecto de autoconstrucción de baños
y seis proyectos de viviendas, la mayoría en la Villa 20, su
base de operaciones. Por si era poco, hace un año que colabora
con el Hogar Alborada para la niñez desprotegida, entrenando
a plomeros y albañiles adolescentes en distintos proyectos
de mejoras del lugar.
Si uno lo escucha con atención, entiende que el 90 por ciento
de su actividad es social. El diez por ciento restante es contar ladrillos,
conseguir fondos, dirigir obras. Y pagar el costo de la solidaridad
full time: la angustia de no poder dedicarse completamente a lo que
realmente le apasiona, de tener que sobrevivir con otros
proyectos. |
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