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Hace doce años descubrió un mundo nuevo, de la mano de un cura amigo. Empezó construyendo un salón de usos múltiples, un espacio grande donde pasa de todo, de un velorio a una reunión política, y es el centro social de la villa. No paró más y se acostumbró a ayudar a chicos en los deberes, dirigir obras de saneamiento, erigir barrios y organizar vecinos para mejorar las viviendas. Es parte de un grupo multidisciplinario �psicólogos, asistentes sociales, enfermero, analista de sistemas y hasta una periodista�, que hace de hormigas tratando de achicar los tremendos agujeros de la situación social.


CLAUDIO FREDA, ARQUITECTO DE ASENTAMIENTOS Y BARRIOS CARENCIADOS
La vida en la villa

 

Por Sergio Kiernan

–¿Qué es el hábitat popular?
–Hábitat son los espacios que tienen que ver con nuestras vidas y que van más allá de nuestra vivienda. Lo de popular lo refiere al pueblo más humilde. Es el ambiente de las personas, el espacio de la educación, de la salud, de los vínculos sociales, los vecinos, el contexto de la vida de la gente. No es lo mismo que la vivienda popular, un aspecto por supuesto muy importante pero que no es lo que más trabajamos porque requiere presupuestos muy grandes y por lo tanto organizaciones con más recursos que la nuestra. Nosotros trabajamos el contexto a partir del barrio, de sus instituciones, de la iglesia porque hemos tenido amigos curas con esta misma visión de la organización de la comunidad. Trabajamos con los vecinos, algunos que tienen algún tipo de organización previa, cosa que se da en pocos casos, muchos que se acercan a participar y decidir a partir de un planteo concreto de hacer algo. Nuestras experiencias más ricas fueron en trabajos con vecinos de lo más desposeídos, de los más pobres, generalmente mujeres solas con hijos, con escasísimos vínculos sociales con su barrio. Las instituciones aportan acceso: en las villas no se entra saludando y diciendo “hola, vengo a ayudar”. Hay que pasar, por ejemplo, por la capilla, para acceder a los vecinos.
–No va a hacer un trabajo, va a organizar que lo hagan ellos.
–Si el trabajo no tiene como esencia la capacidad de autogestión, no funciona. Hay que tener paciencia, insertarse de a poco en el trabajo que tienen los asistentes sociales, los párrocos, los de la guardería, y desde ahí, a partir de necesidades claras y comunes ir generando el proyecto. Siempre hay algo que uno trae prearmado, construir baños, una sala común... una idea de lo que debe ser más necesario. Por ejemplo, el trabajo que hicimos en Merlo de construir baños para algunas viviendas, fue una decisión nuestra, del grupo, elegida entre todas las necesidades que tiene la vivienda de un barrio carenciado donde siempre hace falta un dormitorio más. Lo pensamos porque hacer baños significa traer agua potable, sea por la red o por un pozo, porque es mucho más que reemplazar un pozo por un lugar cómodo para hacer pis. Es también cerrar una fuente de infección, de enfermedades, como es la letrina apiñada en un lugar urbanizado, que contamina napas y terrenos. Para eso se hacen cloacas o al menos pozos ciegos apropiados, que eviten que los chicos acaben en terrenos contaminados. Esta propuesta la tenés que llevar despacio, imponerla como necesidad, convencer, esperar a que se haga por decisión democrática de los involucrados.
–¿Pero sirve ir con una propuesta o es mejor ir a escuchar y descubrir?
–Sirve, agiliza, ayuda a hacer foco. Después hay que hacer el proyecto entre todos: cómo quieren que sea el baño, pedir los presupuestos, organizar el trabajo solidario. Sabemos que no podemos responder económicamente en ningún sentido, tenemos que tratar de conseguir los materiales y nuestro gusto sería generar algún empleo, que el que construya los baños o cualquier otra cosa reciba una compensación. Como eso es muy difícil, intentamos un intercambio de trabajo solidario, que todo el mundo ayude a todo el mundo.
–Tu equipo no es sólo de arquitectos o constructores, es definido como interdisciplinario. ¿Qué profesiones participan?
–Somos tres arquitectos, un enfermero, una periodista, un analista de sistemas que vive en el barrio y trabaja con los pibes, una psicóloga, que es mi esposa y lo que hace es darle apoyo escolar a los chicos. Cuando hicimos lo de los baños había una asistente social que hizo el relevamiento, el contacto con la gente, ayudó a conformar el grupo que participó. Es que cuando iniciamos el trabajo lo hicimos en una zona delimitada por una mutual, que abarcaba 250 familias. De ésas invitamos a 20, después de un proceso piloteado por la asistente social.
–¿Cómo se forma este equipo? –Espontáneamente, como todo. En 1989 comencé a trabajar con un cura de acá, de la Villa 20 de Lugano, que tenía la idea de un centro comunitario. Comenzamos a laburar a partir de la comunidad capillera, gente de compromiso, que visitaba a los vecinos y ayudaba, y empezamos a formar un grupo que le dio forma a lo que iba a ser el centro comunitario. Nos juntamos con los vecinos, hablamos de qué sería el centro, comenzamos a juntar recursos, hicimos el proyecto edilicio con dos arquitectos y los vecinos, juntando pedacitos de cartón para la maqueta. A medida que conseguíamos recursos comenzamos el trabajo, con grupos a los que sí pudimos pagarles.
–Ustedes hicieron gran cantidad de salones comunitarios y de uso múltiple, de hecho, la amplia mayoría de sus trabajos son de ese tipo. ¿Por qué?
–Un salón comunitario o de uso múltiple es un ambiente lo más grande posible con el mínimo de infraestructura, un par de baños, un lugarcito para cocinar algo, que sirve para reunir gente. Los motivos son desde una actividad organizada a un velorio, un cumpleaños. Cuando me preguntan qué hago contesto que de todo menos arquitecto, porque en el centro comunitario tenemos apoyo escolar, grupos de abuelos, de discapacitados. Es todo disperso y cuesta explicarlo, pero lo que pasa en mi equipo es que cada uno, además de ganarse la vida, tiene un lugar de más inserción, de más presencia. Mi lugar de trabajo, por ejemplo, es el centro cultural Luján de los Obreros, el primero de los que construí. Estoy allá desde 1989. Lo fuerte que tenemos es una escuelita de deportes, apoyo escolar, salidas en campamentos, excursiones, algún teatro, microemprendimientos de costura, de reposterías, de pan dulce, de sandwiches... poca arquitectura, ¿no?
–¿Es el edificio el que crea estas actividades?
–Existían dispersas, el centro físico es un patio de reuniones del barrio que facilita hacer cosas juntos y las potencia. El nuestro no recibe subsidio, es estrictamente del barrio, vive de la mano en el bolsillo propio, del trabajo voluntario. Lo notable es ver que los vecinos, aun desde su pobreza, tienen ganas y capacidad, y saben, hacer trabajo social, un trabajo de entrega, de acompañar, de ayudar en algo. El centro comunitario es un lugar donde el vecino puede hacer eso, dar un cursito de serigrafía o cestería, escuchar a alguien que necesita que lo escuchen, ayudar a los pibes con los deberes.
–Hablando como arquitecto que tiene experiencia en este ámbito, ¿cuál es el edificio más requerido, la obra que más hace falta en una villa?
–La vivienda. Sea tenerla, sea mejorarla. En la villa se expanden permanentemente excepto cuando hay dictadura y las reprimen. Por eso hay construcciones muy amorfas pero las villas son notablemente sólidas. No hay que olvidarse de que en este país muchos villeros son albañiles y saben construir. La precariedad está, pero se va solidificando. Cuando el barrio sube en densidad es muy importante la infraestructura, calles, cloacas, agua, luz. Acá en la Villa 20 hay un sector muy deprimido, muy bajo, terrenos de relleno a lado de un gran depósito de autos de la policía, que construyó un paredón de más de 10 metros de altura con coches viejos. Es un terreno que necesita desagües, es insanitario. La gente además pide siempre escuelas, algo que obviamente supera a grupos como el nuestro, y centros sanitarios. En la villa hay mucha vida social, mucha política, muchos grupos, colectividades, con sus propias vidas, que necesitan y usan el salón comunitario. Hay fenómenos como las guarderías, que en muchísimos casos empezaron con señoras que se hacían cargo de los chicos ajenos y terminaron organizando instituciones, recibiendo subsidios.
–En todos los casos que menciona aparece una gran capacidad de organizar cosas, de gestionar, sostener actividades en el tiempo. ¿Cómo es la interacción con gente así?
–Hay mucha actividad y lo que crece mucho es la organización política, hay muchas listas para la junta vecinal, para los delegados. Creció mucho la cantidad de gente que participa en el proceso del autogobierno de las villas y los barrios carenciados. El presidente de la junta, el presidente del barrio, es el que está entre la gente y el gobierno de la ciudad donde esté la villa. Por ejemplo, en los planes Arraigo, que generan titularidad de los terrenos, que a su vez generan una gran necesidad de organización, de trazado de calles, planos, límites, que también genera mucha construcción de viviendas. Las juntas están en todo esto. Claro, hay un sistema clientelista, de punteros, que administran estos recursos. Muchas veces el beneficio no llega completo a los vecinos. Por ejemplo, cuando se construyen viviendas, llegan primero a los que están cerca, a los que son más amigos. Nosotros, en el equipo, tratamos de no meternos, nos excede.
–Cuando ustedes llegan con un proyecto, no traen una empresa constructora que lo hace y listo. Tienen que organizar recursos y hablar con la gente para que preste atención y lo haga. ¿Es difícil?
–No. Sí. Es difícil organizar un grupo que tenga continuidad y termine el proyecto. Hay mucho desgaste. Las obras duran mucho más de lo que deberían, porque no hay plata, porque todo se demora, es disperso. Hay un desgaste si el trabajo es pago, porque la gente no puede tomarlo como un empleo sino una changa y se va cuando sale otra cosa. Y si el trabajo es voluntario, mucho más, si consiguen laburo por supuesto que tiene que cumplir con eso. O sea, a ver si soy claro: es fácil convocar, la gente atiende, pero es difícil sustentar, por la falta de recursos. En Luján de los Obreros, por ejemplo, la única persona que es de afuera de la villa soy yo, más algunas chicas que dan apoyo escolar. El resto de los que participan son vecinos muy pobres. Sería muy egoísta decirles que no busquen laburo para atender el trabajo voluntario. Por suerte, hay mucha gente que colabora, mucha gente que aparece. Hay mucha gente con la que se puede trabajar. Por ejemplo, cuando hicimos lo de los baños lo encaramos como un trabajo solidario con asistencia técnica. Costó bastante hacer entender que no estábamos pidiendo nada a cambio, que lo único que tenían que hacer era atender su trabajo y obtener un baño. No podíamos hacer los veinte baños juntos a la vez, teníamos poca gente porque mucha gente afectada eran mujeres y el trabajo de albañilería es bastante rudo y no se aprende en dos días. Lo que costó que entendieran era que a cambio de los baños no había que salir a hinchar por nadie, ni votar, ni ir a un acto, sólo trabajar para conseguir el baño.
–Claro, es difícil de creer en todos lados...
–Sí, y hubiera sido mucho más difícil hacerlo en una villa de la Capital.
–¿Sí? ¿Qué diferencia hay en que una villa esté en el conurbano o en la ciudad?
–Hay diferencias de todo tipo. Por ejemplo, lo urbano: hay poco lugar, las casas están pegadas, estás en tu casa y es como si estuvieran en la de tu vecino. Esto por un lado crea una gran necesidad de estar bien con el de al lado, de llevarte, de estar bien en la comunidad y ayudar al otro. Pero por el otro, la villa de ciudad no escapa a la atomización de la vida urbana, a la tendencia a cuidar tu cascarita, tu lugarcito, sin prestar atención a los demás, y tampoco escapa al problema de la inseguridad, al chorrito. La gente cree que en la villa el chorro vive y después sale a robarle a los demás, lo que no es cierto: también ataca a su vecino. Todo esto resiente el sentido comunitario y se nota más en la Capital, donde el hacinamiento y el bombardeo político es mayor.
–En la villa también hay muchos inmigrantes. ¿Eso genera tensiones?
–Sí, claro. La villa es un lugar muy hacinado, con poblaciones muy densas donde se mezclan muchos bolivianos con paraguayos y argentinos. Y esa idea que pusieron desde el gobierno anterior de que Argentina es el Ministerio de Acción Social de Latinoamérica por cómo atiende al inmigrante, que fue una manera de echarle la culpa de los problemas alextranjero... y, cala en la gente. Se nota la agresividad, sobre todo con los bolivianos. Se los culpa de los problemas, se los maltrata, son víctimas de criminales más seguido que otros, porque son mucho más vulnerables. Esto apoya la fragmentación.
–¿Y en la provincia?
–En la provincia la vida es mucho más como en los barrios de antes de la ciudad, la gente se conoce más, encara otros vínculos que desaparecieron en Buenos Aires. Hay más espacio entre las casas, la retícula de un asentamiento es igual a la de un barrio urbano o un pueblo, con calles rectas y veredas, con terrenos más grandes. El hacinamiento se da porque las casas son chiquititas, pero tienen espacio alrededor. Es más rural.
–¿Qué diferencia de costos hay entre construir organizando a la gente y construir comercialmente?
–No sabría calcularlo, son mundos totalmente distintos. Nosotros le ponemos costo a la mano de obra solidaria en el presupuesto. Por ejemplo, una ONG española nos dio el dinero para los materiales del proyecto de los baños, y nosotros teníamos que poner el trabajo, porque obviamente no nos daban ni un peso para salarios. Nosotros, en los proyectos, ponemos el precio de mercado por metro, de modo de obtener un poco más de recursos y por una cuestión si se quiere de justicia: la persona que trabajó puso su trabajo a cambio de obtener el baño, por lo que se suma su trabajo a los materiales y el costo final debe ser más o menos el mismo que el comercial. Lo que sí, no hay intercambio de dinero.
–Creo que quedó muy en claro su trabajo como organizador social, lo que todavía ni mencionó es qué hacer específicamente como arquitecto.
–Bueno, lo que los arquitectos sabemos hacer básicamente es dirigir una obra ¿no? Es lo que hacemos con los salones o los baños. El resto lo hacemos por gusto personal, por inclinación, sin habernos preparado para eso en particular.
–¿Y cómo empezó a hacerlo?
–Medio sin darme cuenta (se ríe). Fue por amistad con este cura de la villa de acá, de Lugano, Raúl, un tipo con mucho compromiso. De compartir cosas con él, de compartir la fiesta de los bolivianos en la villa, de acompañarlos en alguna actividad, ir a una fiesta, ir a rezarle a alguien que se murió... No es que yo sea un activista católico, fue que me empezó a gustar estar ahí. Cuando estudiaba arquitectura no pensaba en ser arquitecto en las villas. Y ahora es lo que me gusta, lo único que me gusta. Claro que también me encantaría hacer un museo o un gran edificio, pero me gusta más trabajar con los vecinos, hacer lazos de amistad y afecto en muchos casos. Me gusta, aunque es muy angustiante por lo que se ve y por la esquizofrenia de trabajar en arquitectura comercial para vivir, aunque como están las cosas cada vez hay menos trabajo. Pero si pudiera optar entre los dos mundos, yo sé donde está mi opción. Pero hay que vivir de algo.

POR QUE CLAUDIO ABEL FREDA

Por S.K.

�Afable, sencillo�

En un barrio como aquellos de cuando éramos chicos –uno esperaría sin pestañear al lechero con su carro de caballos– hay una casita pequeña y prolija. Una puerta, un pasillo largo, varios apartamentos tipo casa y en uno de los últimos el hogar de este arquitecto de 36 años, con cara de español, esposa hija de españoles y suegra española de Galicia, hace mucho experta en cebar amargos. A Claudio Freda le cuesta bastante hablar de sí mismo, mezcla de timidez, de modestia y de un vago asombro de por qué tanto escándalo. Todavía le dura la sonrisa por haber ganado el premioFrancisco García Vázquez que cada año otorga la asociación mutual de la Sociedad Central de Arquitectos al Colega Solidario.
Freda fue candidato por propuesta de la Asociación Médicos del Mundo. El texto de la candidatura es por lo menos curioso: destaca que es “afable, sencillo y se gana el cariño y el respeto de la gente”. El arquitecto lleva años trabajando en barriadas pobres y carenciadas, lo que resultó en un grupo de amigos que formó el Equipo Técnico Interdisciplinario para el Hábitat Popular.
Como él cuenta, todo empezó por casualidad, por amistad con un padre villero que lo fue invitando a actividades y fiestas y le abrió un mundo y una vocación. En 1989, Freda construyó su primer centro comunitario, el Luján de los Obreros. Después le siguieron el San Cayetano, el Guadalupe, El Vivero, El Porvenir, el Casa del Joven, el 24 de Noviembre, el Latinoamérica, El Huerto. En el medio hubo una parroquia, una guardería, algunos comedores populares, un hogar de niños de la calle, un centro recreativo, un proyecto de autoconstrucción de baños y seis proyectos de viviendas, la mayoría en la Villa 20, su base de operaciones. Por si era poco, hace un año que colabora con el Hogar Alborada para la niñez desprotegida, entrenando a plomeros y albañiles adolescentes en distintos proyectos de mejoras del lugar.
Si uno lo escucha con atención, entiende que el 90 por ciento de su actividad es social. El diez por ciento restante es contar ladrillos, conseguir fondos, dirigir obras. Y pagar el costo de la solidaridad full time: la angustia de no poder dedicarse completamente a lo que realmente le apasiona, de “tener que sobrevivir” con otros proyectos.

 

 

 

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