OPINION
Capítulo
segundo
Por
Claudio Uriarte
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La
guerra, desde luego, goza de buena salud. Aun si fuera cierta la sospechosa
evacuación total de los militantes de Al-Qaida de las Montañas
Blancas del este de Afganistán reivindicada por los comandantes
mujaidines locales, y aun si el archivillano Osama Bin Laden fuera
a ser capturado y/o ejecutado en las próximas horas, la campaña
en que se ha juramentado la administración Bush contra la red
internacional de Al-Qaida sólo habría terminado victoriosamente
su primer capítulo.
Ya que la organización tiene ramificaciones en 40 países,
y su misma vertebración horizontal vuelve imprevisible el momento
en que volverá a atacar. En todo caso, no es previsible un
desarme unilateral, sino más bien la preparación para
una contraofensiva. Y el dividendo de guerra en términos políticos
para el presidente Bush es altísimo. La continuación
de las acciones extraafganas, por lo demás, se encuentra en
el dominio público: la semana pasada, fuerzas especiales norteamericanas
de Boinas Verdes aterrizaron en la isla de Mindanao en el sur de Filipinas
para entrenar y dirigir a los militares que están combatiendo
a las guerrillas separatistas de Abu Sayyaf y el Frente Moro; a fines
de la anterior, una delegación militar estadounidense realizó
una gira de inspección preliminar a Somalía para determinar
los posibles cursos de acción contra bases locales de Al-Qaida
en un país tan desprovisto de Estado como el Afganistán
de los talibanes.
No obstante, hay prioridades aún más apremiantes tras
los anuncios mujaidines de ayer sobre Tora Bora. Una de ellas es el
destino de los 1000-2000 combatientes que habrían sido expulsados
de las cavernas y que, según los mujaidines, no tienen más
alternativa que la muerte por inanición o congelamiento. Desde
luego, tienen una tercera alternativa en su refugio dentro de Pakistán,
país que habría enviado 4000 comandos a la frontera,
en teoría para evitar que los combatientes entren, pero posiblemente
también para garantizarles una entrada segura a un Estado que
siempre los protegió, y que ahora podría usarlos como
moneda de cambio de su interminable regateo de bazar antiterrorista
(o proterrorista, según esté soplando el viento) con
los países occidentales. Una fuerza de la magnitud de la que
ha sido expulsada difícilmente se desvanezca en el aire, por
lo cual el objetivo primario de la guerra sigue sin cumplirse, no
sólo fuera sino todavía peligrosamente dentro de las
fronteras de Afganistán. |
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