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�Conformarse es el fin de la vida�

Rosa Montero es la protagonista de una charla reveladora, en un episodio de �Perfiles de España�, que Canal (á) emite mañana.

Por Verónica Abdala

Rosa Montero, periodista y escritora española, confesó alguna vez que, por sobre sus logros personales y profesionales, hay dos que la hacen sentir especialmente orgullosa. En primer lugar, el haber podido dejado de fumar, lo que no es poco para alguien que llegó a consumir tres paquetes diarios de cigarrillos (o, se podría decir, que casi se deja consumir por el vicio). En segundo término, el haber aprendido a hablar en público. Esta última conquista significó, en su caso, el haber superado la tartamudez que la torturaba de chica, y, años más tarde, la timidez que le impedía decir dos frases seguidas sin sonrojarse, incluso por los años en que cursaba la Licenciatura en Periodismo en la universidad. Ahora, cuesta creer que ése haya sido el pasado de su verborragia: quienes, además de leerla, tuvieron oportunidad de verla por televisión, sabrán que Montero es una de esas personas capaces de decir en pocos minutos lo que a cualquiera podría llevarle horas, por la velocidad con que va hilando las frases. Aunque el esfuerzo que supone seguirle el ritmo queda justificado siempre por la lucidez de su discurso, que inevitablemente inclina el platillo a su favor. Y explica, además, por qué esta mujer pequeña y corajuda, hija de un torero franquista y una ama de casa republicana, es una de las periodistas más prestigiosas de España.
En la entrevista que mañana a las 21.30 emitirá Canal (á), en el marco del ciclo “Perfiles de España”, la columnista y editora del diario español El País (en donde trabaja desde 1976), que además lleva publicadas varias novelas (entre ellas Te trataré como una reina, y Bella y oscura), confirma lo que antes se habían encargado de demostrar sus libros y artículos: que no le teme a los lugares a los que puedan conducirla la inteligencia o la imaginación. En su opinión, esto se relaciona con un ingrediente fundamental, de su profesión y en su vida: el riesgo. “Detesto la complacencia intelectual”, afirma en el programa. “Conformarse es el final del pensamiento y de la vida. Es morir.”
A este tipo de pereza, y a otras inconvenientes comodidades, se refiere en esta entrevista. Entre ellas, a la falta de compromiso con la defensa de los derechos humanos, que, en sus palabras, “no es más que la negación de que a mí me incumbe lo que le ocurre al otro, y que lo que yo haga modifica también su realidad”. Y a un tema en el que hace foco cada vez que puede: el terreno que ganaron las mujeres, en sociedades en que todavía la diferencia de sexos suele marcar una distancia de jerarquía. “En lo que específicamente tiene que ver con la ampliación de la capacidad de acción, la situación de la Argentina es una de las mejores en lo que respecta a la realidad de otros países latinoamericanos, como Venezuela, completamente atrasado en una serie de cuestiones básicas”, dice en relación a este punto. “El sexismo sigue existiendo en todo el mundo, aunque el siglo XX haya sido el de la revolución de las mujeres en occidente. En ningún otro campo se produjeron tantas transformaciones como en éste. Hombres y mujeres hemos conseguido, en cien años, revertir el tratamiento que nos dieron a nosotras en mil. Un avance de este alcance no tiene referentes a lo largo de la historia de la humanidad. Se podría decir que, gracias a esto, las mujeres sobrevivimos a las catacumbas, y los hombres comenzaron a comprender que, desde el momento en que la sociedad los obliga a mostrarse como supermachos, ésta es una realidad que nos oprime a todos.”
La participación de la iglesia en lo que fue la historia de España (“cumplió un papel terriblemente reaccionario, retrógrado, abusivo y represivo, que ha llevado a tanta gente a descreer incluso de las bondades de la religión”), la situación del País Vasco (“es la realidad más parecida al nazismo que se vio desde la muerte de Hitler”), y las razones de la creación, son otros de los asuntos en los que se detiene a reflexionar. “La novela es la justificación de la esquizofrenia, y ésa es la parte de la literatura que personalmente más me atrae”, dice. “Es la única forma que conozco de vivir distintas vidas, una de las formas de noconformarse: la nuestra es inevitablemente más pobre que las que somos capaces de imaginar, la realidad es siempre menos que nuestros sueños.”

 

 

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