Por
Diego Fischerman
Existe la posibilidad, por lo menos teórica, de que todos los ingredientes
sean los correctos, las dosis las adecuadas y los procedimientos los indicados
y, sin embargo, la receta no funcione. O, en todo caso, que sin llegar
a funcionar mal no llegue a plasmar aquello que podía anticiparse
a partir del conocimiento previo de esos ingredientes. Un gran pianista
de jazz sin duda uno de los mejores de la actualidad, un guitarrista
de gran dominio sobre su instrumento, un contrabajista de gran afinación
y lirismo y un baterista preciso prometen mucho. El concierto con el que
Kenny Barron volvió a Buenos Aires (hace unos años había
llegado como parte de una banda armada por el trompetista John Faddis),
sin embargo, no llegó a colmar esas expectativas.
De sutileza extraordinaria, dueño de un toque ejemplar, perfecto
a la hora de arrancar y frenar, Barron se movió, más como
capitán de un grupo de buenos músicos, como un invitado
de lujo del eficaz trío brasileño conformado por Romero
Lubambo en guitarra, Nelson Matta en contrabajo y Duduka Da Fonseca en
batería. El resultado más audible fue un cierto anonimato
musical. Como si la estética estuviera en el lugar del promedio
de los cuatro en lugar del de una suma superadora. No fue sorprendente,
en ese sentido, que el momento más logrado de la noche estuviera
en territorio conocido. En All Blues, de Miles Davis, fue
donde salió a flote toda la magia de Kenny Barron. Explosión,
delicadeza en el fraseo, imaginación en la subdivisión rítmica
y, sobre todo, una fluidez en el manejo del lenguaje que muy pocos pueden
ostentar a la hora de construir un andamiaje de gran riqueza alrededor
de un blues. Miles, por supuesto. Pero también, como quedó
demostrado, este pianista que supo estar al lado de Stan Getz en sus últimas
y geniales grabaciones.
El repertorio, que incluyó, además de algún clásico
de Jobim Triste-, temas del propio Barron (la balada
Clouds fue otro de los puntos altos), de Matta y de Da Fonseca,
no llegó a aportar una dosis de variedad significativa. Más
bien todo circuló en una suerte de medianía, de gran corrección
e incluso de grandes momentos en los rendimientos individuales pero sin
demasiadas novedades por el lado de la concepción musical. Tampoco
fueron suficientes el dúo de piano y guitarra, el trío sin
batería y el tema que Barron improvisó sólo al piano,
para generar una diferencia efectiva de densidades. En realidad, salvo
en el solo de piano, se asistió siempre a lo mismo, a veces con
más instrumentos y a veces con menos, sin que las distintas instrumentaciones
llegaran a articular cuestiones esenciales a cada uno de los temas.
No obstante, mal podrían negarse la calidad y el efecto de las
ráfagas de Barron, de ese particular estilo de Lubambo que combina
a la perfección la tradición guitarrística brasileña
(desde Villa-Lobos hasta los hermanos Sergio y Odair Assad) con la del
jazz (sobre todo por el lado de nombres como el de Herb Ellis) y de algunas
de las muestras de virtuosismo por parte de Matta (yendo a un armónico
por salto, tocando en los sobreagudos con la misma justeza que en el registro
medio, combinando dobles notas y riffs de gran impulso). El bis, un tema
llamado Sonia Braga y dedicado, obviamente, a la actriz (Barron
contó una anécdota acerca del momento en que la conoció)
no cambió lo que había sucedido a lo largo de la exacta
hora y media de concierto formal. En el balance quedan las ganas deescuchar
a Barron en otro formato (como el notable trío con el que tocó
a principio de año en el Festival de La Pataia) o incluso solo.
Allí, en ese paisaje en el que el pianista visita a Thelonious
Monk con más claridad (esa mezcla entre disonancias en la mano
derecha y stride a la antigua en la mano izquierda) y en sus idas y vueltas
al blues lejos de esa tibieza light con la que suele confundirse
a los elementos de la música brasileña- es donde se encuentran
las densidades mayores.
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