OPINION
Chau,
Dumón
Por
Miguel Bonasso
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La
maldad insolente de la que hablaba Discepolín no
quedó confinada al siglo veinte: pervive con otras lacras del
cambalache trágico en este tiempo oscuro que nos toca vivir.
Anteayer el ministro de Trabajo del régimen, José Dumón,
intentó descalificar la masiva adhesión a la consulta
popular contra el desempleo, con una frase que lo retrata de cuerpo
entero: Es como si les preguntara a mis hijos si quieren un
cero kilómetro. El funcionario, a quien nadie votó,
compara el deseo de sus hijos, lo que podría ser el privilegio
inaceptable de un junior, con el derecho al trabajo de
todos los argentinos. Derecho que consagra la Constitución,
la Carta de los Derechos del Hombre de las Naciones Unidas y la propia
Carta a los Argentinos de la fenecida Alianza, que fue votada porque
prometió, precisamente, crear trabajo.
Ignorante de los supuestos mismos de la consulta lanzada por el Frenapo,
Dumón recalcitró en un supuesto realismo que sólo
es pobreza de espíritu: Es también como si le
preguntaran a la gente si le gustaría dejar de ser pobre. ¿Qué
le puede contestar? O sea que ser pobre no es una categoría
histórica, producto de determinadas políticas que se
pueden cambiar, sino una maldición bíblica que hay que
aceptar con resignación. Curiosa filosofía para quien
tiene a su cargo nada menos que la cartera de Trabajo, elevada en
su tiempo al rango de ministerio como expreso reconocimiento del Estado
al derecho básico de los ciudadanos. Que un ministro de Trabajo
considere que el trabajo no es más que una fantasía
inviable, demuestra el grado de perversidad al que hemos
llegado. El presidente y sus ministros se asemejan cada vez más
a los bomberos de Ray Bradbury, que en Farenheit 451 quemaban libros
en vez de apagar incendios. Maldad insolente de la desigualdad cristalizada
que autoriza para los hijos del ministro la fantasía (o la
realidad) del cero kilómetro y rechaza por inviable
la propuesta de que cada jefe de familia desocupado reciba un subsidio
de 380 pesos más otros 60 por hijo. Lo que, de paso, establecería
un piso salarial. Algo similar al viejo y querido salario mínimo
vital y móvil.
Por otra parte, la financiación del seguro es perfectamente
factible. Tan factible como la donación de 5000 millones de
pesos que el ministro Cavallo le acaba de otorgar a los 50 grupos
económicos más concentrados del país al reconocerles
bonos de la deuda a su valor nominal.
A veces pareciera que esta insolencia de los marqueses que eructan
delante de los pobres, se relaciona con la ausencia forzada de 30
mil cuadros y el terror que le metieron a la sociedad. Por eso, para
conjurar el terror, estos sujetos deberían ser acotados por
los actores sociales. No estaría mal, por ejemplo, que las
tres centrales de trabajadores incorporasen a sus demandas de esta
semana la exigencia de que el ministro de Trabajo se vaya a filosofar
a su casa. Con sus hijos. |
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