OPINION
Perdidos en la nada
Por
James Neilson
|
Que
los comprometidos con el modelo, el rumbo o lo que se denomine el
resultado del intento fallido de levantar una economía liberal
sobre una base corporatista se hayan sentido aturdidos por su derrumbe
es fácil de comprender, pero debería ser un poco más
difícil el desconcierto que se ha apoderado de muchos políticos
que durante años se le habían opuesto con furia moralizadora.
Sin embargo, la razón por la que nunca se dieron el trabajo
de confeccionar una alternativa auténtica para el día
en que sus profecías sombrías acerca del destino de
la criatura se concretaran consiste en que ellos también tomaban
el neoliberalismo por una fuerza arrolladora e imparable,
de suerte que su situación actual se asemeja a aquella de los
anticomunistas profesionales frente al colapso de la Unión
Soviética, un suceso inesperado que arruinó muchas carreras
prometedoras. Habituados a luchar contra algo a su juicio inmensamente
fuerte, demasiados dirigentes no están a favor
de nada salvo sus propios intereses personales, de ahí la falta
de respuestas serias de la clase política a un desastre que
tendrá consecuencias devastadoras para la clase media nacional.
La vaciedad mental así supuesta no es nueva. Sucede que la
cultura política nacional es esencialmente negativa por haberse
formado en la lucha contra la oligarquía, el imperialismo
británico primero y después norteamericano, los militares
y, últimamente, el capitalismo neoliberal. Con
escasas excepciones, los dirigentes son expertos consumados
en el arte de denunciar lo que está haciendo el gobierno de
turno pero no se han preocupado por pensar en alternativas viables
o, como se dice ahora, sustentables. Poco antes del golpe
de 1976, el cacique radical Ricardo Balbín intentó tranquilizar
a un país angustiado afirmando que sí había soluciones
aunque en aquel momento preciso no podía encontrarlas, lo cual
dejó la puerta abierta para los militares que resultaron ser
tan estériles como el jefe de la clase política pero
incomparablemente más sanguinarios. Desde entonces, mucho ha
cambiado, pero una cosa ha quedado igual: la capacidad de los
políticos para pensar en soluciones sigue
siendo asombrosamente pobre, deficiencia que puede atribuirse a que
con escasas excepciones, sus integrantes se han especializado tanto
en aprovechar la bronca que casi siempre siente la gente
por el abismo que ve entre sus expectativas mínimas y la realidad
que son opositores temibles pero virtualmente inútiles a la
hora de gobernar, tarea ésta que muchos creen propia de los
enemigos del Bien. |
|