Por
Alejandra Dandan
La kermesse: para algunos, eso es lo que está pasando ahora en
este salón de San Telmo convertido durante dos horas en un gran
mercado, pero sin lógica. No hay lógica en las pizarras
que ofrecen alquileres de casas o roperos a cambio de una moneda que existe
sólo entre esta gente. No son dólares ni patacones: son
créditos. Todo el mundo entrega cosas y compra a cambio
de un papel que circula tan firme como un billete que nunca será
devaluado. Desde hace unos pocos años, esta moneda circula en buena
parte del país, pero ahora la crisis amenaza en trasformarla en
el único circulante entre muchos consumidores. Página/12
recorrió una de las 50 ferias que funcionan con la opción
del trueque en la ciudad. En los dos últimos meses, la cantidad
de clubes registrados oficialmente por la red global que los enlaza pasó
de 2200 a 3000. Estas nuevas catedrales reúnen a unas 700 mil personas
desde Ushuauaia hasta Tartagal. Los clubes fueron fundados para reactivar
la creatividad y el trabajo entre los desocupados, pero los nuevos emprendimientos
son ahora también una opción para la clase media aún
sujeta a la economía formal. A caballo de la crisis ya se están
incorporando también algunos empresarios. Hay quienes ofrecen casas
y campos mediante ese sistema. O planes de vacaciones.
La euforia de toda esta gente que está en día de kermesse
pierde algo de sentido cuando entra Marcelo Arce. Es un profesor de música,
un folklorista de San Telmo que se ha quedado sin alumnos y ni siquiera
encuentra salida con su plan B: producción artesanal de insumos
de soja para sus amigos naturistas. Hasta hoy no conocía nada del
trueque, ni de los créditos, ni de cómo seguir vendiendo
sus clases de música sin recibir dinero. Es la primera vez que
entra a uno de los clubes y, apenas lo hace, se interesa por las reglas
que rigen el mundo de los desaparecidos económicos.
Acá no se vende, ni se compra. Esas palabras no existen.
Quien lo asesora es Nélida González, instructora oficial
de este mundo. Nélida ha sido designada como guía por los
truequistas del barrio, ahora que en la casa de Bolívar al 600
el tránsito de personas ha congestionado los salones, la entrada
y los pasillos, y donde no quedan más lugares. Desde hace dos semanas,
cada vez que abre, la feria recibe entre veinte o treinta personas que
preguntan por este misterioso espacio del trueque. Los organizadores de
este centro calculan que después del plan candado hay un 20 por
ciento más de usuarios sólo en esta feria.
Desde hace unos años, estas ferias de intercambios se hacen con
unos billetes que funcionan como dinero. Esa moneda es el crédito:
En vez de Lecop o las canastas internacionales de monedas, nosotros
tenemos una moneda popular: por eso los clubes funcionan como fondos de
inversión, cuenta Rubén Ravera, uno de los tres socios
fundadores de la Red Global de Trueque expandida en el país.
El crédito
es la única moneda de la red y esto la hace poderosa. Aunque nadie
las ha valuado oficialmente, suelen cotizarse en unos 0,70 o 0,80 centavos
de peso. Ese parámetro sirvió para controlar los precios,
y a Nélida para cambiar sus sandalias usadas por diez créditos.
Todo funciona como en el mercado libre: la ley de oferta y demanda es
la que define. Cuando llega algún productor con precios altos,
nadie le compra; después, él solo termina bajándolos,
cuenta Marta Patrono, que ha quedado en un rincón del salón
tapada por la fila de velas artesanales que cambia por 1 crédito.
Llegó al trueque un día, pensando que nunca se animaría
a hacerlo: Creía que eran todos hippies, y ahora mirá
dónde me tenés. Hoy es una de las más confiadas,
no sólo vende en créditos, también ahorra.
El tipo de intercambios que se cruzan en San Telmo es parecido al de la
Red. En general, la mayor parte de los productos ofrecidos son alimentos.
La comida es el 60 por ciento de todo el torrente de cosas, artículos,
productos que corren de mesa en mesa en este lugar donde el aire de kermesse
contagia incluso a los más agnósticos. Recién cuando
todas las mesas de comida terminen de trocar lo que han traído,
el resto de losproductores comenzarán con el trabajo fuerte. Siempre
es igual: Hasta que no se termina la comida, no pasa nada con el
resto, sigue explicando Marta.
Al fondo de la sala hay una pizarra de servicios. Hay carteles con avisos
de una psicopedagoga y un odontólogo del barrio capaz de arreglar
una muela por 60 créditos. Alguien ofrece depilación. También
está el cartel de Lucía Dávila, una peluquera del
barrio que por 7 créditos corta el pelo.
No porque estemos en el trueque somos de descarte dice Lucía.
Acá con 7 créditos las señoras se van hasta con fijador.
En la silla, Lucía atiende a otras de las mujeres del trueque,
algo nerviosa porque teme perder entre los retoques una larguísima
colita negra. En unos minutos, la mujer notará el estilo de la
casa y la asistente que le ha tocado: Pero acá ni siquiera
le dejo chorreando el agua, trabajo todo como se hace en un salón.
Ahora es Marcelo, aquel profesor de música, quien busca espacio
en el salón. A poco de avanzada la tarde, alguien le cuenta que
no necesita permisos, ni tablas, ni dinero en créditos para empezar.
Nadie prohíbe ni impone nada. Acaso esto es una de las cosas más
raras de este estilo de vida impuesto entre los clubes. Ojo: todas
las manías y los vicios del mercado formal están también
en el club del trueque, advierte ahora María Eugenia Corvalán
Alarcón, que se presenta como la coordinadora de este nodo. Los
vicios y manías son algunas trampas a las que echan mano algunos
productores para conseguir más créditos.
Con el tiempo, la dinámica impuesta por los trabajadores del trueque
ha diseñado modos de neutralizar esas manías. Para muchos,
es la forma de sostener el salvataje: Es la única manera
de salir de toda esta locura y que no tengamos que depender del Gobierno.
Al final manejan nuestro dinero. Lo poco que tenés ni te
alcanza.
¿Para qué usa el dinero real? ¿Para los colectivos?
No, si ya ni eso, usamos bicicletas.
El
crédito del sistema
El
corral impuesto por Cavallo está obligando al mercado formal
a interactuar con el sistema del trueque. El diagnóstico
de uno de los fundadores de esta poderosa red alternativa anticipa,
tal vez, el primer cambio estructural que está apareciendo
en la economía doméstica en el marco de la crisis. En
estas últimas dos semanas, la Red Global del Trueque no sólo
ha registrado más tránsito de clase media. También
aparecieron empresarios buscando algún salvavidas entre los
habitantes del mundo del trueque.
Los datos que maneja Rubén Rabera, uno de los tres fundadores
de la Red, tienen tanto impacto como la crisis reflejada entre la
gente que se sigue sumando al sistema. En los dos últimos meses,
la Red incorporó 120 mil nuevos socios sobre los 500 mil más
viejos. En ese período el número de clubes oficiales
pasaron de 2200 a 3000. Para los fundadores, el crecimiento es exponencial
pero se potencia con la crisis. Ahora mismo, ya se están gestando
otros 2000 en distintos puntos del país. Todos funcionan en
casas, centros culturales, patios y parroquias que se abren en Ushuauaia
o Tartagal como mercados de intercambios.
Los clubes que comenzaron como una opción entre desocupados
de distintos barrios, ahora están siendo movidos por la clase
media. Muchos que aún tienen trabajo recurren al trueque para
completar sus ingresos. En este sentido, Rubén Rabera cuenta
la experiencia de dos empresarios fabricantes de juguetes. Hace unos
días, ellos se presentaron en la Bernalesa, la vieja fábrica
que funciona como sede central de la Red, para integrarse con sus
productos al sistema. La moneda que circula entre los truequistas
es más sólida que el peso. En estos momentos sirve para
comprar casas, alquilar departamentos y hasta se usa en transacciones
de campos. En estos días, han aparecido opciones de vacaciones
que incluyen traslado y alojamiento en hoteles de distintos centros
turísticos del país. |
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