Por
Fabián Lebenglik
En el Centro Cultural Recoleta Junín 1930 se exhibe
hasta fin de año la muestra barthesiana Palabras perdidas,
sobre la relación entre grafía y artes visuales, curada
por la crítica y docente Ana María Battistozzi.
El efecto Barthes no sólo se lee en las citas que del teórico
y escritor francés hace en el catálogo la curadora, sino
también en el itinerario que traza la exhibición entre la
palabra y su disolución en la imagen, cuando el signo navega sobre
el sentido o naufraga en su búsqueda.
La selección de la obra se transforma en una pesquisa alrededor
del sentido (o su pérdida) entre la palabra y la imagen: sobre
el papel, la tela, los objetos, las instalaciones y el video.
En esta muestra, más que de artistas debe hablarse de obras, porque
en algunos casos la relación entre escritura e imagen los atraviesa
desde siempre, a lo largo de toda su producción y en otros constituye
una circunstancia más o menos limitada a una obra o una serie.
Los trabajos seleccionados pertenecen a Ernesto Ballesteros, Jane Brodie,
Ernesto Deira, Claudia del Río, Mirtha Dermisache, Roberto Elía,
León Ferrari, Alberto Greco, Juliana Iriart, Magdalena Jitrik,
Jorge Macchi, Luis Felipe Noé, Ana Ochoa, Miriam Peralta, Teresa
Pereda, Susana Rodríguez, Gustavo Romano, Eduardo Stupía,
Horacio Zabala.
Si por momentos en ciertos trabajos la letra y la palabra se disuelven,
hay obras en las que la grafía, la escritura, la marca y la incisión
toman cuerpo hasta convertirse en el eje de la imagen.
La muestra rastrea el momento difuso en que la grafía se separa
de su cualidad significativa más inmediata, para diluirse
en una nueva escritura, en una nueva secuencia cuya función, perdida,
cambió de eje y pasa a depender por completo de la capacidad de
interpretación del que mira. A su vez la actitud del que mira oscila
entre la del lector y la del espectador, de aquel o aquella que mira,
combatiendo o complementando ambos hábitos de la mirada para fundirlos
en una tercera posibilidad.
Contra la espectacularidad y la grandilocuencia como tendencia expositiva
y programática de la actualidad, Palabras perdidas
es una muestra más modesta, circunscripta a una relación
específica. Aquí no sólo se elude lo ampuloso sino
que, ex profeso, también se esquivan los grandes temas
omnicomprensivos. En esa cualidad menor, incluso en el gesto
de convertir al visitante usual de exposiciones en un lector
que se acerca a leer y casi olfatear el cuadro, la muestra consigue un
raro efecto.
Allí se encuentran tanto obras con textos absolutamente legibles,
como otras que trabajan sobre la ilegibilidad absoluta. En este sentido,
hay toda una secuencia de matices y registros: desde el texto político,
hasta el texto poético; desde la textualidad religiosa hasta la
periodística; desde la narración fluida hasta el tartamudeo;
desde la escritura como acción, hasta la grafía como accidente;
desde la palabra como idea hasta la escritura como materialidad corpórea;
desde la grafía hasta la radiografía.
También hay un recorrido gramatical, que pasa por los
fonemas, sigue con la morfología y con la sintaxis. En la muestra
se leen o dejan de leer distintas funciones y disfunciones de la escritura,
y nuevamente se va hilando un itinerario que evoluciona de la letra a
la palabra; de la palabra a la frase; de la frase a la oración;
de la oración al relato y de allí a la desintegración
en una maraña de líneas que se entrecruzan.
La exposición juega también con el efecto de supuesta transparencia
que tendría todo texto escrito con letras legibles.
Se sabe que incluso la más clara tipografía no es garantía
de univocidad. De manera que también, una vez vista la exposición,
ésta sigue auspiciando, en sus ecos, unalectura menos apegada a
la letra y más cercana a la creatividad y libertad interpretativas.
Palabras perdidas supone una proliferación de los sentidos
segundos, metafóricos, dibujísticos, conceptuales, pictóricos...
de toda palabra y de toda imagen, porque busca desplegar las posibilidades
de toda escritura y de toda imagen. (En el Centro Cultural Recoleta, Junín
1930, hasta el 30 de diciembre.)
opinion
Por
Pierre Restany *
La
comunicación global
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Conocedor
como parece serlo de la obra de Jean Pierre Raynaud, Fabián
Lebenglik se hace una idea bien pobre del hombre y del artista cuando
analiza la exposición que se presentó en el Centro Cultural
Recoleta. Hubiera podido darse cuenta del elevado concepto que Raynaud
tiene del arte y de su misión de artista. Raynaud no es ni
un pintor ni un escultor en el sentido formal del término,
sino un artista en el más amplio sentido. Se apropia del objeto,
del cartel de contramano del florero o de la cerámica
para convertirlos en arquetipos intemporales, dotados de un significado
global.
En 1998 cambio de arquetipo y comenzó su serie de banderas.
Aplicando la bandera de tal o cual nación sobre un chasis,
la hace entrar en el campo del arte, es un objeto-bandera Raynaud.
La separa de su contexto afectivo y político para hacerle vivir
la plena autonomía de su destino de objeto artístico,
que es el de constituirse en un vector de comunicación entre
los hombres. Una comunicación libre y espontánea, más
allá de todas las barreras étnicas, religiosas y nacionales.
Se trata de una importante apuesta sobre el poder alquímico
que el arte ejerce sobre nuestra sensibilidad, y sobre el papel fundamental
que es llamado a desempeñar en el seno de nuestra cultura global.
Es cierto que la bandera no es un objeto como cualquier otro y que
hacer de ella un objeto Raynaud resulta una opción global ante
la que el público que se apega a su valor emblemático
y simbólico puede manifestar sus reticencias. Pero pensar de
esta manera es no creer en la virtud humanista y liberadora del arte,
en su poder de oposición a la presunción de lo político.
Raynaud ha venido a presentar a la bandera argentina en Buenos Aires
porque deseaba proponer al público una visión diferente
de la de emblema nacional, la de un objeto cargado de un potencial
global de significado: en una palabra, hacerla pasar de la fase de
emblema nacional a la de objeto artístico con vocación
universal, un objeto de comunicación en estado puro. Esa es
la razón de su presencia en la sala Cronopios de la Recoleta,
en contraposición con una pared tapizada de afiches políticos
puramente contextuales. El choque con las banderas era evidente y
el contraste constituía una verdadera operación de higiene
mental. Las mentes cerradas vieron allí una broma de mal gusto
de un turista pretencioso. Aquellos que tienen una idea más
global de la virtud política del arte encontrarán la
ocasión ideal para meditar sobre esta virtud suprema que le
reconocen.
*
Teórico y crítico de arte francés. El texto
es una respuesta al artículo El turista que vino a
hacer bandera, de Fabián Lebenglik, publicado en esta
diario el 30 de octubre, sobre la muestra de Jean Pierre Raynaud
que se presentó en el Centro Recoleta entre octubre y noviembre.
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Concursos
Fundacion Banco Ciudad y Banco Nacion
Dos
premios que se la bancan
En
tiempos en que los bancos están en el ojo de la tormenta, hay varios
artistas plásticos que esta semana recibirán buen dinero
por parte de dos bancos oficiales que apuestan por las artes visuales
contemporáneas a través de dos concursos y de sendas exposiciones.
Ambos premios, que a su vez compiten entre sí, tienen la característica
de no hacer distingos entre disciplinas, ya que admiten toda clase de
técnicas y soportes. Los dos se integraron con jurados internacionales
y otorgan fuertes recompensas. Los premios en cuestión son el de
la Fundación Banco Ciudad a las Artes Visuales, que se inaugura
hoy a las 19 en el Museo Nacional de Bellas Artes (Libertador 1473) y
el Premio Banco Nación a las Artes Visuales, que se inaugura mañana,
a las 19, en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930).
Ambos bancos oficiales en la misma semana presentan dos de los premios
más codiciados del año. El de la Fundación Banco
Ciudad, que entregará $ 55.700 en premios, se integró con
un jurado compuesto por Alfons Hug (curador de la próxima Bienal
de San Pablo), Llilian Llanes (Fundadora de la Bienal de La Habana), Fátima
Ramos (directora del espacio Culturgest, de Lisboa) y los especialistas
locales Alicia de Arteaga, Ana Battistozzi, Fermín Fevre, Jorge
Glusberg, Fabián Lebenglik, Ana Martínez Quijano, Rosa María
Ravera y Aníbal Jozami (presidente de la Fundación). De
los 1500 inscriptos, el jurado seleccionó la obra de la artista
argentina residente en Francia Marie Orensanz para el premio mayor (adquisición),
de $30.000. Martín Di Girolamo ganó el segundo premio (adquisición),
de $ 15.000. Las cinco menciones (con $2.500) fueron para Josefina Robirosa,
Lucía Pacenza, Tomás Espina, Mónica van Asperen y
Marcos López. Además recibió una mención de
honor el video Hágalo usted mismo, de Federico Mércuri.
Por su parte, la segunda edición del Premio Banco Nación
que convoca a un concurso de proyectos y luego selecciona a los
artistas de acuerdo con los proyectos se inaugura mañana
y también entregará un primer premio de $30.000 y cinco
menciones de en este caso $2000 cada una.
El jurado está integrado por Yvo Mesquita (director del Museo de
Arte de San Pablo, MASP), José Alberto López (Director de
la revista española Lápiz) y los especialistas locales Laura
Buccellato, Fernando Farina, Jorge López Anaya, Marcelo Pacheco
y Clorindo Testa. Los miembros se reunirán mañana a la mañana
para discernir los premios que se darán a conocer durante la inauguración.
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