Por Emanuel Respighi
El escritor y periodista Guillermo
Saccomanno fue distinguido ayer por la Secretaría de Cultura de
la Nación con el Premio Nacional de Literatura del año 2000,
en la categoría Novela. El galardón lo recibió por
su obra El buen dolor, una novela autobiográfica que narra el dolor
que atraviesa una familia cuando una letal enfermedad invade el cuerpo
del dueño de la casa. La novela cuenta la historia de un
padre y un hijo, pretendiendo retratar el declive familiar cuando una
enfermedad invade, en este caso, a mi padre. Cuando las fruteras, en vez
de llenarse de frutas, se colman de remedios, explica colaborador
de Página/12. El jurado, compuesto por Jorge Panesi (docente de
la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) y por los escritores
Liliana Heker y Antonio Dal Masetto, también premió en el
segundo puesto a Guillermo Piro (por Versiones del Niágara) y en
el tercer lugar a Esther Cross (El banquete de la araña).
El escritor de 53 años, que vive entre la Capital Federal y Villa
Gesell, ha publicado hasta ahora 8 novelas y pese a que recibirá
una recompensa notable, 15 mil pesos y un subsidio vitalicio de 700),
no oculta su fastidio por la situación económico-social
que actualmente sacude a la Argentina. Como escritor, sin dudas,
el premio me estimula porque significa un reconocimiento de los pares,
antes entregado a escritores de la talla de Tizón o de Rivera.
Pero yo no puedo, ni debo, abstraerme de lo que ocurre a mi alrededor.
Sería bueno hablar sólo de libros, pero ¡qué
difícil que se me hace!, plantea.
A pesar del premio, parece enojado...
Estos premios son importantes porque constituyen un aporte al trabajo
intelectual en la Argentina, que actualmente está totalmente desprestigiado.
Es un premio importante porque me lo otorgan mis pares: escritores. Pero
me molesta ver a la Secretaría de Cultura de la Nación en
ruinas, justamente a tres cuadras del Hotel Alvear, donde Cavallo casó
a su hija después de correr entre las tumbas. Que la secretaría
esté ubicada en plena Recoleta en tal estado de decadencia, con
empleados que no saben si van a cobrar el sueldo o no, es una muestra
de la Argentina de hoy.
¿Es de alguna manera esta sociedad la que el libro intenta
retratar?
Yo quiero que sea leída como una novela, como una exploración
a través de la memoria, pero también cómo a partir
de una historia íntima se puede contar la historia colectiva. El
libro intenta demostrar que existe una dignidad, una ética y una
solidaridad en la pobreza que las clases altas de la sociedad no poseen.
Cuando uno ve que el día del casamiento de su hija Cavallo tiene
que correr entre las tumbas, esta imagen es mucho más poderosa
que lo que cualquier texto puede decir. En un país en que los torturadores
y los estafadores están en libertad, hay ciertos valores que hay
que reivindicar. Cuando pienso lo que este libro significa, que trata
sobre la pérdida de mi padre, un proletario que se interesaba por
la lectura, me pregunto ¿dónde fue a parar ese modelo de
país? Por eso digo que no da para que hable sólo de literatura,
a pesar de que el trabajo intelectual está desprestigiado.
¿Por qué motivos cree que los intelectuales han retrocedido
en su relación con la sociedad?
Está desprestigiado el trabajo en sí y, particularmente,
el trabajo intelectual. Justamente en estos días (el jueves) la
gestión de Telerman tratará el recorte de los subsidios
municipales a artistas de la talla de Roa Bastos, Abelardo Castillo, Tito
Cossa, Lidia Lamaison o Alfredo Alcón. Que ahora se quiera recortar
también estos subsidios es otra muestra más de cómo
este gobierno está respondiendo al FMI y los capitales extranjeros.
Estoy convencido de que en un momento tan dramático para el país,
los tipos que dicen las cosas más interesantes y más lúcidas
vienen del campo de la cultura, esfera que Telerman y el gobierno desean
recortar. Estos son recortes que tienen que ver con el proyecto de dependencia
de capitales extranjeros que se comenzó a implantar en el país
desde el 76 y que aún no ha cambiado. Estamos sujetos al
imperialismo.
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