Gilbert Bécaud, el
señor de los 100.000 voltios título que ganó
a fuerza de sus famosas y vibrantes performances en vivo murió
a los 74 años, a causa de un cáncer de pulmón en
su barco-vivienda fondeado sobre el río Sena, en las afueras de
París. El cantante y multifacético artista ya había
padecido un cáncer en la cavidad bucal en 1998. Llegó a
grabar un último disco titulado Mon Cap, justo antes de su muerte
y que será editado en los próximos meses. Con este lanzamiento
se completará una inmensa obra que abarca más de 400 canciones,
entre las cuales revisten clásicos como Nathalie, Limportant
cest la rose, Et maintenant y Quand il est
mort le poète. El presidente francés, Jacques Chirac,
destacó que Bécaud era un embajador de la chanson
francesa, una de las voces más conocidas y conmovedoras de nuestra
época. La ministra francesa de Cultura, Catherine Tasca,
calificó la obra de Bécaud de testamento de amor:
durante casi 50 años le dio calor a nuestra vida con sus
maravillosas canciones, dijo.
Bécaud nació el 27 de octubre de 1927 en Toulon, bajo el
verdadero nombre de François Leopold Silly, en el seno de una familia
de tenderos. Su vertiginoso ascenso comenzó poco después
de finalizada la Segunda Guerra Mundial: fue cuando se abrió paso
como pianista en los clubes nocturnos y bares parisinos, y la gran Edith
Piaf se fijó en él, lo impulsó y cantó varias
de sus canciones. Así llegó además al trampolín
que le significaría el éxito definitivo, durante una actuación
en el legendario Olympia de Bruno Coquatrix. Había nacido una estrella
internacional, tanto que Et maintenant arrasó en Estados
Unidos bajo el título What now my love. También
actuó en varias películas y compuso la música para
ellas. En 1956, se estrenó su primer filme, Le Pays où je
viens. Le siguieron Casino de París (1957), con Catherina Valente,
Croquemitoufle (1958) y Les Petits Matin (1961). En 1959, compuso la música
para la película Babette se va a la guerra, con Brigitte Bardot.
Casado dos veces y padre de seis niños, entre ellos uno adoptivo
originario de Laos, vivió alternativamente en la región
de Poitou, en el oeste de Francia, en su casa de Córcega o en su
barco-vivienda cerca de París. Le decían el hombre de la
voz de cobre y conquistó sobre todo el corazón de las mujeres.
Siempre vestido correctamente con un traje azul, corbata con lunares y
la mano junto al oído como seña de identidad, le cantaba
con gran temperamento al amor, a los mercados de la Provenza y a la lluvia.
Con los años se convirtió en un icono de la chanson y logró
con facilidad dar el salto a Broadway, con una puesta en escena perfectamente
preparada y ensayada. Su atractivo lenguaje corporal, por ejemplo, lo
había aprendido del gran mimo Marcel Marceau. No importaba dónde
y cuándo actuara, siempre tenía un público sensible
rendido a sus pies y desataba pasiones con su imagen de amante solitario.
No sólo Edith Piaf, sino también Dalida, Marlene Dietrich,
Frank Sinatra o Barbra Streisand interpretaron sus canciones. Todo lo
que este popular maestro de las canciones sentimentales presentaba sobre
el escenario entre sus tres cajetillas diarias de cigarrillos y los numerosos
whiskies tenía vocación de éxito. Hay que superar
los límites, se decía a sí mismo. ¿De
qué sirve ser un astro en Francia si los holandeses o los suizos
no me conocen?. Con esa mentalidad conquistó su lugar en
el mundo, hizo furor durante tres semanas en Broadway y realizó
exitosas giras por Estados Unidos y Rusia. Pero siempre regresaba a su
país natal. En Francia, cargo mis baterías. Necesito
el camembert y el vino de Burdeos. Tuvo tiempo de componer música
para el cine y además escribió una ópera y un musical.
Cuando cumplió 70 años, él mismo se hizo el mejor
regalo: su trigésima actuación en el Olympia de París,
donde había iniciado su gran carrera.
Así, el escenario de la chanson francesa quedó vacío
y a oscuras. Aunque el carismático cantante y compositor cuyo traje
azul y corbata de lunares eran señas de identidad, seguirá
vivo en el corazón de millones de personas en todo el mundo.
HOMENAJE
A DISCEPOLIN
En la esquina indicada
El Ateneo Porteño del
Tango (APORTA) evocará hoy desde las 19 la memoria del letrista,
compositor, monologuista radial y periodista Enrique Santos Discépolo
en un acto público que se concretará en la esquina porteña
que lleva su nombre, ubicada en Corrientes y Riobamba. Discépolo,
que nació hace un siglo y murió hace cincuenta años,
habitó durante gran parte de su vida un departamento vecino al
lugar en que será honrada su trayectoria, una de las más
apasionantes de la vida cultural argentina de las décadas del 30
y el 40.
Durante la reunión actuarán recordando los temas del autor
de Cambalache y Yira yira los cantantes Hugo Marcel,
María Garay, Rodolfo Lemos, Tito Reyes, Reinaldo Martín,
Diego Solís, Cheché, Mabel Marcel, Lucrecia Merico, Susana
Tejedor y Francisco Acuña, con el acompañamiento del conjunto
de José Valotta. APORTA informó anoche que al acto, que
auspicia la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires concurrirán
además el músico Mariano Mores y los actores Osvaldo Miranda
y Marcos Zucker, que fueron amigos personales de Discepolín, y
que serán oradores el Secretario de Cultura del Gobierno de esta
ciudad, Jorge Telerman, Fernando Finvarb, Luis Alposta, Ben Molar, Oscar
Sbarra Mitre y Segismundo Holzman.
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