Por José
Natanson
Son grupos enemigos del
orden que buscan sembrar discordia y violencia, dijo anoche Fernando
de la Rúa, en tono inusualmente enojado, para justificar su decisión
de decretar el estado de sitio en todo el país. Fue al final de
una jornada caótica, en la que los saqueos se multiplicaron frente
a un gobierno aturdido. Anoche, la estrategia más probable era
la de Chrystian Colombo: hoy los ministros podrían presentar masivamente
su renuncia, de manera tal de facilitarle al Presidente el armado de un
nuevo gabinete, que podría incluir a dirigentes del PJ. Quedan
dos dudas, saber si el PJ aceptará el convite y quién reemplazará
a Cavallo cuya dimisión fue prolijamente omitida en el discurso
presidencial.
En un discurso breve, transmitido por cadena nacional, De la Rúa
dijo que con violencia e ilegalidad no se sale de la delicada
situación que atraviesa el país, sostuvo que el Gobierno
va a distinguir entre los necesitados y los violentos y que
el estado de sitio apunta a ponerle límite a quienes
buscan sembrar la discordia y la violencia.
Antes, el Gobierno había anunciado una patética medida para
mitigar la situación: una partida especial de 7 millones de pesos
para alimentos. Por su parte, el ministro del Interior, Ramón Mestre,
anunció que hoy se reunirá el Consejo de Seguridad Interior.
Más allá de las declaraciones, la salida de Cavallo fue
el desenlace político más concreto de la jornada de ayer.
Un alto funcionario de la Rosada aseguró anoche a Página/12
que hoy se concretaría la vieja idea de Colombo: que el resto del
gabinete imite a Cavallo y presente su renuncia. Con el gesto, De la Rúa
podría tentar al PJ para ocupar cargos en el gabinete, concretando
finalmente el Gobierno de unidad nacional.
Dos cuestiones complican la estrategia: el peronismo se encuentra atomizado
y disperso, por lo que al Gobierno le resulta imposible articular una
negociación coherente. Es más: ayer el PJ le dio media sanción
en Diputados al proyecto para derogar las facultades especiales de Cavallo,
demostrando que está dispuesto a casi todo. Además no está
claro quién, sea peronista o radical, puede estar dispuesto a agarrar
hoy la brasa ardiente que es Economía.
Aturdido
Presidente, esto no da para más. Es necesario un recambio
total del gabinete, dijo el jefe del bloque de senadores radicales,
Carlos Maestro. Sentado junto a otros legisladores de la UCR, Raúl
Alfonsín asentía. Eran casi las ocho y De la Rúa
escuchaba en silencio.
Fue una de las últimas reuniones de un día signado por el
caos, en el que el Gobierno reaccionó mal y tarde ante una situación
que lo desbordó por completo.
Un ejemplo: antes del mediodía, un funcionario le preguntaba a
De la Rúa por los saqueos. Hay desbordes aislados, pero están
bajo control, dijo el Presidente, con la vista clavada en una de
las paredes de su despacho. Se lo veía en otra dimensión,
resumió más tarde su interlocutor. Créase o no, De
la Rúa no era el único que veía las cosas de esa
manera. Un rato antes, Mestre había dicho que los saqueos
no son por hambre, se llevan bebidas alcohólicas.
Claro que, con el correr de las horas, era evidente que la táctica
delarruista de mirar a otro lado esta vez no iba a alcanzar. De a poco
iban llegando los funcionarios a la Rosada, hasta conformar una reunión
de Gabinete fuera de agenda en la que estuvieron casi todos los ministros.
Dos funcionarios que participaron de la discusión aseguraron que
hubo dos líneas bien diferenciadas. Una liderada por Mestre
y el secretario de Seguridad, Enrique Mathov pedía decretar
el estado de sitio y apurar el dispositivo de seguridad. La otra, que
capitaneaba el secretario general de la Presidencia, Nicolás Gallo,
sugería calma.
En medio del debate, De la Rúa pidió disculpas y, sin mayores
explicaciones, se encerró solo en su despacho a escribir de puño
y letra el borrador del decreto: el estado de sitio entraba en vigencia.
Al mismo tiempo se vivían situaciones absurdas. A la tardecita
comenzaron a llegar militares a la Casa Rosada, por lo que muchos funcionarios
pensaron que se había decidido darle intervención a las
Fuerzas Armadas. La versión circuló con fuerza, hasta que
un funcionario consultó a ceremonial: la presencia de tantos militares
se debía a un acto de entrega de insignias. Cuando descubrieron
de qué se trataba, todos entendieron por qué los militares
habían llegado vestidos de gala, acompañados por sus esposas
e hijos.
Cerca de la medianoche, un funcionario resumía su impresión
en un par de frases desesperadas. La idea es buscar un consenso,
buscar el apoyo del PJ. Estamos dispuestos a cualquier cosa con tal de
sumarlos. Esperemos que no, pero quizás sea tarde, decía,
mientras el estruendo del cacerolazo espontáneo se colaba por su
celular.
OPINION
Por Mario Wainfeld
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La palabra del bombero
El Presidente afectó modales de estadista, se calzó
anteojos al tono y habló como si nada pasara. Fue bien entrada
la noche, tras un día insoportable. Vale decir que habló
tarde, muy tarde. Pronunció un discurso insustancial, en
el que ni siquiera mentó la renuncia de Cavallo, ya cocinada.
Despreció en tono cortés, eso sí
la ansiedad y la inteligencia de sus compatriotas.
La reacción masiva en la Capital fue una supermovilización
espontánea, tan diáfana en su sentido y tan ruidosa
que sólo un puñado de personas puede no entenderla.
El punto es que el Presidente, sin duda, integra ese puñado
sordo y distraído.
Ese mismo puñado no reaccionó a tiempo frente a los
siguientes hechos:
Saqueos en Rosario el
viernes 14,
Informes que preanunciaban
a partir del lunes 17 una semana de intensos reclamos sociales en
Buenos Aires. Este diario reveló su existencia en su edición
del domingo 16. Los informes fueron elaborados en la provincia y
llegaron al despacho del ministro de Defensa en el fin de semana.
Saqueos en provincia
el lunes 17.
Frente a todas esas señales, el Gobierno no intentó
durante cinco días (que en la Argentina equivalen a meses)
ninguna acción social preventiva, ningún refuerzo
en sus patéticas políticas sociales, ningún
discurso del Presidente. Dejó, sencillamente, que los acontecimientos
se le vinieran encima. Recién entonces reaccionó.
Fernando de la Rúa dice que suele fungir como bombero, pero
el lenguaje de su discurso, con tozudas alusiones al caos y a grupos
desestabilizadores, lo emparentó con otro tipo de uniformados,
menos útiles para la comunidad y más tristemente recordados
por los argentinos.
Está en pánico dijo, describiendo su condición,
una fuente del Gobierno a Página/12 al mediodía de
ayer. Hablaba como si nada ocurriera, como si no entendiera
que el país se estaba incendiando, lo describió
un importante funcionario aliancista que estuvo en la reunión
de Caritas. Hay quien dice a guisa de elogio que no
es lento ni distraído sino que finge serlo, para sorprender
a sus interlocutores con la guardia baja.
Sea por lo que fuera por lógica palaciega, por límites
ideológicos o por astucias incomprensibles sus tiempos
y su discurso nada tuvieron que ver con los de la sociedad. Una
penuria que se repite a diario, en clave mixta de tragedia y de
parodia. Ayer habló, a su manera, tarde y mal: no logró
tranquilizar a la gente ni convencerla. Tal vez por eso, tuvo una
respuesta asombrosa: toda la población de la Capital, que
por años fue su bastión, salió a ganar la calle,
justo, justo cuando comenzaba a regir el estado de sitio.
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