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Los gobernadores del PJ pidieron la
cabeza de Cavallo y fueron por más

En voz alta, todos los mandatarios justicialistas dijeron estar dispuestos
a acordar con el Gobierno. Pero la condición mínima era eyectar al Superministro. En voz baja,
ni eso los conformaba.

Carlos Ruckauf, en una reunión realizada en el Banco Provincia, con toda su tropa.

Por Diego Schurman

No se pusieron de acuerdo en todo. Pero sí en una cosa: la necesidad de un paso al costado de Domingo Cavallo para retomar las negociaciones con el Gobierno. Así lo plantaron los gobernadores del PJ luego de un nuevo llamado a la unidad nacional realizado por Fernando de la Rúa. Sin embargo, quedó en claro que ni siquiera con la renuncia del ministro de Economía -y del resto del gabinete–, el Gobierno tendría asegurado el respaldo del PJ, que cada vez con mayor fuerza pone en duda la continuidad del Presidente.
En público, los gobernadores no dejaron de mostrar su disposición a “colaborar” con De la Rúa. Pero por lo bajo fueron categóricos al afirmar que esto no se traducirá en un cogobierno. “¿Nosotros integrarnos al gabinete? ¿Nosotros bajo las órdenes de De la Rúa?”, se preguntaba un mandatario provincial que pidió reserva de su nombre.
Las versiones de una renovación total del gabinete se repartían anoche en cada esquina. Por eso el PJ trabajaba contrarreloj la postura que llevará al Gobierno hoy, cuando los convoque formalmente a una cumbre. Si bien la mayoría de los mandatarios se encontraba en sus distritos, coincidieron en que la salida de Cavallo era esencial para discutir.
En rigor de verdad, la embestida se inició ayer en el Congreso, donde los diputados justicialistas, con la anuencia de los mandatarios provinciales, recortaron no sólo los superpoderes otorgados a Cavallo a principios de año sino también su proyecto de bancarización (ver página 13).
Algunos gobernadores, a diferencias de otros, tomaron decidida distancia a la idea de sumarse el Gobierno –que fue planteada a varios legisladores– más que por diferencias ideológicas por razones “prácticas”: estimaban que a la reclamada salida de Cavallo, le sucederá la del propio De la Rúa.
Carlos Ruckauf fue puesto en la mira por el Gobierno, que fuera de micrófono lo responsabilizó por los saqueos producidos en la provincia de Buenos Aires. Lo acusaron de “dejar hacer” para que se multipliquen por los medios el descontento popular. Y vieron su mano detrás de las declaraciones de Gustavo Beliz pidiendo la renuncia del Presidente, un reclamo al que son devotos los sindicalistas Hugo Moyano y Luis Barrionuevo y al que también se sumó ayer el titular de la CGT oficial, Rodolfo Daer.
Fue por eso que el gobernador bonaerense se reunió de urgencia con varios intendentes del distrito. Entre ellos se encontraba Mariano West, de Moreno, uno de los epicentros de los saqueos. West encabezó una marcha que fue abortada a pocas cuadras de Plaza de Mayo (ver páginas 8 y 9).
La preocupación fue el denominador común de los mandatarios provinciales. Carlos Reutemann convocó a formar un Comité de Crisis. El gobernador santafesino sufrió en carne propia la bronca popular. Por horas un grupo de manifestantes se acercaron a su casa de Guadalupe, ubicada cerca de algunos supermercados, a reclamar alimentos.
El cordobés José Manuel de la Sota, tras su paso por la sede de Cáritas, mantuvo incesantes contactos telefónicos con De la Rúa y sus pares del PJ. Su provincia fue otra de las que registró saqueos.
De todos los gobernadores, Ruckauf fue el primero en mostrar su acuerdo con el llamado a un estado de sitio. Entre los suyos no dejó de mostrar preocupación por nuevos desbordes en su distrito. Eduardo Duhalde, quien le transmitió el deseo de De la Rúa de “acoplar” a los mandatarios al Gobierno, también defendió la medida oficial ante lo que definió un estado de “caos” y “anarquía”.
En este caso, la voz disidente fue la de Adolfo Rodríguez Saá. El gobernador puntano se opuso a que su provincia fuera incluida en el estado de sitio. “Esa medida se puede declarar donde está alterado el orden. En San Luis reina paz. Voy a ordenar en el Senado que mi provincia se excluya”, señaló a Página/12 uno de los principales referentes del Frente Federal, donde se agrupan los mandatarios de las 11 provincias “chicas” del PJ.
De todas formas, si es por la restricción a las reuniones y los movimientos de las personas, quedó demostrado anoche en las principales metrópolis que el estado de sitio por ahora es una expresión de deseos. Hace años, por no decir décadas, que no se producen semejantes concentraciones espontáneas.
Lo curioso fue la respuesta que encontró a media tarde el presidente provisional del Senado, el justicialista Ramón Puerta, cuando le preguntó a De la Rúa si pensaba viajar hoy a Uruguay, como tenía planeado.
–Si se complica, no. Pero creo que esto se va a arreglar –le contestó el Presidente con un exceso de optimismo espasmódico.

 

Menem, por su lado

Carlos Menem dio su apoyo explícito al estado de sitio dispuesto por el Gobierno a través de un documento en el que exige “la adopción de medidas” para superar “el caos, la anarquía y la conmoción interior”.
La postura del ex presidente quedó rubricada en un documento del Consejo Nacional Justicialista, luego de una reunión que ayer mantuvieron algunos de los miembros de ese cuerpo, entre los que se contaron el presidente provisional del Senado, Ramón Puerta, y el apoderado del partido, César Arias.
“Conscientes de la gravedad del momento, exigimos de las autoridades nacionales la adopción de todas las medidas que, en el marco constitucional, posibiliten la superación del caos, la anarquía y la conmoción interior”, indica el documento.
Tras considerar que “este gobierno es incapaz de dejarse ayudar”, Menem instó a la “urgente superación de la parálisis gubernamental” y sentenció que “la seguridad interior es responsabilidad fundamental del gobierno”. “En horas dramáticas, el peronismo reitera la necesidad de alcanzar un gran acuerdo patriótico que permita impulsar un inmediato cambio de rumbo, a fin de garantizar la gobernabilidad del país”.

 

Un misil de Beliz

El titular de Nueva Dirigencia, Gustavo Beliz, reclamó ayer la renuncia del presidente Fernando de la Rúa y pidió se convoque la Asamblea Legislativa que designe al sucesor provisional. En un comunicado, el ex candidato a senador nacional –a quien Carlos Ruckauf apoyó en la última elección– advirtió que “el gobierno está muerto y el país al borde de un baño de sangre” y aseguró que “es la hora de exigir con toda responsabilidad y también con toda firmeza la renuncia del presidente Fernando de la Rúa”. Beliz dijo que la Argentina tiene una posibilidad que “debe empezar por la salida de De la Rúa, un gobierno de transición y elecciones que le permitan al pueblo plebiscitar las bases de reconstrucción del trabajo y la dignidad de los argentinos”. Beliz sostuvo que el país “tiene una salida institucional” y llamó a asumirla a través del “respeto a la Constitución nacional y a la gente”.

 

OPINION
Por Miguel Bonasso

El Gobierno es ilegítimo

El estallido social anunciado subrayó, de manera violenta, la ilegitimidad del Gobierno. Pero en términos aritméticos esa ilegitimidad ya había quedado clara anteayer cuando se supo que dos millones setecientos mil argentinos habían votado por un seguro de desempleo de 380 pesos mensuales por jefe de familia, más una asignación de 60 por cada hijo. Esa aspiración popular a que ningún hogar argentino perciba menos de 500 pesos por mes se opone al Presupuesto 2002, a la Ley de Déficit Cero y a los planes de ajuste diseñados por el ahora ex ministro Domingo Cavallo con aval del presidente Fernando de la Rúa. Y no sólo se opone, cuenta con más votos: los sufragios que cosechó la iniciativa del Frenapo superan a los de la primera minoría electoral que es el Partido Justicialista.
Aunque la convocatoria fue absolutamente pacífica y legal, el Gobierno se burló de ella a través de voceros lamentables como el ministro de Trabajo, José Dumón. Ayer no se burlaron, en cambio, del ataque generalizado a los supermercados y de la bronca de los ciudadanos que estalló en Córdoba, La Plata y las propias calles de la Capital. Se asustaron. Se indignaron. Se atontaron más, si cabe. Amenazaron con mayor represión. Como el general Juan Carlos Onganía y los militares que derrocaron a su correligionario Arturo Illia en 1966, atribuyeron la explosión social a inexistentes organizadores subversivos y decidieron atajarla con el estado de sitio, la creciente presencia castrense y el apoyo de personajes grandguiñolescos del establishment como Amalita Fortabat, que se pasó una hora con De la Rúa en la Rosada cuando el país se incendiaba.
El Gobierno ilegítimo pretende ilegalizar la protesta social, ignorando las preguntas que se hacen los hombres de bien. ¿Por qué los ciudadanos deben respetar la ley si la ley no los incluye? ¿Por qué deben respetar la propiedad privada si todos los días les meten la mano en el bolsillo? ¿Por qué deben respetar a sus representantes si éstos no los representan y saquean las arcas públicas? Es más, ¿por qué van a creer en el valor nutritivo de una democracia que sólo asegura la impunidad de los granujas que desmantelaron el Estado?
La ilegitimidad de este gobierno empezó el mismo día en que traicionaron el pacto con el elector; creció con los sobornos a los senadores; se perfeccionó con el golpe presidencial que acabó con la coalición y culminó en la transa con el menemismo para canjear la libertad del Jefe por el apoyo en el Senado para la Ley de Déficit Cero. Hoy no les queda ni un gramo de legitimidad. Y por eso apelan –como las dictaduras castrenses– al estado de sitio. En una pronunciada pendiente donde pueden sufrir un derrape aún mayor y pasar de la ilegitimidad a la ilegalidad, al poner militares, policías y balas, como única respuesta a la –más que justificada– protesta social.

 

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