El año del show de la realidad
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Por Julián Gorodischer El reality promete, y sus piletas
y jacuzzis dignifican: donde hubo un grupo peleando por el fajo de billetes,
hubo también un hueco lleno de agua con sus chicos en inactividad
total. La televisión argentina del 2001 logró lo imposible:
convertir el tiempo muerto, la charla trivial, la puja inmotivada en los
temas más frecuentados del año. Gran Hermano
abrió el fuego con una intro a cargo de Expedición
Robinson, en el 2000 y la experiencia del encierro se hizo
cada vez más sofisticada: en una mansión de San Isidro (para
Reality Reality), en una casa de muñecas (para Popstars),
en un bar rentable en plena crisis (para El Bar). Once exponentes
del show de la realidad invadieron la pantalla del aire y el cable para
incrementar, a su paso, detractores. Para todos los programas, empezando
por Telefé, que con Gran Hermano lideró las
mediciones de rating del género, la presencia de estos nuevos productos
generó atractivo, interés, y una serie de programas parasitarios.
En varios casos, las producciones consideraron los reality como semillero
de posibles nuevas figuras de la devaluada televisión actual. En
general, los participantes de estos programas tienen firmados contratos
de exclusividad antes de comenzar a ser conocidos o efímeramente
famosos. Mi vida es tuya, tuya, tuya... Si hay un testimonio de la crisis de la privacidad en el nuevo siglo,
no es otro que el reality. El Gran Hermano inauguró
el destape íntimo, con la confesión de Gastón, antes
del coming out de Juan Castro y otros famosos. El reality rompía
con su reputación frívola, variante del Verano del
98, cuando el chico detallaba su aventura con marineros. Poco
después, Tamara desataría una nueva fiebre de chismes y
compra de videos caseros, al conocerse su pasado como desnudista. Otras
voces y otros ámbitos se colaban en la pantalla familiera. Algunos nacen con talento... Para ser una Popstar hay que saber bailar y cantar; para ser un Heredero Robinson hay que sobrevivir con destreza en la isla desierta. Los reality de qualité descreen del sensacionalismo y buscan la enseñanza o la moraleja. Una Popstar demuestra que, con garra, todavía se puede llegar muy lejos, les dijo Magalí Bachor, jurado y hada madrina, en uno de los últimos capítulos. Un Robinson no pierde sus principios ni aun en situaciones límite, adoctrinó, por su lado, Julián Weich, el boy scout más veterano. Tanto Popstars como Expedición Robinson cultivaron héroes virtuosos. Las Bandana son las mejores entre las miles que lo intentaron, absolutamente diferentes del participante holgazán que se pasa el día tirado en los sillones y especula con la salida de los otros. Las cinco cantantes llegaron a la meta que espera a quienes hacen las cosas bien, esa utopía en la cual el sueño argentino existe y otorga recompensa a igual oportunidad. Ese mundo también existió en Expedición Robinson, y de hecho no faltaron metáforas de la isla como una Argentina posible: un espacio donde el hombre bueno, solidario y conformista (Sebastián) se quedó con los 100 mil y la estatuilla. La segunda parte introdujo una variable peligrosa: una alianza de conspiradores (Mónica, Carla y Alejandro) se devoraron el programa y demostraron lo que se temía: el mal existe. La arpía y el loco Reality Reality se propuso decir cosas importantes y mostrar
a los actores en ejercicio de una pedagogía, y terminó tomado
por la acción maléfica de Gisella Barreto. La vedette acusó
a sus compañeros, carta mediante, de villeros y piojosos, y ellos
la condenaron al exilio. El reality culto fue el territorio más
extremo de complots y llantos frente a la exclusión, y si
era para eso fue siempre preferible el Gran Hermano,
menos culposo y con más presupuesto. Conociéndote... El sexo deslumbró al reality mucho más que el nacimiento
de un amor. Con La isla de las tentaciones (en el canal Fox)
llegó la pérdida del velo: cinco parejas se separaron para
exponerse a la labor de los seductores, y la fidelidad se puso a prueba.
El local Confianza ciega intentó dar un paso más
en busca de lo explícito, y Rubén o el
ganador o el fenómeno- no fue nunca sutil para referirse a las
mujeres que lo acompañaron.
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