Por Julián
Gorodischer
El reality promete, y sus piletas
y jacuzzis dignifican: donde hubo un grupo peleando por el fajo de billetes,
hubo también un hueco lleno de agua con sus chicos en inactividad
total. La televisión argentina del 2001 logró lo imposible:
convertir el tiempo muerto, la charla trivial, la puja inmotivada en los
temas más frecuentados del año. Gran Hermano
abrió el fuego con una intro a cargo de Expedición
Robinson, en el 2000 y la experiencia del encierro se hizo
cada vez más sofisticada: en una mansión de San Isidro (para
Reality Reality), en una casa de muñecas (para Popstars),
en un bar rentable en plena crisis (para El Bar). Once exponentes
del show de la realidad invadieron la pantalla del aire y el cable para
incrementar, a su paso, detractores. Para todos los programas, empezando
por Telefé, que con Gran Hermano lideró las
mediciones de rating del género, la presencia de estos nuevos productos
generó atractivo, interés, y una serie de programas parasitarios.
En varios casos, las producciones consideraron los reality como semillero
de posibles nuevas figuras de la devaluada televisión actual. En
general, los participantes de estos programas tienen firmados contratos
de exclusividad antes de comenzar a ser conocidos o efímeramente
famosos.
A cambio, Gran Hermano impuso su chico transgresor (Gastón
Trezeguet) y Expedición... 2 generó la villana
más carismática desde Cruella De Ville (la morocha Carla
Levy). Dos duelistas (Eduardo y Daniel) marcaron el tono de El Bar,
y una camada de niños terribles hizo subir el del El Bar
2. Chicas ambiciosas, y con talento, por cierto, dieron el batacazo,
la gran sorpresa del cierre: Popstars, que anticipa continuaciones
en el 2002.
Mi vida es tuya, tuya, tuya...
Si hay un testimonio de la crisis de la privacidad en el nuevo siglo,
no es otro que el reality. El Gran Hermano inauguró
el destape íntimo, con la confesión de Gastón, antes
del coming out de Juan Castro y otros famosos. El reality rompía
con su reputación frívola, variante del Verano del
98, cuando el chico detallaba su aventura con marineros. Poco
después, Tamara desataría una nueva fiebre de chismes y
compra de videos caseros, al conocerse su pasado como desnudista. Otras
voces y otros ámbitos se colaban en la pantalla familiera.
Extrañas poses y jadeos de la Colo y Gustavo, bajo las sábanas,
precedieron a la explosión de la libido que llegó con el
más reciente El Bar 2. Sus participantes, enloquecidos
por algo de alcohol de más y ganas de divertirse en la vidriera,
practicaron sexo oral (Eugenia y Cristian); Diego, por su parte, se desnudó
y se acostó con Sabrina al poco tiempo. El inicial reparo de Cuatro
Cabezas (ni cámaras en las duchas, ni en el baño) quedaba
de lado junto con la desesperación por unos espectadores más.
Ya no conformó repetir el negocio redondo en San Isidro. Hubo que
competir con el Gran Hermano y su demoledor espectáculo
de las nominaciones a cargo de Solita. Pocas veces, sin embargo, El
Bar 2 superó los cinco puntos de rating.
Algunos nacen con talento...
Para ser una Popstar hay que saber bailar y cantar; para ser un Heredero
Robinson hay que sobrevivir con destreza en la isla desierta. Los reality
de qualité descreen del sensacionalismo y buscan la enseñanza
o la moraleja. Una Popstar demuestra que, con garra, todavía
se puede llegar muy lejos, les dijo Magalí Bachor, jurado
y hada madrina, en uno de los últimos capítulos. Un
Robinson no pierde sus principios ni aun en situaciones límite,
adoctrinó, por su lado, Julián Weich, el boy scout más
veterano. Tanto Popstars como Expedición Robinson
cultivaron héroes virtuosos. Las Bandana son las mejores entre
las miles que lo intentaron, absolutamente diferentes del participante
holgazán que se pasa el día tirado en los sillones y especula
con la salida de los otros. Las cinco cantantes llegaron a la meta que
espera a quienes hacen las cosas bien, esa utopía en la cual el
sueño argentino existe y otorga recompensa a igual oportunidad.
Ese mundo también existió en Expedición Robinson,
y de hecho no faltaron metáforas de la isla como una Argentina
posible: un espacio donde el hombre bueno, solidario y conformista (Sebastián)
se quedó con los 100 mil y la estatuilla. La segunda parte introdujo
una variable peligrosa: una alianza de conspiradores (Mónica, Carla
y Alejandro) se devoraron el programa y demostraron lo que se temía:
el mal existe.
La arpía y el loco
Reality Reality se propuso decir cosas importantes y mostrar
a los actores en ejercicio de una pedagogía, y terminó tomado
por la acción maléfica de Gisella Barreto. La vedette acusó
a sus compañeros, carta mediante, de villeros y piojosos, y ellos
la condenaron al exilio. El reality culto fue el territorio más
extremo de complots y llantos frente a la exclusión, y si
era para eso fue siempre preferible el Gran Hermano,
menos culposo y con más presupuesto.
En la segunda parte de la saga de la casa de Martínez, Pablo (o
el Loco) protagonizó uno de esos momentos en los cuales el reality
pierde el control: se sale del cauce. Místico y culposo, hizo crecer
la veta delirante, y le sugirieron la salida voluntaria. Cumpliste
un ciclo, le dijo el Gran Hermano, y el participante quedó
afuera. El Loco demostró los alcances (o la posibilidad) de todo
reality, ese momento en el cual algo impredecible se cuela en el programa
y asusta. El exceso, queda claro, es decididamente antitelevisivo.
Conociéndote...
El sexo deslumbró al reality mucho más que el nacimiento
de un amor. Con La isla de las tentaciones (en el canal Fox)
llegó la pérdida del velo: cinco parejas se separaron para
exponerse a la labor de los seductores, y la fidelidad se puso a prueba.
El local Confianza ciega intentó dar un paso más
en busca de lo explícito, y Rubén o el
ganador o el fenómeno- no fue nunca sutil para referirse a las
mujeres que lo acompañaron.
En Blind Date (por USA Networks) y Love Cruise
(por Fox) volvió la obsesión del género por descubrir
qué hacen dos personas cuando están a solas. En un barco
de crucero o una recorrida por la ciudad de provincia, la cámara
se entrometió en el territorio más tradicional del voyeur:
la intimidad de una pareja. Añadió la veta cómica
(en Blind..., con subtítulos de historieta) o aportó
la pincelada de comedia romántica (en Love Cruise,
el más editado y ficcional de los reality). Con un beso en primer
plano: misión cumplida y expectativa renovada. El género
nunca defrauda al fisgón.
Los programas de un género
en franco ascenso
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Gran Hermano:
fue el comienzo de la fiebre reality, marcado por las confesiones
de Gastón y Tamara, y la consagración del héroe
bueno: Marcelo Corazza, hoy conductor de Megatrix, en
Telefé.
Gran Hermano 2:
fue la continuación de la saga; más lavado y con menos
carisma, sólo tuvo roces y riñas en torno a las nominaciones.
Premió a otro bueno (el Negro) y nombró a Silvina Luna
como reina nacional de El meneadito) por sacudir orgullosa su prominente
panza.
El Bar: el
reality del palo se llenó de gente extraña para la televisión
con el fin demostrar su condición de verdadero espejo. Fue
el único exponente del género que incluyó a una
travesti, un obeso y una ferviente religiosa.
El Bar 2: más
carilindos que en la primera parte, y mucho sexo. Un encuentro grupal
de tono subido construyó el mito, y hubo que generar El
Bar Hot, un programa especial de SKY TV para estar a la altura
de la fantasía.
Reality Reality:
los actores querían actuar y, con poca ficción en el
medio, se metieron en un reality. Con pretensión seria, fracasó
en el intento y adelantó su final.
Expedición
Robinson 2: quiso repetir el sueño de una Argentina posible
(como su primera parte) y le salió lo contrario: una alianza
del mal que complotó para quedarse con la plata y deslumbró
a los fans del malvado. La buena Vick, en el final, obtuvo el premio.
Confianza ciega:
clonó La isla de las tentaciones y le adosó
algo de talk show y un tono porno soft. El resultado: una rareza que
nombró al sexo con poca sutileza y se encargó de disolver
un par de parejas. Lo increíble: el villano que interpretó
Juan Castro, el conductor.
La isla de las tentaciones:
el original cuidó las imágenes bellas para prestigiar
la propuesta indecente. Más frío, pero de qualité,
fue pionero entre los realities hot.
Popstars: la
sorpresa de la temporada llegó de la mano de estas fans devenidas
en estrellas pop. Un reality menor se convirtió, finalmente,
en el programa más visto de su canal, Azul. El año que
viene habría uno de hombres, tal vez en Telefé.
Love Cruise:
un viaje en barco de lujo y, otra vez, la intimidad de las parejas
fue espiada. El más ficcional de los realities editó
mucho y dejó poco margen a la espontaneidad.
Blind Date:
una cita a ciegas seguida de cerca por el ojo indiscreto de la cámara.
Deseo y decepción, con subtítulos en clave de historieta
que causaron poca gracia. |
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