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EL FENOMENO DE LA TEMPORADA FUE LA FIEBRE DE LA REALITY SHOWS
El año del show de la realidad

Once programas instalaron un nuevo género en las pantallas argentinas, e incluso originaron cambios en el modo de consumir televisión, si se tiene en cuenta que hubo programas de tres meses de emisión consecutiva por cable o codificado. Los momentos recordables de una temporada sólo apta para voyeurs.

Por Julián Gorodischer

El reality promete, y sus piletas y jacuzzis dignifican: donde hubo un grupo peleando por el fajo de billetes, hubo también un hueco lleno de agua con sus chicos en inactividad total. La televisión argentina del 2001 logró lo imposible: convertir el tiempo muerto, la charla trivial, la puja inmotivada en los temas más frecuentados del año. “Gran Hermano” abrió el fuego –con una intro a cargo de “Expedición Robinson”, en el 2000– y la experiencia del encierro se hizo cada vez más sofisticada: en una mansión de San Isidro (para “Reality Reality”), en una casa de muñecas (para “Popstars”), en un bar rentable en plena crisis (para “El Bar”). Once exponentes del show de la realidad invadieron la pantalla del aire y el cable para incrementar, a su paso, detractores. Para todos los programas, empezando por Telefé, que con “Gran Hermano” lideró las mediciones de rating del género, la presencia de estos nuevos productos generó atractivo, interés, y una serie de programas parasitarios. En varios casos, las producciones consideraron los reality como semillero de posibles nuevas figuras de la devaluada televisión actual. En general, los participantes de estos programas tienen firmados contratos de exclusividad antes de comenzar a ser conocidos o efímeramente famosos.
A cambio, “Gran Hermano” impuso su chico transgresor (Gastón Trezeguet) y “Expedición... 2” generó la villana más carismática desde Cruella De Ville (la morocha Carla Levy). Dos duelistas (Eduardo y Daniel) marcaron el tono de “El Bar”, y una camada de niños terribles hizo subir el del “El Bar 2”. Chicas ambiciosas, y con talento, por cierto, dieron el batacazo, la gran sorpresa del cierre: “Popstars”, que anticipa continuaciones en el 2002.

Mi vida es tuya, tuya, tuya...

Si hay un testimonio de la crisis de la privacidad en el nuevo siglo, no es otro que el reality. El “Gran Hermano” inauguró el destape íntimo, con la confesión de Gastón, antes del coming out de Juan Castro y otros famosos. El reality rompía con su reputación frívola, variante del “Verano del ‘98”, cuando el chico detallaba su aventura con marineros. Poco después, Tamara desataría una nueva fiebre de chismes y compra de videos caseros, al conocerse su pasado como desnudista. Otras voces y otros ámbitos se colaban en la pantalla familiera.
Extrañas poses y jadeos de la Colo y Gustavo, bajo las sábanas, precedieron a la explosión de la libido que llegó con el más reciente “El Bar 2”. Sus participantes, enloquecidos por algo de alcohol de más y ganas de divertirse en la vidriera, practicaron sexo oral (Eugenia y Cristian); Diego, por su parte, se desnudó y se acostó con Sabrina al poco tiempo. El inicial reparo de Cuatro Cabezas (ni cámaras en las duchas, ni en el baño) quedaba de lado junto con la desesperación por unos espectadores más. Ya no conformó repetir el negocio redondo en San Isidro. Hubo que competir con el “Gran Hermano” y su demoledor espectáculo de las nominaciones a cargo de Solita. Pocas veces, sin embargo, “El Bar 2” superó los cinco puntos de rating.

Algunos nacen con talento...

Para ser una Popstar hay que saber bailar y cantar; para ser un Heredero Robinson hay que sobrevivir con destreza en la isla desierta. Los reality de qualité descreen del sensacionalismo y buscan la enseñanza o la moraleja. “Una Popstar demuestra que, con garra, todavía se puede llegar muy lejos”, les dijo Magalí Bachor, jurado y hada madrina, en uno de los últimos capítulos. “Un Robinson no pierde sus principios ni aun en situaciones límite”, adoctrinó, por su lado, Julián Weich, el boy scout más veterano. Tanto “Popstars” como “Expedición Robinson” cultivaron héroes virtuosos. Las Bandana son las mejores entre las miles que lo intentaron, absolutamente diferentes del participante holgazán que se pasa el día tirado en los sillones y especula con la salida de los otros. Las cinco cantantes llegaron a la meta que espera a quienes hacen las cosas bien, esa utopía en la cual el sueño argentino existe y otorga recompensa a igual oportunidad. Ese mundo también existió en “Expedición Robinson”, y de hecho no faltaron metáforas de la isla como una Argentina posible: un espacio donde el hombre bueno, solidario y conformista (Sebastián) se quedó con los 100 mil y la estatuilla. La segunda parte introdujo una variable peligrosa: una alianza de conspiradores (Mónica, Carla y Alejandro) se devoraron el programa y demostraron lo que se temía: “el mal existe”.

La arpía y el loco

“Reality Reality” se propuso decir cosas importantes y mostrar a los actores en ejercicio de una pedagogía, y terminó tomado por la acción maléfica de Gisella Barreto. La vedette acusó a sus compañeros, carta mediante, de villeros y piojosos, y ellos la condenaron al exilio. El reality culto fue el territorio más extremo de complots y llantos frente a la exclusión, y –si era para eso– fue siempre preferible el “Gran Hermano”, menos culposo y con más presupuesto.
En la segunda parte de la saga de la casa de Martínez, Pablo (o el Loco) protagonizó uno de esos momentos en los cuales el reality pierde el control: se sale del cauce. Místico y culposo, hizo crecer la veta delirante, y le sugirieron la salida voluntaria. “Cumpliste un ciclo”, le dijo el Gran Hermano, y el participante quedó afuera. El Loco demostró los alcances (o la posibilidad) de todo reality, ese momento en el cual algo impredecible se cuela en el programa y asusta. El exceso, queda claro, es decididamente antitelevisivo.

Conociéndote...

El sexo deslumbró al reality mucho más que el nacimiento de un amor. Con “La isla de las tentaciones” (en el canal Fox) llegó la pérdida del velo: cinco parejas se separaron para exponerse a la labor de los seductores, y la fidelidad se puso a prueba. El local “Confianza ciega” intentó dar un paso más en busca de “lo explícito”, y Rubén –o el ganador o el fenómeno- no fue nunca sutil para referirse a las mujeres que lo acompañaron.
En “Blind Date” (por USA Networks) y “Love Cruise” (por Fox) volvió la obsesión del género por descubrir qué hacen dos personas cuando están a solas. En un barco de crucero o una recorrida por la ciudad de provincia, la cámara se entrometió en el territorio más tradicional del voyeur: la intimidad de una pareja. Añadió la veta cómica (en “Blind...”, con subtítulos de historieta) o aportó la pincelada de comedia romántica (en “Love Cruise”, el más editado y ficcional de los reality). Con un beso en primer plano: misión cumplida y expectativa renovada. El género nunca defrauda al fisgón.

 

Los programas de un género en franco ascenso
“Gran Hermano”: fue el comienzo de la fiebre reality, marcado por las confesiones de Gastón y Tamara, y la consagración del héroe bueno: Marcelo Corazza, hoy conductor de “Megatrix”, en Telefé.
“Gran Hermano 2”: fue la continuación de la saga; más lavado y con menos carisma, sólo tuvo roces y riñas en torno a las nominaciones. Premió a otro bueno (el Negro) y nombró a Silvina Luna como reina nacional de El meneadito) por sacudir orgullosa su prominente panza.
“El Bar”: el reality del palo se llenó de gente extraña para la televisión con el fin demostrar su condición de verdadero espejo. Fue el único exponente del género que incluyó a una travesti, un obeso y una ferviente religiosa.
“El Bar 2”: más carilindos que en la primera parte, y mucho sexo. Un encuentro grupal de tono subido construyó el mito, y hubo que generar “El Bar Hot”, un programa especial de SKY TV para estar a la altura de la fantasía.
“Reality Reality”: los actores querían actuar y, con poca ficción en el medio, se metieron en un reality. Con pretensión seria, fracasó en el intento y adelantó su final.
“Expedición Robinson 2”: quiso repetir el sueño de una Argentina posible (como su primera parte) y le salió lo contrario: una alianza del mal que complotó para quedarse con la plata y deslumbró a los fans del malvado. La buena Vick, en el final, obtuvo el premio.
“Confianza ciega”: clonó “La isla de las tentaciones” y le adosó algo de talk show y un tono porno soft. El resultado: una rareza que nombró al sexo con poca sutileza y se encargó de disolver un par de parejas. Lo increíble: el villano que interpretó Juan Castro, el conductor.
“La isla de las tentaciones”: el original cuidó las imágenes bellas para prestigiar la propuesta indecente. Más frío, pero de qualité, fue pionero entre los realities hot.
“Popstars”: la sorpresa de la temporada llegó de la mano de estas fans devenidas en estrellas pop. Un reality menor se convirtió, finalmente, en el programa más visto de su canal, Azul. El año que viene habría uno de hombres, tal vez en Telefé.
“Love Cruise”: un viaje en barco de lujo y, otra vez, la intimidad de las parejas fue espiada. El más ficcional de los realities editó mucho y dejó poco margen a la espontaneidad.
“Blind Date”: una cita a ciegas seguida de cerca por el ojo indiscreto de la cámara. Deseo y decepción, con subtítulos en clave de historieta que causaron poca gracia.

 

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