Por José
Natanson y Felipe Yapur
Presidente, todavía
tenemos el helicóptero dijo Leonardo Aiello cuando Fernando
de la Rúa le preguntó cómo iban a hacer para llegar
a Olivos.
Eran las siete de la tarde. La renuncia estaba lista, en la Plaza de Mayo
continuaban la represión. En su despacho del primer piso, De la
Rúa saludaba a los pocos colaboradores que se habían quedado
hasta último momento.
No quiso hacer un discurso y prefirió despedirse uno por uno. Saludó
a los granaderos, se sacó fotos con algunos asesores que le pedían
una instantánea en su último día en el poder.
Dos testigos de la escena dijeron a Página/12 que estaba colorado
y exhausto. Uno de ellos aseguró que había llorado.
Era la conclusión de una gestión que lo encontró,
aun en sus últimos momentos, igualito a sí mismo: encerrado
en los consejos de un puñado de familiares y amigos, desconfiado,
aislado de la realidad.
¿Ya sacaste todo del baño?, ¿te fijaste que
no quedara nada? le preguntó a Ana, su secretaria de siempre,
un De la Rúa obsesivo hasta el final.
Después, subió al helicóptero y partió hacia
Olivos.
El último intento
Fue, desde el principio, una jugada fracasada. Luego del absurdo discurso
del miércoles por la noche, y de la movilización espontánea
que tomó la Capital, De la Rúa aceptó lo que todo
el mundo le venía diciendo: le pidió la renuncia a Domingo
Cavallo y comenzó a tantear al peronismo para sumarlo a un gobierno
de unidad nacional.
La idea era brutal y básica: lograr el compromiso del PJ amenazando
con la renuncia. Pero ya era tarde. Colombo había conversado con
los gobernadores de las tres provincias grandes, con Ramón Puerta,
con los mandatarios de las provincias chicas, con legisladores. En todos
los casos, la respuesta era negativa.
Igual, las gestiones continuaron ayer por la mañana. Después
de reunirse con De la Rúa, el jefe del bloque de senadores radicales,
Carlos Maestro, fue directamente al despacho de Puerta para transmitirle
la propuesta oficial.
No, De la Rúa tiene la obligación de designar a su
gabinete. Para eso lo votaron contestó el misionero.
Acorralado por una situación incontenible, a las cuatro de la tarde
un Presidente menos enérgico que el día anterior apareció
en la Casa Rosada para su discurso. Dijo que desdoblaba el Ministerio
de Economía e invitó al PJ a sumarse al Gabinete. Insinuó
que, de no contar con una respuesta positiva, renunciaría al cargo.
Lo importante no son las personas, sino las instituciones y el país,
dijo.
Ya es tarde le decía el ministro de Trabajo, José
Dumón, a un colaborador, mientras escuchaba el discurso del Presidente.
Otros funcionarios creían lo mismo: si la convocatoria se hubiera
producido antes, quizá se podría haber salvado algo. Pero
ocurrió lo de siempre: mal aconsejado, De la Rúa reaccionó
tarde y los acontecimientos lo desbordaron por completo.
En su despacho del Senado, reunido con un grupo de colaboradores, Raúl
Alfonsín se agarraba la cabeza. Este es el fin del partido,
se quejaba.
A pesar del pesimismo, algunos integrantes del entorno presidencial creían
que todavía había una oportunidad: Gallo y Antonio. Aunque
los dos estaban convencidos de que aún había chances para
un acuerdo con el PJ, no acordaban la forma. Discutieron a los gritos
y, según contó una fuente del Gobierno, estuvieron a punto
de cruzarse a trompadas.
El Presidente dudaba. Intentó un último contacto con Puerta
a través de Maestro.
No hay caso dijo el chubutense. Le pido que nos libere
de seguir intentando hablar con el PJ.
Entonces no hay otra alternativa. Voy a redactar mi renuncia respondió
De la Rúa.
De la Rúa llamó a Puerta para avisarle que la decisión
estaba tomada. Se calzó sus anteojos sin montura y redactó
el breve texto de su renuncia, que llegó por fax a la gobernación
de San Luis, donde se reunía el PJ. Mi mensaje de hoy para
asegurar la gobernabilidad y constituir un gobierno de unidad fue rechazado
por líderes parlamentarios. Confío que mi decisión
contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de
la República, justificó De la Rúa.
Conclusiones
En el análisis, todos los ex funcionarios, hasta los más
leales, coincidían en que otra vez De la Rúa
reaccionó mal y tarde. Suena increíble, pero escuchó
a los de siempre: a los que generaron la renuncia de Chacho (Alvarez),
el papelón de (Ricardo) López Murphy, se quejaba un
asesor delarruista.
Si el discurso para convocar al PJ a integrar el Gobierno se hacía
el miércoles al mediodía todavía había chances
de reconstruir algo. En vez de eso eligió un discurso patotero,
fuera de lugar, aseguraba un ex funcionario. Era lo peor que
nos podía pasar: morir aferrados a Cavallo y la Convertibilidad,
señalaba otro. No nos echó el Fondo, ni el PJ. Nos
echó la clase media, agregaba un tercero.
Las miradas, ahora, se trasladaron al peronismo. Los ex funcionarios tenían
algunas certezas sobre la actitud del PJ, que a partir de hoy asumirá
el control del país. Según decían, la Asamblea Legislativa
designará hoy a Puerta o a Rodríguez Saá, que pilotearán
la transición hasta las elecciones. Mientras, van a tomar
la decisión de política monetaria que nosotros no nos animamos:
devaluar o dolarizar. Ya están conversando con la UIA, con los
sectores productivos. Quieren hacer algo distinto, señalaba
un ex funcionario.
Se perfilan, entonces, tres opciones para las próximas elecciones:
una, seguramente ganadora, surgirá de la interna peronista. Otra
es la que intentarán construir los pocos dirigentes aliancistas
que quedan en pie: Aníbal Ibarra, Rodolfo Terragno, Federico Storani,
Angel Rozas. La tercera es la del ARI de Elisa Carrió.
Ultimas escenas
Hubo algunos llamados finales. En la Casa Rosada, cuando su renuncia
ya era pública, De la Rúa conversó brevemente con
Carlos Menem. Un piso más abajo, Colombo recibía un llamado
de Puerta, que no podía salir de San Luis por una tormenta.
Esto es un quilombo. Te pido por Dios que no te vayas hasta que
la Asamblea se reúna le rogó el senador al jefe de
Gabinete.
La represión, descontrolada, continuaba en las calles de la Capital,
donde se multiplicaban los saqueos y los muertos. Con la renuncia redactada,
De la Rúa convocó a los pocos funcionarios que quedaban
para la despedida. Había algunos ministros Colombo, Adalberto
Rodríguez Giavarini, Héctor Lombardo, Hernán Lombardi,
Horacio Jaunarena y Andrés Delich, personal de ceremonial
y un puñado de asesores. Sus hijos, Antonio y Aíto, se habían
trasladado a Olivos para reunirse con Inés y hacer las valijas.
¿Dónde está Lombardi? preguntaba Juan
Pablo Baylac, preocupado porque había llegado sin auto y no encontraba
al ex ministro de Turismo, que había prometido alcanzarlo hasta
su casa.
Qué desastre decía un funcionario, con la vista
clavada en la pantalla del televisor.
Y ahora, treinta años de peronismo. Por lo menos era
la conclusión de otro. Exhausto y golpeado después de dos
años y diez días de mandato, ajeno a todo, De la Rúa
subió al helicóptero con rumbo a Olivos. Ayer durmió
por última vez en la residencia presidencial. Hoy lo hará
en su quinta de Pilar porque quizás pensando en un final
distinto hace rato que vendió su piso en la calle Montevideo,
en el corazón de la Recoleta.
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