Por Juan Forn
El
Estado sitiado
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Lo supimos todos, después de la medianoche: el día
más largo del año, esta vez, no fue el 21 de diciembre.
Se adelantó dos días, y durante gran parte de la jornada
parecía que no iba a terminar nunca. Primero para mal (las
imágenes que iban llegando de La Plata, Córdoba), después
para peor (los saqueos y el rumor, cada vez más
sólido, de que había infiltrados alzando a la gente
a avanzar sobre los negocios). La llegada de la noche y el alarmante
silencio gubernamental (alimentado por la postergación del
mensaje del Presidente por cadena) alimentaba las peores expectativas,
en un clima que fluctuaba entre la impotencia y la incertidumbre hirviendo
al fuego lento de las imágenes repetidas una y otra vez por
la televisión. La gente llegaba a sus casas con el corazón
en la mano y un nudo en la boca del estómago. Si en ese momento
(digamos desde las nueve de la noche hasta que habló De la
Rúa) alguien hubiera vaticinado lo que habría de pasar
a la medianoche, se le habrían reído en la cara, en
el mejor de los casos. Especialmente en los instantes inmediatamente
posteriores al patético mensaje presidencial.
Y entonces cambió todo. Y el día se estiró, y
siguió siendo el mismo, o terminó de convertirse en
el que todos queríamos que fuera (y nunca nos imaginamos que
pudiera ser): no sólo el más largo, sino el más
elocuente del año. Los primeros cacerolazos desde los balcones,
la gente saliendo primero a la vereda de sus casas y después
a la calle, y después marchando a los puntos neurálgicos
de esa convocatoria espontánea: Plaza de Mayo, Congreso, Libertador
y Ocampo, la residencia de Olivos. En minutos se pasó del estado
de sitio al Estado sitiado por la protesta generalizada. Las opciones
para seguirlo por televisión eran básicamente tres:
TN, Crónica y Hadad. Se ve que la producción de Hadad
entendió lo que fue obvio de entrada para TN y Crónica:
el modo más fiel de exhibir el espíritu de la movilización
era dar el micrófono, por unos segundos, a los distintos ciudadanos
anónimos que estaban en las calles. Por una vez, no había
voceros autorizados. Por una vez, editorializar
era no sólo un pleonasmo, sino una manera de robarle vigor
(y hasta sentido) a lo que mostraba la pantalla.
Pero mientras Crónica combinaba imágenes de la calle
con los interminables resultados de la Lotería Nacional y el
hipódromo, TN perfecciona la cobertura bajo la consigna menos
es más: cámara fija con imágenes de la Plaza
cada vez más llena de gente, a la que sólo se agrega
una voz en off, de notable serenidad y sutilísima persuasión,
que dice cosas como: La gente comprende que no sólo hay
que salir a la vereda sus casas sino marchar por las calles, hacia
Plaza de Mayo y Congreso. O cuando la cámara enfoca a
un joven que agita una bufanda que dice Argentina: No se trata
de llevar consignas sino simplemente de estar allí, a lo sumo
con banderas argentinas. Si bien todos mencionan que la gente
marcha también hacia el edificio de Cavallo y la residencia
presidencial en Olivos, ningún canal alude en ningún
momento a lo que está pasando en Olivos. Sí a lo que
pasa en Libertador y Ocampo (algunos tienen imágenes; otros
logran comunicaciones vía celular, lo que produce la paradoja
de que la televisión cubra el evento como si fuera radio) pero
ni una palabra ni una imagen de Olivos (sea por respeto a la investidura
presidencial o por temor a ser acusados de incitar a la acefalía).
Con el anuncio, a la 0.53, de la renuncia (Cayó Cavallo, según
Crónica, en sus proverbiales letras catástrofe con fondo
rojo, tanto más elocuente que el Renunció Cavallo de
Hadad acompañado de los acordes del Himno), empieza el final
de ese largo viaje del día hacia el corazón de la noche.
Los canales de aire ya se han autoexcluido de la cobertura: todos
tienen vendida su trasnoche a los evangelistas (para entonces ya es
evidente que no sólo el Gobierno no se esperaba esta reacción
espontánea: los canales de televisión tampoco). A la
0.56 empieza a verse en TN la represiónpolicial desde Casa
Rosada. El mensaje del Gobierno es inequívoco; no hace falta
que nadie lo enuncie, sin embargo la voz en off de TN vuelve a estar
a la altura de las circunstancias: da a entender que el Gobierno ha
ofrecido la cabeza de Cavallo y, a cambio, pide (vía
cuetazos y bastonazos policiales) que la gente vuelva a sus casas.
En menos de dos horas el país ha pasado de la desazón
al escuchar el patético mensaje de De la Rúa al extraño
sabor a triunfo de haber volteado a Cavallo, a pesar de la estúpida
reacción policial (en TN se alcanza a oír una voz de
mujer increpando a los uniformados: ¿Por qué nos
pegan? ¡Si lo que estamos haciendo lo hacemos por ustedes también!).
Minutos después de la una, todo parece haber terminado: Crónica
repite imágenes de la tarde, TN registra la Plaza que se va
vaciando, sólo queda en vivo el inefable Miguel De Renzis,
que inicia su programa con una leyenda al pie de la pantalla, enmarcada
en la bandera argentina: 20 de diciembre. Día de la Dignidad
Nacional. En el día más importante de su vida,
De Renzis decide estratégicamente no poner en pantalla sus
números de teléfono, no sea cosa que le arruinen el
inesperado gran momento con las habituales puteadas. Esta noche sólo
le hablan los habitués de su programa, sus fans (sí,
De Renzis tiene fans, quién lo hubiera dicho). A ellos les
obsequia un Momento Histórico: en vez de hablar a cámara
empieza a dirigirse a un librito que tiene en la mano, que no es otro
que la Constitución. Pero oh detalle: el ejemplar dice en la
tapa, encima del escudo nacional, Nueva Constitución de la
Nación Argentina, mientras el inefable De Renzis habla del
nacimiento de la Segunda República.
Pero, afortunada o desafortunadamente, la noche no ha terminado aún:
queda una última evidencia que refuerza la sospecha de muchos
acerca de las diferencias abismales entre provincia y capital: en
la planta de Coto en Panamericana, los empleados forman un cordón
protector armados de palos y caños, y anuncian que están
dispuestos a lo que sea para proteger su fuente de trabajo de la multitud
que los rodea, ante la inmovilidad de policía y gendarmería.
Mientras la capital festejaba la caída de Cavallo, la provincia
seguía buscando qué comer. Allí, la gente quiere
poder vivir. Ya no vivir mejor, sino apenas vivir. |
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