Por Mariana Carbajal
Sentado en el umbral del autoservicio,
Wan Cho Ju Juan para sus amigos argentinos es la imagen de
la desolación. El miércoles, su rostro desencajado, envuelto
en un llanto desconsolado, conmovió a todos los que seguían
los saqueos en Ciudadela por televisión desde sus casas. Ayer,
Wan Cho Ju todavía no salía de su asombro. Y el miedo le
calaba hondo. En las góndolas del local, que ocupa la esquina de
Gaona 4002, sólo quedaron los cartelitos con los precios de la
mercadería que ya no está, que fue robada. Del autoservicio,
que funcionaba hace cinco años, se llevaron hasta los cuatro ventiladores
empotrados en las paredes, la etiquetadora de fiambre, dos balanzas, dos
heladeras y también el monitor y las cámaras del circuito
cerrado de televisión, con las que pretendían controlar
los atracos. En China 1300 millones, no tanto lobo. Acá 35
millones, mucho lobo, intenta decir Wan Cho Ju, en un castellano
indescrifrable, entendible sólo a través de Esther y Oscar,
un matrimonio que vive enfrente y que, como otros vecinos, después
del saqueo acompañaron a los chinos y les ayudaron a limpiar el
local arrasado.
La desolación se extiende por la avenida Gaona. Lo que un día
anterior fue tierra de nadie, un hervidero humano, ayer reposaba como
en un feriado. Todos los locales de la zona estaban con las cortinas bajas,
enrejados, como el autoservicio en el que Wan Cho Ju trabajaba hace un
año y medio cuando llegó a la Argentina desde una remota
provincia de la China, con un contrato por cinco años sobre el
que no quiere dar detalles. El negocio, en realidad, es de su cuñado
Li (hermano de su esposa) y su mujer, a la que los vecinos argentinos
la bautizaron Vanina, por la dificultad para pronunciar su nombre chino.
Los dos llegaron al país ocho años atrás como novios
y empezaron desde abajo: trabajaron como mozos, cajeros, y en tenedores
libres hasta que aprendieron algo del idioma y con un poco de dinero prestado
por familiares de China y Estados Unidos pudieron poner el autoservicio
cinco años después. Ayer, estimaban que las pérdidas
en mercadería superaban los 100 mil pesos. Pero no pensaban darse
por vencidos. En unos días, volverían a abrir.
En el año y medio que Wan Cho Ju lleva en Ciudadela como empleado
de sus cuñados padeció una veintena de robos. Alma,
alma, sangle, sangle, plata, plata, repite, tratando de hacerse
entender, de decir que ya no aguanta más, que tras el miércoles
quedó sin aliento.
Se les escapan algunas lágrimas. Pero ahora llora en silencio.
No como el día anterior, que gritó su desesperación.
En China (hace el gesto de hablar por teléfono) en un minuto
está la policía. Acá, policía, no, vuelve
a comparar. Argentina matal ladrones, si no ...., agrega y
baja el pulgar. Con el lenguaje de los gestos dice todo: golpea con el
canto de la mano derecha la palma abierta de la izquierda. Una y otra
vez, pidiendo mano dura para los saqueadores. El hombre, de 40 años,
dejó a su esposa y a un hijo de 12 años en su pueblo natal
y todo lo que gana lo manda para allá, adonde espera regresar cuando
se le cumpla el contrato. No le interesa aprender el idioma
ni quedarse más. No es como su cuñada Vanina, de 27, que
se preocupó desde que llegó a Buenos Aires por ampliar su
vocabulario y se la podía ver anotando en una libretita las palabras
nuevas y practicando la pronunciación. Vanina y Li, de 29, tuvieron
un hijo en la Argentina y lo mandaron a vivir con sus padres a China y
ahora ella está nuevamente embarazada, de tres meses, pero sus
planes no son volver. En Resistencia, hace poco, abrieron con otros dos
socios un tenedor libre. Allí estaba Li cuando se produjo el saqueo.
No quiero hablar fue lo único que dijo Li ayer a la
tarde a esta cronista y cerró la puerta. Llegó a Ciudadela
en la tarde de ese día funesto, cuando lo peor ya había
pasado. Ocho años trabajando para que en menos de una hora
se lleven todo, repetía el miércoles Vanina, con la
mirada pérdida, al pie de la escalera que conduce al primer piso
del local donde tienen montada la vivienda que comparten los tres chinos.
Después del saqueo del local, la mujer casi se desmaya. Fue
media hora, pero mepareció los dos años que llevo trabajando
acá, cuenta Sabrina, de 22, empleada del autoservicio, preocupada
por su futuro. Ella y Vanina se recluyeron en el primer piso de la vivienda,
mientras que Wan Cho Ju y Miguel, el carnicero del local, trataban de
parar a los saqueadores. Pero los intrusos llegaron, incluso, hasta el
dormitorio de los chinos y les robaron también el televisor, el
equipo de música, dinero y ropa.
¡Van a salir adelante, van a salir!! los alienta un
vecino del barrio y abraza a Wan Cho Ju. El chino se vuelve a emocionar.
El miércoles, como todos los días, abrieron el autoservicio
a las 8.30. Pero a las 9 ya lo habían cerrado, alertados por la
radio de la presencia de la gente buscando comida en el Coto más
cercano. Y poco después, tenían a la gente adentro. Pusimos
las rejas, un mueble sobre la puerta y cerramos con candado. Pero arrancaron
la reja y rompieron todo, recordó Sabrina.
Para celebrar fin de año el barrio pensaba juntarse en la calle
Acosta, frente a uno de los laterales del autoservicio para bailar y brindar,
como otros años. Los chinos solían sumarse a la fiesta.
Pero ahora, como viene la mano, no creo que hagamos nada. El saqueo
fue un masazo, dice la vecina Esther. Si hasta el arbolito del autoservicio
se llevaron.
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