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Lecciones
de
estos días agitados
Por José Pablo Feinmann
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La lección se tiene que
aprender a dos puntas. La clase media (la vapuleada clase media, vapuleada
por los militantes de izquierda por cobarde, acomodaticia, pequeñoburguesa
y por los políticos y los economistas acostumbrados a meterle eternamente
el dedo en el culo -algunos notables escritores, Noé Jitrik, por
ejemplo, me aconsejan que diga en el orto por pasiva,
aguantadora, espectadora abyectamente paciente de los caprichos y vaivenes
del Poder), la clase media, digo, salió a la calle, protagonizó
una pueblada, sintió acaso por primera vez
la incidencia de su poder en la vida nacional, en las decisiones del país
y volteó a un superministro y a un presidente. De aquí en
más nada será igual para ella. Sintió su número
y sintió que su número puede transformarse en fuerza por
medio de la unidad de la protesta. Sintió su dignidad y sintió
que la dignidad se conquista haciendo valer lo que se siente, lo que se
piensa. Desafió al Poder. Le habían dicho estado de
sitio. Se lo había ordenado un Presidente. Estado de sitio,
quédense donde siempre están, en sus casas, sigan como siempre
siguieron, acurrucados frente al televisor, enterándose de la historia
por medio de los informativos, jamás protagonizándola. Bien,
no. Un montón de gente salió a la calle, se llegó
hasta la Plaza y se puso a gritar el estado de sitio se lo meten
en el culo.
Así, la lección que la numerosa clase media tiene que aprender
es la de su propia fuerza. Se acabó la tolerancia, la pasividad,
la impotente soledad frente al televisor. Se acabó esa cara entre
boba y absorta con que escuchaba frases como: El Poder Ejecutivo
ha decidido que a partir del día de la fecha o El ministro
de Economía doctor López Callado ha decidido que de aquí
en más. De aquí en más las pelotas. De aquí
en más hay una clase que también tiene cosas que dictarle
al Poder Ejecutivo o a los ministros de Economía o a los políticos
de las internas interminables. De aquí en más hay un nuevo
actor social que no sólo está dispuesto a actuar en los
días feriados, domingueros de las elecciones. La democracia no
sólo se hace en las urnas. También se hace y se conquista
en la plaza pública.
Ahora, la otra lección, la que tienen que aprender los políticos,
ya que si no la aprenden habrá otras puebladas, inminentes, peores.
Porque hay algo que se llama humor social y el humor
social en la Argentina está muy malo, está rabioso,
no aguanta más; no es humor social sino bronca
social, pura y poderosa bronca social. De modo que los
políticos tienen que aprender las siguientes cosas: 1) Nadie es
heredero de esta situación, salvo la gente que la provocó
y la conquistó. La pelota no fue para el bando de los
peronistas. Se acabaron los radicales, los peronistas y la mar en coche.
Aquí importa el país y cómo sacarlo adelante. 2)
Si alguien asume la Presidencia, la asume él. No la asumen sus
amigos, ni su círculo íntimo, ni sus consejeros
ni menos (¡basta con esto!) sus familiares. Si el Presidente es
un señor no desearía ni enterarme de quién es su
primera dama. Si el Presidente es una señora ni quiero
saber quién es su primer caballero. Ese concepto de
familia presidencial corresponde a la vieja historia del país
recalcitrante y burgués que no concibe a un hombre (¡y menos
que nadie, claro, al llamado primer mandatario!) sin su familia,
sus hijos, sus nueras, sus nietos o lo que haya. Se elige un Presidente
y basta. No se elige al Presidente y su familia y sus amigos y sus perros
y gatos. Basta de Zulemitas, Juniors, Yomas, Antonitos, Aítos y
Pertineses. 3) Si hay Asamblea Legislativa que la haya de inmediato, urgentemente.
Si de ahí no sale el señor que pueda cubrir el espacio de
tiempo que queda hasta el 2003 y hay que llamar a elecciones entonces...
atención. Un consejo, señores políticos: no hagan
discursos, no prometan nada, no hablen de futuro de grandeza, ni de equilibro
social en lugar deequilibrio fiscal (muchos van a apelar a este recurso),
ni de la gente ni del pueblo ni de las grandes
mayorías ni de ninguna de las paparruchadas con que ya nos
han apabullado durante mucho tiempo. Queremos que haya políticos,
queremos la democracia, queremos las elecciones, pero queremos, definitivamente,
menos palabras. No se gasten en prometer nada porque nadie les va a creer.
La credibilidad social está agotada. O sea, ya nadie le cree a
nadie. El pueblo (el pueblo que protagonizó la pueblada del miércoles)
sólo se cree a sí mismo y quiere hechos. Si hay elecciones
que sean de inmediato. El país no se puede pasar seis meses esperando
que las internas se resuelvan, que todos armen sus roscas y le sigan diciendo
vaguedades o grandilocuencias a la gilada. La ejecutividad
tiene que ser total, cosa que impedirá los divagues, los afiches
que afean la ciudad con caras de sonrientes prometedores profesionales.
Aquí ya se saben muchas cosas. Por ejemplo: que lo que se promete
es exactamente lo contrario de lo que se hace. Suben por izquierda y gobiernan
por derecha. Alfonsín iba a ser la democracia y pactó con
los carapintadas, iba a levantar las persianas de las fábricas
y las cerró con la híper. Menem iba a ser la justicia social,
la revolución productiva y mil cosas más y empezó
y terminó hambreando a todo el mundo, desatando la recesión,
afanándose hasta las gallinas, vendiendo el país, rematando
para siempre su soberanía. De la Rúa iba a ser honesto,
transparente, iba a formar una Conadep de la corrupción
e hizo menemismo desde el primer día y le entregó el país
a Cavallo, porque no se lo pudo dar a López Murphy. Bueno, basta:
tolerancia cero, esperanza cero, credibilidad cero, paciencia cero. No
se gasten. No sonrían. Hablen poco. Solamente digan: Vamos
a dar dinero para el hambre, trabajo, no vamos a afanar nada ni vamos
a gobernar sólo para los banqueros. Dudo que les crean, pero
se les agradecerá la brevedad. De aquí en más la
única legitimación será la de los hechos consumados.
La esperanza no está muerta en la Argentina. Pero la credulidad,
por suerte, sí.
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