PRECISIONES
Son muchos los candidatos peronistas a la sucesión presidencial,
pero muy pocos de ellos estaban en condiciones de meter la cabeza
en la boca del león. Adolfo Rodríguez Saá,
gobernador puntano, será presidente provisional hasta que
sea reemplazado por el ganador de las elecciones generales el 3
de marzo. O sea, caminará sobre las brasas hasta que el voto
popular decida el futuro y, con seguridad, apenas luzca banda y
bastón será acosado por la jauría de problemas
que ya espantó a los predecesores. Para el método
electoral, los peronistas van a buscar la aprobación legislativa
del sistema de lemas, una manera de zanjar la interna partidaria
en el menor tiempo posible. El mandatario de San Luis echó
fama de buen administrador de provincia y, antes, había ganado
notoriedad por un extraño secuestro vinculado con una aventura
galante, pero desde hace algún tiempo intenta ocupar un espacio
político mayor en el ámbito nacional.
Aunque breve, ésta es su oportunidad y aunque todavía
trabaja en las decisiones inmediatas, entre los gobernadores existía
anoche la impresión que continuar con la convertibilidad
y otorgar un subsidio a la desocupación podrían figurar
entre las cuatro medidas con las que piensa inaugurar su mandato
pasajero. Es obvio que en un reemplazo precipitado habrá
una mezcla de continuidad y de ruptura, cuyas dosis estarán
medidas también por las características de un movimiento
como el peronista, que espera apropiarse de cuatro presidencias
sucesivas: Puerta, Rodríguez Saá, el que sea electo
el 3 de marzo para completar mandato y el que surja de las urnas
en 2003. Es difícil pensar que esa seguidilla sea posible
sin dar la sensación de un cambio de rumbo en algunos aspectos
visibles de las políticas públicas.
Sin premeditarlo, Rodríguez Saá recibe una sucesión
que hasta la semana pasada nadie le hubiera garantizado. En realidad,
la precipitada renuncia de Fernando de la Rúa arruinó
los planes de los que esperaban contar con el verano completo, por
lo menos, para tejer la urdimbre de la sucesión. Domingo
Cavallo también dejó tarea ingrata sin terminar y
varias mechas encendidas. Lo que pasó es que todos los pronósticos
y dibujos en la arena de los mejores estrategas, incluso de los
que estaban sospechados de conspirar para tumbar al gobierno inútil,
reventaron como pompas de jabón cuando la muchedumbre popular
mandó a parar. La pueblada está demasiado fresca para
que toda mirada sobre ella sea, a la vez, abarcadora y minuciosa.
La serenidad indispensable todavía sigue estremecida por
la tragedia de los muertos, los heridos y los prisioneros, caídos
en nombre de un estado de sitio que fue la última y patética
prueba del mal entendido principio de autoridad que
obsesionó al ex presidente y a sus cortesanos hasta el último
minuto de su gestión frustrada. Habrá que sobreponerse,
sin embargo, para que el análisis no vuelva a encerrarse
entre cuatro paredes y muchos terminen por creer que el futuro nacional
depende sólo de los cabildeos entre gobernadores o de trueques
de influencias entre profesionales de la política.
Las generalizaciones mientras más fáciles peores son,
en especial cuando se trata de revisar jornadas tumultuosas como
las vividas esta semana. El cacerolazo espontáneo
que le respondió a De la Rúa apenas terminó
su penúltimo discurso y la subsiguiente ocupación
pacífica de los espacios públicos por familias completas
que se amucharon hasta formar multitudes, fue un movimiento que
atravesó a la sociedad de arriba hacia abajo, en la Capital
con predominio de las clases medias. De algún modo, fue la
unión nacional que condimenta tanto discurso
hueco, pero en acto, de carne y hueso. Los llamados saqueos
fueron otra cosa, en los que hay que distinguir por lo menos tres
situaciones diferentes. Una es la de los pobres, adultos y jóvenes
de ambos sexos, que se apropiaban de alimentos, incluso de simbólicos
pan dulce, muchos de ellos con el pudor a la vista por
la humillación que les imponía la miseria sin remedio.
Luego, estaban los depredadores que asaltan un taxi o un kiosco
lo mismo que desvalijan un negocio de electrodomésticos,
todo por unos pesos y hasta por unas monedas, puesto que no conocen
otra regla ni valor que zafar día por día en la selva
urbana. Por último, aunque sin agotar los matices, hay que
registrar a los que aprovecharon la ocasión para hacerse
de las cosas que deben consumir para ser
según las normas de la sociedad de los satisfechos
pero no tienen con qué. Hacer la distinción es necesario,
pero ningún futuro mejor puede dejar a ninguno al costado
del camino, hasta que la reincidencia los ponga en evidencia, puesto
que en esta situación la injusticia es tan prepotente y arbitraria
que sus víctimas no pueden encerrarse en las versiones librescas
del Código Penal, todavía más en un país
donde los saqueadores de fortunas increíbles andan libres
y, encima, algunos hasta presumen de redentores.
Puede parece una pueril pérdida de tiempo dedicarse a perfilar
la sociología política de la multitud movilizada,
cuando tantos andan preocupados por el empleo, el salario, la jubilación,
el ahorro o el plazo fijo, pero la propia sociedad tiene que reconocerse
a sí misma, como el primer paso hacia la reiteración
consecuente de su presencia en la vida pública, puesto que
tal como se vio en estos días sólo esa presencia introduce
factores revulsivos en la realidad nacional. Este es un país
fragmentado en múltiples compartimentos estancos, algunos
de los cuales ya ni siquiera se reconocen entre sí (lo cual
permite que los pobres sospechen de los más pobres o que
en los barrios cerrados los perros y las escopetas estén
a la orden del día, como aquellos colonos pioneros del Lejano
Oeste de Hollywood, por temor a saqueos masivos), que necesita tender
puentes, reconciliarse en un proyecto común de justicia social
y bien común. La solidaridad es indispensable pero tampoco
alcanza para sostener a los que se caen del sistema,
excluidos por un modelo económico pensado para beneficio
de muy pocos, ni para definir un proyecto nacional de futuro.
Esta es una situación de emergencia, pero el país,
igual que cualquier familia, necesita un proyecto de vida para sus
miembros. ¿Hacia dónde quiere ir y cómo puede
lograrlo? Sería interesante, de verdad, que los políticos
que conservan la sensibilidad para restablecer un contrato social
con la ciudadanía, aprovechen esta transición para
pensar en ese proyecto y no sólo en la conformación
de listas de candidatos que repetirán, una vez más,
promesas que no piensan cumplir. Ahora terminó un gobierno,
pero todavía el sistema partidario no está a salvo
ni mucho menos del desprecio público. De lo contrario, los
sucesos de esta semana no serán el final de nada sino el
comienzo de una nueva época, cuya naturaleza y características
forman parte de las preguntas pendientes que desafían al
porvenir.
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