Por Martín
Piqué
El secretario parlamentario
Juan Carlos Oyarzún leía el texto de la renuncia de Fernando
de la Rúa. El cartel electrónico del recinto indicaba la
hora 12.53 y aclaraba que la sesión correspondía
a una Asamblea Legislativa. A la derecha del estrado, bajo los balcones
llenos de cámaras de televisión, el funcionario seguía
leyendo el segundo párrafo de la ya famosa carta manuscrita. Los
legisladores escuchaban en silencio. Las palabras de De la Rúa
sonaban anacrónicas, pero retrataban un momento dramático:
Mi mensaje de hoy para asegurar la gobernabilidad y constituir un
gobierno de unidad fue rechazado por líderes parlamentarios,
se escuchó por los parlantes. Varios legisladores se sentían
aludidos por la frase, como el diputado Humberto Roggero, quien el jueves
a la tarde había terminado con las ilusiones de De la Rúa
al anunciar que el PJ no participaría de ningún cogobierno.
Cuando terminó la lectura, el flamante presidente interino se acercó
al micrófono. Queda aprobado y de esta manera se acepta la
renuncia, dijo Puerta y luego anunció que la Asamblea Legislativa
entraba en cuarto intermedio hasta hoy a las 19.
Como un trámite, en menos de diez minutos, el justicialismo había
dado el primer paso para constituir el nuevo gobierno. Con rapidez y haciendo
un gesto de homenaje a los 27 muertos por los disturbios que empezaron
el miércoles. Porque lo primero que se escuchó en la sesión
del Congreso fue el silencio. Tal vez presionado por un griterío
que obligó al jefe de la policía a retirarse del palco de
visitas (ver aparte), Puerta comenzó la sesión proponiendo
un minuto de silencio. Y después la bandera argentina fue izada
a media asta.
Durante toda la jornada, el justicialismo se preocupó por mostrarse
expeditivo. Sabía que la explosión social obligaba a apurar
los tiempos, y que el PJ debía resolver todo a más tardar
hoy. Todo un estilo, que los peronistas se encargaron de subrayar ocho
horas más tarde, cuando el puntano Adolfo Rodríguez Saá
anunció que aceptaría ser el presidente hasta el 3 de marzo,
fechas de las elecciones anticipadas que permitirán completar el
mandato pendiente.
Apenas Puerta terminó de hablar, se le abalanzaron varios diputados
que lo felicitaban con saludos y sonrisas. Pero el misionero no perdió
mucho tiempo, y se perdió por la entrada ubicada detrás
del estrado de madera. Entonces, quien se ganó la mayoría
de las muestras de apoyo fue el senador Eduardo Duhalde. Se podía
entender: después de Puerta, el bonaerense era el único
dirigente de peso en la interna que caminaba entre las bancas del recinto.
Los demás miraban desde los palcos. Allí estaban Carlos
Ruckauf, el puntano Alberto Rodríguez Saá, el cordobés
José Manuel de la Sota y el santafesino Carlos Reutemann.
El final del primer capítulo de la Asamblea Legislativa terminó
a los apurones. Había empezado con retraso, porque los bloques
se habían reunido antes para definir sus posiciones. Pero lo que
estaba verdaderamente en juego se debatía exclusivamente en las
oficinas del peronismo. Las demás bancadas, incluida la radical,
no tenían tanto para discutir, y por eso estuvieron reunidas muy
poco tiempo. En el Salón de los Pasos Perdidos, donde se matizaba
la espera, el diputado Luis Zamora graficó bien esta situación:
Acá todo depende de la interna peronista, explicaba
a un curioso que se codeaba con diputados y periodistas.
Cerca de las 13 del mediodía, los legisladores dejaron vacío
el recinto. Algunos no tenían tiempo que perder. Duhalde, por ejemplo,
comenzó a hablar por celular apenas terminó la Asamblea.
Luego se topó de frente con la menemista Martha Alarcia, a quien
saludó con cortesía, a pesar de las diferencias. Después
escuchó las bromas del senador José Luis Gioja, que lo señalaba
con el dedo, y los saludos de funcionarios y empleados legislativos que
querían quedar bien con uno de los hombres fuertes.
El menemismo, entretanto, se agrupaba en torno del senador Eduardo Menem,
que bajaba línea delante de Daniel Scioli y otros legisladores
afines al ex presidente. Allí discutían la forma de oponerse
a la convocatoria a elecciones anticipadas, con ley de lemas incluida,
que a esa hora proponían De la Sota, Ruckauf y Duhalde. Nosotros
vamos a apoyar a Puerta para que termine el mandato y se quede hasta el
2003, explicó Scioli a Página/12. El legislador porteño
se había reunido con Carlos Menem el jueves a la noche en Martínez,
por lo que conocía bien las ideas del Jefe.
Pero existía un problema. El misionero no quería ejercer
el Ejecutivo más de 48 horas, por lo que las provincias chicas
del Frente Federal y el menemismo se quedaban sin candidato. En ese momento,
sonaban los apellidos del cordobés Juan Carlos Maqueda, el bonaerense
Eduardo Camaño y el santafesino Oscar Lamberto. Uno por cada presidenciable.
El gobernador Adolfo Rodríguez Saá estaba en la lista, pero
su nombre aparecía en un segundo plano.
Al final, mientras los diputados se iban a sus despachos y empezaba la
negociación por la Presidencia, afuera del Congreso se veían
las primeras pancartas contra la ley de lemas. Y en la calle se escuchaban
cantitos de la izquierda, que asimilaban al PJ con el renunciado De la
Rúa. Pero la imagen más paradigmática del clima político
la protagonizó la diputada María América González.
En la esquina de Rivadavia y Combate de los Pozos, conversaba con otra
legisladora, cuando un despreocupado transeúnte la miró
con desprecio y señalando al Congreso descerrajó: Esto
no va más.
¡Represores,
váyanse!
Estaban sentados en el palco de los invitados, a la derecha de
Ramón Puerta y Eduardo Camaño. Los diputados no se
habían dado cuenta, pese a que los convidados portaban uniformes
de colores variados. Desde uno de los balcones, con mejor panorámica,
alguien codeó a un lado. ¿Ese es Santos?,
preguntó, incrédulo. El otro reconoció entonces
al jefe de la Policía Federal, comisario Rubén Santos,
y rápidamente hizo una seña a los legisladores del
ARI. El primero en reaccionar fue Eduardo Macaluse, pero el que
lanzó el primer grito fue Ariel Basteiro. ¡Asesino,
represor, que se vaya! Enseguida encontró eco, y entre
chiflidos, silbatinas e insultos, los jefes de las fuerzas de seguridad
Policía Federal, Gendarmería y Prefectura
pensaron en retirarse. Y no les quedó otra opción,
así que se levantaron del espacio que había sido reservado
para ellos y para otros funcionarios, como el ex ministro del Interior
Ramón Mestre, que no habían asistido a la sesión.
Cuando Santos desapareció del recinto, un grupo de legisladores
comenzó a aplaudir, satisfechos por lo que consideraban la
única victoria del día. Ayer no nos recibió
y hoy quiere estar en un acto solemne, se quejaba el diputado
Gustavo Gutiérrez.
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