Por José
Natanson
Hubo ayer una última
e increíble aparición de Fernando de la Rúa en la
Casa Rosada. Sin que nadie lo previera, el ex presidente llegó
bien temprano desde Olivos, recogió papeles y volvió a saludar
a algunos funcionarios. Antes de irse, pronunció una serie de declaraciones
que no generaron un nuevo cacerolazo porque, a esta altura, eran pocos
los que le prestaban atención.
Se dictó el estado
de sitio y debía actuar la ley. Yo no estaba al frente de eso,
dijo, consultado sobre la brutal represión.
Son disposiciones que
se aplican según la ley; la ley tiene prestablecido cómo
se procede, de modo que no puedo señalar a nadie como responsable,
dijo cuando los cronistas insistieron sobre la responsabilidad.
Pidió que se reconozca
su lealtad, honestidad y profunda convicción de haber hecho
lo que creía necesario y sostuvo que la historia lo juzgará
en perspectiva desde las dificultades y decisiones tomadas.
Respecto de su gestión,
señaló que estuvo caracterizada por situaciones donde
en lo económico no cabían muchas opciones porque estábamos
siempre bajo el signo de la urgencia o el peligro.
Finalmente, insistió
con la táctica de transferir la responsabilidad al PJ. Creo
que el justicialismo cometió un error al precipitar los tiempos
y negar el apoyo que con la mayoría parlamentaria podía
brindar para la continuidad institucional, pero de este modo resolvieron
ejercer su poder. Precisábamos gobernabilidad, mostrar un país
unido, en condiciones de tomar las decisiones necesarias.
Las declaraciones del ex presidente, formuladas mientras abandonaba la
Rosada aplaudido por un puñado de ex funcionarios, fueron una especie
de remake del papelón del jueves: sin reconocer ni uno solo de
sus errores, De la Rúa intentó responsabilizar al peronismo
por su renuncia, en una reedición fallida de su vieja estrategia
de colocarse como víctima.
Había llegado en helicóptero desde Olivos, con la excusa
de que quería firmar el decreto para derogar el estado de sitio.
En realidad, su objetivo era otro. No quería que la última
imagen fuera la huida en el helicóptero. Quiso cambiar eso, pero
la verdad es que ya tarde, aseguraba un funcionario que lo acompañó
en su visita mañanera a la Rosada.
Después de firmar el decreto, De la Rúa se despidió
de algunos ministros que se habían acercado a saludarlo y recibió
a Felipe González. Fue otro acto fallido: el ex primer ministro
español había llegado para relatar la experiencia española
del Pacto de la Moncloa y conversar sobre el gobierno de unidad que, en
la Argentina, nunca llegó a conformarse.
Mientras el ex presidente se-guía en la suya, dedicado definitivamente
a sus propias cuestiones, los pocos funcionarios que quedaban hacían
lo que podían.
El jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, conversó con Héctor
Schiavoni, quien lo reemplazó interinamente en el cargo. Poco después
de las 13.00 llegó Ramón Puerta, quien se reunió
con Colombo. Fue una charla breve, a la que se sumaron otros nuevos funcionarios,
como Miguel Angel Toma. Cuando concluyó, el ex jefe de Gabinete
deslizó ante un ex asesor una conclusión básica:
En un momento pensé que había alguna chance de que
armaran un gobierno transitorio de unidad, pero me queda claro que no.
Vinieron por todo.
Alelados
Con una velocidad que constrasta con los tiempos delarruistas, el PJ
anunció ayer que el puntano Adolfo Rodríguez Saá
asumirá hoy la presidencia, que se convocará a elecciones
para el 2 de marzo y que se implementará el sistema de Ley de Lemas.
Aturdidos por la rapidez peronista, los radicales apenas atinaron a esgrimir
argumentos formales. En una conferencia de prensa en el Congreso, el jefe
de la UCR, Angel Rozas, el titular del bloque de diputados, Horacio Pernasetti,
y el de senadores, Carlos Maestro, manifestaron su oposición a
la decisión del peronismo de imponer la ley de lemas. La
rechazamos enérgicamente, dijo Rozas. Sin embargo, el gobernador
chaqueño sostuvo que apoyarán la designación de Rodríguez
Saá como presidente provisional.
En realidad, los legisladores de la UCR no tienen ni voluntad política
ni capacidad numérica para frenar la maniobra del PJ. No
tenemos legitimidad para oponernos seriamente. Ahora somos espectadores,
reconocía uno de ellos.
Más allá de los argumentos institucionales, la decisión
del peronismo deja a la flamante oposición en el peor escenario
posible. El objetivo de máxima era que el PJ, quizás a través
de un una gestión de unidad, gobernara hasta 2003, cuando el ciclo
institucional se reconstituiría. La fecha de los próximos
comicios, dentro de poco más de dos meses, le impide a lo que queda
de la Alianza regenerar una alternativa coherente para enfrentar al PJ.
Estamos en una situación pésima y sin tiempo para
nada, se quejaban anoche cerca de Raúl Alfonsín.
Para colmo, el nuevo sistema electoral, con el que el justicialismo resuelve
su interna, los deja sin candidatos taquilleros frente a un peronismo
imparable. Ayer sonaban Rozas y el senador Rodolfo Terragno como los únicos
que podrían juntar algunos votos para una elección que todos
dan por perdida. Misión imposible: los que se presenten no sólo
deberán competir con los postulantes del PJ, que son unos cuantos
y están y bien posiciones, sino también con Elisa Carrió.
Ajeno a estas evaluaciones, De la Rúa volvió de la Rosada
a Olivos, donde se reunió con su familia para supervisar la mudanza.
Apenas habló con algunos amigos. ¿Che, Juan Pablo,
qué hacés que no venís a visitarme?, le dijo
por teléfono a Juan Pablo Baylac ayer por la tarde un De la Rúa
golpeado, que ya empezó a sentir la soledad del llano.
|