Desmán en el maxikiosco
Carlitos Desmán, un argentino entregado a la lucha por la
salvación personal, empezó el jueves a recorrer maxikioscos.
Entraba a los que aún permanecían abiertos y les ofrecía
cambio. Todos aceptaban contentos, entregándole los billetes
de 50 y 100 pesos, y regalándole encima caramelos o galletitas.
Esa mañana, Desmán había leído en Internet,
en el sitio del Ieral, el Informe de Coyuntura de la Fundación
Mediterránea, soporte técnico de Domingo Cavallo,
que a esas horas ya había ido a parar con sus bien recubiertos
huesos al veredón de Hipólito Yrigoyen al 200. Refiriéndose
al 2002, bajo el literario título de Senderos que se
bifurcan, se afirma en ese análisis que el límite
técnico para una dolarización se sobrecumple.
Además se explica que existen en circulación
algo más de 4000 millones de pesos denominados en billetes
de $ 20 y menores, incluyendo monedas, sobre un total de circulación
monetaria de 9934 millones. En caso de dolarización se
advierte, este stock no sería necesariamente canjeado,
pues serviría como medio de pago para transacciones menores.
Desmán convirtió rápidamente esa observación
en un dato útil: antes de que cundiera la idea, su consigna
fue desprenderse del cambio y juntar plata grande, la única
que eventualmente le serviría para apropiarse de las reservas
a la paridad de 1 a 1. Los kiosqueros, desprevenidos, le agradecían
la gauchada.
El referido informe del Ieral contiene también otras observaciones
destacables. Asegura, por ejemplo, que dada la inmovilización
de depósitos, y la estabilidad prevista para las reservas,
existe suficiente solidez técnica para la convertibilidad...
(!) Predice una recuperación sostenida de la actividad
desde el segundo trimestre del año próximo, pese a
que habrá una entrada (?) de capitales muy inferior
que la ocurrida en los 90. Afirma asimismo que el respaldo
de la convertibilidad se encuentra en niveles adecuados, con
un exceso de 2475 millones en las reservas, en base a datos del
BCRA sobre reservas netas que todos los demás analistas consideran
muy mentirosos. En cualquier caso, para los cavallistas, de
consolidarse el canje externo de deuda y un presupuesto 2002 compatible
con el déficit cero, la convertibilidad se puede mantener
sin inconvenientes.... Sólo haría falta una
base política amplia para asegurar el éxito. Lo más
impactante de este escenario optimista es que haya sido
delineado en el mismo momento en que rugía la sublevación
social, la cual, por otra parte, ni siquiera figura como eventualidad
en la prospectiva de los mediterráneos.
Pero Acción por la República y los radicales ya son
historia. Como apuntaba una fuente: Está bien: De la
Rúa era un incompetente, y Cavallo un loco. Pero ahora se
fueron, dejándole como herencia al justicialismo todas las
papas calientes: el cerrojo bancario, la incógnita del tipo
de cambio, el hundimiento del acuerdo con el Fondo Monetario, el
canje por completar, la economía semiparalizada (el PBI cayó
4,9 por ciento en el tercer trimestre y probablemente más
en el cuarto) y una tasa de desempleo que a estas horas superaría
el 20 por ciento. (De todas formas, hay que admitir que De la Rúa
cumplió con sus promesas de mantener la convertibilidad y
de no devaluar el peso, y que le bastaron dos años para ello:
ni siquiera tuvo que esperar a cumplir su mandato de cuatro.)
En cuanto al Partido Justicialista, su primera decisión fue
una respuesta a su descomunal embrollo interno y no a la crisis
nacional. Al no poder resolver la pugna por el poder entre sus caudillos,
prefirió convocar a elecciones para el 3 de marzo bajo la
ley de lemas. Desde ahora y hasta la asunción de los vencedores
sólo habrá un gobierno provisorio, necesariamente
débil, ninguna de cuyas medidas podrá restañar
las expectativas de mediano y largo plazo, porque además
gravitará la incógnita sobre el régimen futuro.
Considerando que dentro del PJ conviven desde liberales hasta estatistas,
no habrá brújula alguna.
Mientras la ambición trabaja, a Adolfo Rodríguez
Saá le costará construir una política económica
coherente sobre el tembladeral de un partido trenzado en la pelea
por el poder. De la Rúa y Cavallo desertaron sin haber completado
el trabajo sucio: aunque dejaron insinuadas estas decisiones, todavía
no hubo un impago formal de la deuda, ni forma alguna de devaluación
del peso, y ni siquiera confiscación de depósitos,
a pesar del corralito. Tampoco realizaron el ajuste fiscal consistente
con la absoluta falta de crédito para el Estado (de hecho,
en noviembre quedaron a casi $ 900 millones del déficit cero).
¿Cuál es el camino que podrá tomarse en un
mero interregno, sabiendo que ninguno de los aspirantes a la Rosada
respaldará decisiones que puedan costarle votos al provocar
inflación o destruir ahorros de la clase media? Por otra
parte, el justicialismo en conjunto no querrá arriesgarse
a que sus medidas favorezcan el crecimiento de sus enemigos externos,
como el ARI, la izquierda o algún reagrupamiento en torno
de los náufragos progresistas de la Alianza, o faciliten
el desembarco de un Mauricio Macri representante de los grupos
que buscan la licuación de sus deudas como cabeza de
fórmula de un sublema menemista. Mientras tanto, arreciará
el hostigamiento a todo el sistema político desde discursos
antidemocráticos como el de Daniel Hadad, estrechando los
márgenes de acción de una conducción apenas
temporaria.
Aunque la situación argentina es obviamente crítica,
también es cierto que, como ayer destacó Eduardo Curia,
el país puede aprovechar la posición de la administración
Bush en relación a la deuda, proclive a que los tenedores
de bonos admitan una drástica quita en sus acreencias. Al
menos en teoría, es imaginable un programa congruente que
corrija la sobrevaluación del peso sin desatar los demonios
de la espiralización, maneje con prolijidad la política
monetaria y fiscal, enfatice la mejora del tipo de cambio exportador
con cargo a ciertas importaciones, repare la regresividad del régimen
impositivo, reduzca la ineficiencia de la administración
fiscal, ataque específicamente algunos precios oligopólicos
(ciertas tarifas de servicios públicos, los medicamentos,
etcétera), declare el default con una propuesta dura y realista
a los acreedores, tome algunos pasos concretos para la reforma del
Estado, establezca una red de protección social en base a
medidas de redistribución progresiva del ingreso y persiga
por lo menos algunos casos emblemáticos de corrupción.
¿Es esto lo que puede esperarse del peronismo y de cada uno
de sus líderes? Decididamente no. En 1999, a la Alianza también
se le presentó la oportunidad de gobernar decentemente, pero
no era realista esperar que De la Rúa la aprovechara, dados
sus antecedentes, patentizados en sus relaciones más directas,
gente de la laya de Fernando de Santibañes y Enrique Nosiglia.
Los currícula de quienes ahora se lanzan a la conquista del
balcón de la calle Balcarce tampoco son tranquilizadores,
o incluso tenebrosos, como en el caso de Carlos Ruckauf. Por ende,
confiar en el óptimo posible para la Argentina sería
una ingenuidad. Ni siquiera se avizora un eventual equipo económico
capaz de estructurar un plan consistente, y se sabe que los peligros
son grandes. Cuando alguien está muy mal no le hace falta
retroceder demasiado para estar mucho peor. Quizá sea mejor
pensar que, ante tanto deterioro tras el absurdo empecinamiento
argentino en sostener el patrón dólar, sería
fácil aliviar las penurias y reanimar una economía
dormida.
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