Por Carlos Rodríguez
Una vieja pintada sobre la cortina
metálica del McDonalds que está frente al Obelisco
pronosticaba: La rabia nos hará libres. Ayer, después
de la rabia del jueves, el local de la multinacional parecía una
hamburguesa quemada. En la misma cuadra, la furia borró los 80
años de historia de la sastrería Cervantes. No quedó
ni el letrero indicador y sólo los baqueanos pueden dar fe de que
allí estaba lo que estaba. En el 902 de Corrientes quedaron los
restos de un comercio llamado Optical Shop, donde rompieron vidrios y
se llevaron lentes de aumento o para atenuar los rayos del sol. Van
a comer anteojos, descargó con bronca Eduardo Dosisto, presidente
de la Asociación Amigos de Corrientes, que reportó 30
negocios saqueados y quemados por personas que, según él,
eran chorros y no pobres con hambre. El gobierno porteño
encontró 11 vehículos quemados, reemplazó centenares
de tachos de basura consumidos en las fogatas y tubos de teléfonos
que fueron misiles contra el feroz avance policial.
Para los comerciantes, el de ayer fue un viernes negro. No quiero
hablar, me rompieron todo; es un desastre, como todo en este país,
dijo a Página/12 el propietario de la pizzería Carnevale,
en Corrientes al 900. El local estaba ayer a oscuras, con la persiana
baja, y el dueño parecía un fantasma furioso. En el McDonalds
de Corrientes, los tres contenedores plantados en la calzada eran llenados
con los restos del local y vaciados en camiones con el mismo ritmo febril
de las ventas en los gloriosos días del libre juego de la oferta
y la demanda. Rogelio Casas, propietario del local, se llevó como
recuerdo un trozo de metal que pertenecía a una de las trabas de
la puerta blindada que cierra el ingreso al sector de oficinas.
No pudieron pasar a las oficinas, pero se llevaron las máquinas
registradoras, confirmó Casas a este diario, mientras se
retiraba pensando en voz alta en las compañías aseguradoras:
No sé, vamos a ver qué pasa, porque ahora salta lo
que está escondido en la letra chica del contrato. Dosisto,
de la Asociación Amigos de Corrientes, sostuvo que el seguro
no paga por lo que ocurra en manifestaciones, en una situación
de Estado de Sitio, de manera que para nosotros esto es un desastre.
En sordina, los empresarios ponen sus fichas a una negociación
con los gobiernos, nacional y de la ciudad, para obtener algunos beneficios.
El jefe del Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, anunció
anoche dos líneas de préstamos, de hasta 2.500 y 10.000
pesos para los propietarios de negocios que hayan sido dañados
por los manifestantes. Los dueños de la sastrería Cervantes
no tenían consuelo. El local fue arrasado. Primero se llevaron
toda la ropa y después tiraron dos bombas molotov, explicó
Carlos Velázquez, uno de los encargados. Los daños fueron
estimados en el orden de los 600 mil pesos porque no quedó
nada sano.
Dosisto insistió en que hubo robos organizados, con gente
que se movilizaba en autos y hasta camiones que se iban cargados de mercaderías
de todo tipo, no solo comestibles. Mientras el comerciante hablaba
ante los periodistas, pasó una vecina entrerriana, radicada en
Buenos Aires, que hizo su aporte a la confusión: Esos que
vienen allí, esos fueron, dijo señalando hacia el
Obelisco, por donde pasaba una tardía columna de partidos de izquierda,
que esta vez no fueron acusados de promover los saqueos. Otro personaje,
llamado Jorge Serber, ofrecía a la prensa recuerdos de la represión
de la Revolución Libertadora, en 1955, como si se tratara de aportar
a una antología.
Ramón, empleado de Cliba, trabajó ayer como nunca juntando
vidrios, maderas, trozos de metal, comestibles, ropas, caucho quemado
que estaba adherido al asfalto y ayudando a correr autos incendiados por
los manifestantes. Uno de los autos, un Fiat Palio cero kilómetro,
fue sacado del interior de la agencia Tarabelli, en Diagonal Norte y Cerrito.
Uno de los dueños confirmó que rompieron la vidriera,
lo sacaron a la calle y le prendieron fuego. En el mismo lugar fueron
quemados tres vehículos de la firma OCA, cuyo local ubicado enfrente
del de Tarabelli tenía ayer flamantes vidrios nuevos, protegidos
ahora por una placa de acero ubicada estratégicamente como refuerzo
de las rejas.
Por Diagonal Norte fueron destruidas la Casa de Salta y las oficinas de
Dinar Líneas Aéreas. Sobre la vereda de la empresa de aviación
se amontonaban zapatos, sillas rotas y centenares de pasajes sin emitir.
También le rompieron los vidrios a la Asociación de Prestaciones
Sociales (APS) y al Hotel Obelisco Center. En la cuadra, como un gesto
de respeto por el arte, se había salvado el Teatro del Pueblo.
También era notoria la diferencia de ensañamiento con el
Petit Café de Diagonal Norte y con el Café de la Ciudad,
de Corrientes y Carlos Pellegrini, comparándola con el vendaval
que arrasó el McDonalds vecino. En dos de las esquinas más
golpeadas se habían salvado las placas que recuerdan a Carlos Gardel
y a Homero Manzi. En suma, una multitud nacional, popular y marcadamente
antiimperialista, diría un analista apresurado.
La limpieza en el micro y el macrocentro comenzó ayer a las cinco
de la mañana. La tarea fue coordinada por la Subsecretaría
de Logística y Emergencias, a cargo de Lía María.
Además de los tachos de basura y los teléfonos, hubo que
reparar buena parte de la instalación eléctrica. Entre los
autos quemados figuró un Mercedes Benz Sprinter del Gobierno de
la ciudad. Mientras Corrientes, Diagonal Norte, Avenida de Mayo y toda
la zona aledaña al Congreso y a la Plaza de Mayo eran la viva imagen
de la guerra, las peatonales Lavalle y Florida parecían de espaldas
a la realidad, con los negocios a pleno.
Unas chicas de la firma Ventura, vestidas a lo Mamá Noel, le hicieron
recordar a los transeúntes que se acerca la Navidad. Muchos siguieron
absortos pensando en el enroque Fernando de la Rúa-Adolfo Rodríguez
Saá. Mucho ruido y pocas nueces, suspiró un
empleado del Musimundo de Perú y Avenida de Mayo, mientras vigilaba
por si volvían los saqueadores.
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