Por Hilda Cabrera
Sin que mediara comunicación
previa alguna, esperada luego de que en octubre de este año le
recordó a Cultura que su designación al frente del Teatro
Nacional Cervantes llegaba a su término este 31 de diciembre, el
director Raúl Brambilla recibió pocos días atrás
la noticia de que lo habían removido de la función que ocupaba
desde enero de 2000. Me lo comunicó por teléfono Alejandro
Capato, del área de coordinación de la Secretaría
de Cultura de la Nación, cuenta el teatrista cordobés.
Le pedí una notificación por escrito, que me enviaron,
pero sin opinar sobre mi trabajo, salvo que se tome como crítica
la frase de que el cambio apunta primordialmente a favorecer el
recambio y la implementación de nuevas propuestas.
La Secretaría hizo trascender luego que designaría allí
a Daniel Larriqueta. Todo eso es historia, se supone, desde que el jueves
por la noche renunció el presidente Fernando de la Rúa.
¿Discutieron su gestión o le preguntaron qué
planes tenía para 2002?
En absoluto. Cuando asumí me dijeron que el Cervantes era
mi proyecto, y lo llevé adelante sin recibir nunca observación
alguna.
Brambilla, lejano familiar de De la Rúa, no tuvo oportunidad de
hablar con el ahora ex ministro de Turismo, Cultura y Deportes, Hernán
Lombardi. La incomunicación con mis superiores fue total,
cuenta en una entrevista con Página/12. Por eso preparé
un detallado informe sobre mi gestión, que demoré en dar
a conocer por esta enorme crisis que vive el país. El jueves
27, en el Cervantes, según confirmó ayer, hará público
el informe sobre el conflictivo presente del Teatro, acosado desde hace
años por graves problemas presupuestarios.
¿Qué faltó en su gestión?
Fundamentalmente, el diálogo constante entre todos los organismos
de Cultura, que debiera intensificarse en tiempos de crisis profunda.
¿Cómo influyeron en su gestión los recortes
de Economía?
Eso hay que aclararlo, porque después todo se mezcla. Cuando
asumí, el presupuesto acordado al Cervantes era de 3,4 millones
(el 2,8 por ciento del total destinado a Cultura). Si bien sigo pensando
que es escaso para un teatro con proyección nacional, es sin embargo
viable. Por eso durante el 2000 no tuvimos demasiados problemas. La situación
se agravó en el 2001, y no sólo fue conflictiva en el último
trimestre. Las remesas acordadas no ingresaron nunca en su totalidad,
y la angustia fue en aumento. Como director no encontré respuestas
claras, ni en Cultura ni en Economía. Esta batalla, que se reiteraba
ante cada remesa, se llevaba casi toda nuestra energía.
El desgaste no es entonces sólo por los recortes sino por
el incumplimiento...
Hasta hoy logramos que ingrese el 70 por ciento del presupuesto
que nos otorgaron pero hubo que remar mucho. Ayudó que la gente
de la cultura se movilizara. Es impresionante la energía que hay
que poner día a día para que en Economía entiendan
mínimamente qué significa un teatro nacional y cómo
se produce una obra. Durante mi gestión tuve que canalizar un mismo
problema en diez lugares a la vez, porque recibíamos indistintamente
instrucciones del Gabinete, de la secretaría de Cultura y de Economía.
Eso era realmente enloquecedor.
¿Había armado la programación para 2002?
Naturalmente. En octubre, cuando les recordé que mi designación
finalizaba el 31 de diciembre, y que era prorrogable, había acordado
ya varios proyectos. Tengo entrenamiento en entidades oficiales, en las
que trabajé desde los 20 años, y sé que requieren
tiempo. En Venezuela fui director residente de la Fundación Rajatabla
y director artístico del Teatro Juvenil Nacional, y en Córdoba,
director de la Comedia Cordobesa.La continuidad del Cervantes depende
de una decisión política y de la idea que tenga Cultura
sobre lo que desea para este teatro.
¿Qué pasó con su plan?
Mi plan era a largo plazo, porque soy de los que creen que la cultura
no se hace de un día para otro. El problema mayor que tenemos en
la Argentina es la falta de una infraestructura que sostenga el trabajo
diario de la cultura. Necesitamos bases sólidas para poder desarrollarnos
y no tener que comenzar siempre desde cero. Otra propuesta mía
fue federalizar. Esto es fundamental para quienes ven el teatro desde
el interior.
¿En qué situación queda el personal del Cervantes?
El teatro cuenta con personal de planta permanente, transitoria
y contratados. Hasta ahora se desconoce el presupuesto para todo el personal
(alrededor de 120). Renové los contratos hasta el 31 de diciembre,
que es cuando termina mi designación. Después, éstos
quedarán en manos del que me suceda. El tema del personal es muy
complejo, porque la gente está mal distribuida y sujeta a normas
que no son las adecuadas al funcionamiento de un teatro, donde se trabaja
sábado y domingo, por ejemplo.
¿Qué logró en estos dos años de gestión?
Plantear una nueva estructura para el Cervantes, pero nada más,
porque mi propuesta no entró ni siquiera en una etapa de discusión.
La programación de un teatro es la punta de un iceberg, donde entran
leyes y regulaciones, formas de ejecutar un presupuesto, que en el caso
del Cervantes requiere ser revisado de modo completo.
¿Cuál es su balance?
No podría decir que estoy contento de mi gestión,
porque la Argentina vive situaciones desesperantes, pero sí que
me voy con la conciencia tranquila: trabajamos a full, y prestándole
siempre atención a cada uno de los problemas del Cervantes. Más
allá de la suerte que corrió cada espectáculo, creo
que pudimos recuperar el teatro, al menos en algunos aspectos. Respetamos
los contratos de trabajo, mejoramos el sistema eléctrico y la circulación
de aire, y hasta destapamos cloacas. La experiencia ha sido para mí
muy dura. Como contrapartida, he encontrado gente maravillosa.
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