Por Silvina Szperling
La gente no se acuerda
de lo que pasó, pero hubo momentos peores a éste. Yo sí.
A mí me dicen Funes, el memorioso, dice Mauricio Wainrot.
Yo me acuerdo muy bien de la dictadura, del miedo que sentíamos,
cuando no se podía decir, ni siquiera pensar, nada. Era como un
cerco. No quiero decir que lo que está pasando no sea terrible.
Me parece siniestro que un tipo se levante un día y decida que
36 millones de personas no puedan cobrar su sueldo. Pero todavía
tenemos democracia. La gente sólo protesta cuando le tocan el bolsillo.
Sobre el fin de un año en el que la compañía que
dirige, el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, superó
todos los records, con 73 funciones a las que asistieron 40.982 espectadores
-incluyendo el Luna Park, el Alvear y el propio San Martín,
Wainrot hace en la entrevista con Página/12 un balance de sus tres
años de gestión. Este era el plazo que me había
fijado antes de empezar, como el mínimo para ver algún resultado.
Y creo que no me equivoqué, asevera.
En el momento de su asunción, luego del conflictivo alejamiento
de Oscar Araiz que puso fin a una etapa de diez años, Wainrot volvió
después de catorce años de residencia en Montreal y tomó
las riendas de la única compañía oficial de danza
contemporánea argentina. Allí imprimió una línea
de fuerte compromiso con la técnica (incluso el virtuosismo), renovó
bailarines y convocó coreógrafos de la escena internacional,
moviéndose desde un espectro neoclásico hacia uno más
contemporáneo, con las visitas del francés Jean-Claude Gallotta,
la canadiense Ginette Laurent y el estadounidense David Parsons, entre
otros. En el 99 había más plata que en el 2000,
y mucho más que este año. El año pasado empezamos
a trabajar con ayuda económica de empresas que personalmente me
ocupé de conseguir y que, por suerte, apoyaron mi gestión
como director. Este año pasé a las embajadas, como la de
Francia o la de EE.UU., que me apoyaron para traer coreógrafos
extranjeros. También invité a coreógrafos argentinos,
relata.
¿Cómo ve este año de la compañía
en particular?
Lo que yo siento es un gran asentamiento de la compañía
dentro del movimiento cultural de Buenos Aires y la Argentina. Creo que
se popularizó, cosa que era mi meta desde el inicio. Yo estoy acostumbrado,
después de trabajar con 35 compañías internacionales
en mis 14 años en el extranjero, a estrenar mis trabajos en países
como Bélgica, Canadá, Israel o Suecia, donde la danza tiene
un estímulo muy importante, y una fuerte repercusión en
el público. La gente allí incluye a la danza en su espectro
de actividades de entretenimiento o culturales. Van a ver danza como van
a ver cine, teatro o fútbol, cosa que en la Argentina nunca pasó.
Por lo menos en los últimos 30 años, la danza siempre fue
un fenómeno de élite. Eso no me parece mal, lo que me parecería
mal es que no existiera el otro fenómeno: el de una compañía
que, trabajando con seriedad, no pudiera generar un fenómeno masivo.
Tampoco quiero exagerar con respecto a la masividad que conseguimos, pero
el haber hecho con Carmina Burana cuatro Luna Park, luego de haber llenado
32 funciones en la Martín Coronado, me da la perspectiva del interés
que generó la compañía y mi propio trabajo. Eso nos
hace bien a todos.
¿Cuáles cree que son las claves de esa popularidad?
No sé cuáles son, pero yo me lo propuse como meta
porque no podía creer que el espectáculo que yo estrenaba
con el Ballet Real de Bélgica (del cual soy coreógrafo residente)
llenaba la sala en Bruselas y aquí no pasaba de media sala. Yo
me preguntaba por qué el público belga podía llenar
una sala y el de Buenos Aires no. Creo que la receta tiene que ver con
la excelencia y, sobre todo, con la perseverancia de estos tres años.
No bajé los brazos, me ocupé muchísimo del nivel
técnico de los bailarines, del nivel de las funciones. Un espectáculo
puede gustar más o menos, pero todos nuestros espectáculos
son impecables. Cuidamos las obras de cada coreógrafo que vino.
Eso también fue muy apoyado por el trabajo delos asistentes Andrea
Chinetti o Marina Giancaspro. Otra clave son los maestros que elegí
para formar a los nuevos bailarines. La mayoría de los varones
eran chicos recién salidos de la escuela. Aquí les dimos
un continente para pasar de ser chicos a ser grandes profesionales.
¿Hay algo pendiente en su balance?
La gran deuda son las giras. No pude sacar a la compañía.
Salimos sólo dos veces en tres años, a Rosario. La situación
del país no ayudó, pero yo no quiero pensar en la situación
del país. Quiero pensar en la situación de algunos funcionarios
que trabajan para el Gobierno de la Ciudad o la Nación y no se
ocuparon, no vieron las posibilidades de esta compañía para
llevarla al interior. Ni hablo de salir al exterior. Tuvimos invitaciones
de Portugal, una para el 2003 a Canadá, a Florencia el año
que viene, pero esta imposibilidad tiene más que ver con la política
cultural que con las dificultades económicas. La situación
del país es obviamente catastrófica, y no se puede pensar
en giras, pero hace un año se hubiera podido.
¿Cómo vivió los últimos hechos?
Explotó todo como tenía que explotar. Lo único
que espero es que no nos peguemos entre nosotros. Y que se vaya viendo
una salida, porque por ahora está todo muy oscuro.
¿Qué opina del panorama actual de la cultura?
La oferta cultural de Buenos Aires es impresionante. Cuando me fui
no existían los festivales, ni internacionales ni nacionales. No
existían las salas alternativas, el Recoleta no hacía prácticamente
nada. La oferta cultural ahora es enorme. Si hablamos del apoyo a la actividad
cultural, bueno, espero que con esta discutida ley de mecenazgo se pueda
generar una ayuda a los grupos independientes de danza, teatro, plástica,
así como a los grupos dependientes, como el nuestro, porque nosotros
también nos encontramos con situaciones problemáticas para
pagar producciones. El año pasado, si no hubiéramos tenido
el apoyo del Banco Nación, hubiésemos tenido que suspender
el tercer programa del año, que ya estaba ensayado. Pero el funcionamiento
clásico de los teatros oficiales es que primero se ensaya, después
se firman los contratos, y se cobran dos o tres meses después.
Hay carencias en todo sentido. Cuando se programan tres espectáculos
en un año y hay que hacer dos, no sólo baja la cantidad
de trabajo sino que puede bajar la calidad de los bailarines.
Un nivel extranjero
¿Cree que la danza ganó público en
general con la repercusión que alcanzaron grandes figuras
del ballet, como Julio Bocca o Maximiliano Guerra?
Yo creo que son fenómenos diferentes. Julio, Maximiliano,
Paloma o Iñaki son extraordinarios bailarines, pero nuestro
público, el del San Martín, en general es otro. Con
Carmina Burana vino gente al San Martín que nunca había
pisado el teatro. Creo que el público también busca
títulos, como Carmina o El Mesías. Además,
la gente siente un gran orgullo de tener una compañía
como ésta en su ciudad. El día que estrenamos Carmina
había renunciado al Ministerio de Economía López
Murphy. Yo pensé que no iba a venir nadie, que la crisis
iba a repercutir en la asistencia. La gente estaba muy deprimida,
sin saber que todavía vendrían días peores,
de angustia colectiva, como sucede ahora, tras la renuncia de De
la Rúa. Pero de cualquier manera, en aquel momento la gente
agradecía. Creía que un espectáculo ayudaba
a mejorar el ánimo. Muchos nos preguntan, luego de las funciones
si el grupo es argentino: perciben un nivel como extranjero. Pero
no se trata de un bailarín, se trata de toda una compañía.
Hay un todo que la gente aprecia y con el cual se identifica, del
cual se apropia.
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