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MAURICIO WAINROT, DIRECTOR DEL BALLET DEL SAN MARTIN
“Nunca bajamos los brazos”

A la hora del balance de sus tres años de gestión, el coreógrafo no duda: �Creo que no me equivoqué�. En el 2001, su compañía obtuvo un record de 73 funciones, presenciadas por 40.982 espectadores.

Wainrot asumió en reemplazo de Oscar Araiz, tras catorce años de residencia en Canadá.

Por Silvina Szperling

”La gente no se acuerda de lo que pasó, pero hubo momentos peores a éste. Yo sí. A mí me dicen Funes, el memorioso”, dice Mauricio Wainrot. “Yo me acuerdo muy bien de la dictadura, del miedo que sentíamos, cuando no se podía decir, ni siquiera pensar, nada. Era como un cerco. No quiero decir que lo que está pasando no sea terrible. Me parece siniestro que un tipo se levante un día y decida que 36 millones de personas no puedan cobrar su sueldo. Pero todavía tenemos democracia. La gente sólo protesta cuando le tocan el bolsillo.” Sobre el fin de un año en el que la compañía que dirige, el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, superó todos los records, con 73 funciones a las que asistieron 40.982 espectadores -incluyendo el Luna Park, el Alvear y el propio San Martín–, Wainrot hace en la entrevista con Página/12 un balance de sus tres años de gestión. “Este era el plazo que me había fijado antes de empezar, como el mínimo para ver algún resultado. Y creo que no me equivoqué”, asevera.
En el momento de su asunción, luego del conflictivo alejamiento de Oscar Araiz que puso fin a una etapa de diez años, Wainrot volvió después de catorce años de residencia en Montreal y tomó las riendas de la única compañía oficial de danza contemporánea argentina. Allí imprimió una línea de fuerte compromiso con la técnica (incluso el virtuosismo), renovó bailarines y convocó coreógrafos de la escena internacional, moviéndose desde un espectro neoclásico hacia uno más contemporáneo, con las visitas del francés Jean-Claude Gallotta, la canadiense Ginette Laurent y el estadounidense David Parsons, entre otros. “En el ‘99 había más plata que en el 2000, y mucho más que este año. El año pasado empezamos a trabajar con ayuda económica de empresas que personalmente me ocupé de conseguir y que, por suerte, apoyaron mi gestión como director. Este año pasé a las embajadas, como la de Francia o la de EE.UU., que me apoyaron para traer coreógrafos extranjeros. También invité a coreógrafos argentinos”, relata.
–¿Cómo ve este año de la compañía en particular?
–Lo que yo siento es un gran asentamiento de la compañía dentro del movimiento cultural de Buenos Aires y la Argentina. Creo que se popularizó, cosa que era mi meta desde el inicio. Yo estoy acostumbrado, después de trabajar con 35 compañías internacionales en mis 14 años en el extranjero, a estrenar mis trabajos en países como Bélgica, Canadá, Israel o Suecia, donde la danza tiene un estímulo muy importante, y una fuerte repercusión en el público. La gente allí incluye a la danza en su espectro de actividades de entretenimiento o culturales. Van a ver danza como van a ver cine, teatro o fútbol, cosa que en la Argentina nunca pasó. Por lo menos en los últimos 30 años, la danza siempre fue un fenómeno de élite. Eso no me parece mal, lo que me parecería mal es que no existiera el otro fenómeno: el de una compañía que, trabajando con seriedad, no pudiera generar un fenómeno masivo. Tampoco quiero exagerar con respecto a la masividad que conseguimos, pero el haber hecho con Carmina Burana cuatro Luna Park, luego de haber llenado 32 funciones en la Martín Coronado, me da la perspectiva del interés que generó la compañía y mi propio trabajo. Eso nos hace bien a todos.
–¿Cuáles cree que son las claves de esa popularidad?
–No sé cuáles son, pero yo me lo propuse como meta porque no podía creer que el espectáculo que yo estrenaba con el Ballet Real de Bélgica (del cual soy coreógrafo residente) llenaba la sala en Bruselas y aquí no pasaba de media sala. Yo me preguntaba por qué el público belga podía llenar una sala y el de Buenos Aires no. Creo que la receta tiene que ver con la excelencia y, sobre todo, con la perseverancia de estos tres años. No bajé los brazos, me ocupé muchísimo del nivel técnico de los bailarines, del nivel de las funciones. Un espectáculo puede gustar más o menos, pero todos nuestros espectáculos son impecables. Cuidamos las obras de cada coreógrafo que vino. Eso también fue muy apoyado por el trabajo delos asistentes Andrea Chinetti o Marina Giancaspro. Otra clave son los maestros que elegí para formar a los nuevos bailarines. La mayoría de los varones eran chicos recién salidos de la escuela. Aquí les dimos un continente para pasar de ser chicos a ser grandes profesionales.
–¿Hay algo pendiente en su balance?
–La gran deuda son las giras. No pude sacar a la compañía. Salimos sólo dos veces en tres años, a Rosario. La situación del país no ayudó, pero yo no quiero pensar en la situación del país. Quiero pensar en la situación de algunos funcionarios que trabajan para el Gobierno de la Ciudad o la Nación y no se ocuparon, no vieron las posibilidades de esta compañía para llevarla al interior. Ni hablo de salir al exterior. Tuvimos invitaciones de Portugal, una para el 2003 a Canadá, a Florencia el año que viene, pero esta imposibilidad tiene más que ver con la política cultural que con las dificultades económicas. La situación del país es obviamente catastrófica, y no se puede pensar en giras, pero hace un año se hubiera podido.
–¿Cómo vivió los últimos hechos?
–Explotó todo como tenía que explotar. Lo único que espero es que no nos peguemos entre nosotros. Y que se vaya viendo una salida, porque por ahora está todo muy oscuro.
–¿Qué opina del panorama actual de la cultura?
–La oferta cultural de Buenos Aires es impresionante. Cuando me fui no existían los festivales, ni internacionales ni nacionales. No existían las salas alternativas, el Recoleta no hacía prácticamente nada. La oferta cultural ahora es enorme. Si hablamos del apoyo a la actividad cultural, bueno, espero que con esta discutida ley de mecenazgo se pueda generar una ayuda a los grupos independientes de danza, teatro, plástica, así como a los grupos dependientes, como el nuestro, porque nosotros también nos encontramos con situaciones problemáticas para pagar producciones. El año pasado, si no hubiéramos tenido el apoyo del Banco Nación, hubiésemos tenido que suspender el tercer programa del año, que ya estaba ensayado. Pero el funcionamiento clásico de los teatros oficiales es que primero se ensaya, después se firman los contratos, y se cobran dos o tres meses después. Hay carencias en todo sentido. Cuando se programan tres espectáculos en un año y hay que hacer dos, no sólo baja la cantidad de trabajo sino que puede bajar la calidad de los bailarines.

 

Un nivel extranjero

–¿Cree que la danza ganó público en general con la repercusión que alcanzaron grandes figuras del ballet, como Julio Bocca o Maximiliano Guerra?
–Yo creo que son fenómenos diferentes. Julio, Maximiliano, Paloma o Iñaki son extraordinarios bailarines, pero nuestro público, el del San Martín, en general es otro. Con Carmina Burana vino gente al San Martín que nunca había pisado el teatro. Creo que el público también busca títulos, como Carmina o El Mesías. Además, la gente siente un gran orgullo de tener una compañía como ésta en su ciudad. El día que estrenamos Carmina había renunciado al Ministerio de Economía López Murphy. Yo pensé que no iba a venir nadie, que la crisis iba a repercutir en la asistencia. La gente estaba muy deprimida, sin saber que todavía vendrían días peores, de angustia colectiva, como sucede ahora, tras la renuncia de De la Rúa. Pero de cualquier manera, en aquel momento la gente agradecía. Creía que un espectáculo ayudaba a mejorar el ánimo. Muchos nos preguntan, luego de las funciones si el grupo es argentino: perciben un nivel como extranjero. Pero no se trata de un bailarín, se trata de toda una compañía. Hay un todo que la gente aprecia y con el cual se identifica, del cual se apropia.

 

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