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�Yo amo todo lo que es ritual
y todo ritual incluye a la música�

Mónica Cosachov toma como punto de partida la grabación de un disco, a los 5 años. Este sábado celebra su medio siglo con la música.

Mónica Cosachov es una
pianista y clavecinista notable.
No le gustan los límites y prefiere considerarse “música”.

Por Diego Fischerman

Clavecinista, pianista (“música”, dice ella), docente, integrante fundadora de la Camerata Bariloche y, sobre todo, factótum de infinidad de proyectos que cubren el abanico que va desde lo osado a lo francamente riesgoso, Mónica Cosachov es una figura inevitable a la hora de recorrer el movimiento camarístico argentino durante las últimas décadas. Pero su historia artística se remonta aún más lejos, a una grabación de un disco LP en un sótano de la calle Corrientes cuando tenía cinco años, y el próximo sábado 22, a las 17.30, en el Salón Dorado del Teatro Colón y con entrada gratuita, celebrará sus cincuenta años con la música.
Organizado por la Dirección General de Música de la Ciudad, en ese concierto Cosachov encarará varios subconciertos o, en sus propias palabras, “simplemente una manera distinta de pensar el hacer música, diseñar un viaje que el oyente hace con uno; no está definido todo de antemano, no se trata de una cronología, de nombres ni de fechas, sino de una posibilidad de ir a distintas partes”. Ese concepto tiene que ver con lo que ella llama “forma literaria de hacer un concierto”. Los capítulos de ese trayecto serán, en este caso, Yo amo a Bach –que incluye Oberturas, Prekudios, Fantasías, Fugas e Invenciones de este autor–, Conversaciones entre Chopin, Schumann y Clara Wieck y La Pasión –que transita por composiciones de Rachmaninov, Bill Evans y de la propia Cosachov.
Junto a la Orquesta Juvenil de Buenos Aires –un grupo dirigido por Alejandro Beraldi y conformado por Cristian Cochiararo en oboe, Teresa Fainstein en cello, Raúl Becerra y Adriana Rodríguez en flauta, Julio Domínguez en violín y Eduardo Rodríguez en fagot– Mónica Cosachov pondrá en escena el credo sobre el que se ha articulado toda su actividad: derribar las barricadas entre músicos de distintas generaciones y entre músicas de distintas tradiciones y procedencias. El tan declamado axioma acerca de que la música es sólo una, en su caso es una realidad tangible. “La gente está atada a los nombres y no a los contenidos; yo creo que hay que empezar a atarse a los contenidos que son, también, un nombre”, explica, refiriéndose a su participación en el concierto anónimo en el que, como parte del festival de música contemporánea que se realizó en los teatros San Martín y Alvear, se tocaron obras especialmente encargadas a compositores argentinos sin revelar su identidad hasta una semana después del concierto. Y se permite, también, ser crítica con la manera en la que se interpretó la obra de Martín Matalón de la que ella fue parte. “A mí hubo partes de la obra que me gustaron mucho y otras que no pero, de todas maneras, me comprometí con la obra, traté de poner lo mejor de mí para que saliera lo mejor posible. No todos hicieron lo mismo. Aquí hay músicos que se dicen profesionales porque son capaces de tocar sin ganas pero eso no es profesionalismo, es todo lo contrario.”
No le gusta limitarse. No se define ni como pianista ni como clavecinista. Dice que los instrumentos son, apenas, los vehículos. Y cuenta que fue “la primera persona en tener un título de clavecinista en este país”. Ese fue, en todo caso, “el instrumento del que me enamoré”. Sin embargo, se considera, sobre todo, compositora. “Cuando empecé a tocar el piano, a los dos años, era porque quería componer. Lo que me importa es lo creativo. Nunca fui una instrumentista”, afirma. Y sus proyectos, que incluyeron, por ejemplo, el uso por primera vez de pantallas de proyección en un concierto de música clásica, tuvieron siempre que ver, según ella, con “encontrar toda forma y herramienta que me sirviera para mostrar que un concierto puede ser de otra manera: luces, vestuario, una actitud de utilización del espacio del escenario y de alrededor. Para mí la música es un ritual. Yo amo todo lo que es ritual y todo ritual incluye a la música”, concluye.

 


 

FESTIVALES MUSICALES EN EL 2002
Gidon Kremer y compañía

La asociación Festivales Musicales cumplió este año un cuarto de siglo de existencia. En esa trayectoria hubo varios hitos que transformaron las normas de las temporadas de música clásica porteñas, incorporando nombres de intérpretes y repertorios que hasta ese momento habían estado ausentes. Las interpretaciones historicistas de música barroca y clásica, con visitas como las de Christopher Hogwood (que por primera vez hizo escuchar en Buenos Aires música de Mozart y Beethoven con una orquesta con el tamaño y con los instrumentos para que esas obras habían sido compuestas) o Philippe Hereweghe, las visitas periódicas de Jordi Savall y festivales dedicados a Purcell y Britten, fueron algunos de los puntos salientes de esa historia. La temporada del año próximo, en ese sentido, promete estar a la altura. Empezando por la presencia del violinista Gidon Kremer quien, al frente de su grupo Kremerata Baltica hará en vivo el ciclo que grabó en un doble CD con el nombre de Las 8 Estaciones: ni más ni menos que las 4 de Antonio Vivaldi y las 4 de Astor Piazzolla, alternadas.
Johann Sebastian Bach será otro de los protagonistas de la temporada, ya que se han programado tres de sus obras ejemplares: La Pasión según San Juan –que será interpretada por la Camerata Bariloche, el Grupo de Canto Coral y los solistas Bernarda Fink, Marcos Fink, Víctor Torres, Makoto Sakurada y Gerd Türk, con la dirección de Mario Videla–, la Ofrenda Musical –por Manfredo Kraemer en violín, Juan Manuel Quintana en viola da gamba, Manfredo Zimmermann en flauta travesera y Videla en clave– y las Variaciones Goldberg –a cargo del Sergei Koroliov en piano–. El joven y excelente pianista argentino Horacio Lavandera, que acaba de ganar el prestigioso concurso Umberto Micheli y que fue aceptado como alumno nada menos que por Maurizio Pollini será, por su parte, quien inaugure la programación de 2002 con su primer recital en el Teatro Colón
Otro de los atractivos será el estreno local del recientemente descubierto Requiem de Händel, con la soprano Julia Gooding y el grupo London Baroque (en esta ocasión conformado por dos violines y bajo continuo), que conduce el violagambista Charles Medlam. Carlos López Puccio dirigirá a su Estudio Coral de Buenos Aires en un repertorio íntegramente dedicado al siglo XX y el Cuarteto Skampa, de la República Checa, interpretará obras de Beethoven, Janacek y Dvorak. Está por confirmarse, además, la actuación de Douce Memoire. Conformado por cantantes solistas e instrumentistas que tocan violas, flautas dulces, sacabuches y laúdes entre otros instrumentos de la época, éste es uno de los mejores grupos actuales entre los dedicados a la interpretación de música del Renacimiento.

 

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