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Entre fantasmas, rondas y razzias policiales

La paranoia siguió ayer en el Gran Buenos Aires, aunque no hubo violencia y se empezó a pensar más en la policía que en el fantasma de los que ahora, ahora, venían a saquear.

Policía: Dicen que los efectivos invaden los pasillos y las escaleras La Cava obligando a sus habitantes a meterse en sus casos, obedeciendo al estado de sitio.

Por Marta Dillon

Las dos escenas suceden en San Isidro, en cada una hay una mujer que, complicada con la tarea que la ocupa, se molesta con su hijo que empuja el carrito de supermercado entre los autos. Pero una parece ser el negativo de la otra. En la explanada del supermercado Coto de Lomas de San Isidro, Agustina Robledo refunfuña porque no puede terminar de acomodar la mercadería en el baúl de su auto sin que el niño se le escape montado sobre las cuatro ruedas del improvisado móvil. En una de las calles que atraviesa la inmensa hondonada de la villa La Cava, Marcela P. se enoja con uno de sus cinco hijos, que carga piedras en ese carrito que, según le dijo un policía, si llevaba al mismo Coto en que Agustina compra, a ella le podría tocar una bolsa de mercadería para pasar la Navidad.
El temor a los saqueos ya es una cicatriz. En las Lomas no creen que avancen más allá de los comercios de barrio. Los barrios cerrados y los hipermercados han reforzado la seguridad, pagando horas extras a la policía provincial. En La Cava nunca se creyeron del todo que vendrían de otros barrios a saquearlos, aunque los rumores corrieron igual que en otros cordones del Gran Buenos Aires, donde ayer empezaban a desarmarse lentamente las barricadas montadas para defenderse de un fantasma que podría saquear las casas más humildes y empezaban a preocuparse por las incursiones nocturnas de las fuerzas de seguridad que ahora rondan en busca del botín de los saqueos del miércoles.
Las dos mujeres, Agustina y Marcela, esperan la tradicional fiesta con inquietud. Una teme no conseguir todo lo que necesita para la mesa de nochebuena y colabora a vaciar las góndolas del súper sobre las que se volcó la voracidad de quienes tienen qué gastar y durante tres días no encontraron en dónde hacerlo. La otra se pregunta si finalmente llegará la ayuda prometida por televisión sobre planes alimentarios que hasta ahora no llegaron a La Cava y amenazan con no hacerlo en la próxima semana. “Nos dijeron que no iba a haber bolsas porque estuvimos en los saqueos, el mismo cura me lo dijo, que él vio todo por televisión. ¿Y qué quiere? Nosotros fuimos a pedir y se desbordó todo. Nos hubieran dado antes”.
Pero esa ni siquiera es su peor amenaza. Hace dos noches que la policía, o la Gendarmería, incluso la Prefectura, según lo que deducen los vecinos de los vehículos y los uniformes, entran en el barrio cuando cae la noche disparando a mansalva y arrojando gases. Dicen que los efectivos invaden los pasillos y las escaleras La Cava obligando a sus habitantes a meterse en sus casos, obedeciendo el estado de sitio. Y los pasillos son tan estrechos que es fácil recibir un culatazo sin aviso. Le sucedió a Tomás, un niño de cinco años, el noveno en su familia, que jugaba sobre una mesada cuando la ventana de su casilla se abrió y entró la culata de una itaka como una masa.
“Están muy violentos, muy agresivos, buscan a los chicos”, dice Gladys, la madre de Tomás, cocinera en un comedor popular. En La Matanza y en Moreno algunos barrios registraron las mismas incursiones que tal vez tengan un denominador común: se eligieron los barrios que más se mencionaron como posibles saqueadores de sus iguales. “Se creen que somos tarados, que nos van a hacer creer que por el estado de sitio no podemos estar en la calle. Yo se que no hay por qué estar metido, si todo el mundo anda tranquilo menos nosotros”, dice Gladys que se confiesa adicta a las noticias de la radio.
Curiosamente, en los countrys de la zona norte del conurbano el pánico por las supuestas hordas de saqueadores que habrían volcado su ansia sobre domicilios particulares no se sintió. Aunque allí podría haber botines más sabrosos, la población es menos permeable a los rumores. O tal vez por esos lados la policía no hizo circular rumores tan amenazadores. O la seguridad contratada les permite dormir tranquilos. Allá, la peor pesadilla es el desabastecimiento. “Estuvieron la mayoría de los locales cerrados, los comerciantes se quejan de que los camiones no pueden circular por las rutas porque podrían asaltarlos. Yo por las dudas comprétodo lo que pude, aunque hay productos que faltan”, dice Agustina Robledo. Y los empleados del Coto de Lomas de San Isidro acuerdan con ella, aunque no están autorizados a hablar dicen que ya faltan productos y que para descargar la seguridad es digna de un traslado de explosivos.
Sin embargo ayer fue el día en que los comercios más pequeños volvieron a levantar sus persianas y a recibir a los camiones que por fin volvían a hacer el reparto. Pero aunque recuperen algo de las ventas perdidas han sumado un gasto extra: los policías de consigna que cobran entre 50 y cien pesos para custodiar los negocios. Pero la visión de esos uniformes, ausentes el miércoles de furia en la provincia, es lo único que tranquiliza los ánimos cargados de quienes hasta ayer estaban dispuestos a todo para defender su propiedad.
La Navidad, en la mayoría de los barrios humildes, ya no promete ninguna noche de paz. Dicen que las “ganas de volver a la calle” están frescas y dispuestas, aunque “no tenemos ganas de tener ningún lastimado. Lo que preferimos es que nos den pacíficamente. Si aceptan negociar con nosotros no hay saqueo, en el Norte lo conseguimos, pero ya se sabe cómo es acá si aprietan a la gente van a contestar. Y puede ser una masacre”, dice un vecino de La Cava y militante de la juventud de la CTA que medió entre los vecinos y las autoridades del supermercado Norte.
Ese mecanismo, el de la negociación, fue un camino que espontáneamente aprendieron a transitar los minimercados. Durante la tarde de ayer, en lugares tan distantes como Claypole o el barrio de La Boca, en Capital Federal, los dueños de pequeños supermercados encontraron algún vocero en los grupos que se acercaban a sus comercios y acordaron la entrega de mercadería a cambio de la paz. “Mi mayor sorpresa –dice José Miele– fue tener que negociar con el mismo tipo que hasta hace unos meses venía manejando el camión que distribuí los vinos. Un tipo laburador, vecino de acá de Solano. Y de pronto estábamos enfrentados. Pero al menos hablábamos el mismo idioma y nos entendimos”. Miele entregó 20 changos cargados de productos que no extraña. “Salvé todo lo demás.” Lo que Miele no aclara es si hablar el mismo idioma es una metáfora o si es concreto.
Tal vez haya visto la dificultad de algunos propietarios chinos que entre los nervios y la falta de fluidez en el lenguaje se las vieron negras para acordar la entrega de alimentos. Aun así, por lo menos siete sucursales de la cadena Men Gue de la Boca y Avellaneda consiguieron acordar con los vecinos necesitados. Claro que esta insistencia sobre los mercaditos con propietarios chinos hizo circular nuevos y novedosos rumores entre los barrios de los que salieron grupos que terminaron saqueando: “Dicen que la mafia china va a venir a vengarse. Y son malísimos”. Pero Marcela no lo cree. Como tampoco, afortunadamente, creyó del todo que a cambio del chango del Coto iba a recibir alimentos. “Algunos vecinos fueron y cuando llegaron les sacaron el chango y los corrieron”. El temor ahora es que la policía los haya marcado y más tarde o más temprano los vayan a buscar. Aun cuando la violencia de los últimos días parece irse apagando, el miedo, con sus distintas máscaras, sigue dejando marcas como azotes sobre la piel del Gran Buenos Aires.

 

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