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JUSTO LAGUNA, OBISPO DE MORON
“Pienso que el que necesita y toma, no roba”

En su Obispado de Morón casi no hubo saqueos ni violencia. Laguna, junto al intendente Sabattella, ayudó a formar
un frente político y de empresas para repartir alimentos y contener la situación. Su visión de la crisis.

Fantasma: �Como en la mayoría
de los distritos, la clase media está convulsionada por los rumores que dicen que se vienen los saqueos en las casas�.

Deuda: “No digo que no se pague nunca, pero en estos momentos no se puede apretar más a la gente, que lleva años viendo cómo sube cada vez más la desocupación”.

Por Carlos Rodríguez

“Los bienes son de todos, decía Tomás de Aquino. Por eso yo pienso que el que necesita y toma, no roba.” Aunque se ubica muy lejos de propiciar cualquier cosa que se parezca “en lo más mínimo” a la ola de saqueos en supermercados, el obispo de Morón monseñor Justo Laguna le dijo a Página/12 que en la actual situación del país “hay que analizar muy bien lo que se dice a través de los medios de difusión y desde el gobierno hay que buscar soluciones que vayan al fondo del problema social que atravesamos”. Aunque aclaró, innecesariamente, que su función nada tiene que ver con la economía, opinó incluso sobre el debate en torno de si hay que pagar o no la deuda externa. “No hay nada que se pueda hacer a costa de la vida del hombre. Por eso, a ese costo no se puede pagar la deuda. No digo que no haya que pagarla nunca, pero está visto que ahora no se puede pagar. Eso es lo más sensato.”
En diálogo exclusivo con este diario, monseñor Laguna sostuvo que en sus 72 años de vida no recuerda “ninguna situación que pueda compararse con la gravedad de lo ocurrido en éstos días” y que “superó largamente lo que sucedió durante el gobierno de (Raúl) Alfonsín, a quien le tenía un gran aprecio, aunque también falló en el aspecto económico”. Aunque lamentando los hechos de violencia, recordó que “la pobreza y la marginación” vienen desde el nacimiento de Jesús y que la propiedad privada “es un bien cuando la tienen todos, no cuando es patrimonio de un pequeño grupo”.
–Se dice que en Morón no hubo saqueos ni protestas. ¿Cuál ha sido la razón de esa diferencia respecto de lo sucedido en el resto de la provincia de Buenos Aires?
–Lo que pasó es que hubo prevención, al formarse un frente con sectores empresarios de los que no participaron Carrefour, Coto y las grandes firmas. Le aclaro que yo firmé la iniciativa, pero no hice nada más por falta de tiempo. La idea surgió del intendente (Martín) Sabbatella.
–¿Cuáles fueron las medidas que se tomaron?
–El frente tomó como base nueve barrios que podrían ser considerados “peligrosos”, como Castelar sur, en el límite con Moreno, William Morris o la villa Carlos Gardel, donde igualmente se produjeron algunos problemas, y otros lugares muy pobres, con muchas necesidades. Aunque hubo pequeños desbordes, no se llegó al nivel de tragedia de Ramos Mejía, por ejemplo. En el trabajo participó la Universidad de Morón, pero lo fundamental fue el trabajo del intendente Sabbatella, que es un hombre de primera, que está siempre pensando y trabajando para buscar soluciones.
–¿Pero qué se hizo, concretamente?
–Primero se aprobó un plan, en el Concejo Deliberante, donde se impuso la idea de la Alianza, o de lo que queda de la Alianza, para repartir comida y tomar contacto con la gente de los barrios. En realidad, el reparto continuó durante este fin de semana y se logró minimizar el problema.
–¿La situación sigue tranquila en Morón?
–Por ahora está todo bien, aunque como en la mayoría de los distritos del Gran Buenos Aires la clase media está convulsionada por los rumores que dicen que se vienen los saqueos en las casas.
–En otros lugares de la provincia se dice que la versión fue echada a rodar por la propia policía. ¿Esto fue lo que pasó en Morón?
–Es posible, pero yo no sé con seguridad de dónde vino el rumor. Lo cierto es que vino y que hay mucho pánico, aunque todavía no pasó nada que confirme la veracidad de esa versión tan alarmista.
–¿Cuál fue, en su opinión, la causa del estallido social?
–Si el gobierno de la Alianza, de Fernando de la Rúa, desde el primer día, hace dos años, se hubiera ocupado de lo social, de la pesada herencia que había recibido del menemismo, la situación hubiera sido otra. Pero pasaron los ministros de Economía sin que nunca se le diera importancia al tema, como si no existiera.
–¿Usted cree que con la renuncia de De la Rúa van a cambiar las cosas?
–Ellos (por los peronistas) son más vivos y ahora van a tratar de solucionar las cosas porque están presionados por cuestiones electoralistas. Tienen que pensar muy bien lo que hacen, porque la situación es muy difícil y ellos también pueden fracasar si no buscan soluciones urgentes en materia social.
–¿Cómo analiza el nivel de virulencia que alcanzó la protesta?
–El problema del hambre viene desde hace mucho tiempo y eso provocó la aparición de la rabia, lo que formó un coctel muy explosivo. Se vivieron situaciones muy extrañas. Yo no veo televisión, pero tuve que hacerlo en estos días y vi reacciones extrañas: personas que salían a romper por romper, que agarraban un televisor y lo rompían, una computadora y la rompían. Ni siquiera robaban para vender. Actuaban llevados por la rabia, por la rabia que genera el hambre, la desocupación, la marginalidad.
El de la rabia es un clima muy feo. En los 72 años de vida que tengo, nunca viví una cosa semejante.
–¿No puede compararse con lo que pasó en 1989?
–Yo creo que había que llegar a la huelga de los talleres Vasena (habla de la Semana Trágica), pero yo no había nacido. En los saqueos contra Alfonsín hubo 14 muertos y un manejo político detrás del levantamiento popular. Es cierto que Alfonsín se había equivocado con lo económico, lo digo a pesar del respeto que le tengo al ex presidente, pero lo que pasó entonces no tiene ni punto de comparación.
–¿Cuáles fueron las diferencias con lo ocurrido esta semana?
–Acá hubo una gran participación de la clase media, tal vez afectada por las medidas que se tomaron para favorecer a los bancos. El cacerolazo fue muy fuerte en el barrio norte. Creo que ása fue la principal diferencia, ya que no fue solamente el problema de los pobres que salieron a saquear los supermercados.
–La Iglesia había alertado sobre lo que iba a pasar. ¿Usted cree que la Iglesia hizo lo suficiente?
–Yo no soy la Iglesia. Yo soy apenas un obispo. La evaluación la tendría que hacer la Comisión Ejecutiva. A mí me parece que la advertencia que hizo monseñor (Estanislao) Karlic estuvo bastante bien. No para el Premio Nobel, pero estuvo bien.
–¿Usted cree que fue desmedida la reacción de los sectores populares que salieron a tomar supermercados?
–No hay nada más sagrado que la vida. Yo le voy a hacer una cita piadosa: en Belén tampoco había lugar para ellos, para Jesús, María y José, y por eso se tuvieron que refugiar en una choza. Esto significa que la pobreza y la exclusión vienen desde muy lejos. Las críticas más duras de éstos días las hicieron los que tienen los bienes, tal vez sin pensar que los bienes son de todos. Y esto no lo digo yo, lo dijo Tomás de Aquino. Por eso, lo que yo pienso es que el que necesita y toma, no roba. Hay que tener mucho cuidado con la idea de la propiedad privada. La propiedad privada es un bien cuando la tienen todos, no cuando sólo es patrimonio de un pequeño grupo.
–Aunque no es lo suyo, lo que me dice me anima a consultarlo por un tema que viene siendo discutido a nivel político: ¿Se debe pagar o no la deuda externa?
–No es asunto mío, no lo puedo decidir yo, pero me parece que a costa de la vida del hombre, no se puede pagar. No digo que no se pague nunca, pero en éstos momentos no se puede apretar más a la gente, que lleva años viendo como sube cada vez más la desocupación. El presidente de Chile (Ricardo Lagos) tuvo una mala elección porque la desocupación subió del 5,5 por ciento al 9 por ciento. Ojalá nosotros tuviéramos sólo el 9 por ciento. Es inaguantable la situación que se vive en nuestro país. No se trata de un problema material, es un problema moral. La gente necesita trabajar para sentirse útil. No tener trabajo es como una mutilación. Por eso, si no se puede pagar, no se debe pagar. Es lo más sensato.

 

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