Por Isabl Piquer
La invitación decía:
Nos vamos de Tierra Media. El equipo logró sobrevivir a año
y medio de viento, nieve y locura. Un amplio despliegue de seguridad
custodiaba los antiguos muelles de carga de Wellington, la capital de
Nueva Zelanda, donde se celebraba la fiesta. Los asistentes, 2.400 miembros
del rodaje, y 600 invitados, tenían instrucciones de ser discretos.
El proyecto más ambicioso de Hollywood terminó aquella noche
de diciembre de 2000 tal y como empezó, en el más absoluto
de los secretos. El miércoles pasado, el mundo comenzó a
apreciar el resultado: La comunidad del anillo, primer episodio de El
Señor de los Anillos. 50 años, 100 millones de lectores
y 400 páginas web después de su publicación, la trilogía
mítica de J. R. R. Tolkien sigue despertando entre sus admiradores
una adoración cercana al fanatismo. En Argentina, la fecha de estreno
original era el 1 de enero, pero por ahora se encuentra demorada.
Aquella fiesta culminó una apuesta inaudita y arriesgada de 300
millones de dólares: rodar al mismo tiempo los tres episodios de
la saga, La comunidad del Anillo, Las dos torres y El retorno del rey.
Ni siquiera La guerra de las galaxias, con la que a menudo se la compara,
se había atrevido a tanto. Quedan años de retoques, montaje
y efectos especiales, pero, si todo va bien, la versión cinematográfica
del clásico fantástico debería invadir las navidades
de los próximos tres años.
Para los no iniciados, El Señor de los Anillos cuenta la historia
del hobbit Frodo Bolsón y su lucha contra el Señor Oscuro,
Sauron, para salvar a la Tierra Media de las garras del mal. Frodo y la
Comunidad del Anillo, el mago Gandalf, los guerreros humanos Aragorn y
Boromir, el elfo Legolas, el enano Gimli y los hobbits Samsagaz, Merry
y Pippin emprenderán un largo viaje lleno de peligros, con la misión
de destruir la fuente de poder más importante de Sauron, el Anillo
Unico.
El filósofo inglés John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973)
tardó más de diez años en escribir la trilogía,
y otros cinco en publicarla (1954). Se convirtió en un éxito
instantáneo, un símbolo de la contracultura y el medio ambiente.
En los años sesenta, en los campus de Estados Unidos se podían
leer graffitis como Gandalf for president. Es que el universo
de Tolkien es absoluto. Salvo por la estatura, soy como un hobbit
contó el autor. Me gustan los jardines, los árboles
y el campo. Fumo pipa y me gusta la comida sana, aunque detesto la cocina
francesa. Me gustan los chalecos de colores. Me gustan las setas. Tengo
un sentido del humor muy sencillo. Me acuesto tarde, me levanto tarde
y no viajo mucho.
Desde el principio, el reto fundamental fue conservar la esencia de un
mundo lleno de elfos, trasgos, enanos y hadas. Se convirtió en
la primera prioridad del director, productor y guionista, el neozelandés
Peter Jackson, porque los fans de Tolkien pueden ser un arma de doble
filo. Si reniegan de la película, New Line Cinema, una de las filiales
del grupo Time Warner, puede encontrarse en serios apuros: será
muy difícil remontar un fracaso inicial si la primera entrega no
funciona. La familia de Tolkien, que prefirió desentenderse del
proyecto, conoce bien la idiosincrasia de los admiradores. Antes de morir,
el autor podía recibir llamadas a las dos de la mañana de
fans estadounidenses que no dudaban en despertarlo para preguntar oscuros
detalles de la geografía de la Tierra Media. Sus descendientes
temen que tendrán que refugiarse en algún paradero desconocido
(¿Rivendel?) tras el estreno de la película.
Desde el principio supe que no quería realizar el típico
largometraje fantástico, dice Jackson. Quería
algo mucho más real. Tolkien da vida a todo lo que escribe e intentamos
mantener esa sensación de realidad. Volvimos constantemente al
libro. Antes de rodar una escena releía el capítulo correspondiente
del libro, y siempre me inspiraba. La tarea era colosal. Había
que reconstruir en todos sus detalles Lórien, el bosque élfico,
el Abismo de Helm o el Monte del Destino. Los productores decidieron basarse
en las ilustraciones originales de Alan Lee y John Howe, que dibujaron
cientos de bocetos. Fueron la inspiración de maquetasy decorados.
Las descripciones de Tolkien son muy bellas y poéticas, pero
al mismo tiempo dejan mucho margen a la interpretación, dice
Lee. Al final todo se convirtió en realidad: con los tejados
cubiertos de césped y las trincheras humeando. Como en un sueño.
O una pesadilla, según los días. Se utilizó, por
ejemplo, un enorme vaporizador que normalmente se usa para proteger las
torres de perforación del mar del Norte. Un año antes del
rodaje se plantaron 5.000 metros cúbicos de plantas en un invernadero
especial que luego sirvieron para crear La Comarca, el pueblo de los hobbits.
En las escenas de guerra se recurrió a las tropas del ejército
neozelandés. Se fabricaron 900 armaduras, 2.000 armas y se pegaron
y despegaron 1.600 pares de orejas y pies de látex, todos hechos
a medida. Se elaboraron más de 150 trajes por cada cultura: los
elfos, los hombres, los hobbits y los enanos. Viggo Mortensen se lo tomó
tan en serio que no se desprendía de su traje, e incluso lo remendó
él mismo.
Los actores se sometieron a diversas torturas; desde cursillos de esgrima,
supervisados por el legendario Bob Anderson el hombre que le enseñó
a Errol Flynn a empuñar un florete, hasta clases de equitación
para montar más de 250 caballos. No fue nada fácil
dar con el aspecto de Gandalf. Probamos y probamos. A veces parecía
Moisés, recuerda Ian McKellen, el veterano actor inglés
que interpreta al mago. Uno de los aspectos más delicados fue trasladar
a la pantalla el complejísimo lenguaje de la trilogía. Los
elfos hablan dos dialectos quenya y sindarin y tienen dos
alfabetos las tengwar, o letras, y las cirths, o runas. Y
ésa es sólo una pequeña parte de los dialectos. Nos
esforzamos mucho en perfeccionar la pronunciación de los nombres
y los lugares. Nos basamos en las instrucciones de Tolkien. Dos expertos
entrenaban regularmente a los actores, cuenta Jackson. En
la película incluso hay partes sólo en sindarin o quenya
con subtítulos.
Jackson no tiene precisamente la apariencia de un Cecil B. DeMille escenificando
La Biblia. Parece un hombre tranquilo y bonachón. No hay que fiarse:
nació una noche de Hallowen de 1961, empezó con una cámara
súper 8 a los ocho años y alteró las cenas familiares
al monopolizar el horno de la cocina para los modelos de látex
de su primera película, Bad Taste (1987). En 1994 consiguió
una nominación al Oscar al mejor guión por Criaturas celestiales,
que también dirigió, la historia real de dos colegialas
cuyo mundo imaginario termina en crimen sangriento. En total, contando
la escritura del guión, ya pasó siete años trabajando
en El Señor de los Anillos. Y los que le quedan...
Todo empezó y terminó con Peter. Siempre estaba tranquilo.
Nunca gritó ni se puso nervioso. No me lo explico, dice McKellen.
En todo el caos era la persona que tenía toda la información
y nunca perdió los estribos. McKellen lo recuerda como un
miembro más de la mitología de Tolkien. Peter Jackson
es una persona que sólo tiene un par de zapatos y dos camisas,
y las dos son iguales. Nunca se peina. Es como un hobbit. Logró
todo un ambiente de amistad. Los rodajes fueron extenuantes. Elijah
Wood (Frodo) se levantaba al alba: Los hobbits llegábamos
a las cinco de la mañana. Nos esperaban dos horas y media de maquillaje.
Empezaban con los pies y al final nos ponían las orejas. Volvíamos
a las siete de la tarde. Tardábamos otra media hora en quitarnos
todo aquello, y a la cama. Dormía mucho, era la única forma
de mantener el ritmo.
Tuvimos que improvisar muchas cosas. Fue increíble ver cómo
el equipo se amoldaba a las circunstancias, cuenta Viggo Mortensen,
que encarna al guerrero Aragorn. Lo más difícil llegó
al final; teníamos la impresión de que no terminaríamos
a tiempo. Podía rodar hasta cuatro escenas completamente inconexas,
con cuatro equipos distintos y decorados diferentes. Estábamos
con los nervios de punta, recuerda Wood con el alivio de saber que
lo peor ya pasó.
Fueron meses y meses en Nueva Zelanda. La idea de trasladar toda
mi vida allí durante un año me asustó un poco, pero
me enamoré del país,cuenta McKellen. El Señor
de los Anillos se convirtió en la mayor empresa del país:
salvo el reparto principal, todos los actores son neozelandeses. El país
espera ahora sacar partido de lo que promete ser algo casi tan lucrativo
como sus exportaciones de kiwi. Incluso hace poco se nombró un
ministro dedicado a gestionar dividendos turísticos y cinematográficos
del rodaje. Ya hay viajes organizados para visitar las más de cien
locaciones de la película. Pocos saben que La guerra de las galaxias
se rodó en Marruecos. El gobierno neozelandés no cometerá
el mismo error.
Para todos, al cabo, fue una experiencia inolvidable. Liv Tyler, que se
pone el ropaje de la princesa Arwen, celebró dos cumpleaños
durante la película. Elijah Wood llegó al rodaje con 18
años y lo dejó con 20. Fui a Nueva Zelanda sabiendo
que volvería cambiado. Iba a vivir fuera de casa por primera vez,
aparte de la responsabilidad de un papel tan importante. Al final encontré
a los mejores amigos de mi vida. La experiencia me volvió más
fuerte, más sabio. Fue un cambio interno. Todos, también,
terminaron agotados. Ni Wood ni Tyler ni Mortensen hicieron nada desde
entonces, salvo ocuparse de sus familias, parejas o aficiones. No
quería trabajar después de esto. Sólo relajarme y
recargar las baterías, recordar cómo es sentirse en casa.
Volver fue duro. Me quedé un par de meses sin hacer nada,
dice Wood, que no sigue tan poseído por su personaje como Liv Tyler.
Hace ya dos años que terminamos y no tengo la impresión
de haberlo dejado. Y nos quedan otras dos películas que pulir,
aunque ya estén rodadas, y luego toda la prensa.
La Comunidad del Anillo fraternizó hasta tal punto que todos, incluso
el veterano Ian McKellen, decidieron tatuarse. Debía ser
un secreto, pero a alguien se le fue la lengua, cuenta McKellen.
Yo tengo un nueve en lenguaje élfico, pero sólo pude
verlo del revés. Desde mi perspectiva se parece más al símbolo
de Gucci, se ríe. Wood lo interioriza más: Nos
tatuamos todos el mismo día. Fue una decisión radical. Una
señal que marca nuestros cuerpos y nuestros recuerdos.
Para redondear el carácter de El Señor de los Anillos, su
promoción y estreno coinciden con el estado traumático que
vive Nueva York tras los atentados del 11 de septiembre. La película
tendrá, sin duda, una lectura distinta entre los estadounidenses,
más aún desde que Hollywood decidió vender mensajes
positivos de valor y sentimientos. Tolkien siempre rechazó
este tipo de interpretación. Quería mantener su mundo al
margen de la realidad, incluso se negó a admitir paralelismos entre
la Segunda Guerra Mundial y las aventuras fantásticas de sus héroes.
Mortensen piensa que el significado místico de la historia se resalta.
Los anillos significan la pérdida de la individualidad y
la tentación del poder. Y es especialmente significativo para un
país como EE.UU., donde existe una sociedad abierta, pero que no
se da cuenta del efecto que produce fuera de sus fronteras. Creo
que ahora tendrá una influencia distinta, comenta Ian McKellen;
Al fin y al cabo es la historia de un grupo compuesto por razas
distintas que lucha unido contra el mal.
OPINION
Por Eduardo Fabregat
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Gracias, Mr. Jackson
Un mensaje para aquellos que, a la edad que fuera, dejaron que
Tolkien y sus anillos les incendiaran la cabeza y les dispararan
la imaginación: prepárense para un banquete. Aquel
viejo experimento animado de Ralph Bakshi prometía, pero
terminaba teniendo gusto a poco. Tuvieron que pasar años
y avances tecnológicos para que Peter Jackson hiciera realidad
el sueño de todo el que soltaba un volumen para agarrar inmediatamente
el siguiente, seguir acompañando a Frodo Bolsón en
su titánico viaje a Mordor. La comunidad del anillo tiene
todo lo que promete, y ni siquiera se extraña a Tom Bombadil,
y hasta se perdona cierto desliz argumental en la célebre
escena del río arrasando a los Jinetes, y los enervantes
susurros de Enya. En el film hay, sí, una montaña
de dólares invertida en construir la Tierra Media y sus habitantes,
pero no se trata solo de alardes de producción. Este primer
episodio tiene la magia suficiente como para pasar tres horas sin
un vistazo al reloj, para disfrutar de todos y cada uno de los detalles,
visuales y de guión los diálogos más
cursis están hablados en élfico, y eso los hace más
pasables, los gestos, los momentos cumbre: la batalla de Moria,
la aparición de los Jinetes, la fugaz visión de Gollum,
la lucha entre Gandalf y Saruman, el Ojo Rojo de Mordor, el universo
paralelo de quien se pone el anillo... y el casting. Siempre habrá
quien no esté de acuerdo, pero cada uno parece haber nacido
para su personaje, desde los penetrantes ojos del prócer
Christopher Lee a la fría belleza de Cate Blanchett como
Galadriel. Finalmente, otra advertencia dirigida a los mismos cebados.
Falta un año para que se estrene Las dos torres. Paciencia.
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