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“EL SEÑOR DE LOS ANILLOS”, UNA OBRA MONUMENTAL
Un anillo para atarlos en la oscuridad... del cine

El neozelandés Peter Jackson filmó las tres partes del clásico de Tolkien al mismo tiempo. Aquí hablan los protagonistas de �La comunidad del anillo�, ya estrenada en Inglaterra y EE.UU., y que llegará aquí en enero.

Gandalf (Ian McKellen), un personaje clave de la trilogía. Frodo Bolsón (Elijah Wood), el hobbit que debe destruir el Anillo Unico.

Por Isabl Piquer

La invitación decía: “Nos vamos de Tierra Media. El equipo logró sobrevivir a año y medio de viento, nieve y locura”. Un amplio despliegue de seguridad custodiaba los antiguos muelles de carga de Wellington, la capital de Nueva Zelanda, donde se celebraba la fiesta. Los asistentes, 2.400 miembros del rodaje, y 600 invitados, tenían instrucciones de ser discretos. El proyecto más ambicioso de Hollywood terminó aquella noche de diciembre de 2000 tal y como empezó, en el más absoluto de los secretos. El miércoles pasado, el mundo comenzó a apreciar el resultado: La comunidad del anillo, primer episodio de El Señor de los Anillos. 50 años, 100 millones de lectores y 400 páginas web después de su publicación, la trilogía mítica de J. R. R. Tolkien sigue despertando entre sus admiradores una adoración cercana al fanatismo. En Argentina, la fecha de estreno original era el 1 de enero, pero por ahora se encuentra demorada.
Aquella fiesta culminó una apuesta inaudita y arriesgada de 300 millones de dólares: rodar al mismo tiempo los tres episodios de la saga, La comunidad del Anillo, Las dos torres y El retorno del rey. Ni siquiera La guerra de las galaxias, con la que a menudo se la compara, se había atrevido a tanto. Quedan años de retoques, montaje y efectos especiales, pero, si todo va bien, la versión cinematográfica del clásico fantástico debería invadir las navidades de los próximos tres años.
Para los no iniciados, El Señor de los Anillos cuenta la historia del hobbit Frodo Bolsón y su lucha contra el Señor Oscuro, Sauron, para salvar a la Tierra Media de las garras del mal. Frodo y la Comunidad del Anillo, el mago Gandalf, los guerreros humanos Aragorn y Boromir, el elfo Legolas, el enano Gimli y los hobbits Samsagaz, Merry y Pippin emprenderán un largo viaje lleno de peligros, con la misión de destruir la fuente de poder más importante de Sauron, el Anillo Unico.
El filósofo inglés John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973) tardó más de diez años en escribir la trilogía, y otros cinco en publicarla (1954). Se convirtió en un éxito instantáneo, un símbolo de la contracultura y el medio ambiente. En los años sesenta, en los campus de Estados Unidos se podían leer graffitis como “Gandalf for president”. Es que el universo de Tolkien es absoluto. “Salvo por la estatura, soy como un hobbit” contó el autor. “Me gustan los jardines, los árboles y el campo. Fumo pipa y me gusta la comida sana, aunque detesto la cocina francesa. Me gustan los chalecos de colores. Me gustan las setas. Tengo un sentido del humor muy sencillo. Me acuesto tarde, me levanto tarde y no viajo mucho.”
Desde el principio, el reto fundamental fue conservar la esencia de un mundo lleno de elfos, trasgos, enanos y hadas. Se convirtió en la primera prioridad del director, productor y guionista, el neozelandés Peter Jackson, porque los fans de Tolkien pueden ser un arma de doble filo. Si reniegan de la película, New Line Cinema, una de las filiales del grupo Time Warner, puede encontrarse en serios apuros: será muy difícil remontar un fracaso inicial si la primera entrega no funciona. La familia de Tolkien, que prefirió desentenderse del proyecto, conoce bien la idiosincrasia de los admiradores. Antes de morir, el autor podía recibir llamadas a las dos de la mañana de fans estadounidenses que no dudaban en despertarlo para preguntar oscuros detalles de la geografía de la Tierra Media. Sus descendientes temen que tendrán que refugiarse en algún paradero desconocido (¿Rivendel?) tras el estreno de la película.
“Desde el principio supe que no quería realizar el típico largometraje fantástico”, dice Jackson. “Quería algo mucho más real. Tolkien da vida a todo lo que escribe e intentamos mantener esa sensación de realidad. Volvimos constantemente al libro. Antes de rodar una escena releía el capítulo correspondiente del libro, y siempre me inspiraba.” La tarea era colosal. Había que reconstruir en todos sus detalles Lórien, el bosque élfico, el Abismo de Helm o el Monte del Destino. Los productores decidieron basarse en las ilustraciones originales de Alan Lee y John Howe, que dibujaron cientos de bocetos. Fueron la inspiración de maquetasy decorados. “Las descripciones de Tolkien son muy bellas y poéticas, pero al mismo tiempo dejan mucho margen a la interpretación”, dice Lee. “Al final todo se convirtió en realidad: con los tejados cubiertos de césped y las trincheras humeando. Como en un sueño.”
O una pesadilla, según los días. Se utilizó, por ejemplo, un enorme vaporizador que normalmente se usa para proteger las torres de perforación del mar del Norte. Un año antes del rodaje se plantaron 5.000 metros cúbicos de plantas en un invernadero especial que luego sirvieron para crear La Comarca, el pueblo de los hobbits. En las escenas de guerra se recurrió a las tropas del ejército neozelandés. Se fabricaron 900 armaduras, 2.000 armas y se pegaron y despegaron 1.600 pares de orejas y pies de látex, todos hechos a medida. Se elaboraron más de 150 trajes por cada cultura: los elfos, los hombres, los hobbits y los enanos. Viggo Mortensen se lo tomó tan en serio que no se desprendía de su traje, e incluso lo remendó él mismo.
Los actores se sometieron a diversas torturas; desde cursillos de esgrima, supervisados por el legendario Bob Anderson –el hombre que le enseñó a Errol Flynn a empuñar un florete–, hasta clases de equitación para montar más de 250 caballos. “No fue nada fácil dar con el aspecto de Gandalf. Probamos y probamos. A veces parecía Moisés”, recuerda Ian McKellen, el veterano actor inglés que interpreta al mago. Uno de los aspectos más delicados fue trasladar a la pantalla el complejísimo lenguaje de la trilogía. Los elfos hablan dos dialectos –quenya y sindarin– y tienen dos alfabetos –las tengwar, o letras, y las cirths, o runas–. Y ésa es sólo una pequeña parte de los dialectos. “Nos esforzamos mucho en perfeccionar la pronunciación de los nombres y los lugares. Nos basamos en las instrucciones de Tolkien. Dos expertos entrenaban regularmente a los actores”, cuenta Jackson. “En la película incluso hay partes sólo en sindarin o quenya con subtítulos.”
Jackson no tiene precisamente la apariencia de un Cecil B. DeMille escenificando La Biblia. Parece un hombre tranquilo y bonachón. No hay que fiarse: nació una noche de Hallowen de 1961, empezó con una cámara súper 8 a los ocho años y alteró las cenas familiares al monopolizar el horno de la cocina para los modelos de látex de su primera película, Bad Taste (1987). En 1994 consiguió una nominación al Oscar al mejor guión por Criaturas celestiales, que también dirigió, la historia real de dos colegialas cuyo mundo imaginario termina en crimen sangriento. En total, contando la escritura del guión, ya pasó siete años trabajando en El Señor de los Anillos. Y los que le quedan...
“Todo empezó y terminó con Peter. Siempre estaba tranquilo. Nunca gritó ni se puso nervioso. No me lo explico”, dice McKellen. “En todo el caos era la persona que tenía toda la información y nunca perdió los estribos.” McKellen lo recuerda como un miembro más de la mitología de Tolkien. “Peter Jackson es una persona que sólo tiene un par de zapatos y dos camisas, y las dos son iguales. Nunca se peina. Es como un hobbit. Logró todo un ambiente de amistad.” Los rodajes fueron extenuantes. Elijah Wood (Frodo) se levantaba al alba: “Los hobbits llegábamos a las cinco de la mañana. Nos esperaban dos horas y media de maquillaje. Empezaban con los pies y al final nos ponían las orejas. Volvíamos a las siete de la tarde. Tardábamos otra media hora en quitarnos todo aquello, y a la cama. Dormía mucho, era la única forma de mantener el ritmo”.
“Tuvimos que improvisar muchas cosas. Fue increíble ver cómo el equipo se amoldaba a las circunstancias”, cuenta Viggo Mortensen, que encarna al guerrero Aragorn. “Lo más difícil llegó al final; teníamos la impresión de que no terminaríamos a tiempo. Podía rodar hasta cuatro escenas completamente inconexas, con cuatro equipos distintos y decorados diferentes. Estábamos con los nervios de punta”, recuerda Wood con el alivio de saber que lo peor ya pasó.
Fueron meses y meses en Nueva Zelanda. “La idea de trasladar toda mi vida allí durante un año me asustó un poco, pero me enamoré del país”,cuenta McKellen. El Señor de los Anillos se convirtió en la mayor empresa del país: salvo el reparto principal, todos los actores son neozelandeses. El país espera ahora sacar partido de lo que promete ser algo casi tan lucrativo como sus exportaciones de kiwi. Incluso hace poco se nombró un ministro dedicado a gestionar dividendos turísticos y cinematográficos del rodaje. Ya hay viajes organizados para visitar las más de cien locaciones de la película. Pocos saben que La guerra de las galaxias se rodó en Marruecos. El gobierno neozelandés no cometerá el mismo error.
Para todos, al cabo, fue una experiencia inolvidable. Liv Tyler, que se pone el ropaje de la princesa Arwen, celebró dos cumpleaños durante la película. Elijah Wood llegó al rodaje con 18 años y lo dejó con 20. “Fui a Nueva Zelanda sabiendo que volvería cambiado. Iba a vivir fuera de casa por primera vez, aparte de la responsabilidad de un papel tan importante. Al final encontré a los mejores amigos de mi vida. La experiencia me volvió más fuerte, más sabio. Fue un cambio interno.” Todos, también, terminaron agotados. Ni Wood ni Tyler ni Mortensen hicieron nada desde entonces, salvo ocuparse de sus familias, parejas o aficiones. “No quería trabajar después de esto. Sólo relajarme y recargar las baterías, recordar cómo es sentirse en casa. Volver fue duro. Me quedé un par de meses sin hacer nada”, dice Wood, que no sigue tan poseído por su personaje como Liv Tyler. “Hace ya dos años que terminamos y no tengo la impresión de haberlo dejado. Y nos quedan otras dos películas que pulir, aunque ya estén rodadas, y luego toda la prensa.”
La Comunidad del Anillo fraternizó hasta tal punto que todos, incluso el veterano Ian McKellen, decidieron tatuarse. “Debía ser un secreto, pero a alguien se le fue la lengua”, cuenta McKellen. “Yo tengo un nueve en lenguaje élfico, pero sólo pude verlo del revés. Desde mi perspectiva se parece más al símbolo de Gucci”, se ríe. Wood lo interioriza más: “Nos tatuamos todos el mismo día. Fue una decisión radical. Una señal que marca nuestros cuerpos y nuestros recuerdos”.
Para redondear el carácter de El Señor de los Anillos, su promoción y estreno coinciden con el estado traumático que vive Nueva York tras los atentados del 11 de septiembre. La película tendrá, sin duda, una lectura distinta entre los estadounidenses, más aún desde que Hollywood decidió vender “mensajes positivos” de valor y sentimientos. Tolkien siempre rechazó este tipo de interpretación. Quería mantener su mundo al margen de la realidad, incluso se negó a admitir paralelismos entre la Segunda Guerra Mundial y las aventuras fantásticas de sus héroes. Mortensen piensa que el significado místico de la historia se resalta. “Los anillos significan la pérdida de la individualidad y la tentación del poder. Y es especialmente significativo para un país como EE.UU., donde existe una sociedad abierta, pero que no se da cuenta del efecto que produce fuera de sus fronteras.” “Creo que ahora tendrá una influencia distinta”, comenta Ian McKellen; “Al fin y al cabo es la historia de un grupo compuesto por razas distintas que lucha unido contra el mal”.

 

OPINION
Por Eduardo Fabregat

Gracias, Mr. Jackson

Un mensaje para aquellos que, a la edad que fuera, dejaron que Tolkien y sus anillos les incendiaran la cabeza y les dispararan la imaginación: prepárense para un banquete. Aquel viejo experimento animado de Ralph Bakshi prometía, pero terminaba teniendo gusto a poco. Tuvieron que pasar años y avances tecnológicos para que Peter Jackson hiciera realidad el sueño de todo el que soltaba un volumen para agarrar inmediatamente el siguiente, seguir acompañando a Frodo Bolsón en su titánico viaje a Mordor. La comunidad del anillo tiene todo lo que promete, y ni siquiera se extraña a Tom Bombadil, y hasta se perdona cierto desliz argumental en la célebre escena del río arrasando a los Jinetes, y los enervantes susurros de Enya. En el film hay, sí, una montaña de dólares invertida en construir la Tierra Media y sus habitantes, pero no se trata solo de alardes de producción. Este primer episodio tiene la magia suficiente como para pasar tres horas sin un vistazo al reloj, para disfrutar de todos y cada uno de los detalles, visuales y de guión –los diálogos más cursis están hablados en élfico, y eso los hace más pasables–, los gestos, los momentos cumbre: la batalla de Moria, la aparición de los Jinetes, la fugaz visión de Gollum, la lucha entre Gandalf y Saruman, el Ojo Rojo de Mordor, el universo paralelo de quien se pone el anillo... y el casting. Siempre habrá quien no esté de acuerdo, pero cada uno parece haber nacido para su personaje, desde los penetrantes ojos del prócer Christopher Lee a la fría belleza de Cate Blanchett como Galadriel. Finalmente, otra advertencia dirigida a los mismos cebados. Falta un año para que se estrene Las dos torres. Paciencia.

 

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