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OPINION

Otra humilde propuesta

Por Rodrigo Fresán

UNO En el año 1729, el escritor irlandés Jonathan “Gulliver” Swift escandalizó a sus contemporáneos al escribir y publicar un tan breve como contundente texto satírico con el título de A Modest Proposal. Allí –para el espanto de muchos y bajo el precepto ése de a grandes males grandes soluciones–, Swift proponía una rápida y eficiente solución al problema del hambre en Europa. Fácil: comerse a los hijos de los pobres. No sirven para nada, hay de sobra, menos bocas que alimentar y más alimento para otras bocas. Repito: sátira. Insisto: sátira. Una vez más: sátira.
Otra humilde propuesta.

DOS Ante la renuncia de De la Rúa por qué, de paso, no aprovechamos y renunciamos todos. Es decir: renunciamos a ser argentinos, renunciamos a nuestra nacionalidad “de bandera” y privatizamos lo único que nos queda por privatizar, la presidencia de una nación que, mal que nos pese, ya ha sido privatizada hace unos cuantos años.

TRES La idea es ofrecer nuestra presidencia al mejor y más apto postor. Venderla al extranjero como una suerte de vertiginoso parque temático o travesía full-time de turismo aventura-político o juego de rol. Así, la presidencia de Argentina como una suerte de brutal entrenamiento marine en el que pueden venir a foguearse prometedores congresistas norteamericanos con aspiraciones a ser el Number One de USA o flemáticos candidatos a premier británico con ganas de emociones mucho más fuertes que eso de andar poniéndose ropa interior de mujer. Aquí –en Argentina– se accede a la experiencia más realista y necesaria pasando por sucesivas atracciones que incluyen golpes de Estado, huelgas, cambio y recambio del ministro de Economía, paseos por la city y el convulsionado norte del país, ataques de jubilados famélicos, percusión de bombo-sindicalistas y entrenamiento en el manejo de una terminología críptica que recuerda a los nombres de los luchadores de Karadagian (“En este rincón, el temible Riesgo País y en el otro extremo del ring, la escalofriante Sensación Térmica”) todo lo necesario para salir de aquí del mismo modo en que sale Martin Sheen al final de Apocalypse Now: más sabio, más curtido, y, tal vez, más seguro que lo suyo, en realidad, es otra cosa y sólo queda averiguar cuál es pero, por favor, que sea otra. O acabar siendo el mejor presidente en toda la historia de la humanidad, quién sabe.

CUATRO Y lo mejor de todo: cosa de no perder el reflejo demócrata, entre todos los países postulantes se seleccionarán los cuatro mejores candidatos, los más inteligentes y los mejor capacitados para ser presidente de Argentina con ganas de ampliar posibilidades incluyendo en su currículum semejante hazaña. Nosotros elegimos. En elecciones. Un domingo cada varios años era, ¿no? Y mucho mejor todavía: el partido político del candidato vencedor y extranjero se hace cargo de los gastos de su gestión y trae el dinero necesario -.recaudado entre sus patrocinantes y contribuyentes– para hacer frente a los problemas. De él depende el modo en que lo administrará y cómo lo invertirá en la Argentina. Una especie de cruza de “Monopoly” con “Gran Hermano” conducido desde estudios centrales por políticos argentinos que se encargarán nada más que del aspecto crítico del asunto à la “Polémica en el bar” comiendo sushi o tomando café o mate o lo que más les guste siempre y cuando se encuentre dentro de los límites establecidos por la ley. Si al poco tiempo nos damos cuenta de que el candidato extranjero ganador no funciona y tiene poco rating –o, es más que posible, renuncie desesperado y se encierre en un monasterio del Tíbet– entonces que venga el segundo si es macho, si es principito. Y así sucesivamente.

CINCO Si el asunto sale bien –cuesta pensar que no vaya a salir mejor del asunto que tenemos ahora– se puede abrir el juego y lotear otras posiciones. Manu Chao puede comprarse el puesto de compositor del nuevo himno nacional (“Me gusta la Argentina, Me gusta la gomina”), el millonario espacial Dennis Tito al que tanto le gusta el riesgo cósmico puede comprarse la cartera de Economía y a Saramago no le vendrá nada mal venirse unas semanitas a hacer de Sabato. Los amantes de lo más extremo y definitivo en masoquismo-snuff-místico podrán apuntarse –a la hora del final, de la gran final– a la atracción más bestial y apasionada de todas: salir a caminar por ahí, desnudos y sonrientes, gritar aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí” y que los niños pobres, muertos de hambre, se los coman hasta los huesos.
Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla, je.


 

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