Histórico hombre del
menemismo, con sólidos contactos con la Iglesia y con el almirante
Emilio Massera. Estuvo al frente de SOMISA, de la Subsecretaría
de Interior y de la Dirección de Migraciones mientras Carlos Menem
ocupó la primera magistratura. Además, fue el nexo entre
el arzobispo emérito de Córdoba, Raúl Primatesta,
y el fallecido empresario Alfredo Yabrán. Y había acusado
a los extranjeros de ser responsables del 60 por ciento de
los delitos en Capital Federal. Ese es Hugo Franco, el hombre que el peronismo
colocó como nuevo secretario de Asuntos Militares, y virtual ministro
de Defensa.
Desde hace más de 20 años, Franco funciona en tándem
con José María Vernet, actual canciller y a la sazón
superior suyo, en el nuevo organigrama estatal. El 15 de octubre de 1979
crearon la empresa Deceit S.A., en la década del ochenta Franco
trabajó en la gobernación de Santa Fe cuando ésta
fue ocupada por Vernet, y en los últimos años del menemismo,
el ahora ministro retribuyó gentilezas y se desempeñó
como asesor en Migraciones.
La carrera de Franco en el gabinete menemista comenzó con su nombramiento
en la entonces acería estatal SOMISA. Durante esa gestión
hizo buenas migas con los dirigentes metalúrgicos Lorenzo Miguel
y Naldo Brunelli. Su próximo paso en el Gobierno nacional fue la
subsecretaría de Seguridad Interior, que asumió en septiembre
de 1993, en reemplazo de Santiago Teruel, ex funcionario en la dictadura
de Juan Carlos Onganía. Tuvo que abandonar ese cargo diez meses
después, cuando el menemismo elevó el rango de la Subsecretaría
a la de Secretaría. Sin embargo, ese no fue su último trabajo
en el Estado, ya que en enero de 1995 llegó a Migraciones, cargo
que recién abandonaría en diciembre de 1999.
En ese organismo tuvo los mayores problemas. Primeramente, fue denunciado
por haber dado supuestas instrucciones a los empleados para la destrucción
de distintos documentos del organismo, pero terminó sobreseído
por el juez Gabriel Cavallo. Por otro lado, en el Juzgado de Juan José
Galeano aseguraron que nunca brindó la información requerida
para la causa por la voladura de la AMIA. En tanto, su sucesor durante
el fugaz Gobierno aliancista, Angel Roig, encontró presuntas irregularidades
con contrataciones directas de obras, sueldos exorbitantes y entrada clandestina
de inmigrantes orientales.
No obstante, al menos en el discurso, los inmigrantes no eran sus preferidos.
En enero de 1999, había señalado: En la Capital Federal,
a modo de ejemplo, el llamado delito menor está en un 60 por ciento
hecho por extranjeros. Según Franco, como Argentina tenía
salarios muy dignos, un torrente de inmigrantes de otros países
latinoamericanos había llegado al país, extranjerizando
el delito.
En su gestión en Migraciones también sucedió otro
hecho vergonzoso: empleados del aeropuerto de Ezeiza le prohibieron subirse
a tres personas por tener tez morena y vivir en el conurbano. El entonces
titular del INADI, Víctor Ramos, se trenzó públicamente
con Franco por ese caso, quien se quejó de que aquel hubiera hecho
pública la denuncia antes de consultarlo.
Si bien el nuevo secretario de Asuntos Militares siempre negó sus
relaciones con el masserismo, son varios los puntos que lo unen con el
represor. En primer lugar, en los pasillos de la ESMA, los marinos solían
llamar El dibujante a Franco, por su capacidad para hacer
negocios. Otro dato es que en la actual sede de Deceit, en Venezuela 1823,
funcionó en 1978 la Editorial La Pléyade, que pertenecía
a Massera. Y cuando llegó a Migraciones, nombró como jefe
de personal al capitán retirado de la Armada Pedro Rivas, a quien
se vincula con el Almirante Cero y con la represión ilegal.
En cuanto a sus vínculos con la Iglesia, provienen de la excelente
relación con Primatesta. Aparte de desempeñarse como apoderado
del Arzobispado de Córdoba, Franco reconoció que fue quien
medió para concretar el encuentro entre Primatesta y Yabrán.
Yo los presenté y mehago responsable, había
dicho para justificar su gestión. Según Franco Don
Alfredo había manifestado interés en reunirse
con el arzobispo. Además, decía, Primatesta no le
cierra la puerta a nadie.
Franco también intentó probar suerte en las urnas. En diciembre
de 1999, se presentó como candidato a intendente de San Isidro
por el PJ, pero fue derrotado por el aliancista Gustavo Posse. Durante
la campaña electoral, el ex funcionario se mostraba con una cruz
de oro por cábala, decía que iba a ganar con
amor y mística, y se mostraba alineado con Eduardo
Duhalde y Carlos Ruckauf. Por las dudas, también aparecía
acompañado por los soldados menemistas Jorge Triaca
y Fernando Galmarini.
OPINION
Por Mirta Mántaras*
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Pueblada nocturna
El cacerolazo con marcha en los espacios públicos y lugares
simbólicos como la Plaza de Mayo o la de Congreso significó
un claro límite a la humillación que nos venía
victimizando.
Cada golpe es un NO, negación de la negación de que
éramos objeto. La rabia sacada hacia fuera tuvo su código
de convocatoria en el golpetear que salía de los edificios
y despertaba a los dormidos.
Evocó al honorable salvaje que tenemos adentro y el mensaje
fue llegando como si fuera un mensaje con tambores en plena selva.
Se escuchaba desde lejos, pero, además, la radio, la amada
radio, confirmaba que sí, aquí, en otros barrios,
en o tras ciudades, retumbaba el NO, la negación de la negación.
Muchos dicen que si este repudio colectivo no tiene futuro habrá
sido en vano, o, peor, que será utilizado por los oportunistas
de siempre, etc. etc.
El cacerolazo con marcha en olas humanas vale por sí mismo:
yo, nosotros, nuestra dignidad. Lo más valioso de la movilización
pública es que permite estrechar lazos de solidaridad, hablar
unos con otros, golpear juntos, compartir el sonido. Eso es lo que
deja la marca, lo que señala qué es lo que podemos
hacer juntos.
Nuevamente la negación se desplaza en el crimen represivo.
La muerte de los manifestantes se agrega a otros muertos cotidianos
del sistema de muerte que nos asuela. Por eso es tan notorio el
contenido vital de la pueblada, de la aglomeración de los
cuerpos en una masa humana que va caminando. ¿Hacia dónde?
Parece que se verá sobre la marcha.
Hasta el motín en las cárceles es un signo de vitalidad.
A la celda se la llama la tumba, el motín es
la resurrección. Con toda la violencia y la rabia y la miseria
que ella encierra: la vida, corriendo sin destino hacia una reja
ciega, con un pedazo de colchón de poliuretano ardiendo sobre
la espalda, fundido con la piel, deseoso del abrazo. El motín
es lo que cambia la muerte cotidiana de contaminación del
SIDA, de la soledad, de la angustia por ser el representante del
perdedor social mientras se pasean los delincuentes del poder.
El cacerolazo nocturno nunca vi una marcha a medianoche
mostró a personas que se representaban a sí mismas,
pedían o exigían por sí mismas, hueras de representación,
largamente humilladas, burladas, por quienes se decían sus
representantes.
Darse cuenta de este divorcio es un signo de salud social, de negación
del miedo. Ese miedo que es el arma más mortífera
para someter a las personas, para quebrarlas, para conseguir su
silencio cómplice, para minimizar la dignidad. Para negarlas.
Hemos aprendido un código comunicacional e hicimos lo nuestro.
Espontáneamente, por variadas razones, produciendo el fenómeno
colectivo e inequívoco llamado pueblada.
Qué pasará en el futuro lo resolveremos mientras estemos
caminando.
* Abogada de Derechos Humanos
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