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Padrinos
Por Antonio Dal Masetto

Después de tanta tensión nerviosa por los acontecimientos de las últimas semanas lo que uno más desearía es pasar las fiestas relajado. Por lo pronto le hago una visita a mi quiropráctico en el barrio de Floresta para que me afloje un poco la osamenta. Terminada la sesión me siento en el bar de la esquina a disfrutar de una cerveza helada y en la mesa vecina conversa un grupo de caballeros de mediana edad.
–Yo no quiero buscar roñas –dice uno–, soy un tipo moderno, comprensivo, amplio de criterio, no soy una bestia primitiva, a mi hijo Juancito lo quiero mucho, pero es hora de que pongamos las cartas sobre la mesa, el pibe es colorado con ojos celestes y lleno de pecas, mi mujer y yo somos morochos, y acá en el barrio el único colorado con pecas y ojos azules sos vos, Bernardo.
–Disculpame que me meta, Lalo, pero los hijos no necesariamente tienen que parecerse siempre a los padres, acordate cuando estudiábamos al monje Mendel y las leyes de la herencia en la escuela secundaria. A lo mejor hubo algún familiar tuyo o de tu mujer que era colorado y de ojos azules, y de ahí viene Juancito. Si yo pensara como vos, también tendría que estar haciéndome la croqueta con cosas raras, porque mi pibe, Rubencito, al que adoro, tiene el mismo pelo, camina de la misma manera y hasta silba igual que el Rulo, acá presente.
–Sí señor, el mundo está lleno de gente que camina, silba y tiene el pelo crespo como yo. Son coincidencias. Por ejemplo, yo tengo una hija, Fabianita, que no sólo se parece como una gota de agua al acá presente Cacho, sino al papá de Cacho y al abuelo de Cacho.
–Estoy totalmente de acuerdo con esta idea de las coincidencias. Como que me llamo Cacho y a mucha honra, quiero dejar sentada mi verdad: lo que tienen las coincidencias es que son coincidentes, y nadie puede decir que cuatro, diez, veinte coincidencias demuestren absolutamente nada. E insisto en esto de las coincidencias porque es lo que explica que los mellicitos que tengo en casa y que cuando me llaman papá me hacen caer la baba, se parezcan como un calco a tus mellizos, Pedro.
–Supongo que no me estará tratando de decir que el único capaz de poner mellizos en el mundo soy yo, la humanidad está llena de mellizos, tomate el trabajo de investigar y vas a ver la cantidad que hay. Y los mellizos son un poco como los japoneses, se parecen todos. Tengo la impresión de que si seguimos por este camino vamos a terminar molestos unos con otros. Y ya que vos fuiste el que empezó con este rollo, Lalo, explicame por qué mi hija Lorena, la hermanita de los mellizos, tiene tus orejas, tiene el mismo lunar que tenés vos en el cuello, sisea cuando habla igual que vos y tiene la misma podrida costumbre que he visto que tenés vos de comer las aceitunas con cuchillo y tenedor. Y me gustaría que también me explicaras, por más complicadas que fueran las cañerías, por qué tardaste dos meses en colocar el calefón de casa, época que coincidió con el embarazo de mi querida Margarita.
–Pedro, vos no me podés decir eso, no podés lanzar semejante sospecha. Yo soy Lalo, el compañero de los juegos de infancia de todos ustedes, hicimos la primaria y la secundaria juntos, todos nos pusimos de novio y nos casamos más o menos al mismo tiempo. Muchachos, mi observación en cuanto al aspecto físico de Juancito fue un simple comentario al pasar, no quise crear una situación molesta para nadie y mucho menos empañar la honra de nuestras queridas esposas, no es de tipos piola andar hablando de las madres de sus hijos en el bar. Y para que vean cuál es mi verdadero pensamiento sobre el tema, les diré que soy un convencido de que en la naturaleza uno de los fenómenos más extraordinarios es el mimetismo. Este es un barrio, todos somos amigos, nos frecuentamos, nuestros chicos juegan juntos, y hay una lógica adaptación al medio, a quien más a quien menos se le pegan cosas de los otros, y así es como terminamos pareciéndonos. Lo cual habla bien del entendimiento, la comprensión y la buena convivencia en nuestra pequeña comunidad. Muchachos, con el fin de mantener bien altosesos valores y evitar todo tipo de resquemor, y aprovechando además que estamos en las fiestas de fin de año, les propongo una solución simpática: ya que hay chicos que por coincidencia se parecen a algunos de los miembros de la barra, que esos miembros se conviertan en sus padrinos. La del padrino es una figura formidable, que viene desde la noche de los tiempos, y es aquel que reemplaza al padre auténtico cuando éste no está. Y para que la cosa tenga su ritual consagratorio y se convierta en un recuerdo perdurable, oficialicemos el acto con un lindo asado familiar la noche del 31 de diciembre.

 

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