Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
DINAR LINEAS AEREAS

RODRIGUEZ SAA RESPALDARA AL `ARGENTINO’ CON LOS BIENES DEL ESTADO
Una hipoteca al Congreso y la Rosada

En un litúrgico acto peronista en la CGT, el Presidente, rodeado por los caciques sindicales, anunció que derogará la Ley de Reforma laboral, que discutirá un nuevo salario mínimo y restituirá el recorte del 13 por ciento a las jubilaciones.

Por Martín Piqué

“Este es el primer acto que hago fuera de la Casa de Gobierno”, les dijo Adolfo Rodríguez Saá en privado a los miembros del consejo directivo de la CGT apenas llegó a la sede de Azopardo al 800. Quería dejar en claro que la visita a la central sindical era un gesto simbólico que merecía alguna retribución. Los sindicalistas entendieron el mensaje y rodearon al Presidente con todo el aliento característico de la liturgia peronista. Y fueron más lejos aún. El propio Hugo Moyano terminó su discurso revelando cuál será la actitud de la central sindical en los próximos dos meses:
–Señor Presidente, el movimiento obrero está a su disposición –remarcó el camionero.
Rodríguez Saá escuchó con agrado, se levantó de su asiento y aprovechó el escenario para anunciar otra batería de medidas. “He elegido este ámbito porque las cosas han cambiado –endulzó los oídos de los gremialistas–. Voy a hablarles de la nueva moneda, la que nos permitirá reactivar la economía nacional y generar trabajo.” A esa altura, el salón Felipe Vallese estaba completamente a su favor, y el puntano explotaba el marco para seguir con sus anuncios, que sonaban un poco raros luego del monocorde discurso derramado durante doce años de gestión de Carlos Menem y Fernando de la Rúa.
Anunció el lanzamiento del “Argentino”, uno bono que el Estado tratará de respaldar con una garantía insólita: los bienes inmuebles de la Nación (“la Casa Rosada, el Congreso, las embajadas en el Exterior”, según el propio Rodríguez Saá).
Convocó a discutir el salario mínimo, vital y móvil. Y dijo que impulsará la derogación de la ley de reforma laboral, sancionada en medio del escándalo de las coimas en el Senado.
Reiteró que se pondrá en marcha un “plan de emergencia de un millón de empleos”.
Anticipó que se establecerá un tope para las jubilaciones de privilegio y se restituirá “el injusto descuento del 13 por ciento a los jubilados”.
Mientras el Presidente hacía los anuncios, el salón de actos de la CGT se sacudía entre aplausos, vítores y consignas peronistas. Cuando trató de argumentar por qué el Gobierno no quería optar ni por la dolarización ni por la devaluación, Rodríguez Saá se ganó los primeros gritos de potencial tributo en la interna del PJ: “Al principio (la devaluación) puede generar reactivación, pero el sueldo de los trabajadores se caería en un mismo porcentaje”, afirmó el ex gobernador de San Luis, exultante, entre los gritos de “Adolfo, querido, el pueblo está contigo”.
En ese punto, en realidad, los argumentos del Presidente escondían una trampa. Porque la emisión de una tercera moneda implica una “devaluación encubierta”, como ayer a la tarde se animaban a confesarlo algunos gremialistas que no quisieron revelar su identidad.
Entre tanto entusiasmo, algunos se preguntaban si las medidas eran viables. En medio del auditorio, mientras el jefe de Estado explicaba los alcances del bono “Argentino”, un allegado a Moyano se animaba a confesar su desconfianza: “¿Pero... cómo va a hacer?”, le decía por lo bajo a un compañero. De todas formas, la mayoría de los presentes prefería creer en las promesas, como el abogado laboralista Héctor Recalde, asesor de la CGT, que en diálogo con Página/12 definió al discurso de Rodríguez Saá como “la música celestial de la que hablaba Perón”.
El discurso de “el Adolfo” realimentó el entusiasmo de los “gordos” que poblaban el estrado del salón. A la derecha del Presidente, estaban Moyano, el colectivero Juan Manuel Palacios y el ministro de Trabajo Oraldo Britos. A su izquierda, lo escoltaban Rodolfo Daer y Saúl Ubaldini. Más atrás, bajo la clásica pintura de color grisáceo con las siglas “CGT”, se veían las canas y los anteojos del senador Luis Barrionuevo, que no quería quedar fuera de la foto. No podían ocultar la satisfacción ante las palabras de Rodríguez Saá. Y a veces, ante alguna muestra excesiva de entusiasmo para con el Presidente, exhibían una sonrisa burlona, como ladel propio Moyano, quien supo declamar su cercanía a uno de los competidores del primer mandatario: el gobernador bonaerense Carlos Ruckauf.
En otra parte de su discurso, el puntano se hizo eco de la desconfianza que generó la tercera moneda. “Algunos creen que vamos a hacer algo irresponsable. Pero al `Argentino’ lo vamos a respaldar porque a partir de ahora vamos a tener un trato igual. Cuando tengamos que sufrir vamos a sufrir todos por igual”, subrayó. La multitud lo vivó otra vez, y una afiliada a la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) lo interrumpió a los gritos para recordarle: “¡El 13 por ciento!”
Se refería al descuento salarial dispuesto por el gobierno de Fernando de la Rúa sobre sueldos de estatales y jubilaciones. El Presidente ignoró la demanda pero sólo por un rato. Como todo orador que se precie, había preparado la puesta en escena, previendo un cierre a toda orquesta, con una ovación interminable. Por eso, terminó su discurso con un anuncio impactante y efectista: “Restituiremos el injusto descuento del 13 por ciento a los jubilados.” La promesa desencadenó un estallido de gritos y aplausos, y el puntano se valió de ese fervor para terminar su arenga apelando a la historia peronista: “Creo en la pasión revolucionaria de María Eva Duarte de Perón, en la resistencia peronista, en los mártires como José Ignacio Rucci y Felipe Vallese.”
Los muchachos de la CGT respondieron con cantos hirientes para el radicalismo –”Olé olé, olé olá, los radicales no gobiernan nunca más”– atizados por la barra de camioneros y los estatales de UCPN. El desborde apenas se podía contener, y el clima de fiesta parecía no dejar lugar al recelo y la desconfianza. Sin embargo, casi en secreto algunos intentaron poner distancia del triunfalismo que había exhibido Rodríguez Saá. Moyano había alertado que “el liberalismo no está derrotado. Van a tratar de desprestigiarnos o hacernos cualquier cosa.” Y luego, mientras el Presidente bajaba a los empujones, en medio de un remolino de guardaespaldas y simpatizantes, otros se animaron a expresar sus dudas. “La CGT puede apoyar en la medida en que (Rodríguez Saá) pueda cumplir todo lo que manifestó acá. Pero no creo que tenga tiempo”, advirtió Oscar Lescano, de Luz y Fuerza, en diálogo con Página/12. Y el metalúrgico Francisco “Barba” Gutiérrez, flamante diputado por el Polo Social, condicionó “el apoyo de los trabajadores” a que “las propuestas que ha anunciado (el primer mandatario) se concreten en leyes y en acciones”.

 

Fervor en la calle Azopardo
“Y ya lo ve, y ya lo ve, hay una sola CGT”, gritaban los muchachos en el salón Felipe Vallese, en el primer piso de la sede sindical. Volvían a demostrar que el PJ –y también su “columna vertebral”, el movimiento obrero– sabe adaptarse a las circunstancias pero nunca se aleja del poder. Sólo había que recorrer el estrado para toparse con viejos exponentes del “gremialismo empresario” afines a Carlos Menem, convertidos ahora en exaltados defensores del keynesianismo, junto a quienes transpiraban militantes de lo que fue el MTA, al grito de “Hugo, Hugo”.
Rodríguez Saá se hizo un tiempo para elogiar a su hermano Alberto, que no tiene ningún cargo, pero influye más que cualquier funcionario. “Quiero hacerle un homenaje a mi hermano, Alberto Rodríguez Saá”, dijo el Presidente luego de adelantar que el Gobierno impulsará la derogación de la reforma laboral. Hizo esta mención cuando se refirió a “los escandalosos sobornos del Senado”, oportunidad en la que también elogió a Antonio Cafiero y a los legisladores que votaron contra la ley que Alberto Flamarique negoció con su Banelco. En ningún momento mencionó a otro de los protagonistas de aquel episodio: el ex vice Carlos “Chacho” Alvarez.
Como en los viejos tiempos, los delegados gremiales trataron que el Presidente escuchara reclamos puntuales, producto del conflicto entre capital y trabajo. En la grada superior, los telefónicos se quejaban por las cesantías en Telecom: “Foetra, aguante, adentro los cesantes”, cantaban mientras agitaban una bandera azul. De la misma forma, los empleados estatales vociferaban en defensa del PAMI. Rodríguez Saá los debe haber escuchado, aunque luego se limitó a decir que “vamos a discutir con los dirigentes obreros el problema del PAMI”.
El domingo, el recién estrenado presidente había hecho un homenaje a los muertos en las movilizaciones populares. Ayer le tocó el turno a Rodolfo Daer, uno de sus anfitriones en la sede cegetista, quien pidió un “minuto de silencio por Perón y Evita, por los mártires de la resistencia peronista y por los compañeros que perdieron la vida en los hechos trágicos de la semana pasada”.

 

OPINION
Por Martín Granovsky

Aunque sea por cábala

La reforma laboral fue inútil incluso para el mal: el trabajo que pensaba devaluar ya estaba precarizado de antes. Pero es un símbolo tan impresionante de la desgracia que el nuevo gobierno hace bien en prometer la derogación. Aunque sea por cábala.
El Gobierno de Fernando de la Rúa dijo que la reforma sería la herramienta para aumentar el empleo. De la Rúa terminó con un 18,3 por ciento de desocupación abierta.
Para Alberdi la utopía era poblar, para Sarmiento educar, para Perón la justicia social, para el Che la liberación latinoamericana. Terminar con el déficit fiscal y reformar el sistema de contratos de trabajo fueron las grandes utopías de De la Rúa. Si se mide por la agonía final, mucho no emocionaron a los argentinos.
La reforma fue aprobada en el Senado entre un escándalo de coimas. Carlos “Chacho” Alvarez, que lo denunció con tenacidad, no supo o no quiso convertir ese escándalo en una pelea por otro proyecto económico diferente del De la Rúa. Acaso por que no lo tenía, o porque quedó paralizado por el temor a los mercados. En lugar de pelear, renunció. Y en vez de construir una alternativa de centroizquierda, o de reconstruirla, contribuyó a licuarla.
De la Rúa dijo que estaba dispuesto a esclarecer las coimas, pero hizo lo contrario. Nunca dio la orden nítida (tal vez, en su caso, era mucho pedir) para investigarlas a fondo.
El radicalismo creyó que se había fortalecido al torcerles el brazo en una pulseada a los sindicalistas. Ni éstos perdieron por la ley, ni la UCR abandonó su papel histórico de Unión Cívica Restauradora. Restauradora de un peronismo en declive.
El Senado, como institución, no se limpió. El presidente Adolfo Rodríguez Saá reivindicó ayer a los senadores puntanos que votaron en contra de la ley, y es cierto, pero fueron también los dos únicos que no quisieron entregar jamás su declaración de bienes para el examen público.
Con la reforma laboral, la sensación de impunidad creció como nunca y, junto con el avance de la recesión, crucificó a la Alianza.
La pregunta, ahora, es si Rodríguez Saá pasará de la promesa al hecho. Si derogará la ley a pesar de la previsible resistencia del establishment económico. Si no lo hace, los viejos símbolos jugarán en su contra. Lo dicen los sabios: la mala suerte existe.

 

El cuasi-respaldo, mensaje a cuasi-analistas críticos

La tercera moneda es la clave del Gobierno para jugarse a la reactivación. Como casi toda moneda nacional, no tiene más respaldo que su curso legal. La respuesta, como las críticas, es política.

Los edificios públicos son la garantía
que ofreció ayer Rodríguez Saá como respaldo al �argentino�.

Por Raúl Dellatorre

La Casa Rosada, el Congreso, embajadas, tierras fiscales, casas y palacios pertenecientes al Estado argentino pasarán a ser garantía y respaldo del nonato “argentino”, la moneda que el Gobierno quiere poner en circulación durante enero y que está llamado a reemplazar al peso en su uso corriente. La promesa, formulada por el presidente Adolfo Rodríguez Saá ayer en su vibrante discurso ante la CGT de Daer y Moyano, es un esfuerzo extremo para contrarrestar los cuestionamientos a la falta de respaldo con que nacerá la nueva moneda. Una crítica falaz, por cierto, ya que lo usual de toda moneda nacional es que su respaldo no sea otro que el de su curso legal. Rodríguez Saá les respondió ayer a los seudotécnicos con un argumento igualmente falaz, por lo impracticable. Pero con ello puso en claro que el respaldo a la moneda es una cuestión, ante todo, política. Si no, que se lo pregunten a Domingo Cavallo, a cuyo peso convertible se le ha empezado a redactar la partida de defunción.
“La nueva moneda nos permitirá reactivar la producción nacional, generar empleo, trabajo y empezar a reconstruir la Argentina”, se envalentonó un entonado Rodríguez Saá, en mangas de camisa y rodeado de sudorosos dirigentes gremiales. “Algunos creen que vamos a hacer algo irresponsable: están equivocados, al argentino lo vamos a respaldar”, dijo desafiante. Se refería a quienes, como los economistas de FIEL, sostienen que la emisión sin respaldo nos llevaría irremediablemente a soportar el flagelo de la inflación.
El presidente provisional pidió a la concurrencia hablar expresamente de la nueva moneda. Tomó distancia de quienes proponen la dolarización (menemistas, la banca extranjera, el CEMA) o la devaluación (grupos extranjeros exportadores). Sobre la primera opción, señaló que “significa entregar la soberanía nacional, y habría un importante sector que se vería beneficiado con esta medida en detrimento del resto”. Y luego agregó que “quienes piden la devaluación no advierten que si bien puede tener al principio un comienzo de reactivación, significa que en el mismo porcentaje que se devalúa se disminuye el salario de los trabajadores, y eso no lo vamos a aceptar”.
Algunos de los interlocutores de los flamantes funcionarios del gobierno señalaban ayer que “están tomando decisiones sobre la marcha, demuestran buena voluntad, pero en base a un diagnóstico correcto”. En materia económica, banqueros e industriales coinciden en que la principal diferencia entre el equipo económico de Rodríguez Saá y el de Domingo Cavallo es que ahora “se sabe que en el exterior están pendientes de que la economía argentina crezca, porque de lo contrario nunca vuelve a pagar su deuda, en tanto que Cavallo erró el diagnóstico desde el principio, además con un gran desprecio por los organismos multilaterales de crédito”.
En ese sentido, el nuevo gobierno intenta hacer de la emisión de una nueva moneda el motor de la reactivación productiva. Será, además, el instrumento financiero para cerrar la brecha del déficit fiscal. El “argentino” no sólo será la moneda en que se pagarán sueldos, jubilaciones, asignaciones y planes de empleo, sino también las transferencias a las provincias y los vencimientos con los acreedores internos, según enunció ayer por la tarde el presidente provisional. Sin recursos genuinos, el gobierno “inventó” la moneda para hacer política activa y, en alguna medida, redistributiva. Y ayer hasta le inventó un respaldo: los edificios que el ex presidente Carlos Menem se olvidó de privatizar.
El éxito o fracaso del plan de la tercera moneda no estará dado, por cierto, en que los bienes inmuebles que puedan ofrecerse en hipoteca resulten suficiente respaldo. Los problemas que ya empiezan a aparecer en el horizonte del plan definido sólo a medias son las amenazas de desabastecimiento, por quienes prevén dificultades para reponer insumos importados y especulan, o la desvalorización del “argentino” frente alpeso y al dólar. Los otros problemas, que no aparecen pero no tardarán en hacerlo, están vinculados con la capacidad del Estado para administrar controles en una economía acostumbrada al libertinaje y el abuso de los poderosos.

 

PRINCIPAL