Por Martín
Piqué
Este es el primer acto
que hago fuera de la Casa de Gobierno, les dijo Adolfo Rodríguez
Saá en privado a los miembros del consejo directivo de la CGT apenas
llegó a la sede de Azopardo al 800. Quería dejar en claro
que la visita a la central sindical era un gesto simbólico que
merecía alguna retribución. Los sindicalistas entendieron
el mensaje y rodearon al Presidente con todo el aliento característico
de la liturgia peronista. Y fueron más lejos aún. El propio
Hugo Moyano terminó su discurso revelando cuál será
la actitud de la central sindical en los próximos dos meses:
Señor Presidente, el movimiento obrero está a su disposición
remarcó el camionero.
Rodríguez Saá escuchó con agrado, se levantó
de su asiento y aprovechó el escenario para anunciar otra batería
de medidas. He elegido este ámbito porque las cosas han cambiado
endulzó los oídos de los gremialistas. Voy a
hablarles de la nueva moneda, la que nos permitirá reactivar la
economía nacional y generar trabajo. A esa altura, el salón
Felipe Vallese estaba completamente a su favor, y el puntano explotaba
el marco para seguir con sus anuncios, que sonaban un poco raros luego
del monocorde discurso derramado durante doce años de gestión
de Carlos Menem y Fernando de la Rúa.
Anunció el lanzamiento
del Argentino, uno bono que el Estado tratará de respaldar
con una garantía insólita: los bienes inmuebles de la Nación
(la Casa Rosada, el Congreso, las embajadas en el Exterior,
según el propio Rodríguez Saá).
Convocó a discutir el
salario mínimo, vital y móvil. Y dijo que impulsará
la derogación de la ley de reforma laboral, sancionada en medio
del escándalo de las coimas en el Senado.
Reiteró que se pondrá
en marcha un plan de emergencia de un millón de empleos.
Anticipó que se establecerá
un tope para las jubilaciones de privilegio y se restituirá el
injusto descuento del 13 por ciento a los jubilados.
Mientras el Presidente hacía los anuncios, el salón de actos
de la CGT se sacudía entre aplausos, vítores y consignas
peronistas. Cuando trató de argumentar por qué el Gobierno
no quería optar ni por la dolarización ni por la devaluación,
Rodríguez Saá se ganó los primeros gritos de potencial
tributo en la interna del PJ: Al principio (la devaluación)
puede generar reactivación, pero el sueldo de los trabajadores
se caería en un mismo porcentaje, afirmó el ex gobernador
de San Luis, exultante, entre los gritos de Adolfo, querido, el
pueblo está contigo.
En ese punto, en realidad, los argumentos del Presidente escondían
una trampa. Porque la emisión de una tercera moneda implica una
devaluación encubierta, como ayer a la tarde se animaban
a confesarlo algunos gremialistas que no quisieron revelar su identidad.
Entre tanto entusiasmo, algunos se preguntaban si las medidas eran viables.
En medio del auditorio, mientras el jefe de Estado explicaba los alcances
del bono Argentino, un allegado a Moyano se animaba a confesar
su desconfianza: ¿Pero... cómo va a hacer?,
le decía por lo bajo a un compañero. De todas formas, la
mayoría de los presentes prefería creer en las promesas,
como el abogado laboralista Héctor Recalde, asesor de la CGT, que
en diálogo con Página/12 definió al discurso de Rodríguez
Saá como la música celestial de la que hablaba Perón.
El discurso de el Adolfo realimentó el entusiasmo de
los gordos que poblaban el estrado del salón. A la
derecha del Presidente, estaban Moyano, el colectivero Juan Manuel Palacios
y el ministro de Trabajo Oraldo Britos. A su izquierda, lo escoltaban
Rodolfo Daer y Saúl Ubaldini. Más atrás, bajo la
clásica pintura de color grisáceo con las siglas CGT,
se veían las canas y los anteojos del senador Luis Barrionuevo,
que no quería quedar fuera de la foto. No podían ocultar
la satisfacción ante las palabras de Rodríguez Saá.
Y a veces, ante alguna muestra excesiva de entusiasmo para con el Presidente,
exhibían una sonrisa burlona, como ladel propio Moyano, quien supo
declamar su cercanía a uno de los competidores del primer mandatario:
el gobernador bonaerense Carlos Ruckauf.
En otra parte de su discurso, el puntano se hizo eco de la desconfianza
que generó la tercera moneda. Algunos creen que vamos a hacer
algo irresponsable. Pero al `Argentino lo vamos a respaldar porque
a partir de ahora vamos a tener un trato igual. Cuando tengamos que sufrir
vamos a sufrir todos por igual, subrayó. La multitud lo vivó
otra vez, y una afiliada a la Unión del Personal Civil de la Nación
(UPCN) lo interrumpió a los gritos para recordarle: ¡El
13 por ciento!
Se refería al descuento salarial dispuesto por el gobierno de Fernando
de la Rúa sobre sueldos de estatales y jubilaciones. El Presidente
ignoró la demanda pero sólo por un rato. Como todo orador
que se precie, había preparado la puesta en escena, previendo un
cierre a toda orquesta, con una ovación interminable. Por eso,
terminó su discurso con un anuncio impactante y efectista: Restituiremos
el injusto descuento del 13 por ciento a los jubilados. La promesa
desencadenó un estallido de gritos y aplausos, y el puntano se
valió de ese fervor para terminar su arenga apelando a la historia
peronista: Creo en la pasión revolucionaria de María
Eva Duarte de Perón, en la resistencia peronista, en los mártires
como José Ignacio Rucci y Felipe Vallese.
Los muchachos de la CGT respondieron con cantos hirientes para el radicalismo
Olé olé, olé olá, los radicales
no gobiernan nunca más atizados por la barra de camioneros
y los estatales de UCPN. El desborde apenas se podía contener,
y el clima de fiesta parecía no dejar lugar al recelo y la desconfianza.
Sin embargo, casi en secreto algunos intentaron poner distancia del triunfalismo
que había exhibido Rodríguez Saá. Moyano había
alertado que el liberalismo no está derrotado. Van a tratar
de desprestigiarnos o hacernos cualquier cosa. Y luego, mientras
el Presidente bajaba a los empujones, en medio de un remolino de guardaespaldas
y simpatizantes, otros se animaron a expresar sus dudas. La CGT
puede apoyar en la medida en que (Rodríguez Saá) pueda cumplir
todo lo que manifestó acá. Pero no creo que tenga tiempo,
advirtió Oscar Lescano, de Luz y Fuerza, en diálogo con
Página/12. Y el metalúrgico Francisco Barba
Gutiérrez, flamante diputado por el Polo Social, condicionó
el apoyo de los trabajadores a que las propuestas que
ha anunciado (el primer mandatario) se concreten en leyes y en acciones.
Fervor en la calle Azopardo
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Y ya lo ve, y ya
lo ve, hay una sola CGT, gritaban los muchachos en el salón
Felipe Vallese, en el primer piso de la sede sindical. Volvían
a demostrar que el PJ y también su columna vertebral,
el movimiento obrero sabe adaptarse a las circunstancias pero
nunca se aleja del poder. Sólo había que recorrer el
estrado para toparse con viejos exponentes del gremialismo empresario
afines a Carlos Menem, convertidos ahora en exaltados defensores del
keynesianismo, junto a quienes transpiraban militantes de lo que fue
el MTA, al grito de Hugo, Hugo.
Rodríguez Saá
se hizo un tiempo para elogiar a su hermano Alberto, que no tiene
ningún cargo, pero influye más que cualquier funcionario.
Quiero hacerle un homenaje a mi hermano, Alberto Rodríguez
Saá, dijo el Presidente luego de adelantar que el Gobierno
impulsará la derogación de la reforma laboral. Hizo
esta mención cuando se refirió a los escandalosos
sobornos del Senado, oportunidad en la que también elogió
a Antonio Cafiero y a los legisladores que votaron contra la ley que
Alberto Flamarique negoció con su Banelco. En ningún
momento mencionó a otro de los protagonistas de aquel episodio:
el ex vice Carlos Chacho Alvarez.
Como en los viejos tiempos,
los delegados gremiales trataron que el Presidente escuchara reclamos
puntuales, producto del conflicto entre capital y trabajo. En la grada
superior, los telefónicos se quejaban por las cesantías
en Telecom: Foetra, aguante, adentro los cesantes, cantaban
mientras agitaban una bandera azul. De la misma forma, los empleados
estatales vociferaban en defensa del PAMI. Rodríguez Saá
los debe haber escuchado, aunque luego se limitó a decir que
vamos a discutir con los dirigentes obreros el problema del
PAMI.
El domingo, el recién
estrenado presidente había hecho un homenaje a los muertos
en las movilizaciones populares. Ayer le tocó el turno a Rodolfo
Daer, uno de sus anfitriones en la sede cegetista, quien pidió
un minuto de silencio por Perón y Evita, por los mártires
de la resistencia peronista y por los compañeros que perdieron
la vida en los hechos trágicos de la semana pasada. |
OPINION
Por Martín Granovsky
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Aunque sea por cábala
La reforma laboral fue inútil incluso para el mal: el trabajo
que pensaba devaluar ya estaba precarizado de antes. Pero es un
símbolo tan impresionante de la desgracia que el nuevo gobierno
hace bien en prometer la derogación. Aunque sea por cábala.
El Gobierno de Fernando de la Rúa dijo que la reforma sería
la herramienta para aumentar el empleo. De la Rúa terminó
con un 18,3 por ciento de desocupación abierta.
Para Alberdi la utopía era poblar, para Sarmiento educar,
para Perón la justicia social, para el Che la liberación
latinoamericana. Terminar con el déficit fiscal y reformar
el sistema de contratos de trabajo fueron las grandes utopías
de De la Rúa. Si se mide por la agonía final, mucho
no emocionaron a los argentinos.
La reforma fue aprobada en el Senado entre un escándalo de
coimas. Carlos Chacho Alvarez, que lo denunció
con tenacidad, no supo o no quiso convertir ese escándalo
en una pelea por otro proyecto económico diferente del De
la Rúa. Acaso por que no lo tenía, o porque quedó
paralizado por el temor a los mercados. En lugar de pelear, renunció.
Y en vez de construir una alternativa de centroizquierda, o de reconstruirla,
contribuyó a licuarla.
De la Rúa dijo que estaba dispuesto a esclarecer las coimas,
pero hizo lo contrario. Nunca dio la orden nítida (tal vez,
en su caso, era mucho pedir) para investigarlas a fondo.
El radicalismo creyó que se había fortalecido al torcerles
el brazo en una pulseada a los sindicalistas. Ni éstos perdieron
por la ley, ni la UCR abandonó su papel histórico
de Unión Cívica Restauradora. Restauradora de un peronismo
en declive.
El Senado, como institución, no se limpió. El presidente
Adolfo Rodríguez Saá reivindicó ayer a los
senadores puntanos que votaron en contra de la ley, y es cierto,
pero fueron también los dos únicos que no quisieron
entregar jamás su declaración de bienes para el examen
público.
Con la reforma laboral, la sensación de impunidad creció
como nunca y, junto con el avance de la recesión, crucificó
a la Alianza.
La pregunta, ahora, es si Rodríguez Saá pasará
de la promesa al hecho. Si derogará la ley a pesar de la
previsible resistencia del establishment económico. Si no
lo hace, los viejos símbolos jugarán en su contra.
Lo dicen los sabios: la mala suerte existe.
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El
cuasi-respaldo, mensaje a cuasi-analistas críticos
La tercera moneda es la clave del Gobierno para jugarse a
la reactivación. Como casi toda moneda nacional, no tiene más
respaldo que su curso legal. La respuesta, como las críticas,
es política.
Los
edificios públicos son la garantía
que ofreció ayer Rodríguez Saá como respaldo al �argentino�.
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Por
Raúl Dellatorre
La Casa Rosada,
el Congreso, embajadas, tierras fiscales, casas y palacios pertenecientes
al Estado argentino pasarán a ser garantía y respaldo del
nonato argentino, la moneda que el Gobierno quiere poner en
circulación durante enero y que está llamado a reemplazar
al peso en su uso corriente. La promesa, formulada por el presidente Adolfo
Rodríguez Saá ayer en su vibrante discurso ante la CGT de
Daer y Moyano, es un esfuerzo extremo para contrarrestar los cuestionamientos
a la falta de respaldo con que nacerá la nueva moneda. Una crítica
falaz, por cierto, ya que lo usual de toda moneda nacional es que su respaldo
no sea otro que el de su curso legal. Rodríguez Saá les
respondió ayer a los seudotécnicos con un argumento igualmente
falaz, por lo impracticable. Pero con ello puso en claro que el respaldo
a la moneda es una cuestión, ante todo, política. Si no,
que se lo pregunten a Domingo Cavallo, a cuyo peso convertible se le ha
empezado a redactar la partida de defunción.
La nueva moneda nos permitirá reactivar la producción
nacional, generar empleo, trabajo y empezar a reconstruir la Argentina,
se envalentonó un entonado Rodríguez Saá, en mangas
de camisa y rodeado de sudorosos dirigentes gremiales. Algunos creen
que vamos a hacer algo irresponsable: están equivocados, al argentino
lo vamos a respaldar, dijo desafiante. Se refería a quienes,
como los economistas de FIEL, sostienen que la emisión sin respaldo
nos llevaría irremediablemente a soportar el flagelo de la inflación.
El presidente provisional pidió a la concurrencia hablar expresamente
de la nueva moneda. Tomó distancia de quienes proponen la dolarización
(menemistas, la banca extranjera, el CEMA) o la devaluación (grupos
extranjeros exportadores). Sobre la primera opción, señaló
que significa entregar la soberanía nacional, y habría
un importante sector que se vería beneficiado con esta medida en
detrimento del resto. Y luego agregó que quienes piden
la devaluación no advierten que si bien puede tener al principio
un comienzo de reactivación, significa que en el mismo porcentaje
que se devalúa se disminuye el salario de los trabajadores, y eso
no lo vamos a aceptar.
Algunos de los interlocutores de los flamantes funcionarios del gobierno
señalaban ayer que están tomando decisiones sobre
la marcha, demuestran buena voluntad, pero en base a un diagnóstico
correcto. En materia económica, banqueros e industriales
coinciden en que la principal diferencia entre el equipo económico
de Rodríguez Saá y el de Domingo Cavallo es que ahora se
sabe que en el exterior están pendientes de que la economía
argentina crezca, porque de lo contrario nunca vuelve a pagar su deuda,
en tanto que Cavallo erró el diagnóstico desde el principio,
además con un gran desprecio por los organismos multilaterales
de crédito.
En ese sentido, el nuevo gobierno intenta hacer de la emisión de
una nueva moneda el motor de la reactivación productiva. Será,
además, el instrumento financiero para cerrar la brecha del déficit
fiscal. El argentino no sólo será la moneda
en que se pagarán sueldos, jubilaciones, asignaciones y planes
de empleo, sino también las transferencias a las provincias y los
vencimientos con los acreedores internos, según enunció
ayer por la tarde el presidente provisional. Sin recursos genuinos, el
gobierno inventó la moneda para hacer política
activa y, en alguna medida, redistributiva. Y ayer hasta le inventó
un respaldo: los edificios que el ex presidente Carlos Menem se olvidó
de privatizar.
El éxito o fracaso del plan de la tercera moneda no estará
dado, por cierto, en que los bienes inmuebles que puedan ofrecerse en
hipoteca resulten suficiente respaldo. Los problemas que ya empiezan a
aparecer en el horizonte del plan definido sólo a medias son las
amenazas de desabastecimiento, por quienes prevén dificultades
para reponer insumos importados y especulan, o la desvalorización
del argentino frente alpeso y al dólar. Los otros problemas,
que no aparecen pero no tardarán en hacerlo, están vinculados
con la capacidad del Estado para administrar controles en una economía
acostumbrada al libertinaje y el abuso de los poderosos.
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