Por Cristian Alarcón
Ocho meses después de
que un escuadrón de la muerte fusilara a Gastón Galván
y Miguel Burgos los chicos de 14 y 16 años cuyos cadáveres
fueron abandonados en abril en José León Suárez,
la Justicia detuvo a cuatro policías bonaerenses por el doble crimen.
También busca a cuatro más, que permanecen prófugos
desde el viernes. Los detenidos eran personal de la comisaría 3ª
de Don Torcuato y de otras dependencias de la Zona Norte, tal como desde
los primeros días después de la matanza y en una serie de
investigaciones publicadas a lo largo del año sostuvo Página/12.
Las detenciones ordenadas el último viernes significaron 18 allanamientos
en la provincia y la ciudad de Buenos Aires y entre los imputados estaría
el hombre al que se considera como uno de los matadores del Monito y el
Piti: Carlos Horacio Icardo, un oficial señalado como quien se
encargó de amenazar y perseguir a otras víctimas del escuadrón
antes de que fueran fusiladas. Página/12 también aportó
hace casi dos meses a la Justicia el relato de un testigo protegido que
luego fue confirmado por la fiscalía: de allí que ya está
demostrado que la noche del 24 al 25 de abril hasta la 1.30 de la madrugada,
una hora antes del asesinato, los chicos estuvieron detenidos en la
Crítica, como se conoce a la 3ª en la zona del escuadrón.
Dos de los presuntos asesinos cayeron presos cuando trabajaban en la seccional.
Otro fue detenido en su casa, en el Gran Buenos Aires. El cuarto, en su
departamento de la capital. Fuentes del Ministerio de Seguridad provincial
informaron que los presos son el cabo Ramón Acosta, el sargento
ayudante Eduardo Escovedo y el oficial subinspector Juan Domingo Barrientos,
acusados los tres de privación ilegal de la libertad. Estaban de
guardia cuando los chicos ingresaron, alrededor de las 19.30.
El otro policía es Carlos Icardo, un famoso agente conocido por
los chicos ladrones de la zona norte como uno de los pegadores de
la Crítica. Hugo Alberto Cáceres, quizás el
más conocido policía de la zona, famoso como El Hugo Beto,
habría quedado fuera de la orden de detención, a pesar de
que es uno de los sospechosos de capitanear el escuadrón. Icardo
está denunciado no sólo en la causa por la muerte del Monito
y el Piti, sino en otras dos por haber sido quien amenazaba a los adolescentes
que luego aparecían caídos en supuestos enfrentamientos.
Así fue por ejemplo en el caso de Fabián Blanco, un chico
de la villa Bayres, conocido de Galván y Burgos, a quien según
su madre le contó a Página/12 Icardo había
corrido a tiros hasta los fondos de la casa, diciéndole que tenía
orden de un juez para matarlo cuatro días antes de su asesinato.
La historia de Galván y Burgos es la que primero dio indicios de
la existencia de un escuadrón de la muerte en la zona de San Fernando,
San Isidro y Tigre, allí donde la concentración de la riqueza
convierte al lugar en el más injusto de la Argentina. El 25 de
abril último aparecieron en un descampado de José León
Suárez los cuerpos atados de pies y manos, estaban amordazados.
Galván tenía 11 balas en el cuerpo. Burgos seis. Las municiones
usadas fueron más que profesionales: son hexagonales de polígono,
hechas para matar o matar y el fiscal debió enviarlas a peritar
a Alemania. Además el arma del que fueron disparadas, una pistola
nueve milímetros, tenía el caño limado, de manera
que no dejó en las balas las estrías necesarias para determinar
su procedencia. Como si fuera poco, al Monito Galván, después
de fusilarlo, le habían colocado en la cabeza una bolsa de nylon,
signo inequívoco de la tortura más clásica en las
comisarías bonaerenses. El caso fue uno de los mencionados por
la Corte Suprema en la acordada sobre las muertes sospechosas de menores
que terminó provocando la caída de Ramón Verón.
Este diario caminó por las calles de Bancalari, el barrio pobre
en el que vivían los chicos. Sus padres fueron los primeros que
dieron idea de cuáles eran los peores enemigos que tenían:
la policía de Don Torcuato. Eran incontables las veces que habían
estado detenidos en la comisaría 3ª,y que en sus oficinas
o calabozos habían sido torturados y golpeados. Durante los últimos
meses habían sido amenazados en público hasta el punto de
que un grupo de la taquería le había hecho al
Monito un falso fusilamiento en una esquina del barrio, a dos cuadras
de su casa. Luego varios chicos que solían robar sumas ínfimas
junto a los dos ladroncitos muertos le dijeron a este cronista que no
eran los primeros de la lista y que los policías les habían
un mensaje: no serían los últimos. Pues, en principio cumplieron.
Icardo es el hombre de la crítica que se dedicaba a
verduguear a los detenidos menores y a los más jóvenes.
Era él, según las denuncias existentes, quien junto a Marcos
Bressán posiblemente uno de los prófugos enviaba
mensajes tales como decile al Duende que le va a pasar lo mismo
que a Blanco, refiriéndose a lo que podría ocurrirle
a Juan Salto, luego acribillado, y lo que le había pasado a su
amigo Fabián Blanco, el 1º de noviembre de 2000 cuando lo
bajaron a tiros de un árbol.
Esos otros casos, en principio no vinculados al de Galván y Burgos,
surgieron tras la investigación de este diario como eslabones de
una misma cadena de crímenes cometidos por un escuadrón.
Fue reconstruyendo esa cadena que este diario dio con los hermanos David
y Agustín R., dos chicos menores que hacía meses vivían
escondidos en el fondo de un rancho, escapando de Icardo, Bressán
y otros policías de Don Torcuato. A través de la hermana
de ellos se pudo establecer que un preso detenido en la comisaría
3ª el 24 de abril había visto al Monito y al Piti cuando los
ingresaron y cuando se los llevaron, a la 1.30. Según la autopsia,
los chicos fueron asesinados a las 2.30 de la madrugada, apenas una hora
después de que los sacaron de ese encierro que fue su patíbulo.
�Pibes como el mío
me parten el alma�
Por C.A.
Zunilda Galván, la Negra, es la madre de
Gastón, el Monito Galván. Por primera
vez en mucho tiempo se le escucha la voz de una mujer con cierta
alegría, casi efusiva para lo que es su tono leve. Página/12
la conoció el día en que velaba a su hijo en el comedor
de la casa que tanto esfuerzo construyó junto a su marido,
el Mono Galván, un empleado de una empresa de recolección
de basura. Zunilda es quien aquella tarde, a pesar del dolor, le
contó a este cronista la larga historia de torturas y amenazas
que había sufrido su hijo con los policías de la Comisaría
3ra. No era dueño de cruzarse cuatro cuadras que ya
iba adentro y lo golpeaban hasta que convulsionaba. Estaba amenazado
de muerte, dijo aquella vez.
Ahora, todavía impresionada por las muertes de jóvenes
en Plaza de Mayo, y por los rumores que la hicieron tener que defender
con esas barricadas destinadas a fantasmas del conurbano lo poco
que tiene, dice que tiene fe, que los asesinos serán encarcelados
y que cada vez que mira un chico como el que fue el suyo, se muere
de lástima porque nadie lo ayuda.
Después de que te pasa algo así es como que
uno empieza a mirar por los otros pibes como el mío, que
te parten el alma, te da mucha lástima, te da no sé
qué porque nadie los puede ayudar. Zunilda contó
hace ocho meses cómo su hijo dependía de la
bolsita de poxiran, la misma que fue a comprar la tarde en
que lo subieron a un patrullero para matarlo. El tenía
que era enfermo de su adicción dice, pero era
bueno, igual que el Piti. Ahora la pone mal ver a los otros
chicos del barrio que sucumben ante el consumo de ese pegamento
que los quita de toda realidad miserable. Piensa en los caminos
diferentes que podría haber habido para su chico de 14 acosado
por el consumo y por la Bonaerense. Piensa también en los
muertos de la Plaza de Mayo. Si ella misma, con su madre, y sus
hijos, estuvo allí el ultimo viernes, cuando la Correpi presentó
el informe anual de gatillo fácil que indica que la policía
mata un chico cada cuatro días. Me dio tanto dolor,
ver esa gente así, que van a hacer una marcha por el bien
y terminan asesinados como el mío, dice entre consternada
y contenta por la cárcel de los presuntos asesinos.
|
|