Por Martín
Granovsky
Desde que Racing quedó
bien sólido en la punta, muchos quisieron convertirlo en metáfora.
¿No era, Racing, como la Argentina? Si Racing tenía remedio,
¿no lo tendría también este país desgastado
y cruel?
Hubo metáforas para todos los gustos.
Unos dijeron que Racing triunfaba por la calidad de su gerenciamiento.
La Argentina debía mejorar el gerenciamiento. Privatizarlo.
Otros, que en Racing todos tiraban para el mismo lado. Todos los argentinos
debían tirar para el mismo lado, y país arreglado.
Merlo ejercía un liderazgo simple, pero su carisma era contundente.
Y, paternal, era un tipo capaz de ilusionar a los hinchas. Quizás
con alguien así en la presidencia...
Los racinguistas se habían recibido en sufrimiento y ya buscaban
el doctorado. Los argentinos, en cambio, eran exitistas. O derrotistas.
O fatalistas.
Cada uno puede elegir su metáfora. Pero aquí se ofrece al
lector una más, en tres partes:
Racing es una cosa y la Argentina
es otra. Van en paralelo.
Racing pudo salir campeón
a pesar de la Argentina.
Si Racing pudo sobreponerse
a la Argentina, ¿por qué la Argentina no podría sobreponerse
a sí misma?
Y fin: la verdad, la única verdad, es que el campeonato de Racing
es un milagro, una felicidad inmensa para mucha gente. Lo cual deja una
conclusión: todo milagro es posible.
Se puede reflexionar sobre cualquier cosa, incluso sobre algo tan inasible
como el amor, pero el riesgo, con el amor y con el fútbol, es hacer
teoría sobre lo que, por definición, carece de ella. Hace
muchos años, Juan Sasturain tituló maravillosamente una
crítica del libro Fútbol y masas de Juan José Sebreli
con un pedido: Vos, Sebreli, andá al arco.
Para un hincha de Racing, el arco es de Campagnuolo. Que se lo quede.
Lo merece. Y para cualquier hincha, de Racing o de otro, incluso de River
o Independiente, el fútbol es identidad. Imposible explicarlo sin
contar. Y desde ayer, para un hincha de Racing, es imposible contarlo
sin la primera persona.
Con el permiso de ustedes, y la aclaración de que esta historia
vale como cualquier otra, debo confesar que una sola vez en mi vida escribí
un diario. Lo conservo en un cuaderno Anteojito de tapa lila,
que dice privado y no tocar como si allí
se revelaran secretos increíbles. Y tal vez sea así. Era
1967 y yo tenía 11 años. El diario, del cual hay escritas
solo dos páginas y media, registra un premio por una composición
sobre San Martín, el examen de ingreso al Colegio Nacional de Buenos
Aires, una operación de estrabismo y algunas cosas más.
Una está fechada el 29 de agosto y debe estar copiada del título
de un diario: Racing Club se clasificó campeón de
América al ganar a Nacional 2 a 1. Otra dice, también
con tono de información periodística neutra: El guerrillero
argentino Ernesto Che Guevara fue muerto. Una más
está fechada el 4 de noviembre de 1967: Racing Club derrotó
anteayer al Celtic de Glasgow 2 a 1. Hoy juega un tercer partido definitivo
en Montevideo. Fue el del gol del Chango Cárdenas en el Centenario,
un bombazo desde 40 metros al ángulo izquierdo del arquero.
Me acuerdo dónde estaba cuando Cárdenas nos hizo campeones
intercontinentales. En casa de un compañero de escuela primaria,
Mendi, en Canning y Aguirre. El era de Independiente, y mirábamos
televisión mientras Moishe, su papá, cortaba cueros en la
mesa de la cocina.
No me acuerdo por qué me hice de Racing, aunque lo sospecho. Mi
viejo no era futbolero pero mi tío Claudio era de Racing, y mis
primos también. Juntos fuimos a la cancha la noche en que se inauguró
la iluminación nocturna. Le ganamos al Bayern Munich, con Beckenbauer
y todo, y por los parlantes anunciaron que Perfumo no jugaba porque se
casaba ese día. Mi tío Félix era de Racing y con
él vi muchos partidos del 66, de cuandofuimos campeones,
hace 35 años. Le gustaba muchísimo el fútbol. En
su casa, con él infartado en la cama, seguimos el Mundial del 70.
Lo recordamos durante la dictadura, cuando los sobrinos hacíamos
guardia al lado de su cama en el Hospital Pirovano después de que
una patota lo secuestró y lo tiró en la calle porque, por
suerte, sus secuestradores tenían menos información que
nosotros, que temíamos el regreso del grupo de tareas.
Mario Wainfeld escribió en este diario una definición hermosa.
Dijo que había pocas cosas más lindas que ir a la cancha
con los hijos. Perdón a Bárbara, fana de River, o sea desde
ayer una subcampeona que debería estar orgullosa de serlo, pero
este año, en la familia, nos correspondió a los hinchas
de Racing. Y la cancha fue una de las cosas más lindas. Con Iván
(15, Racing) sufrimos juntos. Hablamos de cosas de hombres las veces que
fuimos a la popular, los dos parados desde una hora y media antes del
comienzo del partido, sin un centrímetro libre para estirarse o
llegar hasta el baño. Vivimos juntos esa cosa rara de charlar como
amigos de toda la vida con tipos a los que uno no vio nunca y a los que
no verá nunca. Nos divertimos con el gordo de al lado, siempre
hay un gordo de al lado, y nos conmovieron los tipos que hace poco, en
el partido contra Lanús, contaron, mientras se sacaban fotos y
ofrecían agua a todo el mundo, que habían salido de Villa
Constitución a las cuatro de la mañana para llegar hasta
Racing. Para dos de ellos era la primera vez. Lloraban.
Estoy seguro de que Iván se divirtió tanto sufriendo con
los partidos (contra San Lorenzo y contra Gimnasia, aclaro, jugamos bien)
como mirándonos a mí y a dos amigos con los que seguimos
la campaña. Juan Carlos es funcionario internacional. Desde aquí
o desde el exterior, cada semana supervisó que estuvieran sacadas
las entradas, porque cada vez había más colas. Son
los problemas que trae el éxito, decía detrás
de su ironía. Luis es editor. En la cancha no grita más
que los goles. Sufre. Los dos, gente grande, gente a la que, como uno,
la policía ya no cachea en los controles, le hicieron cocinar a
su vieja todos los domingos el mismo asado, con la misma ensalada de trigo
burgol, como cábala. Y antes de cada partido los tres fumábamos
tres puros. Los vecinos de la tribuna entendían el humo, insoportable
con tanta gente apiñada.
Por cábala.
Ah, si es por cábala, fumen.
Ayer a la mañana hablé con otros amigos de Racing (uno,
obvio, los tiene identificados) para ver si iban a la cancha.
No fui en todo el campeonato, y tengo miedo de cambiar hoy dijo
uno, importante periodista.
Me contó que igual tenía la casa llena de amuletos, que
a otro amigo común, el más grande fanático de Racing
que yo conocí, le tenían prohibido ir, por cábala,
y que si yo había ido los otros partidos no dejara de estar en
éste.
Por cábala.
Ayer, Juan Carlos y Luis lo consideraron muy razonable. Por supuesto,
estuvimos juntos, sus hijos y mi hijo, y nos sentamos en el mismo orden
de siempre, que ya se armó automáticamente. Tuvimos mucho
tiempo para mirar los carteles. En Vélez había menos carteles.
En Racing hay más, y parecen de otro país. Villa Obrera,
Dock Sud... Si uno los observase recién llegado de Suiza, sin cotejarlos
con lo que ve en la calle, creería que Avellaneda sigue siendo
el núcleo de un poderoso sur industrial, cuando más bien
es una zona poblada de fábricas abandonadas, solo el recuerdo fantasmal
del pleno empleo. Ayer, en Vélez, había poesía.
Perdón por el color de mi sangre, decía un cartel,
por Independiente.
Mi viejo, Gardel, mi abuelo y yo, decía otro.
Paso a paso nos hiciste campeones, se leía en uno con
la cara dibujada de Mostaza Merlo.
Preso de una pasión, decía uno arriba nuestro.
Pero mi preferido es uno que vi muchas veces en Racing y ayer no encontré:
Sos mi delirio y mi condena.
Como el amor recordó Luis, que además de editor
de libros es un finísimo poeta.
Eran como las cinco cuando lo dijo. A las siete y cuarto, cuando el partido
terminó y no podíamos ni gritar Dale campeón
porque la voz se quebraba y volvíamos a llorar fuerte, mientras
otra vez nos abrazábamos, y no lo podíamos creer, esas palabras
sonaban como una buena descripción de la alegría infinita.
Que, aunque fugaz, es una de las formas del milagro. Lo juro. Palabra
de campeón.
¿Viste que se iba
a dar, algún día?
Por Juan Forn
Mi viejo era de Racing.
En el 66 yo tenía seis años y mi viejo creyó
que la tenía servida: con Racing campeón, ¿de
qué cuadro podía ser su único hijo varón?
Error. Mis tíos, los dos hermanos de mi vieja, lo madrugaron
mal. En el día de mi cumpleaños llegaron con un paquete
bajo el brazo y caras de lo más solemnes. Y, mientras uno
me alzaba hasta acomodarme sobre sus rodillas, el otro se me sentó
enfrente con mi regalo bien a la vista -y empaquetado con bastante
precariedad, me acuerdo hasta el día de hoy, cosa de
que a mí no se me fueran los ojos en dirección al
pasillo desde donde se oía el jolgorio quilombero de mis
primos o hacia la mesa con los sandwichitos y la torta. Mis tíos
no sólo eran hinchas de Independiente: eran, los dos, socios
del club futuros vitalicios, plateístas impenitentes
que bajaban al vestuario después de los partidos y eran capaces,
por ejemplo, de traerle de regalo en el día de su cumpleaños
al sobrinito bajo peligro de influencia una auténtica
camiseta del Rojo -en aquellos tiempos prehistóricos antes
del marketing TyC; aquellas que eran camisas, en realidad,
con los botones blancos y más duras que cartón piedra,
y eso apenas unas horas después de que mi vieja me hubiera
dado, en nombre de ella y de mi viejo y de mi pobre hermana menor
que, a los cuatro años, poco podía saber, de
fútbol o de cualquier otra cosa mínimamente importante
en el mundo, mi primera número cinco... con los colores
albicelestes.
A tu viejo, ¿cuánto le gusta el fútbol?,
dijo entonces uno de mis tíos, mirándome fijo mientras
yo no podía desviar los ojos del paquete aún envuelto,
precariamente envuelto, que tenía apoyado sobre sus rodillas.
¿Te llevó a la cancha alguna vez?, dijo
el otro contra mi oído. ¿Sabés lo importante
que es decidir de qué cuadro va a ser uno? (el primer
tío, de nuevo, sin soltar el puto regalo). De eso tenemos
que hablar. Ahora, precisamente ahora, porque es el día de
tu cumpleaños. Porque hoy ya sos un hombre, y ésta
es la clase de cosas que son importantes en serio para los hombres
de verdad. Para qué seguir. Me convencieron fácil.
Si no fue esa tarde, con la camiseta, fue poco después, cuando
me llevaron por primera vez a la cancha. No tengo nada que reprocharles.
Gracias a ellos, la mística del fútbol se convirtió,
para mí, en sinónimo del buen fútbol que jugó
Independiente, los sucesivos Independientes, desde fines de los
60 hasta bien entrados los 90. Ni siquiera la Copa del Mundo que
ganó el Equipo de José al año siguiente, con
aquel bombazo del Chango Cárdenas, alcanzó para inclinar
de nuevo la balanza.
Con los años, la hidalguía resignada, el esperar contra
toda esperanza de los hinchas de Racing, terminó corporizando
un retrato raramente fiel de mi viejo. En los momentos de mayor
beligerancia entre él y yo, aquella elección anticipaba
y confirmaba que nada de lo que él quisiera que yo hiciese
con mi vida tenía en cuenta mi verdadera naturaleza, las
cosas que iban conmigo y las que no. Pero confieso que nunca he
podido odiar a Racing como odio a veces a Boca. Y sospecho que si
mi viejo estuviera todavía en estos pagos, ayer me habría
gustado ver su serena alegría. Creo que hasta hubiera sabido
soportar sus cejas alzadas diciendo ¿viste que se iba a dar,
algún día? sin contestarle con ninguna de las mil
ironías que este modesto equipo de Merlo y del patadura de
Ubeda merece con holgura.
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El grito más deseado
Por Alfredo Zaiat
En el partido del campeonato,
cuando Racing le empató-ganó a River, había
un cartel de publicidad, que ahora giran para dar paso uno a uno
a los sponsors, que lo decía todo. Pare de sufrir
decía el cartón, y daba la hora y el canal donde pasaban
ese programa de TV de alguno de esos grupos religiosos que prometen
la salvación. Y Racing la necesitaba. Después, vino
el golazo de Bedoya.
Nada era más justo que esa propuesta. Ahora, basta de sufrir.
Ya está. Se puede gritar y con todo: Racing Campeón.
Y River, segundo, como si el fantasma que persiguen a ciertos equipos
se hubiese posado en Núñez, dejando, al menos, por
esta vez, Avellaneda.
No fue fácil ser hincha de Racing toda una vida, pero dicen
que cuando más se sufre más se goza. Bancarse las
cargadas, el descenso, ver pasar el mundo del fútbol y no
ser protagonista. Convencer a propios y extraños que como
los hijos tiene el apellido del progenitor también deben
heredar los colores del equipo de fútbol que apasionan al
padre. Pero el sufrimiento fue demasiado. Un abuso. Incluso, qué
necesidad había de ese gol de Vélez. Aunque, si todo
hubiera sido sin sufrimiento no hubiese sido acorde con la historia
de Racing de estos interminables años. Pero, ya está.
Se terminó la sequía. Dirán que no es un buen
equipo. Y tendrán razón. De todos, modos, ¿qué
equipo fue mejor?
Se sabe, aunque ahora se escribirá lo contrario, que este
equipo no será recordado cuando se escriba la historia. Tampoco
la empresa blanquiceleste tendrá reservado un lugar destacado
en las crónicas futuras. Este campeonato no lo ganó
Chatruc, Estévez, Ubeda & Cía. Ni el cabezazo
increíble de Lohesbor. Estos jugadores fueron simplemente
actores de una historia que los trasciende y que el destino los
puso, simplemente, en el momento y en el lugar indicado. Mostaza
Merlo podrá disfrutar de un poco de gloria.
Tendrá reservado un espacio, en un rincón, en esta
proeza. Será, en última instancia, el nombre que quedará
como el técnico que pudo romper el maleficio que decenas
de anteriores en su puesto no pudieron. Pero nada más. Y
no es para desmerecer el esfuerzo, la solidaridad, la fuerza y la
pasión que cada uno de los jugadores y cuerpo técnico
pusieron para lograr el triunfo. Este campeonato lo ganaron otros.
Lo ganaron los hinchas. Y no los que llenaron las canchas en cada
una de las fechas, en fiestas que serán inolvidables. Este
campeonato le pertenece a los hinchas de estos insoportables 36
años. Que, por fin, han terminado con el grito más
deseado: Racing Campeón.
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La hinchada del desierto
Por Nicolás Casullo
Racing campeón
Algo hay en el aire de estos días de catástrofe y
remoción de los tiempos que también fue viniendo con
Racing y sus tribunas. Una atmósfera, un estrafalario prodigio
de respaldo a algo que se quiere y no se sabe cómo. Multitud
futbolera que hace décadas se metió en el desierto,
pero en este caso no como pueblo elegido. Incauta la pobre, abigarrada,
creyó que sería cuestión de un par de años
en las arenas, como en otros casos. Y si la errancia en la tormenta
fue de 35 almanaques, también pudo ser de 70, de 1258, infinita.
Finalmente el inmenso gentío descubrió que eso imposible,
era en realidad la forma que cobraba paradojalmente su inmortalidad
futbolera. Amor extremo, identidad trágica, en tiempos sociales
de olvidos y espejos que ya no reflejan ningún rostro propio.
Racing campeón. Me gustaría volver al periodismo y
diagramar una primera plana imaginaria. Extraña historia
que alcanza magnitudes inusuales, ahora ya no por aquellas hazañas
que de 1913 al 19 le dieron todos los campeonatos al hilo y de la
que casi nunca nadie habló como si el último testigo
hubiese muerto en 1920. Sino por todo lo contrario, extraña
historia por todos los hilos rotos después, que no terminarían
jamás con ninguna consagración.
Pero eso es tiempo viejo. La Gloriosa es campeón. Con un
equipo, el del 2001, rodeado de bolas adivinas, pactos impronunciables
y un regreso a la antigua teología como teoriza el tano Gianni
Vattimo. Aunque un equipo, a la vez, impregnado de una posmodernidad
suprema: como si los hinchas no hubiesen mirado nunca lo que sucedía
en las canchas del Apertura. Como si allí, en lo real, en
el verde césped, finalmente sucediese muy poco de lo que
en verdad sucedía. Como si la realidad no fuese lo real.
Fue de otra manera: en las canchas sucedió la representación
de lo que los hinchas querían ver: Racing ganando y punteando.
Eso era todo y bastaba. Como un programa video de un mundo deseado.
Una suerte de Racing intangible, virtual, etéreo, invisible,
un Racing indecible, un Racing de alma profunda, dolida, irredenta,
que no tenía cabida en los sesudos comentarios de los periodistas
especializados buscando entelequias tales como si jugó
bien o jugó mal.
Un disparate este Racing, que estuvo siempre más allá
de los sufrientes, aburridos y dramáticos 90 minutos de cada
fin de semana. Un disloque del ánimo este Racing, que acontecía
sobre todo adentro de los miles de ojos que durante años
suspiraron por lo mismo. Digo: un Racing no solo afuera, sino detrás
de los ojos: el verdadero.
Nadie habla, ni hablará jamás, de ese enigmática
cita que hubo entre esos miles de ojos antiguos y nuevos, y aquellos
once que salían del túnel estos meses. Nadie revelará
tampoco la cadena de ángeles que unió cielos celestes,
sureños, con un vestuario amostazado. Ellos solos lo saben,
los miles, los que patearon cada pelota para alejarla del arco de
Campagnuolo, los que se tiraron de a centenares a los pies de todo
el que avanzaba en contra. Punteros de punta a punta. Supremos.
Desde arriba de todo, se ve linda la tabla final: y a los otros.
Recordemos al equipo para la posteridad, pero a la vieja usanza
del 2-35: Cabala, Acertijo y Amuleto; Cuernitos, Abracadabra y Talismán;
Anagrama, Fetiche, Reliquia, Tabú y Arcano. Y en el banco
de suplentes el gigantesco Nudo de Pilatos.
Concluye un tiempo: y tal vez sea la de Racing la última
gran pasión derramada sin límites ni controles en
el patético fútbol argentino asociado. Las calles
se inundaron de esa misteriosa cultura popular académica
que viene del fondo del siglo pasado. Todo me regresa en la vorágine
de un festejo que nunca una hinchada se mereció tanto. Yo
no supe de Perinetti ni de Ochoa, pero sí veo como corre
pegado a la línea de cal Corbatita y se frena de golpe en
el banderín, vamos loco, vamos,escurrite, veo como salta
a cabecera el Marqués, como se filtra la Bruja por la izquierda,
veo allá atrás a Don Pedro contra todos, y más
tarde su hijo durísimo también pero exquisito, ese
Perfumo gritando no me dejen solo, y al Alfio a las patadas contra
el Celtic, y al Panadero, y al único gol que se conoce de
toda la historia de las Intercontinentales, el del Chango, y a una
apilada de Rubén Paz, y otras, y otras, y otras imágenes.
Imágenes, escenas, siluetas fugaces, la vida entera desde
distintos sitios, ángulos y lugares de ese cilindro de cemento
en Avellaneda con nombre de un general que pareciera también
siempre sigue volviendo, y donde tantas veces toqué el dulce
cielo y el fierazo infierno domingos y sábados. Quiero decir,
donde tantas veces también fui a plenitud de vida. Y esta
alegría postergada en los años regresó con
Ubeda, Vitali, Chatruc, Estévez, Bedoya, Bastía. Los
del milagro del Gurú Merlo. Quien te viera Racing, campeón
otra vez.
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